Sergio Aguirre Carreras (1914-2014)

Este 4 de marzo se cumple el centenario del nacimiento del Dr. Sergio Aguirre Carreras, uno de los primeros historiadores marxistas cubanos. Aunque la Academia de la Historia de Cuba prevé celebrar un seminario en el próximo mes de abril en cuyo marco se le rendirá homenaje, no hemos querido dejar pasar inadvertido su natalicio y hemos pedido a la Dra. Leonor Amaro Cano, que fuera su alumna, esta breve nota de recordación.

Aguirre en la memoria

Leonor Amaro Cano

Nacido en La Habana, el doctor Sergio Aguirre Carreras, el  próximo 4 de marzo  cumpliría cien años y eso nos sorprende, pues los que fuimos sus alumnos en la Escuela de Historia conservamos la imagen de un hombre,  aunque  blanco en  canas,  con una vitalidad  extraordinaria expresada en el apasionamiento y el  ímpetu con que  defendía sus criterios.  En su  quehacer pedagógico, iniciado en Artemisa y luego en las escuelas de Historia y de Ciencias Políticas  de la Universidad de La Habana,  se destacó por la enseñanza de la Historia como un ejercicio del pensar, rebasando lo descriptivo para cumplir  con plenitud su función de orientación crítica sobre el pasado y el presente.  Su trayectoria revolucionaria, asociada de inicio al Ala Izquierda Estudiantil y a la Liga Juvenil Comunista, más adelante a la militancia en el Primer Partido Marxista Cubano, se dejaba entrever en sus disertaciones públicas y trabajos periodísticos, bien definidos por la defensa del comunismo, en los cuales puso a la vista una historia  pensada, que buscaba formularse el porqué de las cosas, siempre desde la batalla militante y comprometida con esta  ideología. Su preocupación por llegar a valoraciones  clasistas más radicales se encuentra en sus estudios acerca de las actitudes de la burguesía cubana frente al colonialismo, sobre el movimiento obrero y el alcance del fenómeno imperialista.   Por su trascendencia como formador de una generación, por  sus  trabajos historiográficos -a pesar de los cuestionamientos acerca de su profundidad en el orden investigativo- por la divulgación y defensa de la verdad histórica y su sentido patriótico, sería acreditado, para orgullo de sus alumnos, como Profesor de Mérito de la Universidad de La Habana.

Una de sus actividades más notables, en la década de 1960, fue la dirección de la Escuela de Historia en el alto centro docente habanero,  justo en momentos  de una gran confrontación ideológica en Cuba, de cambio radical de mentalidad y de la visión del mundo. La  imagen  de la historia patria aún se encontraba caracterizada  por una honda visión clasista, racista, y eurocéntrica, por lo que en el plano de la enseñanza universitaria debían pasar por fuerte tamiz crítico muchísimos juicios y prejuicios que habían distorsionado la historia nacional y las realidades sociales más contemporáneas. En esa compleja realidad del mundo intelectual, Sergio Aguirre, sin hiperbolizar la búsqueda de causas y tendencias, no soslayaba el aspecto fenoménico de la Historia, cuya exposición -acompañada a menudo por la ironía- hizo de sus clases un momento de polémica,  de disfrute intelectual y ejemplo de virtuosismo didáctico. 

Como hombre común de gran sinceridad exhibió  muchas contradicciones brotadas muy variablemente. Frente a los criterios de cierta ortodoxia que privilegiaba con franco exclusivismo las ideas marxistas-leninistas, defendió el conocimiento del pensamiento martiano como lo más importante para el análisis de la realidad cubana. Sin embargo, apegado a una fuerte disciplina partidista, sospechó siempre de las ideas de los jóvenes que se desbordaban en el proceder de los cambios o dudaban de las orientaciones que se daban como sentencias incuestionables. Sin embargo, su cultura y dominio de la historia nacional, así como el convencimiento político, le harían  comprender  la importancia de la tolerancia en el plano generacional y sexual, de la aceptación del  popular bembé sin prejuicios civilizatorios, así como la posibilidad de discutir con los alumnos creyentes  sin menospreciar sus formulaciones hipotéticas. A la vez, fue capaz de comer en bandeja de aluminio y dormir en una hamaca sin protestar, como le correspondería a un buen hijo de la pequeña burguesía cubana. Por eso sus alumnos siempre lo respetamos,  aunque muchos no aceptásemos sus intransigencias, ni la actitud de excluir a Moreno Fraginals o cualquier otro historiador cuyos postulados él considerase que se apartaban de las líneas más rectas del discurso marxista. Junto a otros muchos, Aguirre forma parte del legado pedagógico tan positivo en cuanto a responsabilidad, exigencia magisterial, compromiso y comportamiento ciudadanos que necesita un país en revolución.  Nada esquemático, aunque sí dogmático, todos conocimos y respetamos su sinceridad y convencimiento. Sus alumnos sabíamos que estábamos frente a un profesor marxista-leninista, defensor de la disciplina partidista, de las orientaciones del mundo socialista, pero muy  cubano. Por eso nunca le oímos dirigirse a nadie con el apelativo de “tovarisch”,  tan de moda por aquellos años de mimetismo, sino, por el contrario, difundir  todos los valores legados por la historia y la cultura cubanas que nos pudieran   ayudar como seres humanos y hacernos sentir orgullosos del  suelo en que habíamos nacido.