1868: Los ecos de la Revolución liberal española en la visión política estratégica de Carlos Manuel de Céspedes

Dra. Mercedes García Rodríguez.

Académica

Profesora e investigadora Titular

Universidad de La Habana. 

Este resultado de trabajo forma parte del proyecto de cooperación internacional, titulado: “Islas en la corriente: dinámicas e identidades en las Antillas” , dirigido por la Dra.  Consuelo  Naranjo Orovio.
 Con Referencia: HAR2012-37455-C03-01, MICINN

La primera mitad del siglo XIX hizo evidente la decadencia de la otrora imperial España, especialmente después de la pérdida de sus colonias continentales en América. En contraste, Estados Unidos emergía en la región como nación paradigmática de desarrollo y democracia para la América toda. En este contexto de descolonización y modernidad, Cuba y Puerto Rico quedaron como últimos reductos coloniales españoles en las Antillas. No obstante, los cambios políticos continentales influyeron con fuerza renovadora en los habitantes de estas islas, que comenzaron desde inicios del ochocientos  a debatirse políticamente en diversas directrices: el anexionismo, el reformismo con diferentes matices, especialmente el de corte autonómico, y la independencia.

Una cuarta tendencia: el integrismo, agruparía al elemento español más reaccionario residente en Cuba, al que coyunturalmente se unieron  miembros de las elites conservadoras criollas.  A la par, se integraron  a sus filas  sectores pobres de la población, tanto españoles como criollos,  que conformaban las clientelas políticas de los altos mandos del Cuerpo de Voluntarios.  Todas estas fuerzas se agruparon en  batallones bajo la dirección de Coroneles integristas;  batallones que constituidos en fuerza paramilitar combatieron duramente a los independentistas y reformistas insulares, y reprimieron , por la fuerza o mediante la prensa conservadora,   cualquier  intento de modificación   del status quo colonial.

  El año 1868 marcó el inicio de la primera guerra por la independencia en Cuba, varios factores se conjugaron para ello, tanto dentro como fuera de su territorio, entre los que tuvo un papel esencial el movimiento liberal español de la década de 1860. La Revolución Septembrina de 1868 fue fraguada tanto por las Juntas Revolucionarias, de clara composición popular, como por un grupo importante de oficiales y políticos españoles radicados en el exilio,  entre los que destaca por su actitud de estadista el General Juan Prim.

  Estos generales y políticos españoles en el exilio, recibieron el apoyo de diversas fuerzas  y entre todas conspiraron secretamente para destronar la monarquía de Isabel II e instaurar un régimen democrático burgués. Dicho movimiento anti-isabelino culminó con el triunfo del liberalismo español y la instauración de un gabinete de gobierno provisional en espera de las decisiones políticas de las Cortes convocadas en 1869, para pensar y acordar una nueva constitución y definir la forma de estado para la nueva España liberal.

  En la isla, casi en forma paralela, el patricio bayamés Carlos Manuel de Céspedes se alzó el 10 de octubre de 1868 en su ingenio Demajagua, en rebeldía contra el colonialismo español, secundado por un grupo importante de sus compatriotas y por un puñado de esclavos a los que libertó en aquel instante glorioso del grito de independencia.

  Dicho alzamiento fue un suceso estremecedor para toda Cuba al convocar, desde  la zona más Oriental de la colonia, a todos los hombres de buena voluntad a sumarse a la lucha descolonizadora y emancipadora de la esclavitud. Este primer gran paso hacia la soberanía y la revolución social, convirtió a Carlos Manuel, de hecho y por derecho, en el Padre Fundador de la futura nación cubana, al ser el iniciador de este movimiento.

  Las décadas de 1860 y 1870, fueron sin dudas un complejo período en la política y la sociedad española en relación con su colonia Cuba, en la que el nuevo gabinete de gobierno liberal se vio obligado a enfrentar dos cuestiones esenciales en su política ultramarina: El debate entre esclavitud /abolición, y la polémica, devenida  beligerancia,   entre los elementos más conservadores de la metrópoli y los sectores más radicales en torno a la abolición de la esclavitud  y la independencia. 

  El trabajo intenta un  análisis más humanizado  de la actuación de los sujetos históricos en contienda, y así  entender mejor la grandeza, la pasión por el  sueño de la república y las posiciones radicales de Carlos Manuel de Céspedes  y sus compañeros de lucha que se  alzaron  el 10 de octubre  bajo el juramento de luchar  por la independencia  y rechazar cualquier propuesta de autonomía . Para  Céspedes  el factor geopolítico era un elemento estratégico aprovechable con vistas a una victoria rápida, por ello potenció los beneficios de una península en revolución, para iniciar la cubana.

   Sin dudas,  hay  elementos aún desconocidos para muchos, que permiten entender a un Carlos  Manuel  de Céspedes que a veces se muestra contradictorio en sus decisiones, rudo en su tratamiento a los jefes camagüeyanos, un tanto ingenuo respecto al grupo de hacendados occidentales, a los que privilegia en la emigración con cargos y poder,  y hasta sarcástico al calificar a muchos de sus contemporáneos, entre ellos a  don Nicolás de Azcarate, del que sentenció que no se comportaba como un cubano. Estas actitudes  fueron , en ocasiones , muy criticadas por sus contemporáneos  que no hurgaron  en sus motivos, ni intentaron comprender  sus  estados de ánimo en situaciones tan complejas como una guerra hecha a un enemigo superior en número y armamento, lo cual supone ya , desde los inicios, una acentuada desventaja en los campos de batalla. Súmese a ello que la ideología del independentismo  abolicionista, llevada a proyecto político, aún no era una posición mayoritaria  en Cuba, lo cual provocó una batalla mediática contra ese proyecto materializado en la insurrección.

  El   impresionante  despliegue que,  en un corto período de tiempo, logró  la prensa integrista contra las ideas libertarias y abolicionistas de Céspedes y del resto de los revolucionarios alzados en los campos de Oriente, resulta impresionante.  En la Isla, más de diez periódicos de diversas zonas y ciudades  apoyaron a los voluntarios y el sostenimiento del estatus quo colonial,  entre ellos se destaca el  Diario de La Marina, dirigido por José Olano, que se erigió en vocero del Cuerpo de Voluntarios de La Habana y de su ideología integrista, al igual que La voz de Cuba, dirigido por el tristemente célebre Gonzalo de Castañón. Ambos  diarios, junto a otros de igual corte,    desinformaban conscientemente a los pobladores de la Isla  sobre  los avances de las fuerzas independentistas,  constantemente promovieron  noticias falsas a la población, incluso anunciaron en varias ocasiones la pacificación completa de la zona oriental  por el mando español, en momentos en que las fuerzas insurrectas salían victoriosas de duros combates.

A toda  esta confrontación ideológica y mediática también  debió enfrentarse Carlos Manuel de Céspedes y su gobierno en armas, con los ojos puestos más en el futuro que en su propio presente, pues abrigaban el deseo de ver a Cuba liberada del yugo colonial y convertida en una república moderna, prospera y de avanzada,  aunque ello significase sacrificios enormes para este grupo de acomodados hacendados  azucareros y ganaderos de la zona centro-oriental que habían decidido alcanzar la soberanía de la Isla afrontando los riesgos y horrores de una guerra .

  Dieciséis años antes del 10 de octubre de 1868,  el joven Carlos Manuel de Céspedes, con visionario vuelo literario, ponía al desnudo su más íntimo pensamiento modernizador y libertario, que transmitió a sus más cercanos amigos y colaboradores,  al escribir y publicar  su poseía Contestación, de carácter autobiográfico, esta estrofa evidencia su sueño:

“Quise ser el apóstol de la nueva

religión del trabajo y del ruido

        y ya lanzado a la tremenda prueba

a un pueblo quise despertar dormido

y ponerlo en la senda con presteza

    de la virtud, de la ciencia y la riqueza” [1]

   Sin embargo,  Carlos M. de Céspedes, líder indiscutible de la gesta de 1868 y con una gran  actividad revolucionaria, en el laborantismo  masónico primero y más tarde en la manigua,  ha ocupado por más de un siglo un discreto espacio en la  literatura histórica, tanto nacional como internacional. Solo en contadas excepciones, nos encontramos con obras que brindan un tratamiento profundo y sistemático de este  hombre excepcional con talla de estadista;  por suerte ello no ha minimizado su estatura de revolucionario, ni su actitud heroica ante los conmovedores episodios que debió vivir en la manigua cuando dos de su hijos mueren en ella, uno casi recién nacido por las altas fiebres y  la falta de medicamentos y comida, el otro,  su primogénito Carlos, fusilado a manos del ejército español después que el líder se negara a aceptar rendirse a cambio de la vida de su hijo, para él, les respondió a sus adversarios, sus hijos eran todos los que luchan por la redención de Cuba con las armas en la mano.

Este desgarrador hecho  y haber sido  el primero en alzarse contra el colonialismo español, le valieron  su lugar cimero en el panteón de héroes de la patria.  

Por lo general,  la historiografía de las guerras, ha enfatizado más en el estudio de las contradicciones  cespedistas con el Comité del Camagüey y en particular sus conflictos con Ignacio Agramontés, que en su vida y avatares en campaña, con sus ropas raídas, su falta de armamento y parque para la lucha, sus traumas por las reiteradas traiciones   y sus días de angustia por la falta de ropas y  comida que repartir a sus hombres, penurias que narra en su epistolario a su esposa Ana de Quesada, entre 1870 y 1874[2].

En realidad se ha argumentado mucho  más acerca de su “recio carácter y prepotente  actuación”  con los oficiales  subordinados a su mando, sobre todo por considerar algunos que esto puso en riesgo la revolución,  otros autores se han detenido  a tratar su rol como combatiente y  presidente de una república soñada; pero  es  necesario el estudio a profundidad de su pensamiento político-militar, este redescubrirá a un Céspedes diligente y estratega, conocedor  de su entorno pero también de los sucesos europeos y de la América toda; un líder nato,   aferrado a la optimización de las circunstancias favorables a su causa y capaz de renunciar a todo por sus ideas de independencia y abolición, de recio carácter que se hizo aún más fuerte e intransigente en las duras  condiciones  de una guerra a muerte.

  Desde 1840, año en que viajó a España para concluir su carrera de abogado, Céspedes se inclinó  favorablemente hacia la abolición de la esclavitud  como resultado de sus estudios de economía política, derecho patrio y derecho público y administrativo, realizados en el sexto año de jurisprudencia que cursó en la Universidad Literaria de Barcelona,  recinto universitario  que entre 1840 y 1841 funcionó en el pueblo catalán de Cervera, debido a los disturbios  políticos que frecuentemente ocurrían  en la ciudad  y a los cuales tampoco estuvo ajeno Carlos Manuel.

  El estudio de su pensamiento, en toda su dimensión, permitirá  entender a un Céspedes que a veces se nos presenta contradictorio en sus decisiones, rudo en su tratamiento a los jefes camagüeyanos, un tanto ingenuo respecto al grupo de hacendados occidentales a los que privilegia en la emigración con cargos y poder, y hasta sarcástico al calificar a muchos de sus contemporáneos en su diario[3], entre ellos a  Don Nicolás de Azcarate, del que sentenció que no se comportaba como un cubano. Estas actitudes han sido en ocasiones incomprendidas, porque solo se ha atendido al hecho en sí y no a las causas y estados de ánimo que motivaron sus acciones, calificativos y reflexiones. En tal sentido este trabajo intenta  adentrarse  en todo aquel entramado de situaciones diarias que vivió Céspedes para buscar una explicación, más que  una justificación a sus actos y decisiones. 

  Por ello hemos partido de los antecedentes y primeros días de la guerra para poder realizar un  análisis de aquellos primeros años de contienda desde una nueva perspectiva: El estudio de la revolución liberal española de 1868 como uno de los factores externos que la visión político estratégica de Carlos Manuel de Céspedes tuvo en cuenta para precipitar el alzamiento.

Para Céspedes la situación revolucionaria en la península  podía ser revertida a favor de los intereses anticolonialistas de varios sectores poblacionales de la isla, por ello usó  a La Gloriosa como elemento de persuasión  entre sus colaboradores más cercano, haciendo que  tomaran conciencia  sobre la necesidad de aprovechar al máximo esa coyuntura, lo cual queda expresado en su   conocida    frase a Aguilera: “España está revuelta ahora, y esto nos ahorrará la mitad del trabajo…”[4]

  Otro  punto de partida para el análisis es el de examinar aquella revolución septembrina española como factor político externo que desencadenó diferentes respuestas en su colonia Cuba:

  • La del grupo de  comerciantes peninsulares importadores de La Habana, llamados críticamente  negreros pues muchos hicieron sus fortunas practicando la trata,  en su mayoría notables integristas, ellos representaron la contrarrevolución al movimiento liberal español desde la gran antilla.
  •  La de la gran mayoría de los  emigrados cubanos que se definió claramente en dos grupos o tendencias del reformismo: los anexo-reformistas que van a entrar a negociar con el nuevo gabinete y a la par coquetean con la administración norteamericana para una solución de posible anexión a través de la compra de Cuba y los reformistas tradicionales que aspiraban a ser una provincia  autonómica de España.
  •  La de los independentistas radicales,  tanto de la emigración como del campo insurrecto. Estos no aceptaron ofrecimientos de autonomía y se sostuvieron en la lucha, porque para ellos la soberanía y la construcción de una nación y una república independiente se convirtió en objetivos y principios esenciales de su proyecto político.

  La corriente autonómica del reformismo, que resurge con fuerza en la emigración y en menor medida en la isla, entre 1869 y 1871, tuvo su caldo de cultivo en los diferentes proyectos con que experimentó el nuevo gobierno liberal español para negociar, a través de emisarios, un arreglo de paz en base a dos puntos esenciales: rendición de los “rebeldes” y otorgamiento de la autonomía a la isla. Estas propuestas, se sostuvieron en base a las promesas de reformar el sistema colonial que proyectó  la constitución liberal de 1869, la cual, como las anteriores, nunca se implantó en Cuba.

  Tales proyectos y promesas, incongruentes con la política de guerra a muerte que desarrollaban los mandos militares en la isla, tuvieron dos claras respuestas:

  • La radicalización del pensamiento y accionar independentista de la gran mayoría del ejército libertador representados en sus más valerosos líderes, los que se negaron a pactar y sancionaron tales negociaciones , junto a los emigrados revolucionarios que sostuvieron sus principios y solidaridad  con la causa de la independencia luchando contra otras corrientes  de pensamiento que circulaban en el exterior .
  • La claudicación de muchos emigrados, incluso de combatientes de la manigua que se presentaron a las autoridades de la Isla  ante las promesas reformistas del liberalismo español, en el cual creyeron tener la base política ideal para hacer realidad sus viejas aspiraciones autonómicas, con la cual mantendrían a resguardo sus intereses porque  en el fondo era esa su  verdadera ideología. Alejando con la autonomía, según sus reflexiones, las posibilidades de que Cuba se convirtiera en otro Haití.

  Volvemos aquí sobre una idea que queremos dejar esclarecida por los matices que entraña: la radicalización del independentismo en los campos de Cuba para 1870, no significa que la mayoría en la Isla, que comprendía a españoles, criollos y negros, libres y esclavos, asumiera el proyecto de  hacer a Cuba nación independiente y luchara por él. Es importante aclarar que  una gran parte de la población estuvo apegada al integrismo y a sus ideas conservadoras, e incluso no se debe olvidar el hecho de que un  por ciento de combatientes, desilusionados o arrepentidos, abandonaron  la lucha en aquellos momentos en que se necesitaba temple y mucha fe para no rendirse o ceder ente el ejército español. Por ello hay que entender que aún para estos primeros años de guerra el independentismo es una opción, incluso puede afirmarse que fue,  de todas,  la más revolucionaria y de avanzada del pensamiento político insular,  pero no  fue la única, ni la más extendida, lo cual debe tenerse en cuenta para explicar, en parte, porque no triunfó pese a diez años de lucha.   

 

La revolución liberal española  en el pensamiento político- estratégico de Carlos Manuel de Céspedes

 

Son precisamente  las tendencias que operaron en el pensamiento político de los hombres en conflicto, lo que nos interesa desentrañar, atendiendo a sus diferentes intereses, posiciones, y decisiones y cómo estas actitudes y tendencias involucraron a los diversos grupos y clases de la colonia, unos sumándose a los batallones de voluntarios, otros al ejército libertador, y un por ciento menor partiendo a la emigración para defender desde allí dos posiciones, unos las reformas para la Isla, otros un proyecto de anexión  y un grupo menor pero compacto,  la insurrección independentista .

En tal sentido es justo precisar que ha sido la historiografía española la que más se ha adentrado en el tema del integrismo y reformismo en tiempos de guerra, en esa vertiente se destacan, por sus aportaciones, los trabajos de Jordi Maluquer de Motes, Inés Roldan, Joan Casanova, Joseph Fontana y José Antonio Piqueras, entre otros autores; ellos han  puesto  en el escenario historiográfico contemporáneo esta discusión, con nuevos aires renovadores.

Pese a todos los esfuerzos pasados y presentes, tanto dentro como fuera de la Isla, para estudiar la guerra grande; aún los ficheros bibliográficos de archivos y bibliotecas muestran una amplia gama de resultados inconexos y en extremo puntuales sobre  esta contienda bélica, lo que ha determinado que la visión de la misma continúe sesgada, fragmentada, y en gran medida distanciada del marco histórico geoestratégico en que se desarrolló  pese a que Cuba formaba parte del nodo continental  y  por ende  los resultados de esta guerra definirían en buena medida el futuro de la región. Ello explica que tanto los EE.UU. como el resto de los países del área, tuvieran sus ojos puestos en el desenlace de la llamada “cuestión cubana” como aspecto vital en su toma de decisiones políticas de futuro.

Llegado a este punto  es importante dejar sentado que el  proyecto independentista liderado por C. Manuel de Céspedes,  no tuvo todo el respaldo esperado en la Isla, tampoco fue la opción política mayoritaria en la década de 1860, como ya venimos explicando, ni fue el único proyecto político  para Cuba,  por ello reafirmamos que  sus líderes  sostuvieron esa posición en  la manigua a contrapelo de otras posiciones,  como fue , por ejemplo, el integrismo, grupo  más poderoso en recursos materiales y humanos.

No obstante, los independentistas bajo el llamado de Céspedes y de otros líderes regionales como Ignacio Agramontés, solo por citar  algún  ejemplo, se  mantuvieron  estoicamente enfrentando al poder colonial, como táctica o forma de enfrentamiento emplearon  la lucha armada,   que consideraron  esencial  para alcanzar la soberanía de la Isla ante las ofertas de reformas autonómicas de la España liberal y  contra  la permanente oposición  del integrismo insular-peninsular a los cambios.  El decreto Espotorno, que estipulaba que se pasaría por las armas a aquel que oyera y aceptase propuestas de paz sin  independencia, es una clara prueba de su radicalismo político.

Respecto la intransigencia radical de los principales líderes revolucionarios ante las ofertas españolas de autonomía,  Céspedes  se destaca como uno de los ejemplos  ejemplo más relevantes,  prueba de ello, entre otros , es su carta a Manuel de Quesada, escrita el 16 de julio de 1871, con  la siguiente advertencia: “Nuestro propósito invariable, sean cuales fueran las circunstancias, es no aceptar de España más capitulación que la absoluta independencia de Cuba (….) morir todos o ser independientes, sin alterar esta resolución ninguna consideración humana”.[5]

Otro ejemplo es la arenga patriótica que lanza  a sus hombres reunidos  en la manigua, cuando les dice: “Nuestro lema es y será siempre: Independencia o Muerte. Cuba no sólo tiene que ser libre, sino que no puede ya volver a ser esclava”.[6]

Es importante precisar que desde la década de 1850, y tras su regreso a Cuba del periplo realizado a varios países europeos e incluso del medio oriente,  en Céspedes habían madurado ya las ideas independentistas que lo acompañaron por el resto de su vida y que muestran a un hombre de pensamiento modernizador, influido por la Revolución Francesa  con sus demandas de igualdad, fraternidad y libertad, por las guerras de independencia latinoamericanas y por el paradigma republicano de los EE.UU de entonces.

También conformaron su pensamiento y accionar revolucionario  sus estudios de economía política, derecho patrio y derecho público y administrativo, realizados en el sexto año de jurisprudencia,  que cursó en la Universidad Literaria de Barcelona, entre 1840 y 1841,  En la mencionada Universidad catalana  tuvo destacados profesores, varios de los cuales encabezaron la reforma de los planes de estudios universitarios precisamente en la España de 1840, como lo fue el abogado y catedrático de economía política y derecho patrio, el doctor  Laureano Figuerola, de ideas liberales, republicanas  y abolicionistas.

 En la Barcelona de los años cuarenta conoció también a muchos de los que serían importantes oficiales del liberalismo español en las décadas de 1860- 1870, como el entonces coronel Juan Prim, líder del movimiento contra el anti constitucionalista Baldomero Fernández Espartero protegido de la Reina Isabel II, y hombre de toda su confianza. Con Prim,  Céspedes realizó varias actividades conspirativas  contra el conservadurismo político de la monarquía e incluso participó en diversos motines y manifestaciones. Es conocido que más tarde,  y tras su regreso a la Isla,  aún se cartearon por varios años,  manteniendo viva su amistad de juventud, hasta que,  y quizás por divergencias políticas, esta relación fue languideciendo.

En España, Céspedes  también conoció de los resortes publicitarios desarrollados por la prensa, a través de la cual se lograba, mal que bien, informar a  sus habitantes con cierta instrucción en la lectura, sobre  los acontecimientos políticos que sucedían en la península, sus colonias  y el resto del  mundo. Especialmente él consideró que esta prensa ayudó mucho a  su formación  política  pues bebió de las ideas de progreso y  democracia que infundía  a sus  lectores el periódico El Republicano,  de Barcelona;  promotor, según sus criterios, de una conciencia ciudadana , al convocar desde sus escritos  a  luchar  apoyados desde los sindicatos para transformar, con  reformas radicales, la vida del país,  lo que traería aparejado  mejoras para la población.  Esto da pie a pensar  que fue  la vivida realidad  española    junto a las lecturas que realizó de la  prensa libre  peninsular, factores de importancia que llevaron a Céspedes a  meditar profundamente sobre la cuestión cubana y le incentivó nuevas ideas y sueños para el mejoramiento de  su patria. Ese  reconocimiento de la fuerza polinizadora  que ejercía la  prensa  lo llevó a fundar desde los primeros días de la insurrección un periódico, al que tituló: El Cubano libre,   que, aunque tirado en la manigua,  logró llegar a gran parte de la población,  no solo de centro-oriente, sino de occidente e incluso a la emigración cubana en los E.U.  

Es lógico suponer  entonces cómo todas estas luces adquiridas en España y en su periplo por la  vieja Europa e incluso por Egipto y Turquía, sirvieron a Céspedes para  comprender en toda su dimensión la crueldad del yugo impuesto a la Isla y  al esclavo por “la madre patria”,

Estos cuestionamientos sobre la realidad cubana  le surgen sobre todo a raíz de sus clases de economía política donde le fue explicado por el destacado profesor y abolicionista Laureano Figuerola, lo que significaba la pérdida de libertad y el robo de los derechos del hombre por otros hombres, lo cual era algo difícil de descubrir para alguien que había nacido y crecido  en el seno de una familia pudiente, en medio de una sociedad tatuada por la esclavitud, de marcadas diferencias estamentales y raciales.  El análisis de aquella terrible realidad desde otro escenario lo conmovió y cambió su vida para siempre. Por otra parte, los estudios de derecho patrio y derecho público le abrieron el pensamiento a las ideas democráticas, que le hicieron insostenible subordinarse, años más tarde de regreso a Cuba, al  control y monopolio peninsular y a la institución esclavista que parecía inamovible.

Toda esta formación humanista y democrática enriqueció y brindó el argumento teórico y práctico a sus aspiraciones políticas. La sostenida situación de Cuba como reducto colonial e institución esclavista de España en América  lo llevarían a alzarse el 10 de octubre de 1868, en lucha armada contra la Metrópoli, seguido por varios compatriotas de similares ideas libertarias y abolicionistas.

Su pensamiento y acción revolucionaria  fueron totalmente coherentes con todo aquel aprendizaje que le evidenció la posibilidad de que  un mundo más democrático era posible si se rompía el yugo colonial y de la esclavitud. Céspedes comprendió que para alcanzar su modelo de nación, que era ya el de muchos de sus coterráneos, era imprescindible alcanzar dos objetivos claves: la independencia de Cuba, y aplicar al país un renovado modelo económico-mercantil  dinámico, e inherente a la modernidad y al progreso, que necesariamente tenía que pasar por un revolucionario cambio social: la abolición total de la esclavitud. 

Sin lugar a dudas en Céspedes se perfilaba ya, no solo la aspiración a una nación libre y al control político del territorio por sus naturales, sino la idea de la  abolición de la esclavitud, como necesidad sinnecuanum  para poder iniciar la  transformación  económica correspondiente a un estado moderno.

Céspedes consideraba  necesario  desarrollar un sistema fabril propio de la Isla  para  poder dar el salto a un nuevo modelo económico, vinculando estas fabricas   no solo a la red urbana,  sino también a  la agricultura, con la necesaria  revolución  del pensamiento  y las costumbres ciudadanas que esto implicaría En los  juicios que hace sobre si mismo él  se declaraba como un demócrata liberal y un amante de la industria moderna. En su poesía Contestación hay párrafos, como el que sigue,  que dejan su pensamiento al desnudo:

Quise ser el apóstol de la nueva

religión del trabajo y del ruido

y ya lanzado a la tremenda prueba

a un pueblo quise despertar dormido

y ponerlo en la senda con presteza

de la virtud, la ciencia y la riqueza

…y es que sentí la vida andar despacio

Y buscar a mis alas quise espacio….[7]

Para C. M. de Céspedes, patria significaba mucho más que el terruño bayamés donde había nacido.  Él la consideraba en su totalidad, pero con un concepto cualitativamente nuevo, pues para él, país, patria, nación, república eran conceptos interconectados que conformaban una especie de ecuación única y unida por  gustos, interés común y  una cultura compartida.

En su proyecto de nación, Cuba debía romper sus ataduras coloniales, separándose total y definitivamente de España.  Para él, el futuro de la Isla  no podía dar cabida a  propuestas reformistas como la autonomía, la que Céspedes, Agramontés y otros próceres de aquella gesta consideraban como una libertad a medias que no podía ser admitida  después de haberse derramado ya tanta sangre por la independencia.

El líder bayamés pretendía que Cuba naciera al mundo con el sello político y cultural de una joven República, aquella que más tarde defendió en Guáimaro, pese a las contradicciones que ya se manifestaban entre los jefes de la insurrección, sobre todo en lo referido a la división de los mandos y al problema de la abolición total  o no, de la esclavitud.

Al respecto afirma  el historiador cubano Jorge Ibarra Cuesta:

[…] con la constitución de la República en Guáimaro  se procedía a la fundación de una nación de hombres libres con iguales derechos ciudadanos. De ese modo, del sentimiento de patria, Céspedes había evolucionado a la conciencia de una nación […] la dirección consciente de Carlos Manuel de Céspedes para alcanzar ese propósito sentó las bases para la formación del pueblo nación cubano […].[8]

Como ya se ha mencionado, para Carlos Manuel  la independencia debía ir acompañada de una revolución en lo social que implantara la justicia y  el primer paso era alcanzar la abolición radical de la esclavitud.

Sin embargo, no todos los patriarcas criollos compartían esta idea política; por ejemplo:  el grupo  de hacendados azucareros occidentales pretendía la separación de España pero aspiraba a instaurar una democracia en beneficio de su clase y de sus intereses de grupo  en el cual los negros, libres o esclavos, como era de esperarse,  no estaban contemplados. Ahora bien,  el ideario de Céspedes  marcó  la diferencia entre los intereses de dos sectores de una misma clase, los de la alta sacarocracia occidental  habanera y  los terratenientes  ganaderos y azucareros  de clase media  en el oriente cubano,  a los que Céspedes encarnaba.

El reformismo de estos hacendados occidentales y  su  visceral miedo al negro y a que se reprodujera en Cuba  otro Haití  constituyeron   la retranca  de la revolución  de 1868 pues no solo  sus miembros  trabajaron para la reforma y no para  la revolución , sino que  terminaron   influyendo en otros sectores subalternos que siguieron  sus pasos hacia la conformidad con la  concesión de autonomía a la Isla.

La resultante de todo este ideal reformista se manifestó  en los escases de apoyo a los insurrectos  por parte de la emigración. Es conocido que  faltaron los alimentos, armas y medicinas en los campos de Cuba libre debido al incumplimiento del envío de expediciones por estos grupos de emigrados, especialmente el llamado grupo Aldamista,  que solapadamente esperaron a la sombra   las reformas autonómicas que debían realizarse en la Isla tras el triunfo de  la revolución liberal española, situación que a mediano plazo favoreció a las fuerzas coloniales  integristas  al debilitarse la salud y condiciones  física de los soldados del ejército libertador en campaña y no crecer en número dada las escaseces que caracterizaban los campamentos mambises . 

Desde 1866,  según apuntes de Cesar García del Pino en diversos artículos sobre el ´68, un grupo de hacendados  trinitarios y matanceros habían apostado al triunfo del general Prim,  líder de los oficiales españoles en el exilio  y  se dispusieron a negociar con él algún arreglo beneficioso para la Isla:  ya fuera  la autonomía o la venta de Cuba a los E.U,   nación a la que tenían como  paradigma  de democracia y bienestar  para su pueblo.

Por un despacho secreto  de la embajada de España en  París[9],  se han  podido obtener algunas pistas de esta afirmación anterior y en particular  sobre los   tratos iníciales de Prim  con el embajador de Norteamérica en aquella capital, en 1866,  en estas  primeras conversaciones, el Conde de Reus trató la posibilidad de ceder la Isla de Cuba a los Estados Unidos a cambio de una elevada cifra de dinero,  si el movimiento liberal  que pretendía destronar a Isabel II llegaba a triunfar.

En  una carta  reservada que envía  la Embajada  de España en Paris al Ministro español del interior, el señor Juan Muro,  con carácter de  muy secreto[10],   se aseguraba que, por un conducto autorizado,  habían recibido  una importante información que consideraban oportuno manifestarle por la gravedad que esto podrían tener para la seguridad de la monarquía,  en la carta se explica que mr. Bigelow,  Ministro plenipotenciario de los Estados Unidos estando en su oficina  de Paris, y  según su fuente, se reunión con el General Juan Prim y  estaban  tratando de llegar a acuerdos sobre la compra-venta de Cuba, cuestión que aún no entendían en toda su dimensión. El documento advierte que   esto podría suceder en  caso de que Prim y sus secuaces  lograran destronar a Isabel II.

El informante hace saber que el  general Prim  tiene necesidad de dinero para la revolución que viene preparando en el exterior y para lograr estas finanzas estaba dispuesto a todo.  Este aseguró que Prim había dicho en más de una ocasión que si salía bien lo que preparaba  para España, él se comprometía a entregar la Isla de Cuba al gobierno norteamericano  y este a cambio le remitiría once millones de reales  bajo compromiso de  cumplir su palabra empeñada .

El informante  supone que ese dinero no lo dará el gobierno de Norteamérica, sino que  se le hará llegar desde Cuba a Prim, en pago por su transferencia de poderes a los Estados Unidos y así, con el dinero de esta transacción política se  haría viable la insurrección de dichos Generales españoles, se afirma que hace unos días se había corroborado por otra fuente de confianza  que dicho movimiento en el exterior se estaba gestando desde sus inicios con dinero que  procedía  de las arcas de los hacendados cubanos que promovían  la anexión o la autonomía, en fin las reformas del sistema colonial, aunque  hipócritamente hacían  reverencias al Capitán General y a la monarca, entre ellos se destacaban por su colaboración política  y apoyo material los hermanos Vallín, varias familias trinitarias  y las  esposas de los generales  Domingo Dulce y Francisco Serrano, por solo poner algunos ejemplos[11].

Ello, en parte, explica la ideología de doble rasero de los hacendados ilustrados de Cuba, a los que Martí calificó magistralmente como hombres que tenían  un ojo en Yara y otro en Madrid, para simbolizar  la indefinición política  que sostuvieron en tiempos de contienda contra España.

Sin embargo, el  tiempo terminaría dándole la razón a todos los que no dejaron caer las banderas del independentismo ante los cantos de sirena del reformismo liberal español. En muy corto tiempo después del triunfo,  la Revolución Septembrina demostró su inefectiva política ultramarina y su traición a las solicitudes de las Juntas revolucionarias españolas,  al no lograr cambiar el status quo  de sus reductos coloniales, respondiendo más a las presiones de los círculos y grupos más conservadores que a las promesas hechas a sus colaboradores antillanos y a su propio pueblo enrolado en el movimiento juntista. La democracia y las reformas volvían a pasar de largo por el Caribe, sin tocar las costas cubanas, ni puertorriqueñas.

Retomando los preparativos de la revolución gloriosa, y su búsqueda de apoyo y recurso exteriores, hay que señalar que el  grupo separatista oriental también fue contactado por los generales españoles en el exilio, especialmente por el General Juan Prim, partiendo de sus lazos afectivos con Carlos Manuel de Céspedes y con otros hombres de la zona, como Vicente García.

Tanto Cesar  García del Pino  como  Rolando Rodríguez aseguran  en sus obras sobre la Guerra Grande  que Céspedes fue contactado por emisarios de Prim, y  convocado  para que con su prestigio y autoridad en esa región secundara  el alzamiento de Cádiz , con otro paralelo en la Isla hasta derrocar  la monarquía de Isabel II; a cambio de esa alianza coyuntural Cuba podría optar por convertirse en un Estado federado de Ultramar, u obtener una autonomía al estilo de Canadá, según decidiera la mayoría de sus habitantes.

Sobre este tema los mencionados autores aportan  evidencias  que demuestran que el 27 de febrero de 1868, Céspedes comisionó a Julio Grave de Peralta, Rafael Masó y Francisco Javier de Céspedes, para entrevistarse en el hotel de madame Adela Lascalle, en Santiago de Cuba, con los enviados de Prim, los señores Francisco Alarcón, Rogelio Osorio y Mario Salazar. Estos sugirieron a los emisarios de Céspedes las siguientes bases: 

  • Al estallar en la Península la revolución que se preparaba para derribar la dinastía borbónica de Isabel II, en Cuba, podría secundarse el movimiento con un levantamiento en armas, no contra España, sino contra el régimen monárquico de absolutismo que representaba la reina, con el objetivo de que el gobierno de la península no pueda disponer de la guarnición de la Isla, ni de los recursos propios de esa región.
  • Se conformarían en las distintas ciudades de Cuba  Juntas Revolucionarias que alzarían el espíritu público, acatando y cumpliendo las disposiciones provenientes de la Junta Central Revolucionaria Española, esto,  aseguraban los emisarios del General Prim,  no iría contra  los intereses morales y materiales de la Isla, sino por el contrario a favorecerlos.
  •  De ser aceptadas estas condiciones, los gritos de rebelión que se adoptaran en la Isla, si otra cosa no dispusiera la Junta Central española, serán los de ¡Viva Prim!, ¡Viva la Revolución española!, ¡Viva Cuba!,...
  • Prometían , a  nombre de  Prim , que una vez alcanzado el triunfo, España otorgaría  a Cuba la autonomía  al estilo de la de Canadá  que ya habían  previsto, o si lo preferían  sus habitantes, se  admitiría a la Isla como un Estado federal de  España, es decir una especie de autonomía federativa.

Los representantes de Céspedes escucharon atentos a los emisarios de Prim  pero no sellaron ningún trato con ellos y tampoco firmaron documento alguno que los comprometiera a desarrollar una insurrección en paralelo, solo prometieron transmitir la propuesta española a Céspedes y dejar que este respondiera directamente al General Prim. Sobre este último aspecto no se ha encontrado información que nos dé a conocer  la posición de Céspedes.

Lo cierto es que aquel encuentro le permitió  a Céspedes conocer  por boca de los propios emisarios españoles la efervescencia revolucionaria  que se vivía en la Península, a la que siguió el alzamiento independentista  en Puerto Rico, ambos eventos  convertían el momento, octubre de 1868,  en ideal  para alcanzar con cierta rapidez, según el sueño del líder bayamés, y objetivo principal del movimiento insurreccional: La independencia de Cuba.

Quedaba claro para Céspedes  que España, con un gran fraccionalismo político interior y una revolución en marcha tendría que buscar una solución expedita a la cuestión cubana, pues la insurrección insular creaba un serio problema a la ya maltrecha economía peninsular, al elevar, en tiempos de reconstrucción y reordenamiento internos,  los gastos hacia ultramar , con el fin de sostener, con  armas y hombres, el estatus colonial de una Isla que al final, y en palabras de Prim, se perdería pues ya sus hijos  había decidido hacerla libre. Los ejemplos de Santo Domingo y toda América estaban aún muy cerca para ser olvidados.

Céspedes evalúo muy bien toda esta  situación interna española, también la  de su región  oriental, pero sobre todo la situación internacional, especialmente los sucesos  políticos en Puerto Rico, donde se había producido ya el Grito de Lares y España estaba tratando de sofocarlo. Pensó también en  los apoyos que pudiera recibir de los hermanos países latinoamericanos como México y Chile, una vez  que se produjera el alzamiento en Cuba y  se creara  un gobierno provisional.

 Con un sentido moderno de la diplomacia Céspedes se propuso captar el apoyo de las repúblicas latinoamericanas y también el reconocimiento norteamericano de la beligerancia en la Isla, con este despliegue táctico de acciones consideró en su momento que  desatar la insurrección lo antes posible,  sin esperar una mayor organización y  un mayor aprovisionamiento de armas y dinero resultaría exitoso, ya que el factor  coyuntural de una metrópoli en revolución  le sería propicio, si se ejercía una presión fuerte y constante  sobre  un enemigo débil y desunido, por ello su decisión de alzamiento rápido y su posterior insistencia en continuar sobre las armas aún cuando las condiciones materiales y humanas  de la insurrección le fueran adversas al no llegarle las expediciones con  las que había previsto el triunfo.

Es importante precisar que ya desde  finales de septiembre de 1868 Céspedes comenzó a proponer a los conspiradores orientales que el alzamiento previsto para fines de diciembre,  se adelantara para mediados de octubre. Es un hecho bastante conocido la controversia que sostuvo con Francisco Vicente Aguilera, respecto a fijar la fecha definitiva de la insurrección.

Se conoce que Aguilera trató de persuadirlo desde mediados de septiembre para que no insistiera en adelantar la insurrección en espera de los resultados de la zafra; sin embargo, pese a la estrecha amistad que los unía y al mutuo respeto entre ambos, Carlos Manuel, de forma resuelta le respondió: “Las  conspiraciones que se preparan durante mucho tiempo siempre fracasan, pues nunca falta un traidor que las descubra. Yo estoy seguro que todos los cubanos seguirán mi voz […]. España esta revuelta ahora y esa situación nos ahorrará  la mitad del trabajo “[12]

El levantamiento, adelantado dos meses en referencia a la fecha de mediados de diciembre acordada por Aguilera,  e incluso  iniciado 4 días antes de la última fecha acordada por el propio Carlos Manuel y sus más allegados, recibió duras críticas de algunos hacendados separatistas que aspiraban a tener una mejor preparación para alzarse. En tal sentido estos calificaron el levantamiento del 10 de octubre como un acto apresurado  e improvisado de Céspedes, del que decían además  que  lo había querido así para  monopolizar el mando en su persona al no convocar a Aguilera y a otros líderes orientales  a la reunión de El Rosario y tomar, a nombre del resto, una decisión tan delicada como el alzamiento.

 Muchos de sus compañeros a raíz del alzamiento relámpago que desarrolló  lo tildaron de voluntarioso, impositivo y centralista, aunque otros tantos lo defendieron y le demostraron fidelidad  hasta el final de sus días, y es que muchos  de sus  críticos no alcanzaron a comprender que Céspedes, con un  conocimiento cosmopolita  de la situación política internacional y nacional se adelantó a los sucesos negativos que hubiera generado el no aprovechar con astucia la desestabilización española en beneficio de la causa independentista

En la concepción cespedista de la guerra, el hecho que ambas revoluciones coincidieran en el tiempo adquirió relevancia estratégica, a la vez que,  como él bien aseguraba, podía resultar una situación embarazosa,  ya que solo un rápido alzamiento  podría  frenar a tiempo los posibles pactos entre liberales españoles y reformistas occidentales; pactos que retardarían la posibilidad  de hacer una revolución social y lograr  la independencia de Cuba.

Céspedes tuvo el gran merito de avizorar las dos opciones que abría la revolución liberal española a Cuba y preparar, en su condición de caudillo, a sus más cercanos colaboradores  para ello.

Una primera opción podría ser muy  positiva, advertía Céspedes, aunque poco probable, y consistía en el reconocimiento de la independencia de Cuba  por parte del nuevo gobierno liberal,  derecho natural  de los pueblos que se restauraba a su antigua colonia.

La otra opción resultaría bastante negativa a las ideas revolucionarias e independentistas cubanas,  pues el nuevo gabinete  empleando un lenguaje  liberal sugestivo y  una fuerte manipulación en la prensa  podría  alejar  a las clases medias, a los grandes terratenientes y a  las masas populares criollas del camino hacia la independencia ante el espejismo de unas  reformas autonómicas prometidas  en base a la pacificación de la Isla.

Estas reformas  autonómicas  al estilo del Canadá, aseguraba Céspedes, eran altamente peligrosas para el porvenir independiente y futuro desarrollo económico de Cuba, pues significaría la permanente tutela de una Metrópoli ya caduca y retardataria, que frenaría siempre el avance hacia la liberación del país,  la abolición de la esclavitud y el vuelco necesario de  su sistema económico. Por ello,  el logro de la independencia era para él el principal objetivo  a considerar,  y la lucha armada la vía expedita para concretar tal aspiración, esta determinación fue su principal aporte en el campo de las ideas y  de las estrategias político-militares, ya que significaba concretar una revolución para cambiarlo todo y  la inconformidad con la propuesta de  reformar un sistema caduco que ya había demostrado durante casi cuatro  siglos su ineficiencia y sus limitaciones para dar el salto al desarrollo y la modernidad que la sociedad cubana exigía.  

 Lo hasta aquí planteado nos permite afirmar que Céspedes no improvisó  la insurrección, al contrario,  estudió y conoció muy bien el contexto latinoamericano y europeo que le tocó vivir y comprendió que a esa situación revolucionaria en España había que sacarle beneficios. Por otra parte, él  leyó  mucho sobre norteamérica, lo que le facilitó vislumbrar que sería muy positivo a la causa de la independencia el reconocimiento de la beligerancia cubana por los países vecinos,   a la par que   concibió un sistema de comisionados y representantes de la República en armas en el exterior cuya función era interconectarse con otros escenarios que  le garantizaran  a los cubanos alzados en la manigua la logística, el apoyo moral  y  el reconocimiento de sus derechos  a la libertad  a través de la prensa , que debía difundir por el mundo las verdades de la guerra de Cuba.

Esto hace evidente que el padre de la patria  supo conjugar todos los resortes políticos e ideológicos de la coyuntura histórica que le tocó vivir y los puso en función de sus planes insurreccionales, demostrando  así su capacidad táctico- estratégica para dirigir la insurrección, la cual pretendía extender a toda la Isla, su frase: “nuestros corceles beberán  agua muy pronto en la orilla del Almendrares[13], refiriéndose al río más caudalosos  de la región occidental, dice mucho de su idea ya preconcebida de invasión.

Un dato interesante y curioso, que reafirma nuestro criterio anterior de cómo Céspedes analizó y utilizó la situación revolucionaria metropolitana, es la exhortación que este hace en 1872 a los miembros del Partido Republicano español, cuando la instauración de la primera república era ya inminente. Céspedes con toda su hidalguía revolucionaria los  convoca a imitar a los republicanos franceses y salvar los principios que habían motivado la revolución gloriosa de septiembre, especialmente los de libertad y fraternidad, dando la independencia a los hijos de su colonia Cuba, a partir de reconocer pública y oficialmente el derecho natural de sus habitantes a la soberanía  y a establecer una república  propia si ellos así lo quieren.

  Céspedes consideraba incoherente enarbolar una república liberal burguesa  en España en tanto esta continuara con  colonias y esclavos en las Antillas.  Por ello también se decidió a reclamar, con la pluma y el machete,  el  derecho de los cubanos a ser libres.

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[1]     Poesía publicada por vez primera en el periódico Prensa. La Habana, 28 de enero de 1852, También en: Carlos Manuel de Céspedes. Vida y Escrito. Tomo I. Compilación de Fernando Portuondo y Hortensia Pichardo. Editorial de Ciencias Sociales. La Habana, 1974. Obsérvese que cuando habla de la religión del trabajo y el ruido se está refiriendo  a las nuevas fabricas, a los que serán los futuros centrales de azúcar, en tal sentido él pretendía modernizar su ingenio y ponerlo al menos a la par de los occidentales.

[2] Fernando Portuondo  y Hortensia Pichardo. (Compiladores). Cartas de Carlos Manuel de Céspedes a su esposa Ana de Quesada. Editado por Comisión Nacional de la Academia de Ciencias de Cuba. Instituto de Historia de la Academia de Ciencias. Editorial Academia. La Habana, 1964. Y  Fernando Portuondo y Hortensia Pichardo  Carlos Manuel de Céspedes. Vida y Escrito. 2 Tomos. Compilación de Editorial de Ciencias Sociales. La Habana, 1974.

[3] Leal Spengler, Eusebio. Carlos Manuel de Céspedes. El Diario Perdido. Publimex. S.A. La Habana, 1992.

[4] Fernando Portuondo y Hortensia Pichardo. Carlos Manuel de Céspedes. Escritos. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1982. Tomo I, p. 101. De los mismos autores: Dos fechas históricas: El 10 de octubre de 1868 y el 24 de febrero de 1895. Ciencias Sociales, La Habana, 1895.

[5] Eusebio Leal Spengler. Carlos Manuel de Céspedes. El Diario Perdido. Publimex. S.A. La Habana, 1992. p.2. Tomado del Prólogo que hace a este libro la historiadora y biógrafa de Céspedes Hortensia Pichardo.

[6] Ídem.

[7] Poesía publicada por vez primera en el Periódico Prensa. La Habana, 28 de Enero de 1852, También en: Carlos Manuel de Céspedes. Vida y Escrito. Tomo I.  Compilación de Fernando Portuondo y Hortensia Pichardo. Editorial Ciencias Sociales. La Habana,1974

[8] Jorge Ibarra Cuesta. Patria, etnia y nación. Editorial de Ciencias Sociales, 2007. Página 81.

[9] Archivo Academia Española de Historia de España.  Fondo; Isabel II. Legajo X, N. 23(1). Carta # 621, reservada.

[10] Ídem.

[11] Archivo Academia Española de Historia de España.  Fondo; Isabel II. Legajo X, N. 23(1). Carta # 621, reservada.

[12] Fernando Portuondo y Hortensia Pichardo. Carlos Manuel de Céspedes. Escritos. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1982. Tomo I, p. 101. De los mismos autores: Dos fechas históricas: El 10 de octubre de 1868 y el 24 de febrero de 1895. Ciencias Sociales, La Habana, 1895.

[13] Fernando Portuondo y Hortensia Pichardo. Carlos Manuel de Céspedes. Escritos. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1982. Tomo I, p. 101. De los mismos autores: Dos fechas históricas: El 10 de octubre de 1868 y el 24 de febrero de 1895. Ciencias Sociales, La Habana, 1895.


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