Aclaraciones a “La Protesta de Baraguá”

por Enrique Collazo

Un documento Interesante

Entre enero y abril de 1889 la Revista Cubana, que dirigía en La Habana Enrique José Varona, publicó un extenso trabajo titulado “La Guerra en Cuba en 1878. La Protesta de Baraguá”. El trabajo, que no llevaba firma, ha sido atribuido a la pluma de Fernando Figueredo.

Enrique Collazo Tejada*, participante en muchos de los acontecimientos expuestos en el trabajo mencionado consideró necesario hacer algunas puntualizaciones. Con tal propósito, redactó un artículo que apareció, también en la Revista Cubana, en su número de mayo de 1889, bajo el rubro de “La Guerra en Cuba. Aclaraciones a La Protesta de Baraguá”. Este artículo, que sepamos, constituyó el primero que publicó de su extensa obra. Una transcripción del mismo aparece a continuación y será publicado como apéndice en la biografía de Enrique Collazo que se encuentra actualmente en preparación. 

Dado el interés que consideramos tiene hemos decidido adelantar su difusión publicándolo en la página web de nuestra Academia de la Historia de Cuba.

Gustavo Placer Cervera
Dr. en Ciencias Históricas
Miembro de Número de la Academia de la Historia

**La Guerra de Cuba en 1878

Aclaraciones a “La Protesta de Baraguá”

He creido notar en la interesante y verídica narración titulada La Protesta de Baraguá, tres puntos oscuros, en mi humilde opinión, que debo esclarecer por mi participación en aquellos sucesos. Es el primero el estado de la Revolución en Oriente, Camagüey y Villas; el segundo las causas y efectos de la capitulación del Camagüey y los compromisos de los capitulados; y el tercero la conducta del general Vicente García.

El estado de Oriente lo componían los territorios de Bayamo, Holguín y Cuba, o sea la región comprendida entre la Punta de Maisí y el río Jobabo. Camagüey estaba limitado por los ríos Cascorro y Sevilla y la Trocha del Júcaro a Morón. El territorio intermedio de las Tunas, tan pronto estaba anexo a Oriente como a Camagüey, según el destino que desempeñase el general Vicente García. Las Villas se extendían desde la Trocha hasta Occidente. Las fuerzas que operaban en Oriente estaban subdivididas en Holguín, Cuba y Baracoa, y Bayamo, estando las primeras a las órdenes del general Antonio Maceo y las de Bayamo a las órdenes del general Modesto Díaz. El espíritu de las fuerzas de Bayamo había decaído desde las conferencias y comisión del coronel Bello; la disciplina era un mito, la idea de la paz había tomado incremento, en los llanos sólo quedaban algunas guerrillas, esperando el grueso de las fuerzas el desenlace de los sucesos, encastillados en la Sierra Maestra. Más desastroso era el estado de las fuerzas de Holguín: su jefe, el brigadier Arcadio Leyte Vidal, con dos o tres oficiales y un puñado de soldados, erraba perseguido por el teniente coronel Limbano Sánchez, secretario del general Vicente García, y por las fuerzas del cantón creado por el diputado José E. Collado, en connivencias con el Gobierno. Una gran parte de esta fuerza hizo la paz antes de efectuarse la capitulación. En la División de Cuba el espíritu permanecía inquebrantable; no había más aspiración que la independencia, pero no por eso era próspera su situación. Las fuerzas tenían que buscar los bosques más inaccesibles donde  se batían heróicamente, habiendo tenido que retirar del llano la caballería, reducida a unos cuantos soldados agrupados en torno a su jefe José María Rodríguez; las líneas telegráficas funcionaban sin obstáculos desde Cuba a Mayarí, y el brigadier Polavieja había plantado su campamento en los montes de Piloto. La constancia y fortaleza de aquellas fuerzas en situación tan azarosa, demuestra el valor, sobriedad abnegación de sus soldados. Por las condiciones especiales del terreno y de sus habitantes,  Oriente será siempre la cuna y el último baluarte de las Revoluciones en Cuba, como Camagüey es el predestinado a imprimirles forma y fuerza.

Las fuerzas de las Tunas, desorganizadas desde la partida del general Vicente García para Las Villas, y reorganizadas a su regreso volvieron a batirse como antes, pero limitándose a defender sus rancherías, sometidos a la ciega obediencia a un hombre que, como ellas, fue sempre el ejemplo vivo del desorden y la indisciplina.

En Las Villas, las fuerzas habían perdido toda noción de disciplina desde la salida del general Máximo Gómez, y quebrantadas por la ruda campaña del general Martínez Campos, minado el Gobierno por los trabajos de tres o cuatro ambiciosos vulgares, habían intentado, antes de que capitulase Camagüey, enviar al teniente coronel Incháustegui a que conferenciase con los españoles, habiéndose dado vivas a España por insurrectos villareños en el campamento del brigadier Ochando.

El estado del Camagüey, antes de la capitulación era el siguiente: los regimientos de Bonilla y Caonao, así como el de caballería de Agramonte, todos en deserción por los manejos del general Vicente García, reducidos a unos cuantos oficiales agrupados en torno a sus jefes; el regimiento de caballería Camagüey se había casi disuelto después de la muerte de su jefe el valeroso José María Sorí, quedando sólo el regimiento de infantería Jacinto, a las órdenes del coronel Gonzalo Moreno. Al capitular, apenas había en todo el territorio camagüeyano 200 hombres en activo servicio.

La primera vez que se habló de paz fue a la llegada del que se dijo obispo de Haití, el americano Mr. Pope. Unicamente los que componían la Cámara podrían decir cual fue la misión de este personaje, pues sólo habló con ellos, sin que trascendiese nada a los militares.

La segunda vez fue cuando se acercó al Gobierno la célebre Comisión que componían Varona, Bello y Santiestéban. Entonces se hizo el último esfuerzo por salvar la Revolución; había un recurso de que echar mano, el decreto de Spotorno, y el buen espíritu del ejército apeló a él. La muerte de los comisionados contuvo a los que laboraban por la paz; pero la actitud que entonces asumieron algunos era claro presagio de la que asumirían después.

Comprendieron los que anhelaban la paz, que mientras existiese una ley que castigaba con la muerte a los que se hiciesen portadores de proposiciones que no estvieran basadas en la Independencia, no podrían  realizar su anhelo. La Cámara no tardó en anular el patriótico decreto, dejando expedito el camino para entrar en transacciones con el enemigo. Los que firmaron la anulación del decreto de Spotorno, son los verdaderos responsables de la paz. Poco después celebró la Cámara sus dos históricas sesiones, en la Loma de Sevilla, y de allí salió el teniente coronel A. D. Estrada para Santa Cruz, llevando pliegos cerrados del diputado Salvador Cisneros, para el teniente coronel Estéban D. de Estrada, prisionero de los españoles.             

El 28 de Diciembre de 1877, hallándose acampado el brigadier Benítez, jefe de la División de Camagüey, en los montes del Zorral, a orillas del río Sevlla, con unos veinte hombres y sus ayudantes, se supo que iba hacia el campamento una Comisión con el teniente coronel Esteban Duque de Estrada, que traía bandera blanca y que las tropas no le hacían fuego. El día 2 de enero de 1878, llegaba la Comisión custodiada por fuerzas del regimiento Jacinto, y escoltada por los diputados Luis Victoriano y Federico Betancourt, Francisco Sánchez y Antonio Aguilar. Cuando Duque de Estrada dio cuenta de su misión al brigadier, este repuso:

-Yo no puedo recibir esas proposiciones, usted las entregará al consejo de guerra que mandaré a formar en este mismo momento.

-Está usted equivocado, brigadier, añadió Duque de Estrada. He venido aquí escudado por un decreto de la Cámara, que usted desconoce.

Fue entonces cuando tuvimos conocimiento de la revocación del decreto de Spotorno. El brigadier Benítez, sin elementos de fuerza para imponerse, se limitó a detener a Duque de Estrada hasta que llegase el general Vicente García, que acababa de ser elegido Presidente de la República, y al que envió un correo informándole de lo que ocurría. Como la dificultad en las comunicaciones dilataba la llegada del Presidente, y como los comisionados apremiasen a Benítez, este convocó a una junta de jefes, a la que asistieron los mencionados diputados, exponiendo que ni podía dejar en libertad a Duque de Estrada, ni aceptar la suspensión de hostilidades. Pero el diputado Salvador Cisneros le interrumpió, diciendo:

-Acepte usted la suspensión de hostilidades, que yo asumo la responsabilidad como Presidente de la Cámara.

El día 9 salía una Comisión para el campamento del general Cassola y se ampliaba la suspensión de hostilidades, llegando al campamento el general Gómez, Roa y diputado Spotorno, a quienes se había dado aviso por el brigadier Benítez, como también a ls brigadieres Rafael Rodríguez y Manuel Suárez.

El teniente coronel Esteban Duque de Estrada fue el portador de las proposiciones que luego se aceptaron por ligeras variantes pero es de justicia consignar que su buena fe le hizo aceptar ajenas responsabilidades, viniendo a ser a la postre la víctima de los que no tuvieron valor de sus actos, porque es lo cierto que la paz estaba fraguada por los que fueron a buscarlo a Santa Cruz, sin que el tuviera en ella la colaboración más indirecta. Sirvan estas líneas de vindicación a la memoria del que fue un hombre bueno, un cubano excelente.

Viendo el brigadier Benítez el estado de las fuerzas de su mando, envió a Oriente dos jefes con orden de referir lo sucedido al general Maceo, y traer refuerzos. Los comisionados partieron el 15 de Enero y regresaron el 2 de Febrero. Habían recorrido la parte Sur de la jurisdicción de las Tunas hasta Río Abajo, siguiendo por el río Salado en Bayamo, pasando por las Dos Bocas a Cuba, costeando el Cauto hasta el Júcaro, yendo de Tacámara a Baraguá y Mejía, de San Francisco, atravesando la jurisdicción de Holguín, al Mijial y los Moscones, volviendo por las Tunas, sin que hallasen en tan largo trayecto fuerza ni gente que por allí viviese, lo que dará una idea del estado del país.

El dia 5 de Febrero llegaba al campamento de la Calilla el general Vicente García. El brigadier Benítez, que lo aguardaba en las avanzadas, le hizo fidelísima reseña de todo lo acaecido, advirtiéndole que no acampara sus fuerzas junto a las del Camagüey, sino que las mantuviera separadas para ir atrayendo a los que aún querían la guerra, pues contaba con algunos jefes y oficiales que deseaban continuar. El general García escuchó con su peculiar pachorra, y dio la orden de marcha. Poco después sabíamos que traía las proposiciones que el general Prendergast había entregado a los comisionados diputado Pérez Trujillo y coronel Fonseca, que por su orden habían conferenciado con el jefe español en Rompe, y que había hecho la marcha por zona neutral indicada por el general Martínez Campos.

El día 7 salió el general García a celebrar una entrevista con el general Campos en el Chorrillo. Volvió de noche y se supo que había hecho proposiciones de paz al general Campos, por lo cual, al dar cuenta a la Cámara, le hizo severos cargos el diputado Spotorno por no haber correspondido a las instrucciones que recibiera. 

El día 8 llamó el general García al Dr. Emilio Luaces, brigadier Rafael Rodríguez y coronel Gonzalo Moreno para que le prestasen ayuda. Había hecho proposiciones de paz al general Martínez Campos, las cuales le negaba la Cámara, y para resolver las dificultades pedíales que convocasen bajo-bajo una junta de jefes y oficiales para proceder a lo que hubiera lugar. No tardó mucho en presentarse a la Cámara una exposición firmada por las fuerzas allí acampadas, figurando entre éstos el jefe que trajo de las Tunas al frente de sus fuerzas el general García. Precisamente era esto lo que se esperaba. La Cámara quería la paz a toda costa, y trabajó por ella francamente desde la reunión de la Loma de Sevilla, pero como quería eludir la responsabilidad, aprovechó la ocasión que le presentaba la exposición para disolverse, dejando huérfano de Gobierno en tan críticos momentos al pueblo en armas. De este modo dejaba hecha la paz, dejando que otros le dieran forma y se hiciesen solidarios de una obra que, lo repetimos, no tiene ante la historia más editor responsable que la infausta Cámara.

Se procedió a votar por la paz o la guerra: a la fuerza formada se le explicó con claridad, diciéndole que el que quisiera la guerra diese un paso al frente, pero nadie se adelantó: a los jefes y oficiales se les pidió el voto por escrito, tomándolos el brigadier Rodríguez; sólo tres votaron por la guerra, entre ellos el brigadier Benítez que dijo: “Rómpanse mañana las hostilidades”. Se procedió enseguida al nombramiento de un Comité que asumiera la representación del pueblo, y resultaron electos el Dr. Emilio Luaces, los brigadieres Rafael Rodríguez y Manuel Suárez, los diputados Spotorno y Ramón Pérez Trujillo, el teniente coronel Ramón Roa y el comandante Enrique Collazo. Es de advertir que ninguno de los que componían el Comité había tomado parte en los sucesos anteriores, pues Luaces, Spotorno y Roa, se hallaban entonces en Najasa; Rafael Rodríguez y Manuel Suárez en Caonao; Pérez Trujillo en las Tunas, y Collazo votó por la guerra. Hallaron hecha la paz y le dieron forma.

Constituido el Comité, designó a Spotorno y Luaces para que celebrasen una entrevista con el general García, el que manifestó estar de perfecto acuerdo con lo que deseaba el Comité, pidiendo se le permitiese pasar a las Tunas, de donde regresaría el día 25, es decir, tres días antes de la capitulación. Después se nombró otra delegación para que discutiera con el general Martínez Campos las proposiciones, delegación compuesta del Dr. Luaces y teniente coronel Roa, quedando acordada la paz el 10 de Febrero.

Un grupo de jefes y oficiales comisionó al teniente coronel Salvador Rosado para que consultase al general Vicente García sobre la resistencia. “Mi opinión –dijo García- es que todo está perdido, nada resta por hacer. Pienso ver a mis hermanas que están en Camagüey y marcharé después al extranjero”.

Terminadas las negociaciones de paz, el Comité nombró dos comisiones: una para las Villas y la otra para Oriente. Componían la primera Pérez Trujillo, E. Mola y Marcos García, y la segunda Rafael Rodríguez y Enrique Collazo, acompañádolos el general Máximo Gómez. Las instrucciones dadas a los comisionados erán estas: Dar a conocer lo acaecido en Camagüey; las condiciones en que se había hecho la paz, que en nada obligaba a las otras fuerzas pudiendo aceptarla los que lo tuvieran por conveniente; no influir de manera alguna sobre los que aún combaten en ambos territorios. El pasaporte expedido por el general Martínez Campos a uno de los comisionados dará idea del carácter de la Delegación. Helo aquí:

“Pasa al Departamento Oriental, debiendo ser embarcado, por cuenta del Estado, con las personas que le acompañen y caballos que lleven, el comandante cubano D. Enrique Collazo, con el objeto de desempeñar una comisión del actual Gobierno cubano. Las autoridades todas le facilitarán prácticos, escoltas, caballos y recursos que necesiten, dándoles papeletas de embarque tanto en el viaje de ida como en el de regreso sin marcarles itinerario. Sirviendo este pasaporte hasta fines de Marzo.-Campamento del Zanjón, Febrero10 de 1878.-Vtº Bnº,- A. Martínez de Campos.- El General, Jefe de E.M., Luis Prendergast.   

Como el narrador de La Protesta de Baraguá, al referir la entrevista de la Comisión de Oriente con el general Maceo, pone en boca de los comisionados conceptos erróneos, diré que al llegar al campamento de Maceo, en Piloto, estaban presentes los tenientes coroneles Lacret y Pacheco y no cito al Dr. Figueredo porque como dice muy bien el citado narrador, aunque se hallaba en el mismo campamento no pudo oir lo que digimos por encontrarse en otro grupo. Después de tomar asiento, peguntó el general Maceo:

-¿Con qué carácter vienen ustedes?

- Con ninguno, respondimos. Vinimos como compañeros a cumplir el último deber; a que sepan por nosotros lo sucedido y puedan resolver con conocimiento de causa. Las fuerzas del Camagüey han capitulado; entre esos papeles, están las condiciones y copias de las comunicaciones que han mediado entre los generales Jovellar y Martínez Campos y el Comité; leánlos y habremos terminado.

No añadimos palabra. Cuando nos pusimos en pie para retirarnos, el general Maceo nos invitó a que fuéramos al rancho donde tenía su familia, donde permanecimos hasta el día siguiente en que volvimos al campamento de Miranda, de regreso para el Camagüey.

Mientras estábamos en Piloto llegaron los capitanes Luciano Moreno y Luis Daymier, comisionados por el general Vicente García, para que Maceo nos condenara como reos de alta traición, como refiere minuciosamente el verídico narrador de La Protesta de Baraguá. El general Vicente García, Presidente de la República, que había presenciado y autorizado lo acaecido en Camagüey, que había hecho personalmente proposiciones de paz al general Martínez Campos, que con fuerzas suficientes no intentó nada para oponerse a las corrientes de paz, cual era su deber como cubano y como jefe de la República; que siempre representó la discordia en la guerra; el insurrecto de Las Lagunas de Varona, el que detuvo al contingente Oriental que iba a Las Villas al mando del teniente coronel Felix Francisco Borrero; el que burló las órdenes del Gobierno y en vez de tomar el Cuerpo de Ejército de las Villas, prefirió sublevarse en Santa Rita el 11 de mayo de 1877, haciendo desertar las fuerzas de Camagüey en el momento en que empezaba sus operaciones el general Martínez Campos; el que siempre sacrificó los intereses de la patria a sus miras personales, enviaba comisionados a Oriente pidiendo nuestra muerte y oscureciendo nuestra conducta! A la infamia se unió la calumnia, acogida con fruición por muchos para cubrir con nuestras personalidades sus delitos y prevaricaciones. Los años transcurridos han dado a conocer a fiscales y acusados por eso huelgan rectificaciones y protestas.

El estado de la Revolución no podía ser más doloroso en todo el territoro. Agotados los recursos, sin esperanzas en la emigración, el pueblo cubano, sordo durante diez años a nuestros gritos de gloria o agonía, veía impasible morir la Revolución ahogada en la sangre de sus mártires. Moría, si, pero después de haber llevado el heroismo y la abnegación hasta el prodigio. Cuando el ejército cubano llegó a su maximum, no excedió de 8,000 hombres; cómparese esta cifra con la abrumadora que alcanzaba el ejército español. El ejército cubano combatía con los elementos de guerra que arrebataba al contrario en la lucha, su arsenal estaba en el ejército enemigo.

Enrique Collazo

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*Enrique Collazo Tejada (1848-1921). General de Brigada del Ejército Libertador de Cuba. Fue participante en la Guerra de los Diez Años y en la de 1895-1898. Tiene una extensa obra como historiador y como periodista. Fue miembro fundador de la Academia de la Historia de Cuba en 1912.

**Publicado en Revista Cubana, La Habana, mayo de 1889. Tomo IX, pp. 425-433. Se ha respetado, en todo lo posible, la ortografía y puntuación originales.


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