De 1809 al 1814
Los años comprendidos entre 1809 y el 1814 están caracterizados en España por la reversión de las posibilidades de que las armas hispanas, después del triunfo de Bailén, pudieran darle de inmediato un vuelco definitivo al escenario de la guerra. La entrada a finales de 1808 de la “Grand Armee” de Napoleón, significó no solo la recuperación de Madrid por parte de los galos, sino la extensión de su área de acción hasta la propia Andalucía, restringiendo el dominio español a Cádiz y muy especialmente a la Isla de León, donde se instauró la Regencia, en sustitución de la Junta Central, y se libró la convocatoria a Cortes.
El alejamiento de la opción de un rápido retorno del rey Fernando VII al trono, incrementó en Hispanoamérica las contradicciones que significaba la pérdida de la autoridad sobre la cual descansaba la soberanía española. Ello implicó que el movimiento juntista, apenas esbozado en 1808 y rápidamente derrotado, asumiera una nueva fuerza en los años siguientes. En 1809, se extendió, igualmente sin éxito, al Alto Perú (actual Bolivia) y a Quito; para alcanzar, en 1810, una de sus cotas más abarcadoras en Caracas, Cartagena de Indias, Buenos Aires, Santa Fe de Bogotá, Quito, Santiago de Chile y la Nueva España; y en 1811, sus primeras manifestaciones explícitamente independentistas: en Caracas y Cartagena.
Pudiera considerarse una paradoja que el territorio en que primero se juró a Fernando VII, no pretendiera, como si ocurrió en el resto de la Tierra Firme y la Nueva España, nuevas acciones para desplazar la autoridad real a juntas expresamente creadas con ese objetivo. Máxime cuando la situación en la Isla se tornaba cada día más compleja y crítica. Al añadirse al embargo aplicado por la Unión americana desde 1806, el virtual cierre de los puertos hispanos, una vez que estos fueron ocupados por la nueva oleada invasora de las fuerzas napoleónicas. Lo que provocó, la ruina de varias casas y la demolición de muchas fincas por no poder cubrir los gastos de sus dotaciones .
Por si fuera poco, el elemento básico para la sobrevivencia de la plantación, la continuidad de la entrada de esclavos africanos, no se manifestaba en la misma proporción de lo alcanzado con anterioridad. Así por lo menos lo expresaba Arango y Parreño, quien en un Informe a la Junta del Real Consulado, se lamentaba de la gradual disminución de la trata, al ser los portugueses los únicos extranjeros en aptitud de comerciar esclavos, por lo que se pronunciaba por “dirigirnos nosotros mismos al alcance de este fin”. Situación a la que se sumaba, las gestiones de Francia, Haití y la Unión Americana por incitar un proceso separatista en la Isla, dada las ventajas estratégicas que suponía su favorable situación geográfica, el carácter más pronunciado en su territorio de los problemas comerciales, y las dificultades confrontadas para llevar adelante su empeño de propiciar una economía de plantación.
Prueba de esta situación, fue la presencia en La Habana, al menos desde 1809, de agentes de la Unión norteamericana que tenían el encargo de contactar con elementos desafectos a los que intimidarían para sublevarse con vista a una posible anexión. Uno de esos primeros agentes lo fue James Wilkinson, quien realizó igual labor en México. Wilkinson fue el último de los agentes enviados por Thomas Jefferson antes de culminar su mandato presidencial. Su sucesor, James Madison, de su misma tendencia, siguió esta política, de lo que se tiene noticias a través de la labor del agente William Shaller, quien designado cónsul y agente confidencial de la Unión en Cuba, le informaba de la existencia en 1811 de un fermento revolucionario extendido al punto de poderse vaticinar una revolución completa que reemplazaría a Someruelos por un gobierno conformado por el Real Consulado . En 1812, luego de la discusión en Cortes de un proyecto para la abolición de la trata y la esclavitud en los dominios españoles, se tienen noticias de haberse llevado a efecto una importante reunión entre Shaller y el tesorero de la Real Hacienda, José Arango y del Castillo, primo de Arango y Parreño.
El territorio norteamericano fue, asimismo, lugar apropiado para alentar acciones que tuvieran como destino final la isla de Cuba. Uno de los casos más sonados, fue del antiguo diputado de Santo Domingo a las Cortes de Cádiz (1811), José Álvarez Toledo, quien en entrevista con el Secretario de Estado norteamericano James Monroe, le comunicaba sobre un supuesto plan inglés para apoderarse de Cuba, Santo Domingo y Puerto Rico, con la anuencia de España. Información de especial connotación estratégica, en momentos que se avecinaba una guerra entre la Unión y la Gran Bretaña, como en definitiva ocurrió. Las gestiones de Álvarez Toledo, fueron debidamente consignadas por el Ministro español en los Estados Unidos, Juan de Onís González Vara y López, quien alertaba que el referido exdiputado tenía estrechas relaciones en el territorio de la Unión, donde había llegado por Filadelfia después de haber huido de España por algún delito . De este personaje conocemos, que estuvo vinculado al promotor del Grito de Dolores en México, Miguel Hidalgo, a través de su delegado en vida, Bernardo Gutiérrez de Lara.
No menos importante fue la utilización por agentes franceses bonapartistas del territorio norteamericano. De ello había informado en su momento el propio Onís, al plantear que un número cuantioso de ellos habían llegado a Baltimore en el barco Tilsit, y que el jefe de la expedición lo era José Desmolard, quien viajaba con suficientes proclamas de José Bonaparte y del propio rey Fernando VII, para ser distribuidas con funciones propagandísticas entre las posesiones españolas. Los informantes de Onís, le habían asegurado que los bonapartistas empezarían su recorrido por La Habana, donde los mismos franceses aseguraban tener muchos partidarios .
De mayor alarma aún para los sectores dominantes de la Isla, eran las acciones que se desprendían de la influencia de la revolucionaria Haití y de sus generales, en especial de los que habían luchado con el apoyo de las autoridades españolas de la otra parte de la Isla, los que en 1795, al cederse esa parte del territorio a los franceses por el Tratado de Basilea, se les dio protección. Esta influencia se hizo presente bien temprano en la mayor de las Antillas, cuando en 1795 – según ya se hizo referencia- se sublevó el cabildo de “Shangó Teddun”, del cual era su guía el carpintero ebanista negro José Antonio Aponte, quien, en 1796, se entrevistó con los generales haitianos Gil Narciso y Jean Francois cuando la embarcación que los trasladaba hacia España realizó una pequeña escala en el puerto en su viaje de tránsito y obtuvo, por ellos, información directa de lo sucedido en el Guarico.
Para mayor alarma del grupo plantador, existían vínculos entre algunos de sus mismos miembros y de los pertenecientes a los sectores medios de población, como fueron los casos de Román de la Luz, Luís Francisco Bassave y Cárdenas y del abogado bayamés Joaquín Infante, con integrantes de las milicias de pardos y morenos, capaces de movilizar a su favor a grupos de esclavos de la ciudad y de las dotaciones de la zona rural. Una primera inconformidad de estos exponentes del grupo plantador y de los sectores medios databa de octubre de 1810, cuando presentaron un Memorial de protesta ante el Ayuntamiento, contra la medida de Someruelos de prohibir el comercio con la Unión norteamericana, como parte de su estrategia de regular el tráfico mercantil de Cuba en el ámbito internacional.
Estos inconformes fueron los propiciadores de un proyecto de revolución en el cual estaban implicados algunos francmasones de La Habana , y de los cuales tuvo rápida información el Capitán General Someruelos, debido a una delación; lo que originó la acelerada detención de los principales encartados y el inicio de un sonado proceso judicial. En la causa, se identificó a muchos de los comprometidos en la intentona y se acusaba directamente a Bassave de convocar y excitar “a los negros y mulatos y a la hez del pueblo sublevarse” ; argumento de que se hacía uso en el sumario para incrementar los cargos contra Román de la Luz, pues “sabiendo este las gestiones de Bassave procurase acalorarlo contando con fuerzas que se iba adquiriendo en el populacho para atraérsele a la oportunidad”.
La sentencia final, aprobada el 5 de noviembre de 1810, condenaba a presidio, para cumplir la condena en España y África, a Román de la Luz y Luís Bassave, así como a los negros libres: sargento Ramón Espinosa y Juan González; cabo Buenaventura Cervantes y soldado Carlos de Flores, del Batallón de Morenos; y los esclavos Juan Ignacio González, y Laureano . Entre los complotados se encontraba, asimismo, José Antonio Aponte, quien se evadió de las investigaciones. Aponte se encargaría de propiciar en 1812 una de las conspiraciones más importantes de las libradas en la isla, valiéndose de los contactos establecidos desde 1811 entre integrantes de los sectores medios blancos y los negros y mulatos libres, así como de los esclavos, liderados ahora por uno de los de su raza.
Todo parece indicar, según se ha encargado de investigar el historiador cubano José Luciano Franco, que Aponte aprovechó el arribo transitorio al puerto de La Habana, en diciembre de 1811, de los generales negros Gil Narciso y Jean Francois –con los que ya se había reunido en 1796- para obtener su compromiso de participar en una rebelión que se encargaría de propiciar en 1812. La capacidad organizativa de Aponte ha sido destacada por más de un especialista. La red de la conspiración incluía acciones en toda la Isla. En la zona oriental, el comprometido con la intentona era Hilario Herrera, alias el inglés, quien sería el encargado sublevar las dotaciones de las haciendas de Puerto Príncipe (actual Camagüey) y Bayamo, apoderándose de ambas ciudades.
Fue precisamente de las ramificaciones de la zona oriental de la Isla, de las que obtuvo más rápida información Someruelos. A principios de marzo de 1812 el Capitán General disponía de informes completos de haberse abortado una conspiración, que tenía implicaciones para Puerto Príncipe, Bayamo, Jigüaní y Holguín. A pesar de su éxito inicial, Someruelos aún desconocía, para esa fecha, la envergadura total de la conspiración y el conjunto de los territorios implicados, y que su centro operativo se encontraba en La Habana, donde el plan contemplaba la quema de la zona de extramuros, para alcanzar, con la distracción que ello provocaría, la ocupación de los cuarteles de Artillería y Dragones, además del Castillo de Atarés. La operación estaba debidamente coordinada, y el aviso inicial para comenzar el desencadenamiento gradual de los hechos, sería la salida de casa de Aponte del estandarte blanco de la Virgen de los Remedios, que tenía a su cuidado.
Al Capitán General le sorprendió la sublevación de los esclavos que en Peñas Altas, en la zona de Guanabo, al este de Provincia Habana, propiciaron Juan Berbier, Juan Bautista Lisundia y Francisco Javier Pacheco, a mediados de marzo. No obstante, el resultado inicial no tuvo mayores consecuencias cuando fracasaron al tratar de tomar el ingenio Trinidad, en la cercanía de la zona elegida. El 19 de marzo, las autoridades tuvieron información sobre unas reuniones sospechosa que realizaba uno de los implicados en la sublevación en La Habana, delación que originó la intervención del asesor general de Someruelos, Leonardo del Monte, quien a partir de la información brindada ordenó el arresto de Aponte, encontrándose en su casa un retrato de Henry Christopher, emperador de Haití, en que aparecía con su vistoso traje de ceremonia .
El incremento de la participación de agentes de las potencias extranjeras en Cuba, más el acrecentamiento de la influencia de los exponentes de la Revolución haitiana, en momentos que los franceses casi ocupaban literalmente todo el territorio español, ponían en situación bien comprometida a los exponentes del grupo plantador y muy especialmente a su ideólogo y guía Francisco de Arango y Parreño, quien encontraba desde 1808 grandes dificultades, con el descabezamiento de la monarquía, para llevar a efecto los lineamientos que para aplicar el referido pacto había trazado él mismo desde 1792 en su “Discurso de la Agricultura….”.
Situación aún más comprometida al ser los representantes del poder del rey en España, exponentes de diferentes sectores sociales, entre los que tenían gran influencia los gaditanos, interesados en llevar adelante medidas de corte exclusivista para su beneficio. No obstante, el mismo progreso del movimiento juntista en América y los descalabros militares en España, llevó a los miembros de la Regencia a buscar la presencia de los americanos en las Cortes como la vía más expedita para alcanzar su apoyo y recursos, además de tratar detener los afanes escisionistas que ya se vislumbraban en Hispanoamérica.
El período que ahora abordamos (1809 – 1814) puede considerarse uno de los más significativos en la expresión de los lineamientos ideológicos y políticos que distinguirán bajo el rótulo de reformismo las posiciones del grupo plantador. Ya desde 1808, ante la necesidad de asumir una posición ante la ausencia del rey y la posibilidad de establecer una Junta de Notables que sustituyera momentáneamente sus poderes, Arango establecía algunos de los lineamientos del reformismo: el de que al ser incierta la situación era necesario precaverse de la fatal trascendencia de los riesgos exteriores y del peligroso contacto de sus convulsiones internas que pudieran ser más temibles en el país que en ninguna otra parte (subrayado del autor A.S); por lo que se pronunció, en aquellas circunstancias, seguir sin novedad con las mismas autoridades.
Una adecuación de los mismos principios a las condiciones surgidas a partir de 1809 con la creación del Consejo de Regencia y de la convocatoria a Cortes, la asume Arango cuando se le encarga, en compañía de otras dos personas, definir las Instrucciones que en nombre del municipio se le darían a Andrés de Jáuregui, para su desempeño en las Cortes. Entre las dudas que planteaba, en plena defensa de la representatividad de los territorios americanos, estaba la de si se puede suponer que el delegado habanero podía llevar con su voto el verdadero consentimiento público, aún cuando se lograra el voto unánime de los 28 diputados americanos . Aunque Arango no da respuesta a la interrogante lanzada, está claro que esta resultaba negativa, pues la proporción de esos 28 diputados americanos era muy inferior en número a la de los elegidos por los ayuntamientos de la península. Precisamente este asunto fue uno de los pocos en que la representación americana fue unánime en el debate de las Cortes, y resulta una muestra de la clara tendencia a la autonomía del reformismo insular, presente y expresado por Arango con antelación a los debates de 1812, desde septiembre de 1810.
La dualidad de considerar, por un lado, que el voto de los americanos no pudiera otorgar la representatividad de América en los debates, y que los delegados llegarían a los Cortes tardíamente, cuando ya se habría discutido y votado temáticas de la mayor envergadura como la de los medios para sostener la guerra, el modelo de gobernar la nación mientras durara el cautiverio de Fernando VII, la conducta a seguir ante la malignidad de Napoleón, y las reglas para las deliberaciones; y de consignar, por otro, que aún con estos inconvenientes no se debía desconocer la obediencia y gratitud que se debe al Cuerpo Soberano que le ha honrado con la facultad de elegir, ni empañar el eminente mérito alcanzado por La Habana al haber clamado en su momento la fundación de la Junta Central . Es muestra de uno de los principios básicos del reformismo insular: el de ser capaz de asumir posiciones propias y avanzadas en el campo institucional y económico, sobre la base de una supeditación política a las autoridades que detentasen el poder de la monarquía.
Una consideración orgánica sobre este proceder solo lo obtendremos de Arango en momentos excepcionales de gran tirantez, cuando las autoridades coloniales desconocieron algunos de los fundamentos del pacto colonial, como ocurrió al discutirse en Cortes la continuidad de la trata y la esclavitud. Ello se hizo al tratarse por segunda ocasión este tema luego de ser desestimada su ventilación en público en las sesiones del 26 de marzo, a partir de la intervención del diputado habanero Andrés de Jáuregui, quien señaló ser inoportuno y aún un desacierto sacar a plaza una materia que había de afectar a tantos intereses. El que esta materia volviera a tratarse el 2 de abril, luego de haber sido desestimada con anterioridad, motivó el escrito de Arango titulado “Representación de la ciudad de la Habana a las cortes con motivo de las proposiciones hechas por Don José Miguel Guridi Alcocer y Don Agustín Arguelles sobre el tráfico y esclavitud…”, donde señaló –dadas las circunstancias- que le fuera lícito hablar con franqueza, y expresar su amargura y sus sentimientos con el temple y colorido que tiene su corazón . Para el historiador hispano Jacobo de la Pezuela, la valides de este escrito fue tal que “no hay recuerdo de otro (...) que obtuviera un resultado más pronto, cabal y duradero” .
El responder a la argumentación propiciada tanto por Argüelles como por Guridi Alcocer, llevó a Arango a establecer el análisis de cómo es posible que la administración que ahora se plantea opuesta a la entrada de esclavos fuera la misma que impedía a la Isla traer blancos, o sea que ahora iba a prohibir lo uno –el comercio de esclavos- y no proveía lo otro –la inmigración blanca. (..) “Antes, Señor, es pensar en la esclavitud política de estas regiones que en la esclavitud civil; antes en los españoles que en los africanos (...); antes a nuestra muerta y corrompida administración pública en todos ramos (subrayado A.S), que ir a aumentar sus riesgos y sus cuidados; antes deslindar la esencia y atribuciones del Gobierno nacional y provincial, que empezar la curación de males que no sea urgentes o capitales . Consideraciones en general, que, en otra parte de este escrito, vincula a que “todo nace de no haber tenido un gobierno provincial, combinado por la prudencia conforme a las circunstancias” . Aquí aparece por primera vez expresado lo que será una de los postulados básicos del reformismo insular, el de abogar por la autonomía, por el gobierno provincial, cuando las autoridades desconociesen aspectos esenciales del pacto colonial con el que anteriormente la Monarquía se había comprometido.
Es terreno común el acusar al reformismo -aún el de esta primera etapa- de no ser portador de posiciones favorables al interés americano considerado por encima del de España. Pero sucede que en este documento late un aliento que presagia la primacía que en definitiva buscaba alcanzarse como colofón de la vía emprendida. Y ante las limitaciones que significaba el carecer de lo que en otros territorios existía para su engrandecimiento, plantea enfáticamente: “Vemos crecer –no a palmos, sino a toesas- en el septentrión de este mundo, un coloso que se ha hecho de todas castas y lenguas y que amenaza ya tragarse, si no a nuestra América entera, al menos la parte del norte; y en vez de tratar de darle fuerzas morales y física, y la voluntad que son precisas para resistir tal combate; en vez de adoptar el único medio que tenemos de escapar –que es el de crecer a la par de ese gigante, tomando su mismo alimento- seguimos en la idolatría de los errados principios que causan nuestra languidez, y creemos conjurar la terrible tempestad quitando los ojos de ella…”
Pero el camino de las reformas no es monopolio de las posiciones de Arango y Parreño, en relación con la vía de la plantación y la generalización de la entrada de negros esclavos. Una perspectiva diferente, la empieza a perfilar desde 1808 el obispo Juan José Díaz de Espada y Fernández de Landa en su “Informe de diezmos reservados”. En este escrito Espada se pronuncia por lo que algunos autores han denominado una Cuba en pequeño, o sea una opción no propiciatoria de la plantación, sino de una explotación que aunque también intensiva descansara en la pequeña y mediana propiedad y no dependiera tanto de la entrada masiva de negros esclavos. Aspecto este en que señala ser preferible que los matrimonios precedieran el del comercio de esclavos, tema que plantea pasaría en silencio acomodándose a la opinión general, si no fuera porque el bien público es superior a todo . Por lo que lo nocivo de “la manía de servirse de esclavos para el cultivo de las haciendas, unida a la grande extensión de éstas, son dos fuertes obstáculos que hay en América para la población y prosperidad de la agricultura” .
Espada va a ser el promotor en la Isla de una concepción renovadora que contra la escolática y en favor del pensamiento moderno se va a practicar en el Colegio-Seminario de San Carlos, donde se encarga de formar una nueva generación de pensadores destinados a impulsar, dentro del amplio proyecto de la clase dominante , una variante de pensamiento propio capaz de dar soluciones válidas a las dificultades que enfrentaban en una realidad distinta a la europea, debido a su condición colonial, y en el conocimiento de sí mismos. Esta posición, no era ajena a los intereses de los plantacionistas, y a sus planes de propiciar métodos experimentales y su aplicación a la Química, a la Física y a la Economía Política, como vías necesarias para el avance de la manufactura, la agricultura y en general de la sociedad.
Entre sus principales originalidades en el concierto de la Isla estuvo el apoyo por él brindado al movimiento constitucionalista español. En 1811, publica una pastoral reconociendo que la soberanía se encuentra en el pueblo y cómo los reyes están obligados a servirlo, llamando nuevos licurgos a los legisladores de Cádiz . En esta misma dirección, fue el Obispo quien le otorgó al presbítero Félix Varela, el 25 de julio de 1812, la difícil y delicada tarea de realizar la exhortación que con motivo de la jura de la constitución de 1812, se realizara en la iglesia habanera del Santo Cristo del Buen Viaje. El no disponerse del texto de este importante sermón, nos lleva a no conocer las posiciones defendidas por Varela en esta ocasión, pero la importancia de sus planteamientos están avalados por el hecho de que Espada le concediera, posteriormente, en 1820, la Cátedra de Derecho constitucional, dirigida a formar los nuevos ciudadanos que necesitaría el país.
La singular concepción con que el sector medio insular asumiría la constitución española de 1812, y que tanto éxito tuvo en las clases que con la participación de unos 193 jóvenes matriculados ofreció Varela en enero de 1821, difería de la interpretación que de ella se hizo por parte de los liberales hispanos en atención a los intereses metropolitanos. La aplicación del derecho constitucional moderno a la Constitución del 12, auspiciada por Varela, estaba al servicio de las propias fuerzas del reformismo que se habían generado en la Isla, como consecuencia de las opciones surgidas con el nuevo pacto colonial. Lo que explica, que en un segundo sermón del presbítero, en la misma iglesia, en ocasión de las primeras elecciones convocadas con motivo de la puesta en vigor de la Constitución de Cádiz, se pronunciara porque no se quebrantara “con pretexto alguno esta tranquilidad, porque induciréis males mayores de los que queréis evitar. Se engañan mucho los que creen que sirven a la patria con excitar acciones, que aunque justas e íntimamente combinadas con el bien público, unas circunstancias poco felices suelen convertirlas en calamidades y miserias. Estos hijos indiscretos de la patria la devoran” .