El final de la primera AHC, 1959-1962
Índice del artículo
- Panorama de su primera época
- Reglamentos y cambios en la AHC
- Las etapas de la Academia
- El primer esplendor, 1923-1930
- La década crítica, 1931-1941
- La era Santovenia, 1942-1958
- El final de la primera AHC, 1959-1962
Con el triunfo de la revolución en enero de 1959, se abrió la etapa final de la primera Academia de la Historia de Cuba. En una fase inicial influyó el hecho de que algunos de sus miembros fueron colaboradores del régimen derrocado, quienes en varios casos salieron del país en los meses siguientes al triunfo revolucionario.
Uno de estos fue el propio Santovenia, quien como se ha visto desempeñó un papel determinante durante casi dos décadas como presidente de la corporación.
El propio año 1959 se produce la salida definitiva del local que ocupó la corporación durante casi tres décadas para instalarse, junto a la Academia Nacional de Artes y Letras y la Academia Cubana de la Lengua, según estaba previsto, en el Palacio del Segundo Cabo, que por poco tiempo fue conocido como el Palacio de las Academias.
Bajo el influjo de los cambios revolucionarios, se hicieron intentos por darle a la Academia un carácter más abierto e inclusivo, como queda reflejado en un nuevo reglamento publicado en 1960. La novedad más llamativa en relación con etapas anteriores fue la ampliación de la cantidad de numerarios, a partir de la modificación del Capítulo II, artículo 5, en el sentido de que la corporación estaría constituida “por tantos académicos de número como se estime necesario para sus labores académicas, siendo potestativo de sus miembros en funciones determinar el número de los que deban componer su nómina”; para señalar a continuación: “En lo adelante se integrará por hasta cincuenta individuos de número”. Con esta reforma desaparece el señalamiento de los sillones por letras del alfabeto y se adopta la numeración consecutiva por números romanos. Para el caso de los correspondientes no se hizo ningún cambio, puesto que el reglamento previo de 1935 contemplaba que su número sería ilimitado, aunque con la salvedad de que no podría haber más de tres en una misma localidad del territorio nacional.
A tenor con los nuevos preceptos reglamentarios, lo más significativo del último período de la primera AHC fue el incremento de las entradas de académicos de número, en buena parte de los casos (trece) antiguos académicos correspondientes. Los nuevos ingresos, al menos los que presentaron el discurso de recepción, llegaron a ser quince en total: cinco en 1959; ocho en 1960 y dos en 1961. Se puede hablar tal vez que este incremento cumplía las expectativas de ascenso en la nomenclatura académica de parte del amplio grupo de los correspondientes nacionales, aunque limitado a los casos de aquellos que residían habitualmente en La Habana o municipios limítrofes. Por otra parte, se trata de una de las estrategias para mantener viva a la corporación en la nueva coyuntura, como lo fue el intento por atraer a historiadores de reconocida filiación marxista y con determinado peso político en esos momentos. Ese fue el caso de la invitación a Sergio Aguirre, quien se mostró sorprendido por la misma y alegó otros compromisos profesionales que le impedían corresponder al llamado de la Academia.
A pesar del incremento de los académicos de número, en estos años se vio interrumpida la labor tradicional de publicaciones, con unas pocas excepciones. Esto puede dar una medida de la situación de precariedad que caracterizó a la Academia en sus tres últimos años, incluso todo parece indicar que algunas de sus sesiones tuvieron que celebrarse en casas de los propios académicos. No obstante, se debe advertir que de momento no se puede arribar a conclusiones definitivas mientras no sea posible localizar las actas de las sesiones con posterioridad a 1959.
Habrá que esperar entonces para poder evaluar la fase final de la primera AHC en el contexto de la transformación radical del escenario político, económico, social e ideológico del país, que terminó en definitiva por conformar una nueva reorganización institucional en la que entidades del tipo de las tradicionales academias existentes en Cuba no tenían cabida. Por otra parte, se debe insistir en que estos procesos coincidieron con una tendencia internacional hacia lo que se denomina como la ciencia académica moderna, es decir la ciencia realizada como una actividad profesional en universidades o instituciones dedicadas de modo exclusivo a la investigación, a diferencia de las antiguas academias, que permanecieron en gran medida con una función básicamente honorífica.
El 20 de febrero de 1962, la Ley 1011 creó la Comisión Nacional de la Academia de Ciencias de Cuba, como etapa previa a la formación de una nueva Academia de Ciencias en Cuba (ACC), conforme al modelo de los países socialistas de Europa.
En sus postulados, se planteaba que el desarrollo de las ciencias era una condición esencial para la edificación de la base material y técnica de la sociedad socialista, así como para la creación de los bienes culturales del pueblo; por otra parte, las exigencias de la investigación científica y le progreso técnico demandaban la concentración de los recursos disponibles en una institución en la que estuvieran representadas las distintas ramas de las ciencias, tanto naturales como sociales.
Alrededor de tres meses después, el 14 de mayo, la Resolución 5 de dicha Comisión Nacional de la ACC, declaraba extinguida a la Academia de la Historia de Cuba, puesto que se hallaba comprendida entre las instituciones que se precisaba disolver, ya que la primera estaba llamada a dirigir, coordinar, estimular y orientar los estudios, investigaciones y demás actividades científicas.
Los fondos, equipos, archivos, documentos y bienes de la AHC, así como su personal administrativo, fueron transferidos a la Comisión Nacional de la ACC. El mismo día, fue firmada la Resolución 6, por la que se creaba el Instituto de Historia de Cuba, como centro organizador y realizador de las investigaciones históricas, mientras que la Resolución 7 nombraba a Julio Le Riverend como su Director y como miembros del Consejo Asesor a Raúl Cepero Bonilla, Emilio Roig, Elías Entralgo, Sergio Aguirre, Fernando Portuondo y Carlos Funtanellas.
Pocos días antes, en una comparecencia por televisión en el programa Universidad Popular, el designado Presidente de la Comisión Nacional de la Academia de Ciencias, el geógrafo revolucionario Antonio Núñez Jiménez, explicó los motivos de ese acontecimiento. Entre otros factores, señaló la existencia de una “organización disparatada” respecto a los institutos científicos, sociedades y academias; por ejemplo, que la Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales de La Habana estaba adscrita al Ministerio de Justicia, la Sociedad Geográfica de Cuba al Ministerio de Estado, el Parque Zoológico y el Acuario Nacional al Ministerio de Obras Públicas y el Jardín Botánico al Municipio de La Habana.
En resumen, lo poco que se hacía en investigación o que se relacionaba con la ciencia, estaba desarticulado en organismos que no era idóneos para la actividad científica. Acerca de la Sociedad de Geografía, un organismo “absolutamente inútil”, mencionó opiniones que bien podrían trasladarse a la percepción sobre la AHC, al afirmar: “Basta ya de esos organismos de sesiones mensuales donde había unos sillones numerados, la mayor parte de ellos usados como ornamento”. Un nuevo Instituto de Geología y Geografía tendría pues, como misión fundamental, el estudio más exhaustivo del país. De igual forma, el Instituto de Historia de Cuba, que en sus inicios tuvo como sede y dependencia directa al Archivo Nacional de Cuba, surgía para encauzar por nuevos rumbos la investigación sobe el devenir histórico del pueblo cubano.