La era Santovenia, 1942-1958
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La nueva coyuntura política, económica y social inaugurada con la constitución del 1940, así como el contexto de la segunda guerra mundial, que contribuyó a la recuperación económica, favorecieron una nueva época de auge para la Academia de la Historia de Cuba.
Aunque desde el período anterior se comienza a observar una lenta recuperación de la larga crisis sufrida debido a falta de fondos y otros factores, fue a partir de la elección de Santovenia como presidente en 1942 cuando comienza un verdadero salto cualitativo.
Desde entonces hasta 1958 la labor de la Academia estaría marcada por su influencia decisiva, como promotor de varias de sus iniciativas más exitosas. Se trata de la época en que hubo una estabilidad más duradera, si bien desde el año 1953 esa situación se vio perturbada por factores como el fallecimiento de varios de los académicos de número más influyentes, problemas con el presupuesto y la crisis política del país.
En la mayor actividad de la AHC debió tener cierta influencia la mencionada aparición desde 1940 de la SCEHI. De hecho, en la sesión del 9 de marzo de 1942 Roig informa que se proyectaba la celebración de un Congreso Nacional de Historia, siendo su deseo y el de la SCEHI contar con la cooperación de los académicos, a quienes invitó de modo muy especial. De acuerdo con el acta de ese día, la corporación “queda enterada con evidente complacencia”. Sin embargo, poco después, se produjo la salida de Roig como académico de número, debido al conflicto surgido a raíz de la sesión solemne del 4 de junio en que se recibía a Enrique Gay-Calbó.
En el siguiente encuentro ordinario, Santovenia sacó a relucir el incumplimiento de normas académicas por parte de Gay-Calbó y de Roig, encargado del discurso de contestación. Expuso el presidente que como era sabido, la Academia se regía por el reglamento, usos y costumbres tradicionales, por lo que le era sensible señalar que el “recipiendario” comenzó su discurso sin dirigirse ni al presidente ni a los académicos y que suprimió el saludo impreso en el trabajo, al igual que hizo Roig al omitir el encabezamiento. Santovenia calificó el hecho como lamentable, el cual por su aparente descortesía y manifiesta omisión de las reglas académicas dio lugar a “comentarios desfavorables al prestigio de la Corporación por parte de varios asistentes”.
Acto seguido Pérez Cabrera propuso que se hiciera constar la solidaridad con las palabras del presidente y el apoyo “a sus rectos propósitos de cumplir y hacer cumplir el reglamento, normas y usos académicos”. Los presentes emitieron su voto a favor de dicha propuesta, aunque Gay-Calbó trató de restar importancia al incidente, en el sentido de que la omisión se debía sólo a su estado de ánimo, sin que a su entender constituyera una falta reglamentaria. El presidente le replicó que sí lo era y así lo hacía constar el acuerdo tomado, tras lo cual varios académicos intervinieron para encarecer al nuevo académico que ofreciera a la corporación y al presidente una explicación satisfactoria de su actitud.
Después de aceptar las explicaciones dadas por Gay Calbó para que quedaran como constancia en el acta, Santovenia, en su nombre y el de la corporación, dio la bienvenida al nuevo académico de número. Asimismo, se convino por unanimidad comunicar a Roig el acuerdo adoptado y demandarle que en la siguiente sesión diera una explicación satisfactoria de su conducta y que expresara el propósito de ceñirse en lo sucesivo a los preceptos reglamentarios, normas y usos académicos.
Luego de terminar el orden del día en la sesión del 16 de julio, el presidente da la palabra a Roig para que conteste a la Academia. Comienza a hacerlo a través de un escrito en el que comentaba y calificaba el precepto reglamentario infringido, pero Santovenia le pide ceñirse a la demanda que se le hacía, pues no era la ocasión para formular críticas sobre artículos del reglamento y normas académicas de obligatoria observancia. Roig replicó que creía oportuno discutir esos temas antes de entrar en su caso concreto, frente a lo cual el presidente mantiene su postura y recibe el apoyo del resto de académicos. Varios de ellos expresaron la obligación de observar el Reglamento y se dirigen en “tonos cordiales” a Roig para que diera una respuesta favorable al acuerdo adoptado.
El presidente, en su nombre y el de la Academia, acepta como satisfactoria la explicación de Roig, con lo que da por zanjada la cuestión. Sin embargo, éste vuelve a solicitar la palabra para exponer que el reglamento también fue infringido por el presidente en la sesión del 4 de junio, pues al darle la palabra omitió el tratamiento especificado. De ese modo, se reinicia la confrontación.
La réplica de Santovenia en el sentido de que él se limitó a anunciar el nombre y carácter de quien iba a ocupar la tribuna, fue apoyada por los demás académicos. Luego Roig expresa que tenía comunicaciones de la Secretaría que no empleaban el tratamiento indicado y las presenta a petición del secretario, quien responde que habían sido impresas con anterioridad al reglamento vigente y se utilizaban por motivos económicos. Roig objetó que podían haberse enmendado a máquina.
Córdova presentó la proposición de no deliberar sobre los particulares que señalaba Roig, respaldada por todos con excepción del propio encartado, quien expuso que no trataba de formular una propuesta de modificación reglamentaria, sino lograr de la Academia “una interpretación del artículo ciento cuarenta y dos del Reglamento, para el mejor cumplimiento del mismo en lo adelante”. Por último, en la sesión del 20 de agosto, se dio lectura a una carta de Roig en la que presentaba su renuncia como académico de número. Llaverías solicitó la palabra para opinar al respecto, pero el presidente expresó que se debía someter a votación secreta y que de acuerdo al Reglamento no podían hacerse manifestaciones que permitieran conocer el criterio de los votantes.
Conforme a este precepto reglamentario, Córdova hizo una propuesta de no lugar que fue apoyada por Jústiz, Dihigo, Pérez Cabrera, Coronado, Lufríu, Santovenia; y rechazada por Llaverías, Quesada y Gay-Calbó. Tras agradecer Santovenia ese acuerdo, se procedió a la votación secreta sobre la renuncia de Roig, que termina siendo aceptada por ocho bolas blancas (a favor) contra dos bolas negras (en contra).
Sin dudas la salida de Roig fue una sensible baja. Aparte del conflicto por los formalismos académicos, sería difícil determinar otros motivos que pudieron estar detrás de su separación. No obstante, es preciso advertir que esto no conllevó una ruptura absoluta entre Roig y la Academia, o entre los académicos de la historia y la SCEHI. En los años siguientes Roig asistió a algunas de las sesiones públicas de la AHC e incluso se le invitó a tomar parte de la presidencia y además solicitó documentos del archivo. En sentido inverso, gran parte de los académicos de número o correspondientes participaron asiduamente en los congresos y actividades de la SCEHI.
En octubre de 1943 fue presentada una moción para ampliar de 15 a 20 los sillones de académicos de número, con lo que se retornó a la situación anterior a septiembre de 1940. De igual manera, se modificó el reglamento a fin de que en las sesiones de investidura académica y solemnes, no fuera obligatorio que los numerarios concurrieran de alta etiqueta, o sea de frac. Podrían hacerlo en traje oscuro o blanco, salvo en las sesiones que por revestir especial solemnidad, a juicio del Presidente de la Academia, se debía concurrir de etiqueta. En todos los casos se debía portar la medalla académica.
Algunos años más tarde, se crea la categoría de Académicos de Honor, por una moción del 16 de Diciembre de 1948, para homenajear a los tres académicos de número más veteranos: Dihigo, Jústiz y Trelles, quienes no asistían con asiduidad a las sesiones por causa de su avanzada edad.
En los dos primeros casos, se determinó que el solo hecho de ser fundadores era mérito suficiente, mientras que en el segundo se tomaba en cuenta sus más de 80 años y superar los 20 años como numerario. La lectura de los respectivos elogios se encargó a Pérez Cabrera, el de Jústiz; a Mañach, el de Dihigo; y a Chacón y Calvo, el de Trelles. La sesión solemne para la investidura de los Académicos de Honor y entrega de los diplomas acreditativos, tuvo efecto el 18 de abril de 1950. En la misma les fue impuesta la Orden Nacional de Mérito Carlos Manuel de Céspedes, por Ernesto Dihigo, Ministro de Estado y Canciller Presidente de la Orden.
La entrada de académicos de números entre 1942 y 1958 muestra un promedio inferior al de la etapa de 1932 a 1941. En este caso, se pueden delimitar dos fases; la primera de 1942 hasta 1949, en la que además de Gay-Calbó se suman los nombre de Jorge Mañach (1943), Cosme de la Torriente (1944), José María Chacón y Calvo (1945) y Pánfilo D. Camacho (1945); y en 1949 los de Enrique Loynaz del Castillo, Manuel Isaías Mesa Rodríguez, Ramiro Guerra y Juan J. Remos. Entre fines de la década de 1940 y mediados de la de 1950 la Academia llegó a tener cubiertos entre 18 y 19 sillones de numerarios, sin contar los Académicos de honor (Trelles fallece en 1951 y Dihigo en 1952). Pero a partir de 1954 se producen varias bajas por la muerte ese año de Souza y en 1956 las de Castellanos, Llaverías y Cosme de la Torriente. Estas vacantes permitieron una nueva ola de elección e ingreso de numerarios a partir de 1954. Ese año entra Manuel Isidro Méndez y le siguen Elías Entralgo y Miguel Angel Carbonell, en 1957 y José Manuel Carbonell, en 1958. Otro de los electos entonces, Félix Lizaso (en 1957), no llegó a presentar su discurso de ingreso.
El cambio más significativo en este período tuvo que ver con el notable incremento de la entrada de Académicos correspondientes, tanto en Cuba como en el extranjero. De los que resultaron electos en la primera categoría, llegaron a presentar sus discursos de ingreso un total de 44, muy por encima de los 15 que lo hicieron entre 1923-1931 o los 8 que ingresaron entre 1932-1941. En la categoría de correspondientes en el extranjero se sumaron 61 académicos. En este caso no era obligatorio presentar discurso de ingreso, sin embargo 17 de ellos sí lo hicieron y lo que es más importante, varios fueron leídos por sus autores en sesiones públicas de la AHC. Algunos eran diplomáticos que cumplían misiones en Cuba, pero en general influyó la mayor facilidad para los viajes a partir del transporte aéreo. Una parte de ellos realizaron sus visitas en el marco de reuniones o congresos internacionales o inter-americanos, de celebraciones en fechas señaladas, como el centenario del natalicio de Martí, y otros por sus propias labores investigativas.
La mayor incidencia de los académicos correspondientes nacionales caracterizó a esta etapa desde sus inicios. Con anterioridad, su actividad se hacía notar sobre todo a través de la publicación de algunos discursos de ingreso en los Anales. En la sesión ordinaria del 18 de junio de 1942, luego de ser aprobado por unanimidad el trabajo de ingreso de Eduardo Martínez Dalmau como correspondiente en Cienfuegos, propuso Santovenia que éste y otros análogos pudieran publicarse de forma independiente y que se invitara a sus autores a que lo leyeran en sesión solemne. Más tarde, en junio de 1944 se acordó que para la toma de posesión de los correspondientes se leerían los trabajos en público cuando por su naturaleza especial y por su importancia lo aprobara la Academia.
A partir de entonces gran parte de los discursos de ingreso como académicos correspondientes nacionales fueron presentados en actos públicos de la corporación, donde como era habitual se entregaba una copia impresa del texto a los asistentes. Esta práctica engrosó significativamente la bibliografía de la AHC. De igual forma, fue cada vez más usual la asistencia a las sesiones solemnes de los correspondientes en los municipios más cercanos a la capital, o que residían ya en esta, aunque siguieran representando las localidades por las que fueron nombrados. También fue más frecuente que se les encargaran comisiones especiales por la Academia o que asumieran su representación fuera de la capital. No obstante, en sesión ordinaria de abril de 1954, Cosme de la Torriente manifestó que a su juicio existía un exceso de correspondientes nacionales, por lo que creía necesario restringir su número. Propuesta que fue respaldada por unanimidad, en el sentido de no admitir en adelante nuevos ingresos mientras no se derogara el acuerdo y de cancelar los elegidos que no habían presentado su discurso después de dos años.
El considerable incremento de las sesiones públicas a partir de 1942 fue una de las principales estrategias para ampliar la incidencia pública de la AHC. Preludio de la nueva época fue el acuerdo de 1939 para celebrar sesiones solemnes cada aniversario del nacimiento de Martí, única conmemoración regular aparte de la dedicada cada 10 de octubre a la inauguración del año académico y a recordar esa fecha. Con pocas excepciones y más bien a partir de la reproducción documental, el tema martiano había sido poco tratado por la AHC. Pero a partir de 1940 la bibliografía sobre Martí se multiplicó con rapidez. Desde luego, la corporación formó parte importante en las celebraciones por el centenario de su nacimiento en 1953.
En la clausura de las actividades académicas por el centenario, el 27 de enero de 1954, Pérez Cabrera destacó la existencia de 36 obras relacionadas con la figura de Martí publicadas por la Academia, lo que incluía 4 discursos de recepción como académicos, 23 discursos en sesiones públicas, 6 trabajos en los Anales y los tres tomos de Papeles de Martí. Por otra parte, la AHC ofreció su concurso a instituciones oficiales y privadas que le solicitaron ayuda para celebrar el centenario martiano. En su nombre, los académicos de número o correspondientes formaron parte de tribunales y jurados, pronunciaron discursos, asistieron a veladas y desfiles cívicos o desempeñaron comisiones diversas.
Otro motivo del incremento de las sesiones públicas, que provenía ya de etapas anteriores, fue la celebración de fechas significativas, como eran los centenarios del nacimiento de grandes personalidades de las guerras de independencia o del proceso de formación nacional. En este caso se encuentran los homenajes a dedicados en 1942 a Ignacio Agramonte (nacido en 1841), con la presencia de su hija Herminia Agramonte de Betancourt, a Calixto García (en conjunto con el 44 aniversario de su muerte), a José María Aguirre y José Victoriano Betancourt; a Antonio Maceo, Rafael Morales y Marta Abreu (1945); a Luis de Ayesterán y Serafín Sánchez (1946); a Ramón Leocadio Bonachea (1947), a Manuel Sanguily, Diego Vicente Tejera, y Gonzalo de Quesada y Aróstegui (1948), a Enrique J. Varona (1949), a Domingo Figarola Caneda (1951), a José Miró Argenter, José Toribio Medina, Rafael Montoro, Raimundo Cabrera (en 1952) y a José Miguel Gómez (1958).
Con motivo del centenario martiano, la AHC hizo una exhortación para que los cubanos o residentes en la República, incluyeran a continuación de la fecha, en todo papel emitido durante 1953, la frase “Año del centenario de José Martí”. A partir de entonces se mantuvo la tradición de denominar los años a partir de los centenarios de los nacimientos de figuras de gran relieve, como fueron Juan Gualberto Gómez (1954), Emilio Núñez (1955) y Martin Morúa Delgado (1956). Otras sesiones públicas se consagraron a figuras de significación nacional, como Félix Varela (el centenario de su muerte, en 1953), José de la Luz y Caballero (150 aniversario de su natalicio, en 1950), Miguel Figueroa (50 años de su muerte, en 1943), María Luisa Dolz (centenario de su nacimiento) y Domingo del Monte (centenario de su muerte) (en 1954), Ramón Pintó (centenario de su ejecución, en 1955); así como a aniversarios conmemorativos del inicio de la segunda guerra de independencia, el 24 de febrero de 1945; al cincuentenario de la independencia, el 21 de mayo de 1951 o la fundación del Partido Revolucionario Cubano, en 1953.
En este período se incrementaron los homenajes a próceres latinoamericanos, sobre todo aquellos que tuvieron alguna relación con la causa de la independencia de Cuba o que visitaron la isla, como fueron los dedicados a Eloy Alfaro, Miranda (segundo centenario de su nacimiento), San Martín, Hidalgo, Juárez, Sarmiento y Benjamín Vicuña McKenna. En este último caso se contó con el discurso de su descendiente y correspondiente de la AHC en Chile, Eugenio Orrego Vicuña. También visitó la corporación el hermano del peruano Leoncio Prado, caído en la guerra independentista cubana y que era también académico correspondiente: Mariano Ignacio Prado. Entre 1957 y 1958 la AHC participó en los preparativos encabezados por la Sociedad Económica de La Habana para la celebración en Cuba del centenario de la muerte de Alejandro de Humboldt, aunque al mismo tiempo se proponía dedicarle una sesión pública específica.
Como parte de las sesiones públicas se encuentran las celebradas a partir de sendos acuerdos de 1942 para celebrar series de homenajes a los historiadores de Cuba, y para invitar a su tribuna a miembros del ejército libertador y a emigrados cubanos que lucharon por la independencia, con el objetivo de que disertaran sobre hechos patrióticos en los que intervinieron. La primera de esas series se propuso con la idea de que la galería de retratos de historiadores de Cuba, que desde hacía varios años se conformaba, no era bastante para recordar a aquellos adecuadamente. Los académicos de número debían seleccionar a alguno de sus predecesores para la disertación respectiva y así fue al menos en cinco casos, los de Dihigo (Guiteras), Llaverías (Vidal Morales), Pérez Cabrera (Pezuela), Córdova (Piñeyro) y Santonevia (Néstor Ponce de León). Sin embargo, sólo llegaron a presentar sus discursos Dihigo y Córdova, en este último caso como inauguración oficial de la serie el 3 de agosto de 1944.
La serie de “Evocación personal de la guerra de independencia”, en cambio, se celebró de manera exitosa durante varias sesiones entre 1943 y 1947. La primera estuvo a cargo del general Manuel Piedra Martell, el 14 de mayo de 1943, con el trabajo: “Al encuentro de Martí y Máximo Gómez”. En las palabras de apertura de la serie, Santovenia refirió que esta tenía una significación singular, pues los encargados de hablar de acontecimientos históricos no eran meros investigadores o historiógrafos, “sino hombres que participaron de manera muy principal en el desarrollo de la historia patria”. El objetivo de la serie debía ser expresión también de los cambios en la interpretación de la historia nacional, pues al decir del Presidente de la AHC: “nos advierte que el ascenso de nuestro pueblo y su soberanía internacional no fueron alcanzados por merced ni favor extraños”.
En total se presentaron 15 antiguos miembros del ejército libertador y luchadores desde la emigración para ofrecer sus testimonios sobre la guerra de independencia del 1895, de ellos tres tenían grados de general, cuatro coroneles, un teniente coronel, dos comandantes y dos capitanes. Tal vez el de mayor relieve fue el mayor general Enrique Loynaz del Castillo (académico de número a partir de 1949), quien presentó dos trabajos, uno en defensa de la memoria del mayor general José María Rodríguez (1945) y otro titulado La Independencia de Puerto Rico (1946). Antes de la presentación en sesiones públicas, los trabajos de los protagonistas de la independencia debían ser aprobados por los académicos de número. Solo un caso no obtuvo el visto bueno.
La AHC promovió también la celebración de homenajes nacionales por parte de las academias y otras instituciones a dos connotados independentistas y políticos de la República que ocuparon el sitial de académicos de número. El primero fue dedicado a Enrique Loynaz, el 7 de junio de 1949 y contó con la presencia del Presidente de la República Carlos Prío Socarrás. El segundo a Cosme de la Torriente, el 17 de julio de 1951, también con la asistencia de Prío, quien pronunció el discurso de clausura. Como parte de este homenaje se publicó el libro Por la amistad internacional. Escritos y discursos por el Coronel Dr. Cosme de la Torriente y Peraza. Oro homenaje nacional por parte de las academias fue dedicado a Santovenia en 1957, como reconocimiento a sus 50 años de vida intelectual y en específico su labor académica.
Respecto a las sesiones solemnes, se puede mencionar como novedad de esta etapa su celebración fuera de los recintos académicos habituales en la capital. Fue el caso de la sesión efectuada el 11 de abril de 1950 en el Liceo de Cárdenas y con la asistencia de 12 académicos de número para conmemorar el aniversario de la declaración por la Cámara de Representantes de la República en Armas, en Guaimaro, de la bandera de Narciso López como enseña oficial de la patria cubana.
La multiplicación de sesiones solemnes y públicas tuvo su reflejo en el notable incremento de las publicaciones en este período. Buena parte correspondió a los discursos de ingreso, con formato de folleto por lo general. El promedio anual de impresos ascendió a más de 11 durante casi veinte años, superior al de períodos anteriores. Incluso hubo años, como 1948, en que se llegó a 20 títulos. Un año antes, en la octava Feria Cubana del Libro, Pérez Cabrera proclamaba que no conocía “ninguna otra corporación cubana que en el lapso de tiempo de 37 años… haya podido dar a la imprenta la cantidad y calidad de publicaciones que nuestra Academia”. Asimismo, creía que las corporaciones similares en América Latina, muchas más antiguas, tampoco podían disputarle “el primer lugar en la producción histórica impresa, por el número de volúmenes publicados y también por su calidad y esmerado cuidado tipográfico”.
El total de publicaciones en este período supera las 190, en 16 años, bien por encima de las 150 en los 31 años de 1910 a 1941. No obstante, se deben advertir algunos cambios respecto a etapas anteriores, como la interrupción de los Anales desde 1949 y la salida de un Anuario en formato más pequeño. Como obras documentales aparecen los dos tomos finales del Centón Epistolario de Domingo del Monte (el séptimo y último en 1957) y dos tomos del Archivo de Gonzalo de Quesada y Aróstegui. Epistolario (1948-1951), con recopilación, introducción y notas por Gonzalo de Quesada y Miranda. En este mismo orden se puede incluir la publicación en dos tomos de Papeles de Maceo. Edición del centenario del nacimiento de Antonio Maceo y Grajales (1948); Con la pluma y el machete (1950), de Ramón Roa, compilación en tres tomos debida al donativo de Raúl Roa García y el Diario del teniente Coronel Eduardo Rosell y Malpica (1949-1950), en dos tomos.
Una novedad fueron las ediciones facsimilares. La primera estuvo a cargo de Santovenia y fue dedicada a las Constituciones de la República de Cuba (1952). Le siguieron más tarde el Borrador original de la Constitución y Estatutos del Partido Revolucionario Cubano (1958), y la del número especial de la revista El Fígaro al finalizar la guerra de independencia de 1895, con el título de Crónicas de la Guerra. En este último caso, la idea partió de Mesa Rodríguez al dar a conocer que Gay-Calbó poseía un ejemplar de ese número y proponer que se hiciera una edición facsimilar. En la sesión ordinaria de julio de 1957, se entregaron ejemplares de la obra a los académicos presentes, quienes felicitaron a Mesa Rodríguez por el especial trabajo y la calidad con que fue realizado.
Varias publicaciones correspondieron a los concursos promovidos en la etapa. Uno de estos tuvo su origen en el Legado Rodríguez de Armas, para el que se convocaron cuatro premios acerca de distintas fases de la Guerra de los Diez Años. El único galardonado en dos oportunidades fue Francisco Ponte Domínguez, la primera en 1943 y la segunda en 1956. Durante este período la Academia no se caracterizó por convocar concursos propios, sino más bien por supervisar certámenes por encomienda de otras instancias. Este fue el caso de los concursos literario-históricos con motivo del primer centenario del nacimiento de Antonio Maceo, convocados por el Senado y la Cámara de Representantes, para un estudio biográfico y un estudio político respectivamente. Los premios, entregados en sesión pública del 2 de julio de 1946, recayeron en el primer caso en Octavio R. Costa y en el segundo en Leopoldo J. Horrego Estuch.
Otro caso fue el concurso histórico-literario “Juan Gualberto Gómez: su vida, sus trabajos para la libertad y la independencia y su influencia en los destinos de Cuba”, organizado y tramitado por la Academia en 1947 por solicitud del Comité Central Pro Juan Gualberto Gómez (destinado a erigir un busto a su memoria por suscripción popular). Al quedar un sobrante de 1 000 pesos, los miembros de ese comité acordaron que la mejor forma de emplearlos sería la convocatoria al referido concurso, en el que también recibió el premio Octavio Costa por su obra Juan Gualberto Gómez, una vida sin sombra (publicada en 1950).
A la donación privada de recursos económicos se debió la convocatoria a partir de 1952 de concursos para premiar a la mejor “biografía” sobre las provincias del país. La única excepción era la de Pinar del Río, lo que se explica porque un libro sobre esta publicado en 1946 por Santovenia en México, como parte de la colección Tierra Firme, del Fondo de Cultura Económica, fue tomado como el modelo a seguir. En base a los trabajos presentados, obtuvieron la recompensa las obras de Mary Cruz de del Pino sobre Camagüey (publicada en 1955) y de Ponte Domínguez sobre Matanzas (publicada en 1959). Al considerar que los trabajos recibidos acerca de La Habana, Las Villas y Oriente no cumplían los requisitos o no tenían la calidad adecuada, se determinó encargar los libros sobre esas provincias a reconocidos historiadores. El propio Santovenia se ocupó de hacer la solicitud a Julio Le Riverend para La Habana, (1960); a Rafael Rodríguez Altunaga para Las Villas (1955); y a Juan Jeréz Villarreal para Oriente (1960).
Ese empeño a favor de las historias provinciales se inserta en la creación en 1947 de la categoría de “Benefactores de la Academia”, como resultado de gestiones hechas por Santovenia y Torriente ante personas adineradas o empresas privadas, con el fin de constituir un fondo que permitiera a la AHC publicar obras pendientes y documentos guardados en su archivo. Como expresión de gratitud hacia las personas que cooperaban financieramente a la realización de sus fines, se acordó insertar sus nombres en las publicaciones, bajo el criterio de que “el conocimiento de la relación de los Benefactores de la Academia ha de constituir un justo motivo de satisfacción para cuantos no se muestren indiferentes ante la necesidad de elevar el nivel de la cultura nacional”.
La contribución financiera de los particulares fue un buen complemento para la mayor estabilidad económica que disfrutó la AHC a partir de 1943-44 hasta los primeros años de la década de 1950. Además de la regularización de la entrada de fondos del gobierno, se recibieron donativos de distintas instancias en apoyo a la labor editorial. Al rememorar los primeros 40 años de vida de la Academia, Santovenia señaló que sólo con los nuevos presupuestos nacionales en 1949 fue incluido sin rebaja alguna el crédito anual contemplado en la Ley. Sin embargo, a partir de 1952 retornan las dificultades económicas. En marzo del 1954 el tesorero informaba que en los últimos 14 meses no se recibieron los cheques de las subvenciones. Aunque a mediados de ese año se saldó parte de la deuda, en lo adelante se repiten las dificultades para el recibo del financiamiento oficial.
La estabilidad financiera de la década de 1940 posibilitó una mejor atención a la biblioteca, para la que se compra una estantería adecuada de maderas preciosas. Asimismo, se contrataron los servicios del académico correspondiente Jesús Saiz de la Mora a fin de organizar los fondos bibliográficos. A inicios de la década de 1950 se contabilizaban más de 20 mil volúmenes, después que se tomara la decisión de depurar los libros que se consideraran con escaso valor histórico.
También se continuó en esta etapa la adquisición de documentos para el archivo de la corporación. En 1957, tras la muerte de Llaverías, que lo mantuvo bajo su custodia en el Archivo Nacional, se decidió trasladar aquel al local oficial de la Academia. Precisamente las relaciones con el Archivo Nacional se vieron renovadas a partir de la inauguración en 1944 del nuevo edificio. En su salón Martí, como se denominó al amplio espacio del vestíbulo principal, se celebraron a partir de entonces la mayor parte de las sesiones públicas y solemnes de la AHC. Acerca del local, se debe señalar que a partir de 1957 se comienzan a dar pasos para el traslado del mismo al Palacio del Segundo Cabo, junto a otras academias, después que fuera abandonado por el Tribunal Supremo y que se hicieran las reparaciones necesarias.
A partir de 1952 la Academia se vio marcada de una forma u otra por la crisis política del país a consecuencia del golpe de estado y la dictadura de Fulgencio Batista. De manera habitual en las sesiones públicas y solemnes estuvieron presentes altos mandos militares o sus representantes, aunque es difícil determinar su grado de compromiso con la labor de la corporación. Hay que tener en cuenta que el presidente Santovenia se desempeñó como presidente desde 1952 del Banco de Fomento Agrícola e Industrial, cargo que mantendría hasta el triunfo de la revolución en 1959 y por tanto fue puede considerarse entre los colaboradores cercanos del régimen. No obstante, su influencia siguió siendo decisiva en la vida de la Academia y en el ámbito de la cultura, de lo que es ejemplo su papel central en la erección del nuevo edificio de la Biblioteca Nacional.
Antes de finalizar este acápite, se debe destacar que la labor de décadas de la AHC fue imprescindible para que pudiera llevarse a efecto, al conmemorarse el cincuentenario de la República, el primer esfuerzo colectivo de escribir una Historia de Cuba. Aunque este no tuvo el patrocinio directo de la corporación, resulta evidente que la mayor parte de los involucrados eran académicos de número o académicos correspondientes. Ese fue el caso, en primer lugar, de los cuatro directores de la obra: Ramiro Guerra, José Manuel Pérez Cabrera, Juan J. Remos y Emeterio Santovenia. De este modo, el viejo deseo de elaborar una obra de síntesis de la historia nacional con un punto de vista netamente cubano, expresado en varias ocasiones en el seno de la Academia, llegó a concretarse con la aparición de los diez volúmenes de la Historia de la Nación Cubana