Máximo Gómez frente a la ocupación de Estados Unidos
Doctor Yoel Cordoví Núñez, vicepresidente del Instituto de Historia de Cuba
DESDE EL segundo año de la guerra del 95, el General en Jefe del Ejército Libertador, Máximo Gómez Báez, comenzó a gestionar con los capitanes generales y con otras autoridades españolas en la isla, el reconocimiento de la definitiva independencia. De acuerdo con sus declaraciones al general Arsenio Martínez Campos y posteriormente a Ramón Blanco Erenas, España no podía permitir “ni poco ni mucho” que Cuba debiera su independencia “a favores extraños”1.
Al tiempo que sus gestiones fracasaban, Gómez se preocupaba por dejar claro ante el mundo y en especial ante el Gobierno de Estados Unidos la decisión de los cubanos en armas de conquistar la independencia por sus propios esfuerzos, tal como lo expuso al corresponsal del The Sun en el difícil año de 1897: “Desamparados del universo entero, nos alzamos todos enfrente de una potencia europea. Pero resueltos como estamos a morir o ser libres de una vez y para siempre debemos ser tan cautos como valerosos, puesto que nuestra salvación depende solo de nuestras propias fuerzas”2.
Los peligros avizorados por el estratega se precipitaron con la intervención de las fuerzas estadounidenses en el conflicto hispano-cubano y, tras un armisticio, el 10 de diciembre de 1898 quedó firmado el tratado de paz acordado en París entre España y Estados Unidos. Al igual que lo sucedido en el protocolo de paz suscrito en Washington, al concluir las hostilidades, no se mencionaba la independencia de Cuba. La fórmula empleada en las nuevas circunstancias, según Máximo Gómez, no podía estar sustentada en la violencia. Cualquier acto de oposición armada a la “tutela impuesta por la fuerza”, agravaría la situación. El peligro mayor lo cifraba en la idea de que semejante proceder fuera alentado por el gobierno interventor: “…para que nuestra actitud le sirva de pretexto para apoderarse de una vez de Cuba”3.
Entre 1899 y 1902 la actividad del general Gómez estuvo centrada en la búsqueda de la unidad de los que procedían de las filas del independentismo y que, en cada enclave regional, se fraccionaban en multiplicidades de partidos preparados para las lides electorales.
La unidad y la concordia, que durante la guerra pregonara el estratega militar como el medio rápido y eficaz de poner fin a las hostilidades y establecer la república cordial a la que aspiraba José Martí, mantuvieron en lo esencial el mismo significado al firmarse la paz, solo que adaptadas a las exigencias del nuevo contexto histórico.
Esa política unificadora no constituía un elemento abstracto, sino que formaba parte de una estrategia política orientada a poner fin a la ocupación extranjera en plazo breve. La gravedad de la situación se la hacía saber al general Francisco Sánchez en los términos siguientes: “Es decir que fue necesario un Weyler para mantenernos unidos, porque en presencia de aquel monstruo todo el mundo comprendió que la desunión pudiera perdernos, y se aparenta ahora ignorar que estamos en frente de otro peligro mayor”4.
En enero de 1899 gestionó infructuosamente la concertación de esfuerzos con los miembros de la Comisión Ejecutiva de la Asamblea de Representantes.
El interés del General en Jefe era convocar a una asamblea constituyente que representara la voluntad legítima del pueblo cubano de establecer la república independiente.
Luego de fracasar ese intento unificador, proyectó su trabajo en otras dos direcciones principales: las autoridades estadounidenses y la oficialidad de su antiguo Ejército Libertador, en proceso de licenciarse.
El intercambio de Gómez con el gobierno interventor abarcó un conjunto de cuestiones trascendentales dentro de la problemática del reordenamiento de posguerra que iban desde el establecimiento de las Milicias Cubanas hasta los trámites personales con el presidente de los Estados Unidos, William Mc. Kinley, y con el primer gobernador militar de Cuba el general John Brooke, para resolver temas sensibles como la reorganización de la administración pública, en particular de las alcaldías, o el relacionado con la propiedad inmovilizada en Cuba y la imposibilidad de sus propietarios de solventar las deudas con el peligro de perderlas en caso de que se aplicaran las correspondientes leyes hipotecarias.
El 25 de julio de 1900, por Orden Militar No. 301, se dispuso la elección de los delegados a la Convención Constituyente encargada de redactar y adoptar una Constitución para el pueblo de Cuba y, como parte de ella, acordar con el Gobierno de Estados Unidos las relaciones que debían establecerse entre aquel gobierno y el de Cuba.
Máximo Gómez condenó, en cartas a personas de su confianza, lo que calificó como la “mala coletilla” de la Orden 301, que habrían de arrastrar los encargados de aprobar la Constitución de la República. Así se lo haría saber al general Bernabé Boza: “República sí tendremos General de eso no le quede a usted la menor duda” —pero advertía— “lo que sí tenemos es que pensar con la calma y la prudencia que reclaman estos asuntos, cuál será la forma más conveniente en su parte exterior”5.
La gravedad de la situación requería asegurar la composición de la asamblea. De ahí que en sus proclamas al pueblo cubano aconsejara ser “muy atinados” en la elección de los hombres que constituirían la convención.
El alto cuerpo, como lo definió, debía ser “un organismo compuesto de hombres genuinamente cubanos, revolucionarios, siendo ella como es la resultante hermosa de la revolución”.
Pero los sucesos se precipitaron. Próximo a terminar el período legislativo en Estados Unidos, el presidente de esa nación sancionó, el 3 de marzo de 1901, la enmienda presentada por el senador de Connecticut, Orville Platt, la cual, insertada a la recién aprobada Constitución cubana, regulaba las futuras relaciones con la excolonia hispana.
Días antes de aprobarse ese documento, en una de sus cartas a la poetisa uertorriqueña Lola Rodríguez de Tió, Máximo Gómez manifestó que prefería “las cadenas del esclavo remachada por la fuerza que la libertad a medias por la propia voluntad”6.
Al peligro externo, añadía el riesgo que significaba la institucionalización de la antigua militancia del Partido Autonomista, contrarios a la revolución, al integrarse en el Partido Unión Democrática, fundado en 1901. Las preocupaciones mayores del Generalísimo en aquel contexto estaban cifradas, ya no en el establecimiento de la república, sino en el radio de influencia, material y espiritual de la nación estadounidense en su destino. De ahí sus palabras al puertorriqueño Sotero Figueroa:
“El triste pasado ya lo conocemos, y en el presente abierto tenemos el libro de nuestras tristezas para leerlo. Lo que tenemos que estudiar con profundísima atención, es la manera de salvar lo mucho que aún nos queda de la Revolución redentora, su Historia y su Bandera.
“De no hacerlo así, llegará un día en que perdido hasta el idioma, nuestros hijos, sin que se les pueda culpar, apenas leerán algún viejo pergamino que les caiga a la mano, en el que se relaten las proezas de las pasadas generaciones, y esas, de seguro les han de inspirar poco interés, sugestionados como han de sentirse por el espíritu yankee”7.
Inmerso en el complejo contexto político de inicios del siglo XX, en el cual debió emerger el estado nacional cubano, Máximo Gómez se encaminó a la búsqueda de aquellas variantes que consideró más viables para que la ocupación militar de Estados Unidos cesara en un tiempo breve y que la república “independiente, democrática y bien ordenada”, se fundara acorde con sus principios éticos. El establecimiento de la república el 20 de mayo de 1902, no significó el aislamiento del Generalísimo de la vida política del país, solo que otras fueron sus preocupaciones y proyecciones en el nuevo escenario, un quehacer consecuente con el pensamiento de quien se autocalificó de “revolucionario radical” y ligó su suerte con los destinos del pueblo cubano: “En el pueblo está la razón de nuestra existencia, y con el Pueblo y por el Pueblo estaremos, aun cuando agotemos toda la amargura del cáliz”.
- Máximo Gómez: Carta a Arsenio Martínez Campos, Ingenio Pulido, 16 de enero de 1896, en Diario de Campaña, p. 534 y carta a Ramón Blanco Erenas, noviembre de 1897, en Bernabé Boza: Ob. cit., pp. 185-186.
- Máximo Gómez: “Declaraciones al corresponsal del The Sun”, 1897, en Ibídem., p. 62.
- Máximo Gómez: “Carta a José María Rodríguez”, Jinaguayabo, 14 de enero de 1899, en ANC. Fondo Máximo Gómez, legajo 22 No. 3011.
- Máximo Gómez: Carta a Francisco Sánchez. Calabazar, 14 de agosto de 1900, en ANC.: Fondo Máximo Gómez, Legajo 22, No. 3050.
- Máximo Gómez: Carta a Bernabé Boza, 15 de marzo de 1901, en La Lucha, 23 de marzo de 1901.
- Máximo Gómez: Carta a Lola Rodríguez de Tió, 19 de febrero de 1901, en ANC.: Fondo Máximo Gómez, Legajo 21, No. 2927.
- Máximo Gómez. Carta a Sotero Figueroa, Calabazar, 8 de mayo de 1901. En Emilio Rodríguez Demorize: Papeles dominicanos de Máximo Gómez, Editora Montalvo, República Dominicana, 1954.