Fernando Ortiz antirracista

Dr. Jesús Guanche

Una parte representativa de la voluminosa obra de Fernando Ortiz estuvo dedicada a demostrar el fundamento anticientífico de las «razas» aplicado a los seres humanos y a combatir las diversas formas en que se manifiestan los racismos en el contexto nacional e internacional que le correspondió vivir.

Aunque Ortiz fue un connotado divulgador de las ideas antirracistas mediante artículos, conferencias, discursos, libros y en la radio, he seleccionado como unidad de análisis diez textos que durante más de cinco décadas (1910-1955) ofrecen una muestra altamente representativa de sus concepciones y de su abierta fe en el desarrollo de las ciencias como vía para fortalecer convicciones.
Durante más de medio siglo Fernando Ortiz ejerció una amplia campaña de investigación, propaganda y acción a favor de la causa antirracista, cual un enérgico apostolado en pro de la ciencia y contra el terrible mito de las «razas». Trató de persuadir para convencer, de enseñar para abrir el entendimiento sobre la unidad de la especie humana, independientemente de las múltiples variaciones físicas y culturales como resultado de la amplia capacidad adaptativa y transformadora del ecosistema.

SUMMARY

A representative part of Fernando Ortiz's voluminous work was dedicated to demonstrate the anticientific foundaments of the "races" applied to the human beings and the diverse forms in that the racisms are manifested in the national and international context to whom corresponded to live in combat.

Although Ortiz was a connoted utterer of the antirracists ideas with articles, conferences, speeches, books and in the radio too. I have selected as unit of analysis ten texts that during more than five decades (1910-1955) he offered a highly representative samples of his conceptions and of his open faith in the development of the sciences like road to strengthen convictions.

During more than a half century Fernando Ortiz exercised a wide investigation campaign, promotion and actions in favor of the cause antirracist which an energetical apostolate in favor of the science and against the terrible myth of the "races”. It was about persuading to convince, of teaching to open the understanding on the unit of the human species, independently of the physical and cultural multiple variations as a result of the wide adaptative capacity and transforming the ecosystem.

Palabras Clave: raza, racismo, antirracismo, crítica científica

Words Key: race, racism, antirracism, scientific critic

Introducción

Una parte representativa de la voluminosa obra de Fernando Ortiz estuvo dedicada a demostrar el fundamento anticientífico de las «razas» aplicado a los seres humanos y a combatir las diversas formas en que se manifiestan los racismos en el contexto nacional e internacional que le correspondió vivir.

Debido a que la noción biológica de «raza» aún pervive en ciertos sectores profesionales y en determinados grupos sociales que todavía confunden lo heredado por la natura respecto de lo creado y transmitido por la cultura, este libro adquiere plena actualidad, pues muchas de las ideas y discusiones presentadas por Ortiz se manifiestan tanto en el sustrato social como en el debate ideológico, en su más amplia acepción.

Recordemos, a modo de ejemplo, que en 1985 se efectuó una pregunta a mil doscientos científicos para conocer cuántos estaban en desacuerdo con la siguiente proposición: «Hay razas biológicas en la especie Homo sapiens». Las respuestas fueron: biólogos 16%, psicólogos evolutivos 36%, antropólogos físicos 41%, antropólogos culturales 53%,   lo cual nos da la medida que, no obstante los más recientes avances de las ciencias, los prejuicios y juicios errados aún perduran, con independencia de los esfuerzos y publicaciones de la antropología cultural.

Aunque Ortiz fue un connotado divulgador de las ideas antirracistas mediante artículos, conferencias, discursos, libros y en la radio, hemos seleccionado diez textos que durante más de cinco décadas (1910-1955) ofrecen una muestra altamente representativa de sus concepciones y de su abierta fe en el desarrollo de las ciencias como vía para fortalecer convicciones.

Del cierre y de la raza

El artículo Del cierre y de la raza (1910) forma parte de un conjunto de textos publicados como La reconquista de América; reflexiones sobre el panhispanismo,  dados a conocer también en el boletín semanal El tiempo y en la Revista Bimestre Cubana, para responder, desde una perspectiva nacional, a las conferencias impartidas por Rafael Altamira y Crevea (1866-1951), el conocido humanista, historiador y americanista español, quien también se desempeñó como pedagogo, jurista y crítico literario. A mediados de 1909 Altamira había realizado un amplio viaje por  Latinoamérica y que  luego relata en su libro Mi viaje a América. En su recorrido, desde junio de 1909 hasta marzo de 1910, visita Argentina, Uruguay, Chile, Perú, México, Cuba y Estados Unidos de América, donde imparte unas 300 conferencias con gran asistencia de público. Las concepciones panhispanistas fundamentadas por Altamira y sus intentos «pacíficos» de reconquista hispánica de América tras la pérdida del poder colonial provocan una enérgica respuesta del joven Ortiz, quien al finalizar este texto señala: «¡Qué triste papel el que hacen hacer ahora al inocente Altamira! ¡Qué aberraciones produce el egoísmo! ¡Qué falso es el amor de raza!». Todo ello para denunciar las deplorables condiciones de vida de los inmigrados peninsulares que en esos momentos eran explotados por sus propios coterráneos.

Al mismo tiempo, Ortiz no es ajeno que el colonialismo o una acariciada reconquista americana se encuentra muy relacionada con el racismo, que le ha sido consustancial desde sus primeros pasos. En este y otros textos se dirige al ilustre visitante con gran respeto y analiza el contenido imperialista del panhispanismo y sus profundas connotaciones racistas; desde su génesis filosófica ?reinterpretada del ideario hegemónico alemán? hasta sus estrategias de aplicación, precisamente a partir de los acontecimientos de Cuba en 1898. Denuncia los intentos de «rehispanización tranquila» o de «neoimperialismo manso» como táctica de penetración en el continente y particularmente en Cuba.

Ni racismos ni xenofobias

Un representativo discurso de Ortiz es dado a conocer como Ni racismos ni xenofobias (1929), pronunciado en un acto público en el restaurante Lhardy, de Madrid, el 17 de noviembre de 1928, por iniciativa de los directores de la Compañía Iberoamericana de Publicidad y con la asistencia de nume¬rosas personalidades de la intelectualidad  madrileña. Posteriormente, durante la sesión solemne del 9 de enero de 1929, en la conmemoración del 136º aniver-sario de la fundación de la Sociedad Económica de Amigos del País, Ortiz retoma y publica las ideas fundamentales.

La polémica contra el racismo hispánico es un detonador que alcanza toda la península y repercute en los principales diarios españoles. Es una profunda defensa de la cultura, como cualidad inalienable de lo humano, contra el criterio excluyente y alienante de la «raza». Es una vibrante sacudida a lo mejor de la inteligencia hispánica que respondió mayoritariamente a favor, antes y después del retrógrado editorial del diario El Debate de Madrid. Allí se hicieron eco las voces de Eduardo Gómez Baquero, Luís de Zulueta, Antonio Ballesteros, Isidro Méndez, Cristóbal de Castro y Benjamín Jarnés; y en Cuba las de Alberto Insua, Emilio Roig de Leushsenring, Francisco Ichazo, Félix Lizaso, Jorge Mañach y Juan Marinello, entre otros. En muestra de apoyo al joven pensamiento español, Ortiz suscribe y reproduce en su discurso ante la Sociedad Económica de Amigos del País de La Habana una parte de las palabras de Benjamín Jarnés contra la «raza» y sus lastres. Este pronunciamiento es una firme advertencia, más allá del tiempo transcurrido, contra el estigma del racismo y la xenofobia que ha renacido en Europa, golpea en la propia España, se estimula con variados rostros en Estados Unidos de América y aflora al debate público en la mayor de las Antillas.

Defensa cubana contra el racismo antisemita

Tras la creación de la Asociación Nacional Contra las Discrimi¬naciones Racistas en 1937, Fernando Ortiz redacta y publica el Manifiesto de la institución, el 14 de Junio 1939, que posteriormente vuelve a publicar la Revista Bimestre Cubana,  como Defensa cubana contra el racismo antisemita, cual un contundente mensaje para denunciar la situación existente contra los hebreos asentados en Cuba, sean estos practicantes o no del judaísmo.

Señala que este Manifiesto cumple con los objetivos de la Asociación en cuyos  estatutos refiere: «El fin de esta Asociación será trabajar para que desaparezcan los prejuicios de carácter racista en cualquiera de sus manifestaciones, fomentando la convivencia entre los elemen¬tos que integran la población cubana con un sentido igualitario».

Denuncia nuevamente las desigualdades sociales y económicas como las causas fundamentales de los racismos y como aún hay personas y grupos que, fieles a sus mezquinos intereses, pisotean derechos religiosos, prédicas patrióticas y conquistas legales. En este sentido rememora que:

En Cuba no han bastado las prédicas de los credos religiosos, ni las exhortaciones de Martí el Apóstol de la Patria, ni las declaraciones igualitarias de la Constitución, ni los preceptos de las leyes. El racismo persiste y se enciende sin cesar por obra de quienes, movidos por sus ciegas codicias y despóticas incivilidades, desprecian religiones, patrias, constituciones y leyes. Ya las soportaron los indios, sus primeros pobladores, y durante siglos las han sufrido los negros, así los africanos como los criollos y sus descendientes y, modificadas por efectos de la evolución nacional, subsisten todavía. También las han experimentado en este país los asiáticos y los demás grupos considerables y caracterizados por sus procedencias nacionales o sus religiones; tales como los judíos o hebreos, los gitanos, los protestantes, los franceses, los norteamericanos, los haitianos, los jamaiquinos, los mismos espa¬ñoles, particularmente los gallegos, y entre los propios cubanos, unos contra los otros.

Lo anterior le sirve de base para valorar la contribución hebrea al progreso de Cuba y cómo cualquier acto discriminatorio y vejaminoso atenta contra la condición humana, especialmente a la luz de los influjos exógenos. Compara el monto de la población hebrea, respecto de las migraciones de estadounidenses, chinos, jamaicanos, haitianos y españoles, y su baja significación estadística como un potencial «peligro» para la nación. Demuestra precisamente lo contrario, el grado de asimilación etnocultural de estos grupos humanos mediante el significativo papel de los matrimonios mixtos, que bien sabemos constituye una regularidad en muchos grupos de inmigrantes con predominio masculino:

Las cifras de su población no significan que los hebreos sean una colonia enquistada en el pueblo de Cuba e incapaz de ser asimilada, pues se asegura que la mayoría de tales hebreos son ciudadanos cubanos, que aproximadamente la mitad de sus indi¬viduos tienen sus familias en Cuba y que muchos de sus hombres inmigrados, particularmente en el interior de la República, donde los hebreos están más dispersos, han contraído matrimonio con mujeres cubanas.

Diserta con diversos ejemplos acerca de la contribución hebrea a la cultura cubana desde múltiples ángulos, no como algo aislado y supuestamente «peligroso», sino como parte de un largo proceso histórico que se inicia desde el primer contacto con el Viejo Mundo. Saca a la luz los fines políticos y económicos del antisemitismo, así como las contradicciones de los argumentos que se exponen. Utiliza, como diríamos hoy, el recurso apagógico, para triturar y convertir en polvo ya invisible e irrecuperable todos los fútiles argumentos en contra y convertirse en un vigoroso acto de defensa de esa diversidad cultural que nos caracteriza.

Del fenómeno social de la transculturación y su importancia en Cuba

Un texto básico para interpretar la riqueza y diversidad de los cambios culturales en su desarrollo es Del fenómeno social de la transculturación y su importancia en Cuba (1940), que inicialmente da a conocer en la Revista Bimestre Cubana y luego pasa a formar el capítulo II del Contrapunteo cubano del tabaco y el azúcar, publicado en ese mismo año. La introducción del neologismo «transculturación» tiene también una directa implicación antirracista si nos remitimos a su argumentación que realiza como antónimo del concepto «aculturación» (acculturation), que fue empleado desde la segunda mitad del siglo XIX  con diversas acepciones.

En 1881 John Wesley Powell (1834-1902) escribe ?en evidente proclama etnocéntrica? que:

El gran regalo a las tribus salvajes de este país [EE.UU.] ha sido la presencia de la civilización, la que, bajo las leyes de la aculturación, han mejorado considerablemente sus culturas, se han sustituido por nuevas y civilizadas, sus viejas y salvajes artes, sus viejas costumbres; en resumen, se han transformado los salvajes a la vida civilizada.

En 1895 Otis Tufton Mason (1838-1908) reconoce la idea anterior cuando estudia la diversidad de los intercambios culturales que los pueblos del mundo han realizado y acepta que «a esta transferencia general Powell le ha dado el nombre de aculturación».

En sus escritos de 1898 William John McGee (1853-1912) emplea el término en varias acepciones, pero sin perder su significado etnocéntrico y por tanto discriminatorio. En su obra sobre Aculturación pirática  distingue formas piráticas y amistosas de aculturación. Las primeras son propias de bárbaros y salvajes, de contenido mecánico y estrechamente imitativas; y las segundas son caracterís-ticas de la civilización y la ilustración, con un sentido más racional y de integración consciente. Una vez más se aprecia la diferencia entre «los otros» (los estudiados) y «ellos» (los estudiosos), para argumentar la dominación de los primeros por los segundos. Hoy día, las descripciones y puntos de vista de Powell, Mason y McGee se asocian con las implicaciones que también ha tenido el concepto difusión y de asimilación forzada en la historia de la antropología sociocultural.

En noviembre de 1929 Bronislaw Kasper Malinowski (1884–1942) había llegado a La Habana y conoce a Fernando Ortiz, con quien intercambia puntos de vista y criterios científicos acerca de los fenómenos sociales que condicionan los cambios de las culturas y los impactos de las civilizaciones. Posteriormente, en julio de 1940, cuando se encontraba como profesor en la Universidad de Yale, escribe la Introducción al referido libro de Ortiz, donde reconoce que «la palabra acculturation, [...] no hace mucho comenzó a correr y [...] amenaza con apoderarse del campo, especial¬mente en los escritos sociológicos y antropológicos, de autores norteamericanos».

Porque la propuesta del concepto transculturación, cual concepción generalizadora de los cambios cualitativos de la cultura podía desde entonces, no sólo explicar la complejidad de estos procesos, sino al mismo tiempo sustituir otros de alcance más limitados como «cambio cultural», «acultura¬ción», «difusión», «migración u ósmosis de cultura», entre otros. Pero la concepción de Ortiz no fue objeto de tanta divulgación ni aceptación internacional por múltiples factores, que tienen su raíz histórica en el propio desarrollo de la antropología estadounidense y en la alta capacidad divul¬gativa de ésta.

En este sentido Malinowski no se equivocó, pues el concepto decimonónico de «aculturación» fue mucho más allá de su limitado alcance inicial y se convirtió en una especie de panacea para denominar, explicar e interpretar diversos tipos de relaciones interculturales. Sin embargo, esta concepción se encuentra cargada desde su origen, de una cualidad despectiva hacia los pueblos de menor grado de desarrollo socioeconómico. En esta dirección el guía teóri¬co del funcionalismo en antropología también reconocía que:

Es un vocablo etnocéntrico con una significación moral. El inmigrante tiene que «aculturarse» (to acculturate); así han de hacer también los indígenas, paganos e infieles, bárbaros o salva¬jes, que gozan del «beneficio» de estar sometidos a nuestra Gran Cultura Occidental. [...] El «inculto» ha de recibir los beneficios de «nuestra cultura»; es «el» quien ha de cambiar para convertirse en «uno de nosotros».

Fue tanto el entusiasmo de Malinowski por el neologismo que clasifica a Ortiz de un «verdadero funcionalista»;  pero el sabio cubano va mucho más allá del estudio sobre las relaciones y funciones del tabaco y el azúcar como plantas simbólicas de los procesos transculturales en Cuba. Ortiz aborda el análisis comparado de los diversos factores causales (históricos, demográficos, étnicos, económicos, psicoló¬gicos, estéticos, jurídicos, religiosos y otros), que condi¬cionan el intrincado contrapunteo. Así, la concepción de la transculturación es un trascendental resultado que se convierte en nuevo punto de partida para futuras investigacio¬nes, las que muestran entre diversos aspectos, las limita¬ciones de la «aculturación» para explicar procesos complejos. Al mismo tiempo implica la necesidad de crear una nomenclatura capaz de eliminar criterios discriminatorios de unos pueblos sobre otros.

Martí y las razas

En pleno proceso expansivo del fascismo alemán en Europa, Ortiz imparte una conferencia el 9 de julio de 1941 en el Palacio Municipal de La Habana, hoy Museo de la Ciudad de La Habana, en un ciclo en homenaje a José Martí organizado por la Sociedad Cubana de Estudios Históricos e Internacionales, que ese mismo año aparece publicado como Martí y las razas. Este es un texto de obligada lectura, que mezcla hábilmente vivencias personales de la vida republicana en ciernes, aspectos claves de la historia cubana en relación con la participación de múltiples seres humanos de la más variada pigmentación epitelial en las guerras independentistas, las secuelas racistas del darwinismo y el evolucionismo con sus desacertados intentos clasificatorios, las causas del expansionismo colonialista en la argumentación antropológica del racismo, a la vez que reconoce las inconsistencias científicas de intentar clasificar algo inexistente como las «razas», tal como ha demostrado posteriormente el mapa del genoma humano.

De ese modo refiere: «Averiguar cuál es el número de las razas, ha dicho Von Luschen, es tan ridículo como el empeño de los teólogos cuando discutían el número de ángeles que podían bailar juntos en la punta de una aguja».

A partir de las anteriores reflexiones acude a las múltiples ideas extraídas de los textos martianos que sirven para triturar la falacia biológica de las razas humanas. Si bien Ortiz afirma que: «La obra escrita de José Martí no es un tratado didáctico, ni siquiera una faena sistemática, sino una producción fragmentaria, casi siempre dispersa en versos, artículos, discursos y manifiestos»; reconoce que: «En toda la obra de Martí hay una vertebración interna que la articula, una idéntica y medular vitalidad que la impulsa». Inmediatamente acude Ortiz a la afirmación rotunda de Martí, tantas veces referida:

No hay odio de razas porque no hay razas. Los pensadores canijos, los pensadores de lámparas, enhebran y recalientan las razas de librería, que el viajero justo y observador cordial busca en vano en la justicia de la naturaleza, donde resulta, en el amor victorioso y el apetito turbulento, la identidad universal del hombre. El alma emana, igual y eterna, de los cuerpos diversos en forma y color.

Lo anterior le sirve de argumento para identificar la esencia misma del racismo, no en causas de aparente desigualdad biológica, sino en sus verdaderas causas: las diferencias económicas y sociales, que sirvieron de sostén a las expansiones coloniales y en consecuencia a la gigantesca e infranqueable brecha entre países y regiones ricas y pobres hasta llegar a la situación de nuestros días, en que la sostenibilidad del orbe pende de las consecuencias del cambio climático y de su propia capacidad de homeostasis.

Ortiz encomia la crítica martiana a quienes, desde cualquier pertenencia antropomórfica practican directa o sutilmente el racismo o los racismos, como prefiere decir en varias ocasiones, en una u otra dirección:

El vulgo creía en la existencia de razas inferiores y superiores, como siglos atrás creyó en la sangre azul de la nobleza y en la sangre sucia de la plebeyez, y aceptaba la predestinación de unas razas selectas, llama¬das a dominar siempre sobre otras, fatalmente condenadas a servidumbre. La raza blanca nació para mandar y para servir habían nacido la negra del África, la india de América, y, en general, todas las gentes de color.

Ortiz resalta entonces la vigencia de las ideas de Martí sobre las supuestas «razas» y contra los racismos. Vuelve a reducir a cero el mito racista a partir del estigma bíblico del patriarca Noé en todo el ámbito de la cultura occidental. Cómo en América se aplicó este estigma a los primeros pobladores por el padre Joseph Gumilla (1686-1750) y por Bartolomé de Las Casas (1484-1566) en relación con los africanos; y cómo «Ese racismo llegó a tales absurdos que fray Tomás Ortiz y fray Diego de Betanzos sostuvieron que los indios eran como bestias y que por tanto eran incapaces del bautismo y demás sacramentos», sin dejar de hacer alusión a la bula papal de Paulo III, en 1537 y al fanatismo teológico del obispo Juan de Torquemada (1388-1468) quien llegó a escribir: «por justo juicio de Dios, por el desconocimiento que tuvo Cam con su padre, se trocó el color rojo que tenía en negro como carbón y, por divino castigo, comprende a cuantos de él proceden».

Ortiz logra probar cómo en vida de Martí y aún tras su caída en combate, todavía en Cuba se llega a publicar en 1896 el libro del presbítero Juan Bautista Casas con argumentos semejantes en relación con las sublevaciones de esclavos y las consecuencias del castigo divino.

En el desarrollo del texto Ortiz hace referencia a varias ideas principales de Martí sobre el tema, pero llama la atención por su dramática vigencia la que escribe en 1884 tras la muerte de Benito Juárez (1806-1872): «La inteligencia americana es un penacho indígena. ¿No se ve cómo del mismo golpe que paralizó al indio, se paralizó a América? Y hasta que no se haga andar al indio, no comenzará a andar la América».  Y no se refiere, por supuesto, a esa parte de América que con pleno orgullo denomina Nuestra, sino a todo el continente. Esta es todavía una asignatura pendiente por resolver en América, pues los pasos que se han dado han sido debidos a la lucha del «movimiento indígena» y los nuevos que hay que dar tienen que ser con los pueblos originarios.

Basado en su anterior conferencia, Ortiz escribe un importante artículo sobre Martí y las «razas de librería», que sirve para la confrontación internacional de estas ideas, pues aparece publicado en Cuadernos Americanos de México en 1945.  Tanto este trabajo como otros precedentes y siguientes,  son parte de una denodada denuncia contra los racismos y sus secuelas, tanto para la opinión pública nacional como a nivel continental y mundial.

El método que emplea en su crítica de la «raza» y los racismos es, en el primer caso reducir al absurdo o anular el valor semántico del pseudoconcepto, que califica como «el más infame de los mitos»; y en el segundo es la denuncia directa y múltiple de actitudes y conductas reprobables, cuando escribe: «Para esos racismos injustificados y ofensivos, Martí tiene una condenación rotunda, inequívoca: La palabra racista caerá de los labios de los negros que la usan hoy de buena fe, cuando entiendan que ella es el único argumento de apariencia válida, y de validez en hombres sinceros y asustadizos, para negar al negro la plenitud de sus derechos de hombre. De racistas serían igualmente culpables: el racista blanco y el racista negro».

Por la integración cubana de blancos y negros

Esta problemática la retoma de otro modo en el ensayo Por la integración cubana de blancos y negros (1943) que publica en Ultra  y en la Revista Bimestre Cubana,  donde en una inicial exposición autobiográfica argumenta el por qué de su creciente interés en conocer la amplia fronda de la cultura cubana y sus componentes étnicos. La constante lucha contra los prejuicios y desconfianzas de unos grupos humanos y otros por sus investigaciones, hasta afirmar con optimismo que:

Hoy día ya la confianza en las investigaciones etnográficas va creciendo y existe en Cuba una minoría escogida, consciente, capacitada y con visión clara hacia lo futuro, […] la cual comprende que la única vía de la liberación contra todos los prejuicios está en el conocimiento de las realidades, sin pasiones ni recelos; basado en la investigación científica y en la apreciación positiva de los hechos y las circunstancias.

Reconoce el papel movilizador de los dos cursillos que impartió sobre los Factores étnicos de Cuba en la Escuela de Verano de la Uni¬versidad de La Habana y a los que asistieron personas de la más diversa pigmentación epitelial, así como la carta dirigida por el Club Atenas, integrado mayoritariamente por personas identificadas como negros y mulatos, al Rector de la Universidad, como apoyo a este tipo de encuentros.

En este texto Ortiz desarrolla la idea de la integración en diversas fases: hostil, transigente, adaptativa, reivindicadora e integrativa, esta última con carácter prospectivo. Durante el proceso de análisis y explicación de cada una de las fases propuestas muestra las características obvias de las mezclas constantes relacionadas con el proceso histórico de formación de la nación cubana, con todos los atavismos psicológicos de autoestima y estima del otro, con la explotación de la fuerza de trabajo, esclava primero y luego asalariada, que están implícitos en las desigualdades socioeconómicas; advierte que no es solo un problema nacional, pero que cada nación tiene sus peculiaridades. Valora al mismo tiempo ese preciso instante expositivo cuando afirma:

Por esto, el acto presente de un grupo de cubanos de razas diversas que se juntan para un rito de comunión social, donde se consagra la necesidad de la comprensión recíproca sobre la base objetiva de la verdad para ir logrando la integridad definitiva de la nación, resulta por su profundo y trascendente sentido un momento nuevo en la historia patria y como tal debemos interpretarlo.

Con ese profundo hálito de optimismo Ortiz se dirige al lector, con el objetivo de neutralizar cualquier interpretación pasional y falaz, para que no pueda interferir la intención basada en sus argumentos científicos por varias décadas.

Ese mismo año también es publicado en inglés una versión de Por la integración cubana de blancos y negros bajo el título de On the relations between blacks and whites. 

Razas «puras» y razas «impuras»

Uno de los números del Almanaque hebreo. Vida Habanera, acoge el artículo sobre Razas «puras» y razas «impuras» (1946),  dirigido nuevamente a desmontar la falacia de las «razas» humanas y donde saca a la luz las contradicciones en los intentos de clasificar supuestas «purezas» e «impurezas» de las mezclas humanas, mediante un contrapunteo de fuentes antirracistas y racistas. Entre los  primeros acude a la obra del francés Jean Finot, quien se pronuncia contra los prejuicios raciales y la contrasta con la de los racistas alemanes Hans F. K. Günther (1891-1968) y Jakob Graf, así como del italiano G. Cogní, cuyos puntos de vista sobre la «pureza» de las «razas» son completamente opuestos, pero en cuya lógica se evidencian incoherencias del discurso. También es cierto que en el momento en que Ortiz redacta este artículo aún no había la certeza acerca del origen de los homínidos en África, pues no es hasta 1960 en que los paleoantropólogos británicos Louis Seymour Bazett Leakey (1903-1972) y Mary Douglas Leakey (1913-1996) descubren los primeros fósiles de lo que denominan Homo habilis, en la garganta de Olduvai, al norte de Tanzania. Ambos consideran que se trata del primer miembro del género humano, así como del primer fabricante y usuario de herramientas. Si la antropología física no había dado una respuesta aun, tampoco el campo religioso judeocristiano tenía argumentos convincentes y así lo refiere Ortiz con fino humor:

En la Biblia no se da la geografía del Paraíso Edénico y, a pesar de las especulaciones medievales y de las repetidas conjeturas que hizo Cristóbal Colón en los más bellos países del Nuevo Mundo, no ha podido fijarse el lugar en que la primera pareja humana nació y vivió su pecado, aun cuando fuera por unas bellísimas y solas «seis horas», según dice Fray Bartolomé de las Casas. El Homo Sapiens ni siquiera sabe dónde fue la patria de sus primeros progenitores; para su rescate no se pudieron hacer antaño cruzadas ni gue¬rras santas, ni vender reliquias del «árbol del bien y del mal», ni para su explotación preparar hogaño excursiones de turistas o tarjetas postales picarescas con vista del lugar maldito donde fue el pecado primero. Libertado un tanto de aquellos prejuicios religiosos que imponen un génesis dog¬mático, el hombre sigue discutiendo el problema de su verda-dera oriundez.

Lo anterior le permite exponer y discutir sobre las teorías que argumentan el monogenismo, al cual se adhiere; el polige¬mismo y su amplia interpretación y empleo racista y colonialista, o el dudoso ologenismo del homo sapiens; es decir, acude a la antropogénesis para dilucidar la falacia de la raciogénesis y resaltar la significación de las variaciones fenotípicas de acuerdo con las capacidades de adaptación y transformación según la diversidad de los ecosistemas. De ese modo concluye que no hay razas «puras» ni «impuras», sino que es un mito perverso extrapolado de la zoología a los humanos.

Los problemas raciales de nuestro tiempo

Una de las conferencias promovidas por La Universidad del Aire fue impartida por Fernando Ortiz sobre Los problemas raciales de nuestro tiempo (1949). Este proyecto educativo es dado a conocer a través de CMQ radio como « […] una institución de difusión cultural por medio del radio. Está, por tanto, sujeta a las condiciones de acción que le imponen la índole de ese propósito y el medio trasmisor de que se vale». Es transmitida los domingos en horas de la tarde y en ellos participan reconocidos intelectuales de entonces como Jorge Mañach, Emilio Roig de Leushsenring, Francisco Ichazo, Félix Lizaso y Raúl Roa, entre muchos otros.

Los organizadores de los programas educativos por vía radial, que luego eran publicados, señalaban que:

El objeto de las disertaciones de la Universidad del Aire es principalmente despertar un interés en los temas de la cul¬tura. Por consiguiente no aspiran a impartir conocimientos detallados o profundos, sino más bien nociones introductoras y generales que abran una vía inicial a la curiosidad de los oyentes. Como el grado de cultura de éstos tiene que presumirse muy diverso, se procurará prescindir en las disertacio¬nes de todo lo que suponga una considerable formación pre¬via, así como de tecnicismos y pormenorizaciones que fatiguen la atención. Los trabajos deberán ser redactados con toda la llaneza de estilo y amenidad de contenido que el tema per¬mita, procurándose sintetizar y dramatizar lo más posible la exposición, y cuidando más en todo momento de la compren¬sión de los oyentes que del propio lucimiento.

Precisamente, uno de los temas candentes es el de «raza» y racismo, donde Ortiz sintetiza cuestiones claves que anteriormente había ampliado en El Engaño de las Razas (1946). Frente a las concepciones y acciones racistas de fascistas, nazistas y falangistas, Ortiz vuelve a oponer los avances de la ciencia, así como referir diversos pronunciamientos de eventos internacionales, donde pone de ejemplos el VIII Congreso Científico Panamericano de Washington (1940) y el Primer Congreso Demográfico Interame¬ricano (México, 1944). Antes de referirse a diversas autoridades científicas que se oponen a la noción biológica de «raza» plantea:

La raza es un concepto tan histórico y científicamente con¬vencional y cambiadizo como social y vulgarmente altanero y despiadado. Pocos conceptos hay más confusos y envilecidos que el de raza. Confuso por lo impreciso e imprecisable, envilecido por los ruines menesteres políticos y sociales en que ha sido y es empleado. El mismo vocablo «raza» no tiene una pura generación y llega a nosotros manchado de infamia. «Raza» es voz de mala cuna, porque nació en la trata de animales, y de mala vida porque ha servido y sirve para la opresión de inmensidad de gentes. 

Su argumentación se apoya en planteamientos de reconocidos autores de entonces como Amram Schein¬feld (1897-1979), Philip Edward Stibbe, Franz Boas (1858-1942), Lancelot Thomas Hogben, Friedrich Hertz y del ya referido Bronislaw Malinowski, entre otros, para mostrar lo absurdo de la «raza» como concepto biológico y sus múltiples consecuencias terribles en la práctica de los racismos. Especial interés ofrece la dramática cita del antropólogo estadounidense Ashley Montagu (1905-1999) cuando sintetiza: «La falacia de la raza es el más dañoso mito del hom¬bre» [...] «La raza es una tortilla que no existe fuera de la sartén estadística donde ha sido cocinada por el ardor de la imagina¬ción antropológica». Seguidamente vuelve a recurrir a las ideas de José Martí que ha referido en textos anteriores.

Critica el sesgo racista del denominado «Día de la Raza» y recuerda que legalmente en Cuba no existe como tal, aunque en la práctica se celebraba en las escuelas con ese nombre. Recuerda que la ley de 5 de octubre de 1922 dice textualmente: «Se declara día de fiesta nacional el doce de oc¬tubre de cada año, en conmemoración del Descubrimiento de América», que si bien luego se le denominó «encontronazo», «encubrimiento» o edulcoradamente «encuentro de culturas», estaba fuera del referido mito dañoso.

La sinrazón de los racismos

Otra de sus conferencias con el mismo objetivo es La sinrazón de los racismos (1950), que ofrece como divulgación de antropología social en el Club Atenas de La Habana el 19 de mayo de 1949, y al año siguiente se publica por esta asociación bajo el título Contra la discriminación racial  y más tarde por la Revista Bimestre Cubana,  en un número especial dedicado a la obra de Fernando Ortiz. Esta es parte de una campaña de visibilidad de las ideas antirracistas, tanto de sus convicciones científicas como del estado del conocimiento antropológico de entonces. Es la posibilidad de aprovechar uno de tantos espacios asociativos para divulgar cómo luchar contra este estigma de la humanidad y su reflejo en Cuba como secuela de la época colonial y de la nueva situación de dependencia republicana. En una parte culminante de su conferencia destaca que:

En Cuba el racismo más grave es sin duda el movido contra el negro. Los racismos se agravan más contra los negros, allí donde éstos son o han sido socialmente sometidos y se quiere perpetuar su condición supeditada. Lo más negro del negro no está en la negrura de su piel sino en la de su condición social. La definición del negro como tipo humano, tal como generalmente se le conoce y considera por el blanco de prejuicios, se sale de la antropología para entrar en la política; pues hay que hacerla más por su hechura social que por su natura congénita. El negro debe menos negrura a sus morenos antepasados que a sus blancos convivientes. El negro lo es no tanto por nacer negro como por ser socialmente privado de luces. Ser negro no es sólo ser negro sino denegrido y denigrado. No tengo por qué extenderme ahora en hacer un catálogo de las expresiones del racismo misonegrista en Cuba. Sus casos son innegables, aun cuando aquí carezca aquél de la acritud que en otros países de más alardeada democracia.

No es ajeno Ortiz a las influencias exógenas a Cuba, que se añaden a las secuelas de la esclavitud de africanos y descendientes. Lo que en más de una ocasión denomina los racismos, están matizados por diversas causas entre ellas por la presencia generalizada del cercano imperialismo estadounidense y sus ideas expansionistas.

Los racismos continúan emponzoñando la vida de muchos gru¬pos humanos, en todos los continentes. Aún cuando en grado menos antidemocrático y agresivo que en otros países, en Cuba aun siguen los racismos; varios, unos contra otros. Contra los negros, contra los judíos, contra los españoles, contra los norteamericanos o nór¬dicos y hasta contra todos los cubanos conjuntamente, por quienes en su petulancia alegan un «destino manifiesto».

En su crítica al término raza desarticula sus falsas acepciones desde los puntos de vista biológico, político y cultural. En lo biológico lo identifica como concepto metodológico de clasificación, de nivel taxonómico inferior a los de especie y género y análogo al de subespecie. Por lo que decir «la raza humana» constituye una paradoja absurda por su cualidad contradictoria, ya que la humanidad es una es¬pecie, un concepto genérico de clasificación zoológica y no una «raza», que es un concepto divisor. En lo cultural cuestiona la falsa pretensión de confundir la supuesta «raza» con el concepto antropológico de cultura, «o sea ?señala Ortiz? como el conjunto de medios sociales que tiene un dado grupo humano para luchar por su vida». Así refiere los errores denominativos de «raza eslava», «raza anglosajona», u otras. En lo político destaca la peligrosa confusión, «y con frecuencia de mala fe» ?apunta?, por los conceptos de «nación», «pueblo», «gente», «casta»  y «clase». Ejemplifica con términos como «raza espa¬ñola», «raza gitana», «raza marinera», que se prestan a la manipulación política.

El quinto jinete del Apocalipsis

Otro espacio social de interés representa la conferencia titulada El quinto jinete del Apocalipsis (1951), que imparte Ortiz en el Lyceum de la Habana el 9 de enero de 1951 y que también publica la Revista Bimestre Cubana.  Se trata en este caso del Lyceum y Lawn Tennis Club, una asociación feminista fundada en diciembre de 1928 por iniciativa de Berta Arocena y Reneé Méndez Capote (1901-1989), cuyo «propósito primordial […] era fomentar en la mujer el espíritu colectivo, alentando y encausando actividades de orden cultural, social y deportivo. Sus socias se interesaron por las nuevas tendencias culturales que conmovían la actualidad del mundo, de ahí que se sintieran la influencia del Grupo Minorista»,  uno de cuyos miembros principales fue Rubén Martínez Villena (1899-1934), junto con otros intelectuales cubanos de la vanguardia literaria y política.

Uno de esos temas cardinales en los cursos de Orientaciones cívicas para la mujer era caracterizar el racismo como «el quinto jinete de Apocalipsis» en un medio de mujeres identificadas mayoritariamente como «blancas», católicas y pertenecientes a sectores sociales con recursos económicos. Inicia su conferencia alabando cuánto se podría hacer con el pleno ejercicio de la igualdad de la mujer e inmediatamente va directo al tema de la libertad de expresión para abordar los problemas de frente:

Cuando más se vocifera en defensa de «la dignidad humana », más se le sojuzga al hombre el pensamiento, que es su distinción de la bestia; y los problemas viscerales de la humanidad (el hambre, el sexo y el pensamiento) son precisamente aquéllos que menos se pueden tratar objetivamente en público y con franqueza. De nuevo, en muchos países, la libertad de expresión va siendo un privilegio, sólo para los graznidos de las aves predatorias y nocher¬niegas; las gallinaceas cacarean en sus corrales y las canoras apenas pueden cantar.  Ni cantarán libres sino escondidas en el monte; o con ilusión de libertad, cuando les disimulan el enrejado de sus jaulas con unas frescas hojas de verdolaga.

Lo anterior le sirve de argumento para abordar la cuestión de Cuba y América, donde no se trata de los conocidos cuatro jinetes del Apocalipsis y sus representaciones de la guerra (el jinete del caballo rojo), el conflicto civil (el del caballo blanco), el hambre (el del caballo negro) y la muerte (el del caballo verdoso); en esta ocasión se trata: «De ese enemigo malo que San Juan en su poema de Patmos no vio cabalgar, pero que repetidas veces ha galopado después, y aun en este mismo siglo, para dolor y aniquilamiento de los pueblos»; es el mito de las «razas» y el daño de los racismos. De ese modo evalúa la grave dimensión del asunto y vuelve a referirse al impacto de los cercanos vientos del norte:

El racismo es, sin duda, uno de los más graves problemas que tiene América por resolver en todos sus climas, latitudes, lenguajes y reli¬giones.  Los viejos prejuicios de las distinciones humanas so pre¬texto de raza han sobrevivido en América a la esclavitud, que pre¬tendía fundarse en predestinaciones religiosas o biológicas; y se prolongan en los regímenes de efectivas supeditaciones que aun se sufren.  Y a ellos se unen los renuevos racistas, traídos del mundo ultratlántico, propugnadores de la mentira de la raza como doctrina de dominación, la de una imperial leucocracia nórdica. 

Vuelve a ofrecer múltiples argumentos contra la «raza» y los racismos, pues sabe a la perfección que eliminar el mito de la «raza» de las mentes confundidas, engañadas o perversas equivale a desmontar la falsedad de los racismos como práctica colonial, neocolonial y discriminatoria en el orden nacional e internacional. Entre las diversas fuentes que emplea recurre nuevamente al pensamiento martiano cuando enfatiza: «El gran cubano José Martí ya lo dijo con elegancia metafórica y profundidad ética: “En este mundo no hay más que una raza inferior: la de los que consultan ante todo su propio interés; ni hay más que una raza superior: la de los que consultan antes que todo el interés humano”». También se apoya en el fino humor del sociólogo Edward Alsworth Ross (1866-1951), quien piensa que «“la raza” es la explicación barata que ofrecen los novatos para cualquier trazo colectivo del cual ellos no pueden, por exceso de estupidez o de pereza, indicar su origen en el ambiente físico o social y en las condiciones históricas». 

Tras una disección ampliada y muy actualizada de otras conferencias sobre el tema Ortiz concluye con una necesaria alusión optimista a la Balada de los dos abuelos de Nicolás Guillén (1902-1989): «Hagamos por que un día, Don Federico y Taita Facundo, los dos abuelos y todos los demás abuelos que fueron, ya sin ser dones ni taitas, puedan cantar juntos aquí, en esta misma tierra nuestra, sin tener que subir antes al mundo de las estrellas».

Durante más de medio siglo Fernando Ortiz ejerció una amplia campaña de investigación, propaganda y acción a favor de la causa antirracista, cual un enérgico apostolado en pro de la ciencia y contra el terrible mito de las «razas». Trató de persuadir para convencer, de enseñar para abrir el entendimiento sobre la unidad de la especie humana, independientemente de las múltiples variaciones físicas y culturales como resultado de la amplia capacidad adaptativa y transformadora del ecosistema.