Jacobo de la Pezuela: paradigma de la historiografía cubana del siglo XIX

Por Arturo Sorhegui
 
La dinámica del doble proceso de la Revolución Industrial inglesa, en lo económico; y de la Revolución Francesa, en lo social, provocó en Europa -junto con el temor por los excesos de los procesos sociales violentos- una alianza entre elementos conservadores y ultramontanos, expresada en la existencia de amplias variantes del liberalismo político. Singularidad muy propicia para que en el llamado siglo de la historia existiera, entre sus cultivadores, dos paradigmas fundamentales -no ajenos a una cierta complementariedad-: el del historiador francés, Jules Michelet; y el del alemán, Leopoldo Ranke. Tendencia presente igualmente en Latinoamérica –pese a sus diferencias de todo tipo con el viejo continente- en la dicotomía manifiesta en Argentina, entre Bartolomé Mitre  y Vicente Fidel López ; o en México, entre Lucas Alamán  y José María Luis Mora ; y aún en Cuba, entre el bayamés, radicado habanero, José Antonio Saco y López , y el gaditano, asentado en la capital antillana, Jacobo de la Pezuela y Lobo .

El triunfo del proceso de la primera Independencia de Latinoamericana (1825), no significó la  preeminencia de un sector burgués, sino de una aristocracia terrateniente que sustituyó al sector dominante hispano y llegó a controlar la organización de los nuevos estados. Grupo social que propició un llamado perfil reformista, en que los intereses conservadores, liderados por los ganaderos, tuvieron que asumir elementos progresivos que con frecuencia condenaban. Aún con las diferencias existentes entre los mexicanos Lucas Alamán, quien dirigió el partido conservador, y el sacerdote anticlericalista y masón, José María Luis Mora, ambos invocaron la supremacía política, económica y social de la elite criolla. Mientras Mora, se manifestaba a favor de que la tierra pasara a manos del Estado, para su venta a pequeños propietarios. Lucas Alamán tenía una concepción elitista, pesimista, que consideraba a España el paradigma a seguir. Ambos eran elogiosos en distinto grado de las posiciones de Morelos, pero: mientras Alamán defendía al emperador Iturbide, Mora lo denostaba.

Las formas conservadoras que predominaron en Hispanoamérica en el primer tercio del XIX, empezaron a manifestar su agotamiento hacia 1830, pero muy especialmente entre 1850 – 1860. El sector “oligárquico progresista” , a la par que defendía los privilegios y el latifundismo, empezaba a optar por elementos de la civilización moderna, que con frecuencia condenaban. Para poder adaptarse a las exigencias del mercado y las demandas de sus sectores urbanos, acentuaron su dependencia del capitalismo internacional. Dando lugar a la paradoja de una brusca modernización de los espacios nacionales –sobre todo los citadinos-, con la consecuente proliferación del circulante, la mejora de las comunicaciones y de la infraestructura, en general, pero sobre la base de regímenes dictatoriales .

El no haber participado Cuba en el proceso de la primera independencia americana, no originó que La Habana quedara exenta de los efectos de la Revolución de 1830 en Europa. De ello da prueba la superación del liderazgo económico y político de la llamada primera generación reformista, encabezada por Francisco de Arango y Parreño. Y la paulatina influencia de sectores medios urbanos –liderados por José Antonio Saco-, que asumieron una variante diferente del modelo de la plantación esclavista, al expresar, hacia 1832, las primeras críticas públicas a la trata africana, con proposiciones veladas a favor de la aplicación -sin abandonar concepciones de explotación intensiva- de una mano de obra libre.

Otra opción del liberalismo se manifestó al esbozarse cambios en la política que España venía aplicando en el territorio insular. El origen de esta modificación estuvo influido por la incorporación al poder metropolitano de diferentes sectores de la burguesía española, una vez que muerto el rey Fernando VII, en 1833, la Regente María Cristina Borbón les solicita su participación en el gobierno. La alianza existente, hasta ese momento, entre los exponentes del primer grupo reformista insular y el Absolutismo hispano, se interrumpió al empezarse a desconocer el anterior pacto colonial. Se iniciaba una nueva estrategia de gobierno que abogaba por el dominio económico y no solamente político de los antiguos territorios transoceánicos; bajo el rango, ahora, de colonias, capaces de propiciar el avance de la burguesía peninsular.

La modificación de la política hacia las posesiones transoceánicas tiene en el gobierno del Capitán General Miguel Tacón y Rosique (1834-1839), su primer ejecutor. A él se debe, en buena parte, el inicio de las reformas hacendísticas que enrumbaba hacia nuevos derroteros a la política hispana. En especial, la dirigida a un incremento significativo de las remesas fiscales, con el consecuente aumento de los aranceles y derechos preferenciales de bandera, tan necesarios a la burguesía peninsular para incrementar su comercio con la Isla. Y, lo más importante, dirigir  hacia los grandes comerciantes refaccionistas y traficantes de esclavos residentes en la capital y de origen hispano, -mediante concesiones y contratas con la administración-, el abastecimiento del gasto público en la isla (ejército y fuerzas de orden público, marina, aparato administrativo, obras públicas) .

El hecho culminante de este proceso entre 1833 y 1840, fue el rechazo a que los diputados por la mayor de las Antillas pudieran participar en las Cortes de 1837, y, con ello, a su opción de tomar parte en las deliberaciones para la aprobación de la nueva Carta Magna que entraría en vigor a partir de ese momento. A diferencia de lo ocurrido con la Constitución de 1812, en que se daba la condición de ciudadanos a los habitantes de los territorios transoceánicos, en la de 1837 se les negaba –mediante su exclusión- disfrutar de esa potestad y se les condicionaba a regirse por leyes especiales que nunca llegarían a redactarse.

La dinámica que predominará entre los grupos de poder peninsulares, estuvo influida por el surgimiento, a partir del motín de la Granja (agosto de 1836), de una nueva generación liberal. Exponentes de ese nuevo grupo fueron quienes propiciaron, con las leyes de 1837, una aplicación más significativa de la desamortización de los bienes de la iglesia. Y fueron influidos por las consecuencias de la firma del Convenio de Vergara (agosto 1839) - puso fin a la primera guerra carlista-, que llevó a los militares a la dirección política del país. Entre ellos los que ocuparían -en un futuro no lejano- la Capitanía General de Cuba, en los casos de Leopoldo O’Donnel, Jerónimo Valdés, José Gutiérrez de la Concha, Juan de la Pezuela, Francisco Serrano y Domingo Dulce, entre otros.

Los cambios expuestos dieron origen a una polarización de las posiciones liberales en Cuba. Una, relacionada a los criollos que se aliaron a las nuevas orientaciones del gobierno metropolitano, y fueron tildados de asimilistas. Otra, denominada reformista y alentada en las opciones del grupo insular plantador para promover, por sí mismo, los cambios que entendían eran posibles gracias a su poderío económico y cultura; y que alentaron, también, la opción del autonomismo. Y una tercera, generada por plantadores de origen hispano, al estilo de Julián Zulueta y Salvador Samá, beneficiarios de las concesiones y contratas (incluido el tráfico de esclavos) brindadas por la administración española y denominados integristas.

Las nuevas condiciones –manifiestas fundamentalmente desde 1840- se exteriorizaron en la necesidad de una nueva defensa/argumentación de las proyecciones económicas, sociales y políticas que originaban la recién estrenada definición de fuerzas. Como ya era común en Latinoamérica desde el siglo XVI, la historia, en sus diferentes estilos y géneros, fue el campo más propicio para la defensa y profusión de estos intereses. Así lo hizo el abogado y filósofo criollo José Antonio Saco y López en su ya citada Historia de la Esclavitud desde los tiempos más remotos hasta nuestros días (1875-1877), y otro tanto el humanista de origen español, tampoco historiador de formación, Jacobo de la Pezuela y Lobo, en su Ensayo histórico de la isla de Cuba (1842), en el Diccionario geográfico, estadístico, histórico de la isla de Cuba (1863-1866) y en la Historia de la isla de Cuba (1868-1878).

Pezuela: biografía y Liberalismo hispano

Por su lugar de nacimiento (Cádiz, en una plaza sitiada por las tropas francesas), por el año en que esto ocurrió (1812 , cuando se aprobó la Constitución gaditana), y por tradición familiar (su padre, Ignacio de la Pezuela, sufrió destierro acosado por la reacción fernandina), Pezuela y Lobo parecía estar condicionado, como lo fue, a militar en las filas del liberalismo.

Los Pezuela se habían destacado en el campo de las armas. Su tío, Joaquín de la Pezuela, marqués de Viluna, fue el último de los virreyes del Perú, y bajo sus órdenes fueron derrotadas las tropas españolas en la decisiva batalla de Ayacucho, que puso fin a la dominación hispana en Suramérica . Su primo, Juan de la Pezuela, Conde de Cheste se desempeñó como gobernador de Puerto Rico y Capitán general del Cuba, entre 1853 y 1854. Y su padre, militar de carrera, fue durante los gobiernos liberales consejero de Estado, Ministro de Gracia y Justicia, y embajador en Portugal.

Hacia 1820, en coincidencia con la apertura de un nuevo período constitucional de gobierno en España, la familia se trasladó de Cádiz a Madrid. En la villa y corte dio inicio Jacobo a sus estudios, en el concurrido, elitista y recién estrenado Colegio de San Mateo, donde coincidió con futuras personalidades políticas y militares. Pero en 1823, al término del segundo período constitucional, la persecución librada contra Ignacio, lo llevó de forma intempestiva a Valladolid, al Colegio de los Escoceses, donde cursó latinidad y lengua inglesa. Dos años después, reunida la familia en Burdeos, dio continuidad a sus accidentados estudios en el Colegio Real de Angulema, añadiendo al conocimiento recién adquirido de la lengua inglesa, el de la francesa y latina. Por los problemas de salud de su padre, la familia debió trasladarse finalmente a Montpellier, ciudad en la que Jacobo alcanzó en 1828 el título de bachiller en letras.

Con el levantamiento del destierro (1829), la familia retornó a España, y Jacobo, el primero en hacerlo, pasó a residir en la casa madrileña de su tío, el antiguo Virrey del Perú. Bajo los auspicios del marqués de Viluna abrazó la carrera militar y entró en el selecto grupo de los guardias de corps del rey, privilegio solo asequible a las familias más encumbradas. En 1831, ya estaba alistado en el regimiento de los húsares de la princesa y, después de obtener el grado de capitán, participó en la primera guerra carlista.

Entre 1833 y 1840, alcanzó la condición de ayudante de campo de Gerónimo Valdés; aún cuando este había tenido diferencias con su tío, como consecuencia de haber firmado una carta para removerlo de su cargo de virrey . Valdés estuvo en el territorio español, al mando de las tropas que se enfrentaron al brillante oficial carlista Zumalcárregui, y llegó a desempeñarse como Ministro de la Guerra en 1835, antes de que el general Baldomero Espartero, al frente del gobierno, le designara para ocupar en 1840 la Capitanía General de la Isla de Cuba; destino al que arribó en 1841, en compañía de su asistente Pezuela y Lobo.

La primera estancia de Pezuela en la isla (1841-1844) le resultaría especialmente fructífera. Además de ayudante del Gobernador y Capitán General, fue coronel de las milicias de Matanzas, y teniente de gobernador de dos de las principales plazas azucareras del país: Sagua la Grande, en la porción central de la Isla; y Güines, al sur de La Habana. Además, se casó en 1843, en la Catedral de la Habana, con María de la Concepción Chacón y Calvo, una de las damas más preeminentes de la sociedad habanera, hija del 3er conde de Casa Bayona y del primer marqués de Casa Calvo. Y, por si fuera poco, en su tiempo libre se dedicó a escribir un Ensayo histórico de la isla de Cuba, que le valió un premio de la Sociedad Económica de Amigos del País de La Habana (SEAP), y el ser recompensado con la condición de socio de número de la referida institución.

El primer período de estancia en la Isla de Valdés y Pezuela, fue especialmente convulso. La aceptación por el gobierno de la Unión Norteamericana de la  solicitud de anexión a su territorio por parte del estado de Texas , las dificultades que atravesaba la producción azucarera -debido a la competencia en el mercado mundial de la de remolacha-, sumado a los rumores de que Espartero, en el Gobierno metropolitano, cedería a las presiones inglesas para eliminar la trata negrera y la esclavitud en la Isla, llevó a algunos plantadores y comerciantes, tanto criollos como peninsulares, a asumir posiciones favorables a la incorporación de Cuba a los actuales EEUU. Coyuntura en la que Pezuela decidió escribir su Ensayo… en la variable de entregas -para alcanzar una mayor divulgación-, mediante cuadernillos que empezaron a circular en 1842, y continuaron hasta un número de 10 en 1848. La historia de la Isla bajo la égida española, apareció en el texto de una forma no tradicional, a partir de la nueva estrategia y concepciones políticas de los liberales en el poder.

La singularidad del Ensayo, en opinión del historiador Carlos Funtanellas, estuvo influida por la necesidad que tuvo su autor de manifestarse sobre cómo hacer conservar las posesiones insulares, cómo fomentar su bienestar y riqueza y conocer sus necesidades peculiares . Pezuela interpretó desde sus páginas, excesiva la violencia desplegada por el grupo conquistador hispano en la Isla y se manifestó igualmente crítico por el hecho de que hacia finales del XVIII, las posesiones de la Corona situadas en uno de los climas más propicios del mundo para favorecer el comercio y las manufacturas europeas, fueran afectadas por la ignorancia del conocimiento y aplicación de la economía política, y el abandono en que se veía sumida su industria y agricultura . Y fue contrario a la interpretación de que en la Isla primaran las ideas independentista; las que –en su criterio- no afectaron a la gran masa de gentes que no se habían formado con lecturas inglesas ni francesas .

Acuciado por las mismas circunstancias convulsas, José Antonio Saco escribió en 1848 –año en que Pezuela daba a la imprenta los últimos cuadernillos del Ensayo- su Papel Ideas sobre la incorporación de Cuba en los Estados Unidos . En el que su preocupación principal, a diferencia del gaditano, se encaminó hacia el desfavorable efecto del anexionismo, que ganaba muchos adeptos en la Isla. Y argumentaba, que más que una incorporación a la Unión Norteamericana, se trataba de una anexión en la que sus habitantes perderían el don más preciado: su nacionalidad.

En opinión de Pezuela Lobo, el relevo de Valdés dispuesto en 1843 –al ser derrocada la regencia de Baldomero Espartero-, fue una cruel injusticia. Habida cuenta de los buenos resultados alcanzados por este Capitán General en su corto mandato. Al haber introducido benéficas reformas en la organización del ejército, además de haber demostrado gran tacto para eludir una apresurada disposición dirigida a aplicar por la fuerza, con el apoyo de los barcos de la flota inglesa estacionados en el puerto, la liberación de los esclavos introducidos en Cuba después del plazo fijado en 1820, para el cese de la entrada de africanos en la Isla .

Al mismo Pezuela no le fue mejor un año después, al arribar el sustituto oficial de Gerónimo Valdés. El nuevo Capitán General, José Gutiérrez de la Concha, le separó inopinadamente de la Tenencia de Gobierno que desempeñaba. Las motivaciones del gobernador, su antiguo compañero en las aulas de San Mateo y su conmilitón en el Regimiento de húsares de la Princesa, era resultado –según el historiador José Manuel Pérez Cabrera- de una antigua y marcada antipatía  .

Pezuela permaneció en la Isla hasta 1847; año en que se aprobó su solicitud de retorno a la península. En Madrid, fue destinado a las órdenes de su primo, el conde de Cheste, Capitán General en ese momento de Castilla la Nueva. Las nuevas condiciones de su servicio, le resultarían propicias para dedicarse a la búsqueda de los documentos existentes sobre Cuba en los Archivos de España, Portugal, Francia, e Inglaterra –en lo fundamental-, y así mejorar su empeño como historiador a partir de textos resumidos y compilados en 30 volúmenes. Trabajo que le ayudaría a superar, en otra Historia confeccionada por él, las dificultades detectadas en el Ensayo y le sería de gran utilidad para la elaboración de su Diccionario.

Con una pequeña antelación a la designación de su primo como Capitán General de Cuba, retornaría Jacobo a la Isla en 1852. Entre 1853 – 1854, se hizo cargo de la dirección de los Anales y memorias de la Real Junta de Fomento, además de  continuar, ahora en la Isla, la recopilación de documentos ya iniciada. Labor, de conjunto, nuevamente afectada en 1855 al asumir Gutiérrez de la Concha, por segunda ocasión, el Gobierno de la Isla. Razón por la que solicitó su pase a retiro del ejército, antes de trasladarse a la península.

La permanencia de Jacobo en la Isla se extendió, en esta ocasión, hasta 1856, período en que Concha, propició una segunda reforma fiscal –continuadora de las puestas en práctica por Miguel Tacón en 1834-. Con la cual buscaba, en opinión del historiador vasco Juan B. Amores, que los comerciantes y productores hispanos, radicados en Cuba, obtuvieran en los casos de Julián Zulueta, Salvador Samá, José Antonio Soler y José Baró, entre otros, todo el rendimiento posible de las contratas por ellos firmadas con el gobierno .

A las medidas hacendísticas Concha sumó la creación, en 1855, del Cuerpo de Voluntarios; sustituto de las Milicias de La Habana, integrada por los miembros más prominentes de la elite criolla, y ahora en manos, en el nuevo cuerpo, del grupo pro español –integrista-. Propició, además, reformas administrativas sustanciales, que implicaron una nueva jerarquización de las funciones del Capitán General, por encima de las que venía desempeñando el Intendente de Hacienda. Al grado de relegar, a simple cuerpo consultivo, la muy fructífera Junta de Fomento. Todo lo cual ha llevado a caracterizar a Concha como el gran “tecnócrata” de la administración española en la Isla, al considerársele el artífice instrumentador en la Isla de los fines políticos de la burguesía hispana en el poder. Sobre todo, una vez llevado a efecto el golpe de la “Vicalvarada” , que permitió el ascenso al gobierno al sector militar implicado en la intentona, y, con él, a los propietarios pro hispanos de la Isla.

Entre los trabajos publicados por Pezuela en los Anales y memorias de la Junta de Fomento, en 1854, sobresalió Estado de la Esclavitud en los Estados Unidos de América , primero en que aborda el tema de la esclavitud, no en forma hechográfica –como lo había realizado en su Ensayo…-, sino con pretensiones más abarcadoras, a partir de alusiones veladas derivadas de una realidad diferente a la cubana. De ella se vale para dar su voto a favor de la continuidad de la trata y la esclavitud, ya que lo ocurrido en los EEUU demuestra que la riqueza agrícola sólo ha sido posible en estas zonas mediante la utilización de los brazos tropicales

De regreso a la península, publica el adelanto de uno de los capítulos de lo que sería, a partir de 1866, su Historia de la Isla de Cuba. El folleto en cuestión, Sitio y rendición de La Habana en 1762 (1859)  ,  apareció tres años después de otro de título muy similar, pero en formato de libro, publicado por el matancero Pedro José Guiteras y Font en los Estados Unidos . Ambos títulos sobresalen por su calidad, la amplitud de sus consideraciones al abordar el tema y la importancia y variedad de sus datos. El poder incluir en su estudio, el contenido de las Actas del Cabildo de La Habana, además de información propia de los archivos ingleses, favoreció, indiscutiblemente, a la obra de Pezuela.

La Junta de Fomento, Agricultura y Comercio de la Isla, designó a Pezuela como la persona indicada para acometer la elaboración de un diccionario, en el espíritu del que para la península había elaborado el liberal español Pascual Madoz. El Diccionario geográfico, estadístico, histórico de España y sus posesiones de Ultramar, había sido editado en 16 gruesos volúmenes entre 1848 y 1850, y aunque contemplaba la incorporación a su texto de la información propia a las colonias, no la pudo llevar a efecto por  carecer de ella al momento de la edición .

La motivación por la elaboración de un diccionario, no fue monopolio de la Real Junta de Fomento… de la Isla, ni de Pezuela; a este objetivo se habían aplicado, asimismo, desde una fecha tan temprana como 1840, exponentes de los sectores medios criollos, interesados en propiciar una economía intensiva sin que ello dependiera, exclusivamente, de las posibilidades de la introducción masiva de mano de obra esclava. Intento llevado a cabo por Tranquilino Sandalio de Noda y José María de la Torre, quienes empezaron a confeccionar –y no pudieron terminar- un Diccionario geográfico e histórico cubano, para lo cual solicitaron infructuosamente apoyo a las autoridades españolas para poder consultar los archivos.

La labor acometida por Pezuela en España, desde finales de 1854, para cumplir su encargo, unido a la salida de los primeros tomos del Diccionario…(1863), lo convirtió, en la península, en una de las personas con mayor prestigio y conocimiento sobre el mundo colonial hispano. Criterio que lo llevaría a su admisión en la española Real Academia de la Historia. El tema de su discurso de recepción, de 1866, no podía ser más alusivo a este rol, al dedicarlo a la “Historia del gran imperio colonial que por espacio de tres siglos poseyó España al otro lado del Atlántico”.

Las funciones de Pezuela como especialista principal en asuntos coloniales hispanos, lo llevó a elaborar extensos informes académicos sobre los más diversos asuntos de la temática de su interés. En una labor, cuya importancia él retrotraía al tiempo de Carlos III, cuando se designó al humanista Juan Bautista Muñoz, para dar respuesta a las imposturas que sobre la dominación de España en el continente de Colón entonces proliferaban. Si en aquellos años –explicaba- esa labor fue calificada un deber nacional, igual objetivo se debía practicar ahora por la Academia, mediante la creación de una nueva comisión para ese mismo fin.

En la misma cuerda de su idoneidad en los asuntos coloniales, puede considerarse la labor que aún antes de su recepción en la Academia, Pezuela llevó a efecto en ocasión de la convocatoria hacia 1865 de a una “Junta de Información” –se realizó mucho después, en 1867- sobre la realidad colonial, con la participación de personas elegidas para esa ocasión en Cuba, Puerto Rico y Filipinas. Para este fin elaboró el trabajo Necesidades de Cuba , al entender su deber dar a conocer en forma compendiada, las pasadas vicisitudes del gobierno y los presupuestos de la Isla. Pronunciándose, al final de su escrito, porque la administración española adoptara muy pronto las reformas que propugnaban los insulares, u otras análogas, sin que se remitiese su aplicación a un tiempo indefinido.

Al final de su existencia, Jacobo de la Pezuela comenzó la publicación de la que se considera su obra más significativa, la Historia de la Isla de Cuba (1868-1878) ; contribuyó en 1871, a la Crónica General de España, con un bosquejo de la historia de Cuba y Puerto Rico, que tituló Crónica de las Antillas ; y tuvo aún tiempo para publicar un estudio sobre el conde de Aranda  -en la Revista de España (1872)-, antes de morir en La Habana, en 1882, a los 70 años de edad. Ningún otro historiador del siglo XIX cubano, ha dejado una obra más prolífica y de mayor empaque erudito, aunque fuera objeto de críticas por parte de figuras intelectuales de la Isla.

La Obra en la estrategia de la burguesía hispana en el poder

Un análisis conjunto de la obra histórica de Jacobo de la Pezuela nos lleva, obligatoriamente, a considerar a sus dos contrapartes historiográficas dentro del liberalismo cubano. Una, la del ya mentado José Antonio Saco quien, en opinión del historiador norteamericano Rolando Mellafe, supera al resto de Hispanoamérica en su momento, al dedicarse, más que a hurgar en las historias nacionales, al análisis de una institución: la esclavitud,  síntesis y expresión del problema principal de la solución de la mano de obra, en territorios de evolución colonial.

La otra, la de Pedro José Guiteras Font, quien privilegió, al igual que Pezuela, la realización de una Historia de Cuba , pero sin considerar que el camino fuera el del empaque erudito, y el abarcar toda su evolución anterior; por lo que se definió iniciarla con la toma de La Habana por los ingleses. Se pronunció, además, por ilustrar la razón sin el daño del espíritu y las pasiones humanas, en el entendido que su obra, editada en Nueva York (1865-1866), debía vencer la censura para poder ser leída por los habitantes de la Isla, a quienes iba dirigida. En la publicación, anterior a la Historia… de Pezuela, Guiteras centra sus comentarios sobre el Ensayo…, el que –consideró- fue escrito, aún con su modesto título, con mayor caudal de datos y miras más elevadas; si bien al llegar a las épocas más inmediatas no hace justicia al mérito del patriotismo cubano, ni todo lo que conviene al esclarecimiento de algunos hechos importantes .
 
La batalla historiográfica estaba planteada. Saco se define por una historia problema de orden temática, no sujeta a un estricto orden cronológico, ya que resultaba el medio más idóneo para combatir a sus contradictores: en los casos de los exponentes de la Sociedad Abolicionista Inglesa y Española; de historiadores y funcionarios hispanos defensores de la esclavitud, como fueron Vicente Vázquez Queipo, José Ferrer de Couto, y Mariano Torrente; el italiano Antonio Carlos Gallenga; y de los cubanos Juan Bernardo O’Gaban, Claudio Martínez de Pinillos, Francisco Frías y Jacott y Rafael María de Labra, entre otros .

Mientras Guiteras Font -al igual que Saco un exponente de los sectores medios de población, y contrario a la continuidad de la trata- lo hace a través de su Historia de Cuba (1865-1866) y por intermedio, sobre todo, de Cuba y su Gobierno  (1853). Obra que dirigida a la opinión pública internacional, no tuvo la limitante, de tener que adecuarse a las exigencias de la censura prevaleciente en la Isla. En ella, Guiteras no se preocupó por evitar “el daño de las pasiones humanas”, al tratar temas tan controvertidos como la revolución de Lorenzo (Santiago de Cuba, 1836), los motivos de una sublevación de esclavos ocurrida en Matanzas (1843) y las tentativas del partido de la anexión desde 1849 a 1851.

Al punto de confiar  -señaló- que su pintura, de la verdadera situación social y política de la Isla, pondría de manifiesto la imposibilidad de que su país continúe por más tiempo regido por el sistema bárbaro y tiránico que en él quieren sostener, a toda costa, los hombres de todos los partidos que hoy rigen los destinos de la desafortunada España . 

Aún con lo enconado del debate enunciado, no pueden descartarse los puntos de coincidencia historiográfica. En especial, el del reconocimiento, en lo formal por parte de Pezuela, de la eliminación paulatina de la trata y la necesidad del establecimiento de reformas políticas para la mejor evolución de la Isla. En lo que no se transige es en la posibilidad de que Cuba alcance un gobierno autonómico, reclamado desde la década de 1820 mediante la solicitud de la creación de una Diputación Provincial, que llevaría aparejada la derogación de las facultades omnímodas, vigentes desde 1825. Y sobre todo, ¿en favor de qué territorio se aplicaría el liberalismo?

Además de Saco y Guiteras, hicieron comentarios sobre la obra de Pezuela: Antonio Bachiller y Morales (1812-1889), José María de la Torre (1815-1873), Néstor Ponce de León (1837-1899) y Manuel Sanguily (1848-1925), entre sus contemporáneos. Bachiller, al referirse al Ensayo…entendió que la crítica no puede reputarlo como un trabajo a la altura de la exigencia de su época . Torre, por su parte, se remite al mismo libro que Bachiller, y considera que en este se distinguen dos partes bien disímiles, una antes de la toma de La Habana, y otra después de esa fecha; pero, aún con sus limitaciones, lo considera superior a la Historia de Guiteras. Crítico al igual que Bachiller, Ponce de León califica el Ensayo… de una desatinada apología del detestable sistema colonial de España . Mientras Sanguily, recomendaba su Historia de Cuba, como uno de los libros que debían leer los maestros cubanos .

Lo singular de la obra de Pezuela, lo develó Carlos Funtanellas al relacionarla con la mentalidad española prevaleciente una vez que se perdió, en 1825, la mayor parte de su territorio ultramarino. Y fruto, además, de su derivación en un clima mental , en el que Pezuela participó de una forma destacada y, aún, reconocida, al considerar que España debía propiciar otra cruzada contra sus detractores en el campo de la colonización, como se había llevado a efecto desde época de Carlos III, con la obra de Juan Bautista Muñoz; pero ahora propiciada desde la española Academia de la Historia, de la que él mismo formó parte.

Es precisamente sobre este tópico en el que nuestro autor revela sus mayores dotes problematizadoras. Una primera presentación del asunto la hace en el Ensayo…al advertir que desde el siglo XVI hasta principios del XVIII apenas fijó en ella el genio aventurero de los españoles, que preferían entonces ir a labrar sus fortunas en las vastas y ricas regiones que poseían en el continente americano . Y lo retoma, en un sentido más generalizador, al advertir que la ignorancia de la economía política, puesta de manifiesto en mantener circunscrito el comercio de las flotas a los dos únicos puertos peninsulares de Sevilla y Cádiz, y el considerar los productos resultantes de la agricultura, la industria y el comercio como medios menos inmediatos que la elaboración de minas y otros que abultaban su fantasía. Fueron la razón –entre otros pareceres- del empobrecimiento de España .
 
En ocasión de la convocatoria en 1865 de una Junta de Información con representantes del mundo colonial hispano, Pezuela se sintió obligado, al tratarse el asunto de las relaciones con el mundo Ultramarino, de elaborar Necesidades de Cuba, trabajo en el que dio a conocer, en forma compendiada, las pasadas vicisitudes del gobierno, los presupuestos de la Isla y su estado actual. En él hizo constar la tarea inaplazable –en su criterio- de reformar y decretar una legislación apropiada para una población que presenta el fenómeno de tres pueblos muy diferentes habitando un mismo suelo.

Casi tres años después, Pezuela vuelve a tratar el tema en la que se considera su obra cumbre, la Historia de la Isla de Cuba, y en ella –entre otros asuntos- se vale de un estudio comparativo de la explotación alcanzada por los ingleses en Jamaica y la propiciada por los españoles y los galos  en el término de dos porciones de una misma Isla: Santo Domingo y Haití. En criterio de nuestro autor, a Inglaterra le había bastado un siglo (entre 1655 y 1750) para crear riquezas inmensas en Jamaica, que ya contaba, por ese entonces, con más de 130 000 esclavos africanos y unos 11 000 habitantes blancos, exportaba para los mercados europeos 700 000 quintales de café, 5 000 de algodón y 8 000 de especias, elevándose su exportación a más de 8 millones de pesos .

Más significativa aún resultaba la comparación entre los sistemas de explotación aplicados por Francia en su colonia de Saint Domingue; y el de la península, en La Española. España –precisa- disponía en la antigua isla de Haití, llamada Santo Domingo o La Española, apenas 30 000 blancos y 10 000 esclavos, y lejos de bastar para su propio consumo sus productos, tenía que recibir auxilios exteriores. A su lado, contrasta, prosperaba la reducida parte francesa (Saint Domingue), con más de 500 plantaciones, en múltiples establecimientos y ciudades florecientes, y mientras la parte española tenía que depender de las consignaciones monetarias de Veracruz, la francesa, después de tributar más de 6 millones de francos a su erario, rivalizaba con Jamaica en surtir a los mercados europeos con productos por un valor de 20 millones para sus exportaciones . 

Aunque no lo hace explícito, la validez de la argumentación planteada llevaba a establecer indubitablemente las razones por las que España se había retrasado en sus relaciones con su mundo ultramarino, en comparación con Francia e Inglaterra –fundamentalmente-,  que habían llegado a desarrollar un nuevo sistema colonial desde el siglo XVII que, a la par que permitió el avance de sus manufacturas, enriqueció a su burguesía.

En lo pertinente a la fuerza de trabajo –léase esclavitud- se nota variaciones a lo largo de la obra de Pezuela, desde que redactó el Ensayo… a que escribió su Historia de la isla de Cuba. En el primero de sus trabajos, se limitó a dar información sobre las contratas para la entrada de los africanos, incluido el monto estimado de su total, según los censos y padrones. Selección historiográfica que le originó no pocas críticas, al no hacer mención a la tolerancia de los Capitanes Generales al tráfico de esclavos, e incluso los beneficios personales que alcanzaron al no impedir sino más bien propiciar este comercio. Habría que esperar a algunos de sus trabajos publicados en los Anales y memorias de la Junta de Fomento, especialmente al ya citado Estado de la Esclavitud en los Estados Unidos de América, de 1854; y en años posteriores, a Necesidades de Cuba, 1865, para tener criterios más definidos y abarcadores.

Las primeras alusiones, presentes vagamente en el Ensayo…, están relacionadas con la Geografía humana. La humedad, la ardentía del sol, las enfermedades endémicas, condiciones propias de la América intertropical, hizo imposible la aclimatación del blanco en la zona. A lo que añade, en Necesidades… de que los aborígenes eran una raza impropia e incapaz para el trabajo agrícola del rudo trópico, de lo que deriva que solo son aptos los naturales de estos climas, los africanos . Y concluye, en Estado de la esclavitud… que tres siglos de colonización española, demuestran que la riqueza agrícola solo ha sido posible en estas zonas–a partir de lo sucedido en el sur de los EEUU -, mediante la utilización de brazos tropicales .

En la misma medida –añade Pezuela- que la población indígena es indolente por naturaleza y sólo es capaz del trabajo cuando es impelida por la raza blanca, resultaba imposible transformar al negro esclavo en trabajador libre: es necesario mantenerlo en la esclavitud . Criterio mantenido por nuestro autor, en una fecha tan tardía como 1865. Cuando algunos funcionarios e historiadores liberales españoles, mantenían posiciones contrarias a la trata, e incluso a la esclavitud. Este fue el caso, por ejemplo, del gallego La Sagra, quien en 1860 planteaba que la esclavitud era contraria a las leyes de la naturaleza y la sociedad. Y en Cuba, mejor que en otras Antillas, debía esperarse de la organización del trabajo libre un inmenso desarrollo para su agricultura y economía rural . 

Aún antes que Sagra, y por criterios simplemente de cálculo, José Gutiérrez de la Concha, en su informe de 1853, recomendaba que es del más alto interés para la administración española no confundir lo que atañe a la conservación de la esclavitud, como institución en que descansaba la riqueza del país, con lo que pertenece al ilícito tráfico de esclavos. Y deriva de ello, que de la menor tolerancia con este maldecido tráfico vendría a resultar un riesgo, que califica del más temible para la conservación del país . Todo ello era consecuencia, en opinión del historiador norteamericano Arthur Corwin, de las implicaciones que podría tener un llamado de los abolicionistas del norte de los Estados Unidos en los cubanos rebeldes. Una vez derrotados militarmente y necesitados de ayuda de los estados sureños de la Unión Americana, estos cubanos levantarían la bandera de la abolición de la esclavitud con el objetivo de encontrar apoyo en los estados norteños de la Unión y en Inglaterra .

Una definición a favor de la eliminación de la trata solo la apunta Pezuela hacia 1878, cuando se publican los últimos dos tomos de su Historia de la Isla de Cuba.  En el volumen tres, calificó al comercio clandestino de esclavo, de práctica criminal y horripilante; el cual era reprobado por la religión y el derecho natural, mucho antes que por el decoro y la civilización del pueblo . Aún más, reconoce la existencia de cohonestación por parte de las autoridades españolas, en lo referido al tráfico negrero, no ajeno –según sus testimonios- a manifestaciones de cinismo, con que la codicia burló allí durante algunos años de la civilización y los tratados con numerosas introducciones de africanos .

El reconocimiento de la necesidad de eliminar el tráfico esclavista no implicó que Pezuela lo asumiera sin pesar por los efectos negativos que traería tal medida a la economía cubana; y era especialmente crítico sobre las verdaderas razones por las que Gran Bretaña había asumido con tanto celo el cumplimiento de los tratados. Es dada su condición de especialista en los temas coloniales, que su argumentación alcanzó, con respecto a las motivaciones del Reino Unido, cotas de gran lucidez y modernidad. Para nuestro autor, el cambio de las posiciones inglesas estaba relacionado con la progresiva extensión de sus usurpaciones en el Asia, lo que le aseguraba –puntualiza- un ventajoso modo de sustituir la servidumbre de una raza por la de otra, la de los negros con la de los cipayos. No le importaba mucho al Reino Unido que sufrieran los efectos sus Antillas; porque en la balanza de su imperio eran ya en esta época de mucho mayor peso los productos de sus colonias asiáticas .

En las implicaciones de las argumentaciones filantrópicas argüidas por los ingleses, hacía hincapié en el hecho de que después de haber propagado tanto el tráfico negrero, habían renunciado a continuarlo, cediendo en 1807, no sin resistirlo muchos, a las aspiraciones de Wilberforce, Fox, Clarkson, Grenville Sharp y otros. Y sin embargo, se abrogaba la gloria de la iniciativa en la abolición de ese comercio, condición que le disputaban Francia y la Unión Americana. En el caso de los actuales EEUU, debido a que a los pocos años de su independencia, había suprimido la esclavitud en doce de sus estados; y en el de Francia: por haber extendido a las colonias lo dispuesto para la metrópoli, para revocar después algunas de esas disposiciones luego que se transformara en Imperio .

Paso seguido, consideraba que España no podía para estos años ceder aún a las exigencias de Inglaterra, debido a ser todavía señora de vastísimas regiones fecundadas por la raza negra; ni debía declarar de repente a infinitos de sus súbditos redentores de las consecuencias de un error cometido y sancionado tres siglos antes .
Y, no conforme con toda esta argumentación, alabó las gestiones del Consejero de Indias, el cubano Francisco de Arango y Parreño, por convencer a los personajes más influyentes del gobierno y aún al mismo soberano de los infalibles e incalculables desastres que de repente surgirían accediendo a las exigencias inglesas. Mientras criticaba, de forma contrastada, la gestión del jefe de Estado español, José Pizarro, quien, considerado por él más versado en asuntos europeos que en los de Ultramar, concertó, en 1817, un tratado especial entre España y Gran Bretaña para la abolición del referido tráfico .

Lo que provocó –a su entender- un grito universal de sobresalto por parte de los traficantes, lo mismo los vendedores que los compradores, al verse de repente despojados de las fáciles y pingües ganancias que tan fructífero comercio proporcionaba; así como por los hacendados y dueños de esclavos, de toda escala y clase, que temieron con justísimo recelo que fuese la abolición del tráfico la inmediata precursora de la emancipación de la esclavitud .

El tratado prohibitivo del comercio de negros y el temor de una inmediata emancipación fueron las nubes que empezaban entonces a brillar, en opinión de Pezuela, en la atmósfera cubana. Lo cual no impidió que antes del inicio de la aplicación de la medida, en 1821, el gobierno español permitiera la libre entrada de africanos, como paliativo a las dificultades que durante las guerras napoleónicas se tuvieron para el recibo de la mano de obra necesaria para el aseguramiento de la producción cafetalero-azucarera, y como vía de hacer menos onerosa para comerciantes y plantadores la situación que se avecinaba. Tal medida, de haberse promulgado diez años antes – argumenta Pezuela-, hubiera conservado al imperio español muchas regiones .

Y profundiza en esta línea de argumentación, aduciendo que los que se separaron de la madre patria para entregarse a la anarquía y a la barbarie antes que para ser independientes, habrían adquirido con aquella gran franquicia toda la importancia de su situación y de la riqueza de su suelo. Y entonces hubieran preferido el bienestar que les proporcionaba su metrópoli al que esperaban de una ilusoria libertad entre calamidades y desastres de todo género .

La referencia de la validez de un decreto firmado en época de Fernando VII, lo lleva a considerarlo, en su condición de liberal, como la disposición más feliz del poco dichoso reinado de este monarca, para luego señalar, que esta ley vino a abrir para siempre y de par en par las puertas del oro y el porvenir de Cuba. Su aureola de opulencia –concluye- la ha proclamado desde entonces reina de las islas del hemisferio americano .

En la misma cuerda de un análisis historiográfico acorde con la presencia de los liberales en el gobierno español, y dirigido a lograr la supeditación económica de la isla a los intereses de la burguesía española, se enmarca lo relacionado con la forma de historiar las manifestaciones culturales, sociales, y de materia política propiciada por los propios insulares, y encaminadas a la formación de una identidad propia y al surgimiento de una nacionalidad cubana sobre la que ya se habían pronunciado en Cuba el presbítero Félix Varela y su discípulo José Antonio Saco. A diferencia de lo que ocurría en el resto de Hispanoamérica, para lo más avanzado del pensamiento cubano, primero era necesario desarrollar el patriotismo y la nacionalidad antes de disponer de un estado nacional, cuando estos objetivos aún no se habían alcanzado.

Sobre estos tópicos adquiere gran importancia lo escrito por Jacobo de la Pezuela en su Diccionario…, en una obra que, pese a su carácter de utilidad inmediata en cuanto a una información sobre sus recursos naturales, geografía, infraestructura y disposición de series estadísticas tan necesarias para la proliferación de los negocios, ante las exigencias de la evolución del capitalismo; es considerada un texto de tesis por parte de Carlos Funtanellas . Ejemplo de ello es su acápite sobre literatura en la Isla, en el que nuestro autor sostiene el criterio de que esta es española, ya que por usarse del idioma castellano se carece de originalidad .

Un añadido a este criterio, lo incorpora en la nota biográfica que dedica a Esteban Pichardo y Tapia, al que calificó de uno de los mejores geógrafos de los territorios españoles, y al alabar su obra le critica el uso de voces provinciales que no pertenecen a la lengua nacional y el buen gusto las rechaza. Además de criticar que durante un tiempo se dedicara a elaborar un Diccionario provincial de voces cubanas, libro que, en su entender, puede considerarse la semilla de un dialecto más entre los que infestan en gran número de provincias peninsulares al inmejorable lenguaje de Cervantes .

La emprende, asimismo, contra los que sostuvieron en Cuba ideas independentistas. Las que considera simples ilusiones. Así lo expresa en la biografía del poeta José María Heredia, de quien considera que tuvo una sola tacha, el lunar único de su pura vida, el comprometerse en las conspiración de los Rayos y Soles de Bolívar (1823), soñando para su patria una independencia imposible, olvidando a la nación para no fijarse más que en la lejana provincia donde había nacido .

La opción para Cuba de alcanzar un gobierno autonómico al estilo del establecido en Canadá por la Gran Bretaña, o de manifestaciones de claro matiz independentista es otro de los puntos claves, hacia lo interno, de las posiciones que Pezuela prioriza historiográficamente su atención dada su condición de asesor en política colonial. Desde una fecha tan temprana como 1848, en el texto del Ensayo…su definición sobre este particular resulta muy clara. Señala que hubiera sido una contradicción con la idea que había llevado a nombrar a Miguel Tacón como Capitán General, el aceptar las protestas de los diputados cubanos sobre su expulsión de las Cortes en 1837 , y sobre que pudieran participar por esta vía de los beneficios de una constitución (la de 1837), que sería en favor exclusivo de los habitantes de la península.

Un momento clave en este tipo de consideraciones lo constituyó la iniciativa para crear en Cuba, en 1808, una Junta Patriótica, también denominada de Gobierno o de Notables, al estilo de las que se constituyeron en la propia península como forma de resistencia y coordinación para actuar contra la invasión del ejército napoleónico a su territorio. Es en esta ocasión, y por excepción, que Pezuela la emprende contra una acción que él atribuye sin matiz alguno a la iniciativa y liderazgo de Francisco de Arango y Parreño, por encima, incluso, de los propios testimonios en sentido contrario del Capitán General en ese momento, el marqués de Someruelos.

La referencia puede considerarse algo insólita, en la medida que existen muchas coincidencias entre el pensamiento de Arango y Pezuela, con la única y sustancial diferencia de que mientras Arango veía la introducción masiva de esclavos en beneficio del sector dominante insular, gestor desde el último cuarto del siglo XVIII, de una economía de plantación; Pezuela la asume en favor de los exponentes de la burguesía peninsular que se había instalado en el poder en 1833. Prueba de los elementos de coincidencia, resulta que muchos años antes de que el gaditano imputara en 1848 la decadencia española al desconocimiento de la economía política, el Síndico del cabildo de La Habana, en 1792, al plantearse las causas de la debilidad y decadencia de la Monarquía española luego de su gran influjo y poderío en el siglo XVI, la atribuyó a los desgraciados principios con que se empezó a gobernar los territorios de Ultramar. Ya nadie niega –señala Arango-, ni duda que la verdadera riqueza consiste en la agricultura, en el comercio y las artes, y que si América ha sido una de las causas de nuestra decadencia –la de los españoles, incluidos los criollos de América-, fue por el desprecio que hicimos del cultivo de sus feraces terrenos, por la preferencia y protección que acordamos de la minería, y por el miserable método con que hacíamos nuestro comercio .

En la reconstrucción en la Isla en los hechos que acompañaron a la convocatoria de una Junta Patriótica que ni llegó a establecerse y que fuera, así y todo, calificada de tiránica e independiente; Pezuela hace mención a que la única disculpa que abogase luego a favor de Arango que la concibió y por Someruelos que la apoyó era la inexperiencia que aún se estaba de los funestos que habían de ser muy pronto en América corporaciones semejantes . En el entendido, que como lo demostró después el tiempo, lo que fue la salvación en la metrópoli había de arrastrar a las posesiones ultramarinas al abismo .

En propia carta de Someruelos a la Suprema Junta de Sevilla en 1° de noviembre de 1808, y que incluye Pezuela como apéndice en el tomó III de su Historia…, hace constar ser del parecer de que convenía esta junta, pues siendo él responsable de la tranquilidad de la isla y conociendo las graves dudas que podía ocurrir en muchos casos, me parecía lo más conforme que se decidieran por la junta . Sobre este particular se refiere Arango claramente en 1812, cuando bajo el subterfugio de su ambición de mando se hacía referencia a su supuesto patrocinio de la Junta de Gobierno, tema en que alega que entre las injusticias que se le hacen al marqués de Someruelos, la mayor es suponerle capaz de ser dominado por otro. No he conocido hombre alguno más celoso de su autoridad y dictamen, ni más temeroso de que pudiera creérsele en dependencia de otro .

Las opciones que en la antigua América hispana tuvo, hacia mediados del siglo XIX, el movimiento liberal renovador de la Reforma, encabezado en México por el benemérito de las Américas, Benito Juárez; o en Argentina, bajo otra denominación, con Sarmiento y Mitre; tiene lugar en Cuba, dada en su caso por su dependencia política de la península, entre dos tipos de liberalismo: el alentado por los exponentes cubanos del triunfo y consolidación del proceso plantacionista inaugurado en la Isla, a partir de sus propias fuerzas acumuladas, en el último tercio del siglo XVIII; y por el que optaban desde España por el fin del anterior Pacto Colonial, y la instrumentación de una política que beneficiara a la burguesía hispana en detrimento de las ventajas económicas alcanzadas, hasta ese momento, por los plantadores insulares. Es en este dilema que se manifiestan las diferencias historiográficas entre exponentes del sector medio insular, en las figuras de Saco y Guiteras, fundamentalmente; e integrantes, de los sectores liberales españoles, por intermedio de Ramón de la Sagra y Mariano Torriente, pero muy especialmente por Jacobo de la Pezuela y Lobo.

El conjunto de la obra de Pezuela cumple en su afán de revalidación de la historia anterior de Cuba, una labor de reproducción ordenada y erudita que nutre a la historiografía cubana de una base de información muy difícil de alcanzar por parte de territorios de evolución colonial. Es más, constituye una rara excepción dentro de las propias líneas temáticas españolas, que han hecho, hasta épocas recientes, poco caso a la interrelación entre la política ultramarina y colonial de su territorio, con la misma evolución y progreso de España como nación. La obra de este gaditano, arraigado habanero, es un ejemplo de lo que ha expresado el historiador José Cayuela, de la Universidad de Castilla La Mancha, sobre el trasvase de capitales ocurrido en esa época desde la Isla hacia España, en el siempre llamativo caso de los “Indianos” - llevado a efecto después de la segunda mitad del XIX- y quienes, aún en este caso, no llegaron a desconectarse de sus intereses insulares ; los que siguieron siendo los fundamentales, al punto, de no alcanzar la condición de asentistas.