Costa Rica y Cuba, comunidad de destino
Armando Vargas Araya
Palabras en la incorporación a la Academia de la Historia de Cuba, Aula Magna del Colegio Universitario de San Gerónimo de La Habana, 16 de marzo de 2012.
CON HUMILDAD, aumentada por el peso de la responsabilidad inherente a este si henchido de consciencia, acepto el honor de ser Miembro Correspondiente Extranjero de la Academia de la Historia de Cuba.
HACE 34 AÑOS se despertó en mí el interés por investigar las interacciones históricas en los ámbitos humano, civilizatorio y cultural que unen entrañablemente a Costa Rica y a Cuba. En la primera visita a la Isla, llevé conmigo a San José, como un souvenir prodigioso, las Obras completas de José Martí (La Habana: Editorial de Ciencias Sociales, 1963-73). En Pinar del Río había encontrado a una persona que platicaba, curiosa, sobre mi país y la sociedad del siglo XIX, con base en los textos martianos relativos a sus dos visitas al mayor general Antonio Maceo, afincado por entonces en Nicoya, provincia del Guanacaste.
Dos décadas atrás, mi amigo martiano Ismael González Gonzáles, me convidó a preparar un artículo sobre la Expedición Costa Rica-Cuba, que salió de puerto Limón hacia Duaba el 25 de marzo de 1895, comandada por el mayor general Flor Crombet, la cual trajo al general Antonio, al mayor general José Maceo y a otros combatientes mambises, quienes encendieron el mechero de la revolución anunciada en el Grito de Baire. Intuyéndolo quizá, el amigo me regaló un propósito vital y una pasión intelectual.
Esas son las raíces de una de las alternativas más hermosas que me ha sido concedida: explorar el ascendiente cubano en el diseño arquitectónico de nuestra pacífica nación, situada en el borde occidental del Espacio Circuncaribe. Un pensador perspicaz, el escritor y periodista León Pacheco, precisó: “Podemos decir los costarricenses que a partir de la influencia de los cubanos de la emigración, nacemos a la conciencia de la vida intelectual”.
UN GOBERNADOR ORIUNDO DE LA HABANA, Tomás de Acosta y Hurtado de Mendoza, introdujo el café a la entonces provincia española de Costa Rica. De aquí nos llegó el primer manual de caficultura, Consideraciones sobre el cultivo del café en esta isla, escrito por el inmigrante francés A. B. C. Dumont (La Habana: Imprenta Fraternal, 1823), reeditado en San José por la Imprenta de la Paz en 1835. El café transformó a la más rezagada de las colonias hispanas del Nuevo Mundo en una república viable.
El periodista y educador Tomás M. Muñoz, quien emigró como consecuencia de la primera expedición de Narciso López, fundó el semanario La Unión en 1858 y estableció colegios de enseñanza en Cartago y San José. Después dirigió el emblemático Colegio de San Luis Gonzaga. Entabló la primera polémica pedagógica de que se tenga registro.
Más de un centenar de familias cubanas se arraigaron en nuestro altiplano cafetalero, a resultas del estallido de la Revolución Cespedista por la independencia (Acosta, Agüero, Boix, Boza, Calleja, Calzada, Céspedes, Duque, Espinal, González, Granados, Martin –hoy Martén–, Mendiola, Miranda, Olivares, Pérez, Pochet, Prado, Renaud, Revilla, Rosabal, Santiesteban, Valiente, Varona, etc.). Fueron los comienzos de una inmigración que continúa. El mayor general Manuel de Quesada y Loynaz, primer jefe militar de la Guerra Grande –suegro de nuestro escritor costumbrista Manuel González Zeledón (Magón)– vivió allá por varios años y murió en puerto Limón. Una sola familia originaria de Palma Soriano nos ha dado una poeta de la palabra exacta (Eunice Odio), un industrial del chocolate y los confites (Enrique Odio Herrera), una acuarelista que hizo escuela (Margarita Bertheau Odio), un Presidente de la República (Rodrigo Carazo Odio), un Presidente de la Corte Suprema de Justicia (Ulises Odio Santos) y un Arzobispo de San José (Rubén Odio Herrera).
Tres parientes y colaboradores del Padre de la Patria introdujeron el positivismo de Auguste Comte y de Émile Littré en Costa Rica, verdadero marco ideológico del Orden cafetalero conformado por la Constitución Política de 1871 y las subsecuentes reformas fiscal, jurídica y educativa. El profesor de filosofí¬a José Ma Céspedes Orellano, el jurista Jorge Carlos Milanés Céspedes y el pedagogo Ramón Céspedes Fornaris, fueron la vanguardia bayamesa de un vigoroso foco seminal. Céspedes Fornaris fue el maestro de nuestro presidente Rafael Iglesias. Es posible inferir que el truncado proyecto de nación ideado por el presidente Céspedes, encontrara condiciones propicias para su cultivo en el humus social costarricense.
El revolucionario antiesclavista Antonio Zambrana y Vázquez fue, por tres décadas, nuestro maître à penser, genuino padre y maestro del republicanismo y de la democracia costarricenses. Fue el mentor de los renombrados presidentes liberales Cleto González Ví¬quez y Ricardo Jiménez Oreamuno, como también de la determinante Generación del Olimpo. Nuestro ensayista primado Mario Sancho le dijo: “Maestro, después del sol, sois vos quien ha alumbrado más en Costa Rica”. En 2006 se publicó mi libro El Doctor Zambrana (San José, EUNED) y la semana pasada, como hijuelo de aquel, apareció Derecho Romano (San José, Editorial ISOLMA) –a nueve décadas de su deceso– con las lecciones que él escribió para la escuela del ramo en 1907 y 1908.
El héroe de la emancipación mayor general Antonio Maceo Grajales, moró entre nosotros durante cuatro de los últimos seis años de su vida magnánima, junto con un centenar de mambises. Fundó La Mansión de Maceo, distrito segundo del cantón de Nicoya –única población arraigada en territorio latinoamericano por los cubanos trasterrados en las treguas de sus prolongadas luchas libertarias–. Fue beneficiario de la polí¬tica de solidaridad internacional del presidente José Joaquí¬n Rodrí¬guez. Cuando la Municipalidad de San José develizó en 1941 un busto suyo, el representante diplomático en Centroamérica dijo: “Antonio Maceo será el punto de contacto imperecedero entre las repúblicas de Costa Rica y Cuba”. En 2002 se publicó la primera entrega de mi Idearium Maceísta (San José, Editorial Juricentro) y hoy se presenta aquí El Código de Maceo. El general Antonio en América Latina, edición de esta docta Academia y la casa editorial Imagen Contemporánea.
José Martí, vindicador de Costa Rica en la prensa neoyorquina, nos visitó dos veces. El Apóstol de la Libertad nos definió como “industriossima colmena” y, seducido por la pródiga naturaleza, nos llamó “república esmeralda”. En la Conferencia Internacional Americana (Washington, 1890), escribió: “Costa Rica se levanta y dice: ‘Pequeño es mi paí¬s, pero pequeño como es, hemos hecho más, si bien se mira, que los Estados Unidos’.” En 2008 se publicó mi libro La huella imborrable. Las dos visitas de José Martí a Costa Rica (San José, EUNED).
Estos trabajos constituyen cuatro jalones señalados en el empeño de comprensión y escritura que me ocupa y depara alegría de vivir. Procuro cultivar una ilusión cada día.
La influencia jurídica cubana es significativa: del Código de Derecho Internacional Privado o Código de Bustamante, a la Constitución de 1940, referente en el proyecto de la actual Constitución Política de 1949. A través de las generaciones, son miles los costarricenses que han estudiado las más diversas profesiones en la Isla. Los matrimonios cubano-costarricenses se cuentan por centenares y la prole cubatica asciende a millares.
Nuestro segundo himno nacional, la Patriótica costarricense es el poema “A Cuba” de Pedro Santacilia. Y el Corrido a Pepe Figueres es la melodía de una cántiga santiaguera al general Antonio. Ernesto Lecuona tiene una Suite Costarricense, surgida de sus composiciones para el film musical Carnival in Costa Rica (1947), representada alguna vez por un ballet habanero.
Se acaba de inaugurar en la sede Chorotega, campus Nicoya, de la Universidad Nacional, la primera cátedra de altos estudios dedicada a escudriñar la impronta perdurable del general Antonio, así como profundizar en el legado maceísta y la influencia continental de su pensamiento y obra.
En fin, esta es una historia de nunca acabar.
AYER EN SANTIAGO y hoy en La Habana, Costa Rica ha sido objeto de las más cálidas e inteligentes manifestaciones de afecto del pueblo, la intelectualidad, las instituciones y las autoridades oficiales. Para mí, esto es un abrazo de hermanos, unidos en una comunidad de destino histórico, respetuosos de la fecunda diversidad que nos diferencia y desafía, comprometidos en alcanzar un conocimiento y aprecio mayores, por el rumbo de la democracia de los ciudadanos que esbozó el maestro Zambrana, la república sincera, eficaz y honesta que él enalteció.
Confieso ante ustedes que soy una persona, más que satisfecha, feliz por el honor que la Academia de la Historia de Cuba me confiere.