Discurso de Ingreso del Académico Correspondiente Extranjero Dr. Luis Guillermo Solís Rivera

Conferencia magistral del Dr. Luis Guillermo Solís Rivera, Presidente de la República de Costa Rica en el acto de recepción como Académico correspondiente extranjero de la Academia de la Historia de Cuba, efectuada en La Habana el 15 de diciembre de 2015.

Honorable señor Eduardo Torre Cuevas, presidente de la Academia de Historia de Cuba. Honorables señoras y señores integrantes de la Academia, señoras y señores funcionarios del Gobierno de Cuba, señoras y señores integrantes de la delegación de Costa Rica,

Señoras y señores, amigas y amigos:

         Me es muy grato saludar cordialmente a todos ustedes en esta oportunidad para mi tan grata, y agradecer la cálida bienvenida que se me ha dado en esa casa de la Historia de Cuba. Como lo saben algunos de ustedes, mi formación universitaria y vocación es de historiador, y en las páginas de la Historia, he encontrado ejemplo, inspiración, lecciones de vida, pero además solaz y disfrute. Como dice el historiador argentino Ricardo Rabinovich-Berkman, tal vez la historia sea una ciencia por el rigor del método, pero un arte por lo placentero de sus resultados.

Las Academias

En el cultivo de la historia de cada país, en recorrer sus avenidas e investigar sus rincones, en afianzar sus métodos y en difundir el conocimiento histórico, las academias doctas pueden tener un papel muy significativo, las publicaciones, las conferencias, los cursos sobre temas específicos, los proyectos de investigación, el apoyo a los historiadores y docentes y la asesoría a diversas entidades son solo algunas múltiples tareas mediante las cuales puede proyectarse su actividad. Me complace destacar que la Academia Costarricense de Geografía e Historia, fundada en 1940, ha brindado un aporte muy destacado a la historiografía costarricense. En años recientes la informática ha ampliado inmensamente las posibilidades de acción de las corporaciones académicas, y al respecto quiero felicitar a la Academia de la Historia de Cuba por su bien elaborado portal, donde se pueden encontrar textos muy valiosos e interesantes sobre temas de historia cubana. Bien se indica allí que el surgimiento en Cuba de una Academia de Historia, en 1910, estuvo en la vanguardia de la generalización de este tipo de corporaciones por el subcontinente. Y para mí es un privilegio poder rendir un testimonio de afecto y reconocimiento a todos ustedes, y muy especialmente al eminente maestro que la preside, el doctor Eduardo Torres Cuevas, a quien tuve el honor de recibir en Casa Presidencial durante su reciente visita a Costa Rica.

Comienzos a la distancia

Costa Rica y Cuba tienen hoy una correcta relación diplomática y sus autoridades impulsamos conjuntamente acciones de cooperación para mutuo beneficio. Sin embargo, más allá del plano oficial, entre nuestros dos países ha habido múltiples contactos, relaciones humanas y afectivas que han acercado a cubanos y costarricenses mucho más de lo los registros formales dejan suponer.

Cabe indicar que los comienzos no parecieron muy auspiciosos. A pesar de ser Cuba la llave del Caribe y tener Costa Rica costas en este mar, en tiempos de los Austrias y los Borbones prácticamente no existió comunicación directa  entre ambos territorios, ni tampoco comercio, ni relaciones jurisdiccionales, fuera del hecho de depender los dos, teóricamente, del Virreinato de la Nueva España, al que se pertenecía con la misma indiferencia que al sistema solar, porque eran las audiencias y no los virreyes los que en realidad gobernaban. En los tres primeros siglos de presencia española en Costa Rica, en los documentos apenas has registro de unos cinco o  seis  cubanos, de los que sabemos muy poco. Y sin embargo, unos de ellos, el habanero don Juan Francisco Colina, terminó por ser muy importante, no por lo que hizo él, sino por su descendencia, ya que su nieto don Braulio Carrillo Colina fue uno de los gobernantes más trascendentales de la Costa Rica del siglo XIX, al punto que se le ha dado oficialmente el título de Arquitecto del Estado Costarricense. A Carrillo, nieto pues de Cuba, se le deben la proclamación de la soberanía absoluta del país, los primeros códigos, el primer colegio para mujeres, y un impulso asombroso a la agricultura y a las obras públicas, entre otras muchas realizaciones.

El  gobernador cubano

En el siglo XVIII, Costa Rica no era un lugar muy atractivo para la emigración. Los historiadores le han dedicado infinitas páginas a describir la pobreza de la sociedad costarricense de ese entonces, carente de vías de comunicación, de minas, de mano de obra, de comercio desarrollado, de imprenta,  de vida cultural. Ni siquiera las autoridades e más alto rango disfrutaban gran cosa de sus cargos, porque hasta el gobernador tenía que vivir en una casona común y silvestre, de piso único, carente de hermosos jardines o galantes colgaduras, con pocos criados y menos carruajes. Pues a esa casona llegó a vivir en 1979 el gobernante más extraordinario  que tuvo Costa Rica durante la dominación española, don Tomás de Acosta y Hurtado de Mendoza, que había nacido en La Habana en 1747y cursó aquí su formación militar. Con él no llevó un séquito, sino solamente a su esposa y a su madre.

Los habitantes de Costa Rica tenían fama de díscolos, revoltosos, intrigantes y chismosos, y más de un gobernador español tuvo que salir huyendo de Cartago, la capital de aquel entonces. Pero don Tomás de Acosta se los ganó a todos, no solo por la simpatía muy habanera que debió haber tenido a raudales, sino especialmente por su extraordinario laboriosidad y el cariño que le prodigó a Costa Rica y a sus  gentes. En un documento de aquel tiempo se dice que no se sabe que era mayor en el gobernador,  “si el acierto con que se manda o e mor con que se mira a sus súbditos….” Uno de sus aportes más memorables fue llevar a tierra costarricense el café, que a los pocos años se convirtió en nuestro producto más importante y permitió al país salir del marasmo económico.

Trece años estuvo don Tomás de Acosta al frente del gobierno, y cuando se supo que iba a ser trasladado, los costarricenses le pidieron a la Corona que lo nombrara gobernador perpetuo. No se accedió a la petición y don Tomás tuvo que irse. Hubo un hermoso epílogo: cuando se jubiló algunos años después, pidió que se le permitiera retirarse a Costa Rica, donde  murió en 1821, rodeado del respeto y el afecto de todos, Hoy se le recuerda en el nombre del cantón de Acosta, una de las subdivisiones de nuestra provincia de San José, y en los miles y miles de cafetos que siguen siendo una de las columnas vertebrales del agro costarricense.

 

El abogado costarricense

Por esos mismos años en que don Tomas de Acosta gobernaba Costa Rica, un nuevo personaje enlazaba de nuevo nuestros destinos. Esta vez era un costarricense, que se llamaba José María Zamora y Coronado. Fue el primer costarricense que se graduó de abogado, en 1809, y una vez concluida la licenciatura quiso viajar a España a continuar estudios. Sin embargo, el buque en que viajaba fue atacado por cosarios en las vecindades de Cuba, y junto con otros pasajeros lo dejaron en una playa Habanera con solo la ropa que llevaba puesta.

Un abogado cubano se apiadó de él y le dio trabajo, lo cual fue el punto de partida de una de las más brillantes carreras forenses de la Cuba decimonónica. Don José María desempeño importantes destinos judiciales y administrativos en la Habana y en Camagüey y presidió la Sociedad Económica de la Habana, donde fue rival ocasional y ferviente admirador de Don Francisco de Arango y Parreño. En 1846 fue nombrado para el cargo de Regente de la Real Audiencia, el más alto de la jerarquía judicial de la Isla. Fue también un importantísimo tratadista y entre otras obras publicó una Biblioteca de Legislación Ultramarina en varios tomos, a la que se considera la última gran obra del derecho indiano.

Cabe indicar que se casó en Camagüey con una señorita de linajuda familia y tuvo amplia descendencia. Murió en 1852 y su tumba se encuentra en el cementerio general habanero. Por cierto que ya vivía en Cuba, Costa Rica lo eligió dos veces como diputado a Cortes, pero nunca pudo desempeñar tal función, la primera vez porque Don Fernando VII restauro el absolutismo y la segunda porque toda Centroamérica se independizó de la Monarquía Española.

Los emigrados independentistas

            Pero el aporte más significativo e importante que jalona nuestra historia común fue el que le dieron los exiliados cubanos a Costa Rica ya bien entrado el siglo XIX, como consecuencia de la expedición del General Narciso López, de la Guerra de los Diez Años y de las etapas finales de la lucha por la emancipación de Cuba. Un célebre intelectual costarricense, al hablar de la influencia extranjera en el desenvolvimiento educacional y científico de Costa Rica, dice: `` (…) La vecindad de la República de Cuba ha sido en nuestro país uno de los factores más importantes que han determinado su influencia en el desarrollo de nuestra cultura´´

¿Por qué los cubanos buscaban Costa Rica? Gracias a la exportación de café introducido por el cubano Acosta, el país ya había salido del marasmo económico de los años coloniales  y se había vinculado al mercado mundial por la vía del Mar Caribe. Se abrían vías de comunicación, llegaban novedosas máquinas y herramientas, se construían nuevos edificios, se ampliaba la frontera  agrícola y se acrecentaba notoriamente el progreso material.

Pero en el plano cultural, la mejoría iba mucho más despacio. Cundía el analfabetismo y la educación estaba atrasadísima en todos los niveles. ¿Por qué, entonces, cubanos de notoria vocación intelectual y si se quiere cosmopolita, se sintieron atraídos por una sociedad tan eminentemente aldeana?  Posiblemente los motivaron dos razones: la paz de que se gozaba en Costa Rica, sin guerras exteriores ni conflictos civiles, y la notoria simpatía con que la élite costarricense miraba la causa de la independencia de Cuba. Aunque teníamos buenas relaciones con España e incluso en 1889 abrimos un consulado en La Habana, se  apoyaba la justa aspiración de muchos cubanos de vivir en un país independiente y soberano.

Por otro lado, en un país de tan rudimentario desarrollo cultural como lo era La  Costa Rica de de esa época con cierta formación siempre podía dedicarse a dar clases de algo para ganarse la vida, y por eso los cubanos que se establecieron en suelo costarricense brillaron notoriamente como profesores de variados saberes, en la primaria, la secundaria, la universidad, y no pocos dieron clases particulares de francés, inglés, taquigrafía, música y otras disciplinas. Algunos incluso fundaron escuelas y colegios.

            De aquellos grupos emigrantes dedicados a la enseñanza y la intelectualidad, son muchos los nombres que pudieran citarse: Tomás Muñoz, Luis Martín de Castro, Benjamín, José María y Ramón de Céspedes, Rafael Odio, Jorge Milanés, Isabel Lastres, Antonio Espinal, Anita Lora de Figueredo... entre ellos había médicos, abogados, docentes y representantes de otras ramas del saber. Algunos de ellos volvieron a Cuba cuando concluyó la lucha por la independencia. Otros, especialmente los que se casaron con costarricenses, se quedaron en Costa Rica, y muchos de sus descendientes han brindado aportes sustanciales al país en todos los campos.

            Entre ellos figuran, por ejemplo, presidentes de la Corte Suprema de Justicia, arzobispos, cancilleres, deportistas famosos, médicos eminentes y muchos otros personajes notables. Entre las más destacadas mujeres de antepasados cubanos cabe mencionar a doña Elizabeth Odio, quien ha sido vicepresidenta de la República, ministra de Justicia y del Ambiente, juez de la Corte Penal Internacional y recientemente fue elegida como integrante de la Corte Interamericana de Derechos Humanos.

Martí y Maceo.

 

            Aunque permaneció sólo por corto tiempo en suelo costarricense, tuvimos el honor de que nos visitara dos veces José Martí, quien por cierto le dedicó a Costa rica una carta muy honrosa y que se recuerda con afecto.

En esa dice con mucho sentimiento a un amigo costarricense, cuya esposa era cubana:

            “Yo llegué ayer, insignificante e ignorado, a esta tierra que siempre defendí y amé, por culta y viril, por hospitalaria y trabajadora, por sagaz y por nueva… sólo de un modo puedo responder a esta merced grande, y es pedir a usted y a mis amigos de Costa Rica que me permitan servirla como hijo.”

            Pero incluso más el Apóstol, visitante ilustre que inspiraba profunda admiración, mis compatriotas de entonces conocieron muy bien al general Antonio Maceo, que se quedó en Costa Rica por un tiempo considerable. Incluso inició en 1891 la ejecución de un proyecto de desarrollo agrícola en un lugar algo remoto para aquellos tiempos, que se conoce como La Mansión, en el cantón costarricense de Nicoya. La explotación agrícola, que incluía un ingenio y campos de caña y otros cultivos, fue de corta duración, porque muy poco después el Titán de Bronce y sus principales compañeros se reincorporaron a la lucha armada por la independencia cubana. Pero la población que creó Maceo con familias cubanas y costarricenses sigue existiendo, sus principales centros educativos llevan el nombre del héroe y hasta su parque central fue construido posee una forma geométrica triangular, en homenaje a la bandera cubana.

            En marzo de 1895, cuando Maceo y sus compañeros partieron de Costa Rica por el puerto caribeño de Limón, España se quejó a nuestro gobierno por haberles permitido la salida, a sabiendas de que iban a unirse a la lucha en Cuba. La Cancillería costarricense manifestó que Maceo y sus acompañantes habían abandonado furtivamente el puerto en un buque mercante en cuyo itinerario no figuraban puertos cubanos, y añadió, sin duda con cierta sorna, que ni siquiera el cónsul de España, que se hallaba en Limón, en las mismas fechas, había podido descubrir las intenciones de Maceo y su gente.

El doctor Zambrana

            Martí y Maceo son heroísmo, sacrificio, gloria, y Costa Rica recuerda su memoria con respecto y afecto. Sin embargo, la inmensidad de ambas figuras hace que a veces se olvide en Costa Rica a otro cubano que por aquella misma época llevó a cabo una labor intelectual de extraordinarias dimensiones: don Antonio Zambrana y Vázquez.

            Hijo de La Habana y abogado de procesión, Antonio Zambrana fue uno de los más jóvenes constituyentes de Guáimaro, y en esa asamblea inmortal le cupo la gloria inmarcesible de ser uno de los proponentes de la abolición de la esclavitud. Le tocó casi enseguida irse al exilio, y después de andar por varios países terminó llegando a Costa Rica, donde casi enseguida inició sus labores como profesor en la Facultad de Derecho. Habló y escribió mucho de Cuba y por Cuba. Pero no se limitó a ese tema, como tampoco fue solamente profesor de Derecho. Como dice un historiador costarricense, don Luis Felipe González Flores, el doctor Zambrana.

“…fue entre nosotros un verdadero agitador de espíritus, un enamorado de la libertad y de la democracia, un fervoroso creyente en la perfectibilidad humana y progreso, un entusiasta propagandista de las ideas filosóficas modernas y un constante predicador de la fraternidad y de la tolerancia de los pueblos.”

            Zambrana fue el maestro de toda una generación de intelectuales, abogados y políticos cuyo recuerdo todavía honra las crónicas de la democracia costarricense. Fue Zambrana quien los educó para alejarlos de los dogmatismos y los fanatismos, para hacerles decididamente adversarios de la prepotencia militar y el autoritarismo, para hacerles comprender que sin un ejercicio efectivo de los derechos civiles y políticos, la República no sería más que un artificio. Ante todo, les hizo sentir y comprender que la mente debía mantenerse en perpetua apertura.

            El hombre era un dínamo, siempre en efervescente actividad. Era de una elocuencia extraordinaria, de fácil verbo, escogido vocabulario y profundo mensaje. No hablaba por hablar, y tanto los estudiantes de Derecho como el ciudadano común escuchaban con admiración las lecciones de vida que transmitía aquel tribuno. Forjó amistades y generó enemistades, escribió, polemizó, publicó libros y artículos, desempeñó algún cargo diplomático, redactó proyectos de ley, creó organizaciones, dio clases para mujeres y para obreros, y llegó también hasta la magistratura de la Sala de Casación, el más alto cargo que podía desempeñar alguien que no fuera costarricense de origen. Con sus  escritos, con sus lecciones, con su ejemplo, contribuyó de un modo fundamental a que los cimientos de la democracia costarricense fueran sólidos y efectivos a que nuestro sistema de libertades no se limitara a una votación periódica ni a una cuestión de nombre jurídicos, sino que fuera una vivencia de todos los días.

            Después de muchas vicisitudes, el maestro Zambrana salió definitivamente de Costa Rica en 1911y murió en La Habana en 1922. Con el paso del tiempo, su nombre empezó a olvidarse; olvido ciertamente injusto e inmerecido. Quiero destacar aquí el gran aporte que un distinguido historiador costarricense, don Armando Vargas Araya, ha realizado para rescatar esta figura majestuosa, mediante una documentadísima biografía de Zambrana en la que lo llama padre y maestro de la democracia republicana costarricense. También recientemente la cátedra de Historia del Derecho de la Universidad de Costa Rica ha reimpreso algunas de sus pioneras obras.

La  causa de la Independencia

Los emigrados cubanos por lo general suscitaban en Costa Rica muchas simpatías, no solo por solidaridad con seres humanos en una situación dolorosa, sino por saberlos parte de un pueblo que luchaba por su independencia. Aunque Costa Rica mantenía relaciones diplomáticas perfectamente normales con España, lo cierto es que en las esferas oficiales costarricenses casi todas las simpatías estaban por la causa emancipadora.

            Años más tarde, la ya República de Cuba reconoció por ejemplo el decidido respaldo dado por el general costarricense don Juan Bautista Quirós, entre otras personalidades. Tanto como comandante de Plaza de San José en 1894 como en su calidad de ministro de la Guerra en 1896, don Juan Bautista quien llegó a tener buena amistad con Maceo y el general Manuel Quesada y Loinaz, protegió a los emigrados y obtuvo del presidente don Rafael Yglesias su ayuda a favor de la causa cubana. Ya años atrás, estando en Jamaica, había contribuido pecuniariamente en el equipamiento de un bergantín para  los revolucionarios.

            Cabe agregar que en 1919 llegó a ser presidente de la República y aunque su desempeño fue muy corto se le recuerda como cumplido caballero y eminente patriota. En  octubre de 1934, poco antes de su muerte, el gobierno de Cuba lo condecoró con la Orden Nacional al Mérito Carlos Manuel de Céspedes.

            Hubo muchos otros episodios de secreta complicidad entre funcionarios  costarricenses y patriotas cubanos y se seguían con ansia los acontecimientos que ocurrían en la Isla. Finalmente, la noticia de que Cuba era independiente llegó a nuestra tierra y fue recibida con júbilo. Tuvimos pronto oficinas consulares de Costa Rica en la nueva República, y en 1911 Cuba nombró su primer encargado de negocios en nuestra capital, que  fue don Francisco Porto y Castillo.

 

 

Un simbolismo diplomático.

            En los años siguientes tuvimos una relación cordial, con representaciones en tomas de posesión y alguna que otra misión diplomática especial. Por cierto que una de esas misiones fue de muy buena voluntad: en 1927, por disputas fronterizas, se hallaban rotas las relaciones entre Costa Rica y Panamá, y Cuba envió un embajador en misión especial que visitó los dos países y trató de acercarlos. La gestión no tuvo resultados inmediatos, pero ha quedado registrada como un testimonio de amistad y un solidario deseo de que dos naciones hermanas se reconciliaran.

            Hay en esa misión de 1927 un detalle que quizás pueda parecer una minucia diplomática, pero que no deja de tener un gran simbolismo. Hasta principios del siglo XX, había una particularidad en la categoría de las representaciones diplomáticas. Solamente los países que internacionalmente eran considerados como potencias se intercambiaban embajadores entre sí. Un país al que no se le reconociera la categoría de potencia no podía enviar ni recibir embajadores, sino solamente ministros plenipotenciarios, que no eran jefes de una embajada sino de una legación. Este fue el caso, por ejemplo, de todos o casi todos los países latinoamericanos durante el siglo  XIX. Así, por ejemplo, Francia, que era considerada una potencia, acreditaba embajadores en países como Rusia, España o Prusia, países al que se reconocía internacionalmente ese mismo carácter, y admitía la acreditación de embajadores de esos mismos países; pero si debía nombrar un jefe de misión en un pequeño país que no fuera potencia, no nombraba un embajador, sino un enviado y ministro plenipotenciario, y lo mismo hacían esos países que no eran potencias, cuando acreditaban jefes de misión entre sí o en una potencia. Eso empezó a cambiar después de la Primera Guerra Mundial, porque varias viejas potencias dejaron de serlo y también muchos países que no lo eran empezaron a hacer valer el principio de la igualdad soberana de los estados.

            Toda esa larga explicación la hago porque en la misión de 1927, Cuba acreditó a su representante en misión especial en Costa Rica, don Julio Morales Coello, con el rango de embajador. Nunca hasta ese momento habíamos recibido en mmi país a un embajador, solamente a ministros plenipotenciarios. Cuba fue por consiguiente, el primer país que puso en práctica con Costa Rica el principio de que todos los estados debían ser iguales en cuanto al rango de sus representantes, y algunos años después le retribuimos esta consideración: en 1936, para una toma de posesión en Cuba, Costa Rica nombró por primera vez un representante con el rango de embajador.

Convenios, visitas presidenciales y otros acercamientos.

            Esa fue también una época de acercamiento bilateral, y en 1930 firmamos nuestro primer tratado, una convención postal. En 1931 Costa Rica abrió por primera vez una misión diplomática en La Habana, cuyo titular fue don Wensceslao de la Guardia, cuyo hijo don Víctor Manuel de la Guardia Tinoco fue años después el primer embajador de Costa Rica aquí. En marzo de 1936 tuvimos por primera vez en nuestro suelo la visita de un presidente electo de Cuba, don Miguel Mariano Gómez, con cuyo gobierno se firmó algunos meses más tarde un convenio para el intercambio de correspondencia telegráfica entre ambos países. En marzo de 1940, el presidente electo de Costa Rica, don Rafael Ángel Calderón Guardia, efectuó una visita a Cuba, donde fue declarado huésped de honor y fue condecorado con la orden de Finlay. Por cierto que en este viaje lo acompaño su esposa doña YvonneClays, quien fue la primera mujer diplomática de Costa Rica.

            Calderón Guardia fue el primer gobernante costarricense que ya como presidente en funciones efectuó una visita oficial a Cuba, en marzo de 1943. Participó en varias reuniones, el Poder Legislativo lo recibió en sesión solemne, visitó una escuela primaria que llevaba el nombre de Costa Rica y fue objeto de varios agasajos protocolarios. Después de setenta y dos años, hoy me corresponde el gran honor ser el primer presidente de la Costa Rica del siglo XXI que viene a Cuba en visita de Estado.

            El acercamiento de aquellos años no era solo oficial. Con el aumento en las comunicaciones, aumentaron los viajes y los negocios, se desarrollaron inversiones y comercio múltiple contactos en diversos ámbitos. Admirábamos además el desarrollo jurídico de Cuba; adoptamos el código de derecho internacional Privado de Sánchez de Bustamante, recibimos influencia del Código de Trabajo de Cuba en el nuestro de 1943 y en nuestra actual Constitución de 1949 hay alguna huella de la Constitución cubana de 1940. Se escuchaban discos cubanos, se oían programas de radio cubanos, se veían películas cubanas y se leían revistas de aquí. Cuba estaba por así decirlo, de moda en Costa Rica.

            Nos solidarizamos con la causa del pueblo cubano contra la tiranía batistiana, y en alguna oportunidad, allá por 1956, incluso incorporamos a una delegación nuestra a una reunión internacional al joven abogado Fidel  Castro, para  que pudiera referirse libremente allí a la lucha que se estaba librando. Conocidos son los anales que dan cuenta del modesto pero decisivo apoyo militar que el entonces presidente de Costa Rica, don José Figueres Ferrer otorgó a los combatientes de la Sierra Maestra, un gesto que no se repitió en otros lares.

Desencuentros y reencuentros

            Los avatares de la Guerra Fría y las discrepancias ideológicas y geopolíticas que ésta conllevó, hizo que Costa Rica rompiera relaciones diplomáticas con Cuba en septiembre de 1961. Comenzó así una larga etapa de desencuentros, llena de episodios desafortunados. Sin embargo, quisiera mencionar que en noviembre de 1974, el gobierno de Costa Rica, por medio de su canciller don Gonzalo Facio, fue en la reunión de consulta de cancilleres del hemisferio celebrada en Quito uno de los principales promotores del levantamiento de las sanciones impuesta a Cuba diez años atrás; sanciones que finalmente se levantaron al año siguiente, en otra reunión del consulta de la             que mi país fue anfitrión.

            No podría dejar de mencionar las relaciones, formales e informales, que se establecieron en el marco de la gran crisis político – militar en Centroamérica entre 1976 y 1996, en el marco de las guerras internas y de las negociaciones del Plan de Paz de Esquipulas II. Cierto es que los sucesos de aquellos días todavía están demasiado cerca de los actuales y razones de diversa índole aconsejan dejarles reposar algún tiempo más en aras de lograr un análisis menos apasionado de los acontecimientos. Sin embargo no me cabe la menor duda que no está lejano el momento en que las y los historiadores podamos acudir a los archivos y otras fuentes de investigación con el fin de conocer lo acaecido en aquél tiempo en que la región ístmica padeció algunos de sus más oscuras horas. Una época en que tanto Cuba como Costa Rica jugaron un papel determinante en el reencuentro de Centroamérica con la paz.

            En 1998 se restablecieron las relaciones consulares y se inició una época de progresiva distensión, que culminó en marzo de 2009 –en la Administración Arias Sánchez- con el pleno restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre los dos países y el desarrollo de vínculos de cooperación en una variada serie de ámbitos. Deseo subrayar especialmente el aporte de Cuba en la formación de médicos y médicas costarricenses, así como la decenas de profesoras y profesores de Educación Física que han favorecido, con sus conocimientos y compromiso social, a miles de mis compatriotas a lo largo y ancho de nuestro país.

            Hemos suscrito un convenio marco de cooperación –durante la Administración Chinchilla Miranda- y varios acuerdos específicos, el último de los cuales, firmado en agosto de este año, sirve de marco normativo a los vínculos entre nuestras academias diplomáticas. Cabe destacar que en el pasado mes de enero tuvimos por primera vez en Costa Rica a un gobernante de Cuba en el ejercicio del cargo, cuando el excelentísimo señor presidente don Raúl Castro, reciprocando la visita homóloga de mi predecesora a La Habana, participó en la tercera cumbre presidencial de la CELAC. Como lo expresé hace unos días en San José, albergo la esperanza de que mi vista a La Habana constituya la “puntada final “de un proceso de regularización que hemos realizado con madurez y mutuo respeto, reconociendo las diferencias naturales que resultan de nuestras diferentes tradiciones políticas. Y espero también que sea punto de partida para relanzar con más fuerzas los vínculos de amistad entre los dos países y proyectarlos a nuevos horizontes.

Señor presidente de la Academia,

Señoras y señores:

                        Mencionaba al principio de mi intervención el papel tan importante que pueden tener las academias en la conservación y el rescate de la historia nacional. Quisiera también destacar que pueden hacer también mucho por el rescate de la historia compartida, de los lazos que más allá de las fronteras unen a los seres humanos y les recuerdan la identidad primigenia de nuestra especie. Creo que la historia compartida de Cuba y de Costa Rica, el examen de sus caminos conjuntos, los azares de nuestras relaciones diplomáticas, las vidas de quienes nos han acercado, las influencias mutuas en multiplicidad de campos y hasta los infortunios de nuestros recorridos pueden dar origen a nuevos y valiosos estudios, que contribuyan a acercar más a cubanos y a costarricenses y nos permitan conocernos y comprendernos mejor. Me permito por ello respetuosamente instar a quienes integran la Academia a reflexionar sobre las posibilidades de emprender nuevas investigaciones en colaboración con quienes en Costa Rica le dedican a estas tareas afanes y entusiasmos.

            Ojalá que como idénticos son los colores nuestras banderas patrias, encontremos en la historia compartida poderoso estímulo para continuar construyendo nuevas historias de amistad, de simpatía y de acercamiento entre Costa Rica y Cuba, porque eso nos hará conocernos mejor a nosotros mismos y comprender mejor nuestras respectivas historias patrias. Hagamos nuestras las palabras del maestro Torres Cuevas:

            “Si cultura es raíz, conocimientos profundo de la siembra civilizatoria de una comunidad humana, el pensamiento emanado de ella es germinación prolífera que se interactúa como creación y creador de ese ser nacional, fertilizándolo y haciendo surgir nuevas perspectivas en el desarrollo de las actividades colectivamente hegemonizadas.”

 Y hagámoslo también en la esperanza de que los pueblos de Costa Rica y Cuba, en la feliz metáfora de nuestro primer Jefe de Estado don Juan Mora Fernández, tengan la venturosa ocasión de “cosechar siempre una espiga más, y derramar una lágrima menos”. Esa ha de ser, innecesario resulta decirlo, nuestra aspiración suprema y nuestra suprema aspiración.

Muchas Gracias

Honorable señor Eduardo Torre Cuevas, presidente de la Academia de Historia de Cuba. Honorables señoras y señores integrantes de la Academia, señoras y señores funcionarios del Gobierno de Cuba, señoras y señores integrantes de la delegación de Costa Rica,

Señoras y señores, amigas y amigos:

         Me es muy grato saludar cordialmente a todos ustedes en esta oportunidad para mi tan grata, y agradecer la cálida bienvenida que se me ha dado en esa casa de la Historia de Cuba. Como lo saben algunos de ustedes, mi formación universitaria y vocación es de historiador, y en las páginas de la Historia, he encontrado ejemplo, inspiración, lecciones de vida, pero además solaz y disfrute. Como dice el historiador argentino Ricardo Rabinovich-Berkman, tal vez la historia sea una ciencia por el rigor del método, pero un arte por lo placentero de sus resultados.

Las Academias

En el cultivo de la historia de cada país, en recorrer sus avenidas e investigar sus rincones, en afianzar sus métodos y en difundir el conocimiento histórico, las academias doctas pueden tener un papel muy significativo, las publicaciones, las conferencias, los cursos sobre temas específicos, los proyectos de investigación, el apoyo a los historiadores y docentes y la asesoría a diversas entidades son solo algunas múltiples tareas mediante las cuales puede proyectarse su actividad. Me complace destacar que la Academia Costarricense de Geografía e Historia, fundada en 1940, ha brindado un aporte muy destacado a la historiografía costarricense. En años recientes la informática ha ampliado inmensamente las posibilidades de acción de las corporaciones académicas, y al respecto quiero felicitar a la Academia de la Historia de Cuba por su bien elaborado portal, donde se pueden encontrar textos muy valiosos e interesantes sobre temas de historia cubana. Bien se indica allí que el surgimiento en Cuba de una Academia de Historia, en 1910, estuvo en la vanguardia de la generalización de este tipo de corporaciones por el subcontinente. Y para mí es un privilegio poder rendir un testimonio de afecto y reconocimiento a todos ustedes, y muy especialmente al eminente maestro que la preside, el doctor Eduardo Torres Cuevas, a quien tuve el honor de recibir en Casa Presidencial durante su reciente visita a Costa Rica.

Comienzos a la distancia

Costa Rica y Cuba tienen hoy una correcta relación diplomática y sus autoridades impulsamos conjuntamente acciones de cooperación para mutuo beneficio. Sin embargo, más allá del plano oficial, entre nuestros dos países ha habido múltiples contactos, relaciones humanas y afectivas que han acercado a cubanos y costarricenses mucho más de lo los registros formales dejan suponer.

Cabe indicar que los comienzos no parecieron muy auspiciosos. A pesar de ser Cuba la llave del Caribe y tener Costa Rica costas en este mar, en tiempos de los Austrias y los Borbones prácticamente no existió comunicación directa  entre ambos territorios, ni tampoco comercio, ni relaciones jurisdiccionales, fuera del hecho de depender los dos, teóricamente, del Virreinato de la Nueva España, al que se pertenecía con la misma indiferencia que al sistema solar, porque eran las audiencias y no los virreyes los que en realidad gobernaban. En los tres primeros siglos de presencia española en Costa Rica, en los documentos apenas has registro de unos cinco o  seis  cubanos, de los que sabemos muy poco. Y sin embargo, unos de ellos, el habanero don Juan Francisco Colina, terminó por ser muy importante, no por lo que hizo él, sino por su descendencia, ya que su nieto don Braulio Carrillo Colina fue uno de los gobernantes más trascendentales de la Costa Rica del siglo XIX, al punto que se le ha dado oficialmente el título de Arquitecto del Estado Costarricense. A Carrillo, nieto pues de Cuba, se le deben la proclamación de la soberanía absoluta del país, los primeros códigos, el primer colegio para mujeres, y un impulso asombroso a la agricultura y a las obras públicas, entre otras muchas realizaciones.

El  gobernador cubano

En el siglo XVIII, Costa Rica no era un lugar muy atractivo para la emigración. Los historiadores le han dedicado infinitas páginas a describir la pobreza de la sociedad costarricense de ese entonces, carente de vías de comunicación, de minas, de mano de obra, de comercio desarrollado, de imprenta,  de vida cultural. Ni siquiera las autoridades e más alto rango disfrutaban gran cosa de sus cargos, porque hasta el gobernador tenía que vivir en una casona común y silvestre, de piso único, carente de hermosos jardines o galantes colgaduras, con pocos criados y menos carruajes. Pues a esa casona llegó a vivir en 1979 el gobernante más extraordinario  que tuvo Costa Rica durante la dominación española, don Tomás de Acosta y Hurtado de Mendoza, que había nacido en La Habana en 1747y cursó aquí su formación militar. Con él no llevó un séquito, sino solamente a su esposa y a su madre.

Los habitantes de Costa Rica tenían fama de díscolos, revoltosos, intrigantes y chismosos, y más de un gobernador español tuvo que salir huyendo de Cartago, la capital de aquel entonces. Pero don Tomás de Acosta se los ganó a todos, no solo por la simpatía muy habanera que debió haber tenido a raudales, sino especialmente por su extraordinario laboriosidad y el cariño que le prodigó a Costa Rica y a sus  gentes. En un documento de aquel tiempo se dice que no se sabe que era mayor en el gobernador,  “si el acierto con que se manda o e mor con que se mira a sus súbditos….” Uno de sus aportes más memorables fue llevar a tierra costarricense el café, que a los pocos años se convirtió en nuestro producto más importante y permitió al país salir del marasmo económico.

Trece años estuvo don Tomás de Acosta al frente del gobierno, y cuando se supo que iba a ser trasladado, los costarricenses le pidieron a la Corona que lo nombrara gobernador perpetuo. No se accedió a la petición y don Tomás tuvo que irse. Hubo un hermoso epílogo: cuando se jubiló algunos años después, pidió que se le permitiera retirarse a Costa Rica, donde  murió en 1821, rodeado del respeto y el afecto de todos, Hoy se le recuerda en el nombre del cantón de Acosta, una de las subdivisiones de nuestra provincia de San José, y en los miles y miles de cafetos que siguen siendo una de las columnas vertebrales del agro costarricense.

 

El abogado costarricense

Por esos mismos años en que don Tomas de Acosta gobernaba Costa Rica, un nuevo personaje enlazaba de nuevo nuestros destinos. Esta vez era un costarricense, que se llamaba José María Zamora y Coronado. Fue el primer costarricense que se graduó de abogado, en 1809, y una vez concluida la licenciatura quiso viajar a España a continuar estudios. Sin embargo, el buque en que viajaba fue atacado por cosarios en las vecindades de Cuba, y junto con otros pasajeros lo dejaron en una playa Habanera con solo la ropa que llevaba puesta.

Un abogado cubano se apiadó de él y le dio trabajo, lo cual fue el punto de partida de una de las más brillantes carreras forenses de la Cuba decimonónica. Don José María desempeño importantes destinos judiciales y administrativos en la Habana y en Camagüey y presidió la Sociedad Económica de la Habana, donde fue rival ocasional y ferviente admirador de Don Francisco de Arango y Parreño. En 1846 fue nombrado para el cargo de Regente de la Real Audiencia, el más alto de la jerarquía judicial de la Isla. Fue también un importantísimo tratadista y entre otras obras publicó una Biblioteca de Legislación Ultramarina en varios tomos, a la que se considera la última gran obra del derecho indiano.

Cabe indicar que se casó en Camagüey con una señorita de linajuda familia y tuvo amplia descendencia. Murió en 1852 y su tumba se encuentra en el cementerio general habanero. Por cierto que ya vivía en Cuba, Costa Rica lo eligió dos veces como diputado a Cortes, pero nunca pudo desempeñar tal función, la primera vez porque Don Fernando VII restauro el absolutismo y la segunda porque toda Centroamérica se independizó de la Monarquía Española.

Los emigrados independentistas

            Pero el aporte más significativo e importante que jalona nuestra historia común fue el que le dieron los exiliados cubanos a Costa Rica ya bien entrado el siglo XIX, como consecuencia de la expedición del General Narciso López, de la Guerra de los Diez Años y de las etapas finales de la lucha por la emancipación de Cuba. Un célebre intelectual costarricense, al hablar de la influencia extranjera en el desenvolvimiento educacional y científico de Costa Rica, dice: `` (…) La vecindad de la República de Cuba ha sido en nuestro país uno de los factores más importantes que han determinado su influencia en el desarrollo de nuestra cultura´´

¿Por qué los cubanos buscaban Costa Rica? Gracias a la exportación de café introducido por el cubano Acosta, el país ya había salido del marasmo económico de los años coloniales  y se había vinculado al mercado mundial por la vía del Mar Caribe. Se abrían vías de comunicación, llegaban novedosas máquinas y herramientas, se construían nuevos edificios, se ampliaba la frontera  agrícola y se acrecentaba notoriamente el progreso material.

Pero en el plano cultural, la mejoría iba mucho más despacio. Cundía el analfabetismo y la educación estaba atrasadísima en todos los niveles. ¿Por qué, entonces, cubanos de notoria vocación intelectual y si se quiere cosmopolita, se sintieron atraídos por una sociedad tan eminentemente aldeana?  Posiblemente los motivaron dos razones: la paz de que se gozaba en Costa Rica, sin guerras exteriores ni conflictos civiles, y la notoria simpatía con que la élite costarricense miraba la causa de la independencia de Cuba. Aunque teníamos buenas relaciones con España e incluso en 1889 abrimos un consulado en La Habana, se  apoyaba la justa aspiración de muchos cubanos de vivir en un país independiente y soberano.

Por otro lado, en un país de tan rudimentario desarrollo cultural como lo era La  Costa Rica de de esa época con cierta formación siempre podía dedicarse a dar clases de algo para ganarse la vida, y por eso los cubanos que se establecieron en suelo costarricense brillaron notoriamente como profesores de variados saberes, en la primaria, la secundaria, la universidad, y no pocos dieron clases particulares de francés, inglés, taquigrafía, música y otras disciplinas. Algunos incluso fundaron escuelas y colegios.

            De aquellos grupos emigrantes dedicados a la enseñanza y la intelectualidad, son muchos los nombres que pudieran citarse: Tomás Muñoz, Luis Martín de Castro, Benjamín, José María y Ramón de Céspedes, Rafael Odio, Jorge Milanés, Isabel Lastres, Antonio Espinal, Anita Lora de Figueredo... entre ellos había médicos, abogados, docentes y representantes de otras ramas del saber. Algunos de ellos volvieron a Cuba cuando concluyó la lucha por la independencia. Otros, especialmente los que se casaron con costarricenses, se quedaron en Costa Rica, y muchos de sus descendientes han brindado aportes sustanciales al país en todos los campos.

            Entre ellos figuran, por ejemplo, presidentes de la Corte Suprema de Justicia, arzobispos, cancilleres, deportistas famosos, médicos eminentes y muchos otros personajes notables. Entre las más destacadas mujeres de antepasados cubanos cabe mencionar a doña Elizabeth Odio, quien ha sido vicepresidenta de la República, ministra de Justicia y del Ambiente, juez de la Corte Penal Internacional y recientemente fue elegida como integrante de la Corte Interamericana de Derechos Humanos.

Martí y Maceo.

 

            Aunque permaneció sólo por corto tiempo en suelo costarricense, tuvimos el honor de que nos visitara dos veces José Martí, quien por cierto le dedicó a Costa rica una carta muy honrosa y que se recuerda con afecto.

En esa dice con mucho sentimiento a un amigo costarricense, cuya esposa era cubana:

            “Yo llegué ayer, insignificante e ignorado, a esta tierra que siempre defendí y amé, por culta y viril, por hospitalaria y trabajadora, por sagaz y por nueva… sólo de un modo puedo responder a esta merced grande, y es pedir a usted y a mis amigos de Costa Rica que me permitan servirla como hijo.”

            Pero incluso más el Apóstol, visitante ilustre que inspiraba profunda admiración, mis compatriotas de entonces conocieron muy bien al general Antonio Maceo, que se quedó en Costa Rica por un tiempo considerable. Incluso inició en 1891 la ejecución de un proyecto de desarrollo agrícola en un lugar algo remoto para aquellos tiempos, que se conoce como La Mansión, en el cantón costarricense de Nicoya. La explotación agrícola, que incluía un ingenio y campos de caña y otros cultivos, fue de corta duración, porque muy poco después el Titán de Bronce y sus principales compañeros se reincorporaron a la lucha armada por la independencia cubana. Pero la población que creó Maceo con familias cubanas y costarricenses sigue existiendo, sus principales centros educativos llevan el nombre del héroe y hasta su parque central fue construido posee una forma geométrica triangular, en homenaje a la bandera cubana.

            En marzo de 1895, cuando Maceo y sus compañeros partieron de Costa Rica por el puerto caribeño de Limón, España se quejó a nuestro gobierno por haberles permitido la salida, a sabiendas de que iban a unirse a la lucha en Cuba. La Cancillería costarricense manifestó que Maceo y sus acompañantes habían abandonado furtivamente el puerto en un buque mercante en cuyo itinerario no figuraban puertos cubanos, y añadió, sin duda con cierta sorna, que ni siquiera el cónsul de España, que se hallaba en Limón, en las mismas fechas, había podido descubrir las intenciones de Maceo y su gente.

El doctor Zambrana

            Martí y Maceo son heroísmo, sacrificio, gloria, y Costa Rica recuerda su memoria con respecto y afecto. Sin embargo, la inmensidad de ambas figuras hace que a veces se olvide en Costa Rica a otro cubano que por aquella misma época llevó a cabo una labor intelectual de extraordinarias dimensiones: don Antonio Zambrana y Vázquez.

            Hijo de La Habana y abogado de procesión, Antonio Zambrana fue uno de los más jóvenes constituyentes de Guáimaro, y en esa asamblea inmortal le cupo la gloria inmarcesible de ser uno de los proponentes de la abolición de la esclavitud. Le tocó casi enseguida irse al exilio, y después de andar por varios países terminó llegando a Costa Rica, donde casi enseguida inició sus labores como profesor en la Facultad de Derecho. Habló y escribió mucho de Cuba y por Cuba. Pero no se limitó a ese tema, como tampoco fue solamente profesor de Derecho. Como dice un historiador costarricense, don Luis Felipe González Flores, el doctor Zambrana.

“…fue entre nosotros un verdadero agitador de espíritus, un enamorado de la libertad y de la democracia, un fervoroso creyente en la perfectibilidad humana y progreso, un entusiasta propagandista de las ideas filosóficas modernas y un constante predicador de la fraternidad y de la tolerancia de los pueblos.”

            Zambrana fue el maestro de toda una generación de intelectuales, abogados y políticos cuyo recuerdo todavía honra las crónicas de la democracia costarricense. Fue Zambrana quien los educó para alejarlos de los dogmatismos y los fanatismos, para hacerles decididamente adversarios de la prepotencia militar y el autoritarismo, para hacerles comprender que sin un ejercicio efectivo de los derechos civiles y políticos, la República no sería más que un artificio. Ante todo, les hizo sentir y comprender que la mente debía mantenerse en perpetua apertura.

            El hombre era un dínamo, siempre en efervescente actividad. Era de una elocuencia extraordinaria, de fácil verbo, escogido vocabulario y profundo mensaje. No hablaba por hablar, y tanto los estudiantes de Derecho como el ciudadano común escuchaban con admiración las lecciones de vida que transmitía aquel tribuno. Forjó amistades y generó enemistades, escribió, polemizó, publicó libros y artículos, desempeñó algún cargo diplomático, redactó proyectos de ley, creó organizaciones, dio clases para mujeres y para obreros, y llegó también hasta la magistratura de la Sala de Casación, el más alto cargo que podía desempeñar alguien que no fuera costarricense de origen. Con sus  escritos, con sus lecciones, con su ejemplo, contribuyó de un modo fundamental a que los cimientos de la democracia costarricense fueran sólidos y efectivos a que nuestro sistema de libertades no se limitara a una votación periódica ni a una cuestión de nombre jurídicos, sino que fuera una vivencia de todos los días.

            Después de muchas vicisitudes, el maestro Zambrana salió definitivamente de Costa Rica en 1911y murió en La Habana en 1922. Con el paso del tiempo, su nombre empezó a olvidarse; olvido ciertamente injusto e inmerecido. Quiero destacar aquí el gran aporte que un distinguido historiador costarricense, don Armando Vargas Araya, ha realizado para rescatar esta figura majestuosa, mediante una documentadísima biografía de Zambrana en la que lo llama padre y maestro de la democracia republicana costarricense. También recientemente la cátedra de Historia del Derecho de la Universidad de Costa Rica ha reimpreso algunas de sus pioneras obras.

La  causa de la Independencia

Los emigrados cubanos por lo general suscitaban en Costa Rica muchas simpatías, no solo por solidaridad con seres humanos en una situación dolorosa, sino por saberlos parte de un pueblo que luchaba por su independencia. Aunque Costa Rica mantenía relaciones diplomáticas perfectamente normales con España, lo cierto es que en las esferas oficiales costarricenses casi todas las simpatías estaban por la causa emancipadora.

            Años más tarde, la ya República de Cuba reconoció por ejemplo el decidido respaldo dado por el general costarricense don Juan Bautista Quirós, entre otras personalidades. Tanto como comandante de Plaza de San José en 1894 como en su calidad de ministro de la Guerra en 1896, don Juan Bautista quien llegó a tener buena amistad con Maceo y el general Manuel Quesada y Loinaz, protegió a los emigrados y obtuvo del presidente don Rafael Yglesias su ayuda a favor de la causa cubana. Ya años atrás, estando en Jamaica, había contribuido pecuniariamente en el equipamiento de un bergantín para  los revolucionarios.

            Cabe agregar que en 1919 llegó a ser presidente de la República y aunque su desempeño fue muy corto se le recuerda como cumplido caballero y eminente patriota. En  octubre de 1934, poco antes de su muerte, el gobierno de Cuba lo condecoró con la Orden Nacional al Mérito Carlos Manuel de Céspedes.

            Hubo muchos otros episodios de secreta complicidad entre funcionarios  costarricenses y patriotas cubanos y se seguían con ansia los acontecimientos que ocurrían en la Isla. Finalmente, la noticia de que Cuba era independiente llegó a nuestra tierra y fue recibida con júbilo. Tuvimos pronto oficinas consulares de Costa Rica en la nueva República, y en 1911 Cuba nombró su primer encargado de negocios en nuestra capital, que  fue don Francisco Porto y Castillo.

 

 

Un simbolismo diplomático.

            En los años siguientes tuvimos una relación cordial, con representaciones en tomas de posesión y alguna que otra misión diplomática especial. Por cierto que una de esas misiones fue de muy buena voluntad: en 1927, por disputas fronterizas, se hallaban rotas las relaciones entre Costa Rica y Panamá, y Cuba envió un embajador en misión especial que visitó los dos países y trató de acercarlos. La gestión no tuvo resultados inmediatos, pero ha quedado registrada como un testimonio de amistad y un solidario deseo de que dos naciones hermanas se reconciliaran.

            Hay en esa misión de 1927 un detalle que quizás pueda parecer una minucia diplomática, pero que no deja de tener un gran simbolismo. Hasta principios del siglo XX, había una particularidad en la categoría de las representaciones diplomáticas. Solamente los países que internacionalmente eran considerados como potencias se intercambiaban embajadores entre sí. Un país al que no se le reconociera la categoría de potencia no podía enviar ni recibir embajadores, sino solamente ministros plenipotenciarios, que no eran jefes de una embajada sino de una legación. Este fue el caso, por ejemplo, de todos o casi todos los países latinoamericanos durante el siglo  XIX. Así, por ejemplo, Francia, que era considerada una potencia, acreditaba embajadores en países como Rusia, España o Prusia, países al que se reconocía internacionalmente ese mismo carácter, y admitía la acreditación de embajadores de esos mismos países; pero si debía nombrar un jefe de misión en un pequeño país que no fuera potencia, no nombraba un embajador, sino un enviado y ministro plenipotenciario, y lo mismo hacían esos países que no eran potencias, cuando acreditaban jefes de misión entre sí o en una potencia. Eso empezó a cambiar después de la Primera Guerra Mundial, porque varias viejas potencias dejaron de serlo y también muchos países que no lo eran empezaron a hacer valer el principio de la igualdad soberana de los estados.

            Toda esa larga explicación la hago porque en la misión de 1927, Cuba acreditó a su representante en misión especial en Costa Rica, don Julio Morales Coello, con el rango de embajador. Nunca hasta ese momento habíamos recibido en mmi país a un embajador, solamente a ministros plenipotenciarios. Cuba fue por consiguiente, el primer país que puso en práctica con Costa Rica el principio de que todos los estados debían ser iguales en cuanto al rango de sus representantes, y algunos años después le retribuimos esta consideración: en 1936, para una toma de posesión en Cuba, Costa Rica nombró por primera vez un representante con el rango de embajador.

Convenios, visitas presidenciales y otros acercamientos.

            Esa fue también una época de acercamiento bilateral, y en 1930 firmamos nuestro primer tratado, una convención postal. En 1931 Costa Rica abrió por primera vez una misión diplomática en La Habana, cuyo titular fue don Wensceslao de la Guardia, cuyo hijo don Víctor Manuel de la Guardia Tinoco fue años después el primer embajador de Costa Rica aquí. En marzo de 1936 tuvimos por primera vez en nuestro suelo la visita de un presidente electo de Cuba, don Miguel Mariano Gómez, con cuyo gobierno se firmó algunos meses más tarde un convenio para el intercambio de correspondencia telegráfica entre ambos países. En marzo de 1940, el presidente electo de Costa Rica, don Rafael Ángel Calderón Guardia, efectuó una visita a Cuba, donde fue declarado huésped de honor y fue condecorado con la orden de Finlay. Por cierto que en este viaje lo acompaño su esposa doña YvonneClays, quien fue la primera mujer diplomática de Costa Rica.

            Calderón Guardia fue el primer gobernante costarricense que ya como presidente en funciones efectuó una visita oficial a Cuba, en marzo de 1943. Participó en varias reuniones, el Poder Legislativo lo recibió en sesión solemne, visitó una escuela primaria que llevaba el nombre de Costa Rica y fue objeto de varios agasajos protocolarios. Después de setenta y dos años, hoy me corresponde el gran honor ser el primer presidente de la Costa Rica del siglo XXI que viene a Cuba en visita de Estado.

            El acercamiento de aquellos años no era solo oficial. Con el aumento en las comunicaciones, aumentaron los viajes y los negocios, se desarrollaron inversiones y comercio múltiple contactos en diversos ámbitos. Admirábamos además el desarrollo jurídico de Cuba; adoptamos el código de derecho internacional Privado de Sánchez de Bustamante, recibimos influencia del Código de Trabajo de Cuba en el nuestro de 1943 y en nuestra actual Constitución de 1949 hay alguna huella de la Constitución cubana de 1940. Se escuchaban discos cubanos, se oían programas de radio cubanos, se veían películas cubanas y se leían revistas de aquí. Cuba estaba por así decirlo, de moda en Costa Rica.

            Nos solidarizamos con la causa del pueblo cubano contra la tiranía batistiana, y en alguna oportunidad, allá por 1956, incluso incorporamos a una delegación nuestra a una reunión internacional al joven abogado Fidel  Castro, para  que pudiera referirse libremente allí a la lucha que se estaba librando. Conocidos son los anales que dan cuenta del modesto pero decisivo apoyo militar que el entonces presidente de Costa Rica, don José Figueres Ferrer otorgó a los combatientes de la Sierra Maestra, un gesto que no se repitió en otros lares.

Desencuentros y reencuentros

            Los avatares de la Guerra Fría y las discrepancias ideológicas y geopolíticas que ésta conllevó, hizo que Costa Rica rompiera relaciones diplomáticas con Cuba en septiembre de 1961. Comenzó así una larga etapa de desencuentros, llena de episodios desafortunados. Sin embargo, quisiera mencionar que en noviembre de 1974, el gobierno de Costa Rica, por medio de su canciller don Gonzalo Facio, fue en la reunión de consulta de cancilleres del hemisferio celebrada en Quito uno de los principales promotores del levantamiento de las sanciones impuesta a Cuba diez años atrás; sanciones que finalmente se levantaron al año siguiente, en otra reunión del consulta de la             que mi país fue anfitrión.

            No podría dejar de mencionar las relaciones, formales e informales, que se establecieron en el marco de la gran crisis político – militar en Centroamérica entre 1976 y 1996, en el marco de las guerras internas y de las negociaciones del Plan de Paz de Esquipulas II. Cierto es que los sucesos de aquellos días todavía están demasiado cerca de los actuales y razones de diversa índole aconsejan dejarles reposar algún tiempo más en aras de lograr un análisis menos apasionado de los acontecimientos. Sin embargo no me cabe la menor duda que no está lejano el momento en que las y los historiadores podamos acudir a los archivos y otras fuentes de investigación con el fin de conocer lo acaecido en aquél tiempo en que la región ístmica padeció algunos de sus más oscuras horas. Una época en que tanto Cuba como Costa Rica jugaron un papel determinante en el reencuentro de Centroamérica con la paz.

            En 1998 se restablecieron las relaciones consulares y se inició una época de progresiva distensión, que culminó en marzo de 2009 –en la Administración Arias Sánchez- con el pleno restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre los dos países y el desarrollo de vínculos de cooperación en una variada serie de ámbitos. Deseo subrayar especialmente el aporte de Cuba en la formación de médicos y médicas costarricenses, así como la decenas de profesoras y profesores de Educación Física que han favorecido, con sus conocimientos y compromiso social, a miles de mis compatriotas a lo largo y ancho de nuestro país.

            Hemos suscrito un convenio marco de cooperación –durante la Administración Chinchilla Miranda- y varios acuerdos específicos, el último de los cuales, firmado en agosto de este año, sirve de marco normativo a los vínculos entre nuestras academias diplomáticas. Cabe destacar que en el pasado mes de enero tuvimos por primera vez en Costa Rica a un gobernante de Cuba en el ejercicio del cargo, cuando el excelentísimo señor presidente don Raúl Castro, reciprocando la visita homóloga de mi predecesora a La Habana, participó en la tercera cumbre presidencial de la CELAC. Como lo expresé hace unos días en San José, albergo la esperanza de que mi vista a La Habana constituya la “puntada final “de un proceso de regularización que hemos realizado con madurez y mutuo respeto, reconociendo las diferencias naturales que resultan de nuestras diferentes tradiciones políticas. Y espero también que sea punto de partida para relanzar con más fuerzas los vínculos de amistad entre los dos países y proyectarlos a nuevos horizontes.

Señor presidente de la Academia,

Señoras y señores:

                        Mencionaba al principio de mi intervención el papel tan importante que pueden tener las academias en la conservación y el rescate de la historia nacional. Quisiera también destacar que pueden hacer también mucho por el rescate de la historia compartida, de los lazos que más allá de las fronteras unen a los seres humanos y les recuerdan la identidad primigenia de nuestra especie. Creo que la historia compartida de Cuba y de Costa Rica, el examen de sus caminos conjuntos, los azares de nuestras relaciones diplomáticas, las vidas de quienes nos han acercado, las influencias mutuas en multiplicidad de campos y hasta los infortunios de nuestros recorridos pueden dar origen a nuevos y valiosos estudios, que contribuyan a acercar más a cubanos y a costarricenses y nos permitan conocernos y comprendernos mejor. Me permito por ello respetuosamente instar a quienes integran la Academia a reflexionar sobre las posibilidades de emprender nuevas investigaciones en colaboración con quienes en Costa Rica le dedican a estas tareas afanes y entusiasmos.

            Ojalá que como idénticos son los colores nuestras banderas patrias, encontremos en la historia compartida poderoso estímulo para continuar construyendo nuevas historias de amistad, de simpatía y de acercamiento entre Costa Rica y Cuba, porque eso nos hará conocernos mejor a nosotros mismos y comprender mejor nuestras respectivas historias patrias. Hagamos nuestras las palabras del maestro Torres Cuevas:

            “Si cultura es raíz, conocimientos profundo de la siembra civilizatoria de una comunidad humana, el pensamiento emanado de ella es germinación prolífera que se interactúa como creación y creador de ese ser nacional, fertilizándolo y haciendo surgir nuevas perspectivas en el desarrollo de las actividades colectivamente hegemonizadas.”

 Y hagámoslo también en la esperanza de que los pueblos de Costa Rica y Cuba, en la feliz metáfora de nuestro primer Jefe de Estado don Juan Mora Fernández, tengan la venturosa ocasión de “cosechar siempre una espiga más, y derramar una lágrima menos”. Esa ha de ser, innecesario resulta decirlo, nuestra aspiración suprema y nuestra suprema aspiración.

Muchas Gracias