Conferencia de ingreso a la Academia de la Historia de Cuba

Título: "Las Mediaciones políticas bajo el signo de la ingerencia extranjera y la crisis institucional. Las dictaduras de Machado y Batista"
Doctor en Ciencias Históricas, Jorge Renato Ibarra Guitart. Instituto de Historia de Cuba.

Presupuestos generales de la mediación de 1933

El proceso de mediación política que se inició con la llegada a Cuba de Benjamín Sumner Welles, aceptado por el General-Presidente Gerardo Machado en el rol de embajador y no el de enviado especial, marcó el viraje hacia una nueva etapa en nuestra historia. De la influencia avasalladora de los Estados Unidos pocos podían escapar. Para muchos cubanos no era posible acometer cambios políticos y sociales de alguna magnitud en forma siquiera medianamente radical ya que los conflictos de clase que tendrían lugar provocarían la intervención norteamericana.

En el país, por razones geopolíticas, se menospreciaban las posibilidades de los nacionales para lograr renovar la sociedad. La alerta constante a defender la independencia formal de la que se jactaba la élite cubana servía de justificación para no emprender medidas reformistas o revolucionarias de ninguna índole. A estos presupuestos no pudieron sustraerse ni el gobierno ni la oposición oficial.

De los informes de Sumner Welles al Departamento de Estado se infiere que prácticamente todos los actos del gobierno y la oposición referidos a la mediación eran previamente planificados en círculos cerrados, donde el Embajador norteamericano demostraba plenamente su protagonismo.

En el  informe del 2 de junio de 1933, Welles declaró que había instruido a Machado para que informase a la opinión pública sobre nuevas medidas que se adoptarían. Estas medidas comprendían reformas constitucionales que serían estudiadas por una representación de todos los sectores políticos. Se preveía que una de las reformas más trascendentes fuera el restablecimiento de la Vicepresidencia que sería ocupada por una persona “de notable reputación” y “reconocida como imparcial por todos los grupos y partidos” .

De inmediato Machado transmitió a la prensa  nacional el 8 de junio las recomendaciones de Welles pero agregó astutamente que la aprobación de estas medidas requería de un proceso de reorganización de los partidos políticos para elegir delegados a una Asamblea Constituyente. El dictador pretendía dilatar el proceso de reformas constitucionales para lograr su objetivo de mantenerse en el poder hasta mayo de 1935. Bajo esas circunstancias el Partido Liberal mantendría su influencia política y eventualmente podría mantenerse en el poder. De hecho, se le habría facilitado a la dictadura un verdadero “puente de plata” como bien afirmara Gonzalo de Quesada. 

Machado estaba dispuesto a aceptar algunas transformaciones en la Constitución después de un dilatado proceso tanto de designaciones de delegados a una Asamblea Constituyente como de discusiones de reformas constitucionales: Finalmente, dicho proceso tendría como cierre la convocatoria a unas elecciones generales.

Bajo esas circunstancias, Machado haría realidad su esperanza de mantenerse en el poder hasta mediados de 1935 pues no se establecía la fecha del cambio de gobierno. Debemos recordar que inicialmente Welles había impuesto a Machado para que dejase la presidencia en el otoño de 1934. Tal vez la indolencia de Welles y los sectores de la oposición hacia esas maniobras gubernamentales radicaba en que se conformaron con que se había establecido el mecanismo con el que podrían deponer a Machado utilizando las vías legales, sin importar fechas. Ellos harían todo lo posible para que el momento de la caída de Machado les fuera conveniente.

Por otra parte, en la Casa Blanca el Presidente Roosevelt no estaba al corriente de las realidades cubanas. Por eso no concordamos con el planteamiento del historiador norteamericano, Irwin Gellman de que Roosevelt se mantenía continuamente monitoreando la situación cubana. En conferencia de prensa que ofreció el Presidente  Roosevelt el 9 de junio declaró: “He estado tan sumamente ocupado con otras cosas que no he podido leer un solo despacho de Welles. Todo lo que sé es que lo vi antes que partiera y Phillips, desde entonces me ha estado dando algunos partes.”

Durante junio, julio y la primera semana de agosto el Secretario de Estado, Cordell Hull, tampoco recibió los reportes de Welles puesto que se encontraba participando en la Conferencia Económica de Londres. De modo que Sumner Welles actuó sin apenas recibir señalamiento alguno para corregir la política exterior norteamericana hacia Cuba.  Esto explica cómo el Embajador actuó prácticamente libre en las componendas que fraguó en La Habana dado el poder que tenía dentro de las altas esferas de Washington.

Por otra parte,  aún no estaba claro si el Embajador se iba a decidir a apoyar plenamente al gobierno en su estrategia política de mantenerse hasta 1935 o si por el contrario iba a hacer de las propias conversaciones de la mediación el mecanismo para fraguar las reformas constitucionales. De cualquier manera, Welles tenía que estimular a sus sujetos de experimentación con la clásica zanahoria: tenía que dejar ver que la reconstrucción económica de Cuba era posible.

En informe del 8 de junio que dirige al Departamento de Estado, solicita que se anuncie pronto la negociación del Tratado de Reciprocidad Comercial: “si no se hace anuncio y se da la impresión de que no hay esperanzas de mejoría económica para Cuba (...) la reacción será muy perjudicial” .

El Embajador debió avivar el proceso de negociaciones políticas con la promesa de un arreglo que detuviera la recesión económica. El hecho de que las corporaciones económicas se decidieran a actuar en el escenario político de forma más directa explica las presiones terribles a que estaba sometida la economía nacional.

Muy pronto se le daría satisfacción a los reclamos del embajador: la Secretaría de Estado anunciaba que Sumner Welles tenía instrucciones de iniciar las conversaciones con el fin de gestionar un nuevo Tratado Comercial Cubano-Americano. Es decir, el “plan anzuelo” había que activarlo constantemente, a pesar de que pudieran crearse falsas expectativas

Cosme de la Torriente  había alentado la idea de promover un arreglo negociado a la crisis política cubana desde 1931, oportunidad en que fue calificado de traidor por la Junta de Nueva York. Su proyecto no se concretó hasta el arribo del embajador estadounidense en La Habana, Benjamín Sumner Welles, quien aprobó su propuesta.

Entre las sugerencias que Welles le trasmitió a Machado se encontraba la de suavizar la censura de los periódicos. El embajador le pidió expresamente a Machado que le diera libertad total a Cosme de la Torriente para hacer declaraciones a través de la prensa.

De la Torriente sería el encargado de lograr que la opinión pública se pronunciase a favor de la mediación del Embajador norteamericano. Veterano de la guerra de independencia, hombre ilustrado que había asumido importantes responsabilidades nacionales e internacionales, era la persona ideal para dirigir una campaña pública que le ganase adeptos a la mediación: “Aceptaré con el mayor gusto los buenos oficios y la mediación pública o privada de los Estados Unidos en la ocasión en que dos tendencias, al parecer irreconciliables, sea cual sea aquella en que yo figurara, no pudiera por sí zanjar sus dificultades y amenazaran por eso producir la intervención, prevista en el Tratado Permanente.”  El fantasma de una intervención extranjera será manejado desde las más diversas posiciones políticas

En tanto, el Wall Street Journal sentenciaba que el Presidente norteamericano Franklin D. Roosevelt había desistido de solicitar del Congreso poderes amplios para negociar convenios arancelarios recíprocos con otros países. No obstante, se esperaba que los delegados norteamericanos a la Conferencia Económica de Londres pudieran llevar a cabo negociaciones generales que facilitasen la adopción de dichos convenios. Se agregaba que de cualquier modo el poder legislativo consideraría en enero  de 1934  distintos tratados comerciales con otras naciones  y  se  referían expresamente  al  caso  cubano.  

La Conferencia Económica de Londres resultaba muy importante para el gobierno de Machado en más de un aspecto. No por gusto Orestes Ferrara fue liberado de sus funciones como Secretario de Estado para dirigir la delegación cubana a ese cónclave. En la capital británica se iban a enfrentar los criterios libre cambistas de los Estados Unidos con las posiciones conservadoras en materia monetaria y comercial de  los países europeos. Washington estaba empeñado en reducir las tarifas arancelarias para beneficiar el comercio mundial y limitar las regulaciones del patrón oro en los cambios de moneda. Si Roosevelt lograba imponer su política, se crearían las mejores condiciones para la rúbrica de distintos convenios de reciprocidad comercial. Pero además, Ferrara tenía la misión de poner de acuerdo a los distintos productores de azúcar para que los precios del dulce aumentaran. Machado comprendía que adelantar en la adopción de estos acuerdos equivalía a neutralizar a la oposición y mantenerse en el poder hasta mayo de 1935.

Los resultados de la Conferencia de Londres y los de los debates alrededor del establecimiento de una Ley de Cuotas Azucareras  en  la  Comisión  Arancelaria  de Washington, iban a dictar los destinos más próximos del Machadato. Adelantar en la consecución de los objetivos que la delegación gubernamental se había trazado en dichos eventos era cuestión de vida o muerte para el régimen. La capacidad de maniobra política de la dictadura dependía en buena medida de un rápido restablecimiento de las arcas del Estado. Alberto Lamar de Schweyer, funcionario del gobierno machadista, concuerda en que para el General-Presidente era vital un arreglo económico: “El problema cubano tenía dos aspectos. Uno era económico y otro político. En realidad uno y otro estaban muy estrechamente ligados, y es posible, o casi seguro, que sin la ruina del país no hubiera surgido el otro. Resolviendo el económico se abría, pues, una vía de solución a la cuestión política.”  

Según la versión de Lamar de Schweyer, Machado y Welles aparentemente habían llegado a un acuerdo en cuanto a solucionar inicialmente el problema económico y luego el problema político. De cualquier manera, como la crisis interna de los Estados Unidos no le permitía a Washington adelantar acuerdos bilaterales hasta tanto no estuviese definida la situación de la economía a escala internacional, Welles tenía que llevar adelante el programa de conciliación política. Por tanto, consideramos que los Estados Unidos, en tenaz competencia con Europa para imponerse como potencia hegemónica, no podía otorgarle beneficios inmediatos al régimen machadista que sacrificasen su propósito de controlar los mercados internacionales más importantes, entre ellos el del azúcar. Además, su objetivo era lograr que se pudieran simultanear las negociaciones económicas y políticas en Cuba.

El manifiesto público que había presentado Cosme de la Torriente, el cual convocaba a un arreglo negociado a los sectores políticos en pugna a través de la mediación del  Embajador norteamericano, había evidenciado que era preciso contener el empuje de los sectores revolucionarios. Si al ABC se le había podido domesticar, había que repetir la fórmula para toda la emigración revolucionaria. Un debate de ideas entre Cosme de la Torriente y José Pepín Rivero, director del Diario de la Marina sobre el candente tema de  la  revolución, sus propósitos y limitaciones sirvió de plataforma política para la campaña que la derecha oposicionista emprendió contra los sectores más radicales de la oposición. Pepín Rivero, haciéndose eco de las palabras iniciales de Cosme de la Torriente, señalaba: “Pero yo sí estoy seguro de que la revolución triunfante, por razones que a nadie se le ocultan, presentaría los signos reales o aparentes de la más acabada anarquía, tempestad engendradora, en nuestro caso, de la dictadura militar norteamericana.” 

Según estas consideraciones, aquellos sectores que antes se habían aliado tácticamente para combatir a Machado en la Junta Revolucionaria de Nueva York, ahora debían dirigir todos sus esfuerzos a lograr una transacción con Machado.

Desde fines del mes de mayo, Welles y Torriente se habían dado a la tarea de atraer a elementos de la oposición a la gestión mediadora encabezada por el Embajador norteamericano. En esa labor habían cosechado éxitos pero todavía la mayor parte de las organizaciones pertenecientes a la Junta de Nueva York no se habían atrevido, de manera pública y abierta, a apoyar a Welles y a darle las espaldas a la Junta. Los simuladores y oportunistas esperaban el momento idóneo.

Para los ideólogos de la mediación no había otra solución, pues estábamos amenazados por una ocupación extranjera. En definitiva, partían de presupuestos falsos. Era menos riesgosa y más conveniente una solución pacífica que una salida violenta a la crisis política, pero ¿estaría Machado en disposición de aceptar las demandas de la oposición? Bajo la tutela del Tío Sam ¿era posible que un programa mínimo de transformaciones sociales pudiera cumplirse?.

Los objetivos finales de la campaña que los líderes derechistas de la oposición desataron contra la Junta  Revolucionaria de Nueva York eran la liquidación del programa revolucionario y la neutralización de los sectores antimperialistas y nacionalistas. A estos señores de  la  derecha les bastaba con un nuevo reparto de los cargos públicos y la ratificación de un nuevo Tratado de Reciprocidad Comercial. De esta manera el orden burgués oligárquico terminaría por consolidarse.

El dilema histórico de la nación cubana estaba planteado: ¿Cuál era la alternativa real que enfrentábamos? ¿Conservar una independencia formal que beneficiara a la oligarquía nacional exclusivamente? ¿Vivir en un país ocupado militarmente por tropas norteamericanas? ¿Liquidar el programa de reivindicaciones nacionalistas en aras de tener una representación como país supuestamente independiente?, ¿Eran posibles reformas de fondo a la sociedad?. La mediación puso al desnudo las trágicas disyuntivas que tenían ante sí los cubanos.

El modelo de relaciones entre Cuba y los Estados Unidos no estaba hecho para que los cubanos adoptasen un programa de transformaciones nacionalistas que les permitiera ser dueños efectivos de su país reafirmando su propia identidad. Las alternativas posibles eran un gobierno dócil a los reclamos de Washington o una administración militar norteamericana.

El ABC, organización terrorista que había redactado un programa de reivindicaciones nacional-reformistas, fue la primera en modular su lenguaje: “El ABC no quiere mantener una actitud intransigente que pudiera hacerle incurrir en grave responsabilidad histórica, y acepta, en consecuencia la interposición de buenos  oficios  del Embajador de los Estados Unidos.”  

Según los ideólogos criollos del neocolonialismo, los Estados Unidos debían impartirle coherencia a la sociedad cubana. No importaba que el imperialismo hubiese conformado en Cuba un modelo de nación dependiente que apenas podía manejar sus propias crisis internas: Washington diría la última palabra. Los cubanos no podían resolver sus propios problemas pues terminaban generando el caos social que conducía a una intervención militar norteamericana. Un verdadero círculo vicioso. Para Cosme de la Torriente, los garantes del modelo cubano de capitalismo dependiente eran los Estados Unidos. La sociedad no podía ser reformada desde adentro, por los propios cubanos: en la Casa Blanca se dispondría de nuestros asuntos. La mediación fue un proceso político ajustado a  esas premisas.
 
Desde hacía unos meses atrás, los grupos y facciones que conformaban la Junta Revolucionaria habían elaborado un memorando reservado que contenía las posibles alternativas a la mediación norteamericana en los asuntos políticos cubanos. Partían de la consideración de que una mediación como la que había propuesto el representante Hamilton Fish al Congreso norteamericano podía ser aceptada por los grupos opositores siempre que esta condujera a la destitución inmediata de Gerardo Machado conformándose un Gobierno Provisional que restablecería “la normalidad política y financiera, para encaminar la reconstrucción social y económica conforme a un programa mínimo; para hacer preparar una nueva constitución” 

Sin embargo, las realidades políticas del momento resultaron más complejas y las salidas que se habían previsto no pudieron ejecutarse. El conglomerado político de la oposición estaba penetrado por caciques políticos acostumbrados a creer en la invencibilidad del coloso del Norte.

Welles, que quiso imponer la sentencia de “divide y vencerás” le hizo saber a Cosme de la Torriente en entrevista del 25 de mayo, que bajo ningún concepto aceptaría la deposición inmediata de Machado y el establecimiento de un Gobierno Provisional Revolucionario, así lo reflejó en su informe a Hull: “Le dije que estaba completamente opuesto a la proposición anunciada públicamente por los miembros de la Junta Revolucionaria de New York postulando la instalación de un gobierno  provisional e inconstitucional en Cuba.” 

Cosme de la Torriente, a partir de ese momento, se convirtió en abanderado de la división de las fuerzas oposicionistas. Podemos decir que Torriente contribuyó en buena medida a neutralizar el sesgo revolucionario de las demandas de la oposición. La oposición debía parlamentar con el gobierno sobre formulismos legales para producir un tránsito ordenado de gobierno y no para hacer válido el programa social de transformaciones mínimo que habían previsto. No serían gobierno, serían simples instrumentos de un nuevo orden social diseñado desde Washington.

El 20 de junio la prensa nacional informaba oficialmente que los profesores universitarios, el ABC y la Organización Celular Radical Revolucionaria (OCRR) ya habían aceptado “la amistosa mediación del Embajador Welles”. Se señalaba que aún la Junta Revolucionaria de New York no había definido su posición frente a la mediación.

Estos grupos oposicionistas, al tener su representación en la Junta Revolucionaria no consultaron a los otros sectores que la integraban para conferenciar con Welles. Renunciaron a los más mínimos principios,  hicieron tabula rasa de sus compromisos anteriores y se pusieron a disposición del Embajador norteamericano. De hecho la Junta Revolucionaria de Nueva York estaba abocada a un cisma. Otros líderes decidieron sabotear la perspectiva revolucionaria que ofrecía la Junta actuando dentro de ella, Miguel Marianao Gómez comenzó a pronunciarse en público a favor de la mediación que impulsaba Welles.

“Pepín” Rivero, lugarteniente de Cosme de la Torriente en la batalla ideológica por desarmar políticamente a los sectores oposicionistas que aún mantenían algunas potencialidades revolucionarias, no vaciló en señalar: “Revolución y Mediación no son términos antagónicos. Se debe hacer una revolución cuando se pueda, y se puede aceptar una mediación cuando se deba; pues ya hemos dicho que la Revolución es la razón última a que es lícito y consciente apelar (...) La Revolución es una carta que se juega de resultados aleatorios y, si triunfa, casi siempre fatales. La mediación es la posibilidad sin costo, riesgo ni sacrificios de ninguna especie” 

Los artífices de la mediación debían demostrar que sólo la propuesta mediacionista podría arrojar luz sobre los acuciantes problemas cubanos. Había que convencer a la  opinión pública de que algunas propuestas revolucionarias podían tener acogida en las conversaciones que gobierno y oposición iniciarían con la anuencia de la embajada norteamericana. De momento ese era el objetivo, en la práctica las ideas revolucionarias no tendrían lugar en estas fórmulas de gabinete. La mediación constituyó un proceso de entendimiento entre los partidos del gobierno y de la oposición burguesa con miras a neutralizar la acción revolucionaria del pueblo. Las demandas más sentidas de las clases medias, los campesinos y la clase obrera no tendrían cabida en estos conciliábulos.

En aquellos momentos, los estrategas cubanos y norteamericanos querían “dorar la pastilla” de la mediación para impedir que desde posiciones intransigentes se estigmatizase la oferta de negociaciones políticas. En ese sentido, la Secretaría de Estado de los Estados Unidos emitió un informe para aparentar que la gestión mediadora de Welles no implicaba una intromisión del gobierno norteamericano en los asuntos internos cubanos: “Los altos funcionarios de la secretaría de Estado manifestaron hoy que cualquier gestión que haga el Embajador Sumner Welles, para la conciliación de las facciones políticas cubanas, será puramente de carácter personal, y no en calidad de mediador oficial del gobierno americano.”  

Cosme de la Torriente, vasto conocedor de la historia republicana, se sentía preocupado no tanto por la práctica desleal que representaban las extensiones arbitrarias de los mandatos políticos , sino por el peligro de que se desatase una revolución social que podía servir de pretexto a la  intervención militar norteamericana. En este posible escenario histórico Torriente temía que la resistencia popular a la presencia extranjera podía echar por tierra los cimientos de la República Neocolonial.

En 1931 la Unión Nacionalista, agrupación oposicionista donde militaba Torriente,  decidió enviarlo a los Estados Unidos en  uno de los  momentos  más  álgidos de la lucha contra la dictadura machadista. En Norteamérica el ex Coronel tenía la misión de movilizar la opinión pública norteamericana contra el régimen dictatorial por lo que escribió en diversos medios de prensa para denunciar sus crímenes, incluido el del propio Julio Antonio Mella. También se le encomendó la misión de establecer conversaciones con funcionarios del Departamento de Estado para retrasar o impedir una posible intervención militar estadounidense.

En los Estados Unidos Torriente tomó conciencia de que los sectores de poder de ese gran país comprendían que la revolución en marcha era una manifestación de anarquía generalizada que podía obligarlos a dirigir una nueva  intervención militar. Por ese motivo cambiaría  su manera de pensar y dejaría  de manifestarse a favor de la rebeldía popular. A partir de ese momento asume que la revuelta cubana era un peligro contra los intereses de la oligarquía criolla  y del imperialismo norteamericano.

En carta de 15 de diciembre de 1931 dirigida al Directorio Estudiantil Universitario le recordaba a los estudiantes que el tratado permanente autorizaba al gobierno norteamericano a ocupar militarmente nuestro territorio. Teniendo en cuenta el poderío y la proximidad  de los Estados Unidos recomendaba  no cometer el error de atraer la injerencia extranjera para evitar se repitiesen los hechos de 1906 y 1917.  Torriente pretendía  vendarles los ojos a los estudiantes para que no reconocieran que la tiranía machadista era también un engendro del imperialismo norteamericano. La intervención extranjera estaba  tras la propia silla presidencial de Machado, Washington le había dado el visto bueno al General-Presidente para que se reeligiera.¿Cómo pretender persuadir al estudiantado para que  renunciase de sus propósitos insurreccionales? A sus correligionarios de Unión Nacionalista en carta de 21 de Febrero de 1933 le refiere criterios similares, sin  reparar en  la naturaleza neocolonial de nuestra República  argumenta:

Las medidas dictatoriales de algunos de nuestros gobiernos siempre trajeron como lógica consecuencia la revolución, y por la revolución se ha cernido siempre sobre Cuba, o se ha producido, la intervención extranjera. 
Pero el verdadero sentido de su pensamiento político se expresó cuando se pronunció a favor de una mediación de los Estados Unidos y le advirtió a sus partidarios que el mayor peligro para sus intereses era perder las riendas de la insurrección y que estas fueran asumidas por  los sectores más radicales:

No quiero dejar de hablar de Revolución sin advertir que, en los momentos actuales, con el terrible estado de miseria que existe en el país, y con las doctrinas disolventes de los que siempre se han mantenido atentos a la lucha entre la oposición y el gobierno para, en un momento dado, lanzarse a sus reivindicaciones sociales, se correrá el peligro de que una vez llevado el país a la revolución, sean estos elementos rojos, mezclándose en la contienda, los que más se destaquen.

Para el verano de 1933 había que definir si la solución a la crisis general del país vendría a través de las fórmulas de la mediación, de las propuestas del gobierno, por la vía revolucionaria o en última instancia por la ocupación militar norteamericana. A medida que las negociaciones se estancaban Welles podía percibir que a la mediación le quedaba poco aunque continúo aferrándose a ella antes de plantear nuevas soluciones.

El país, preso en su condición de neocolonia de Washington, no tenía otras alternativas que el reacomodo y la conciliación de los proyectos de futuro de los sectores dominantes o de lo contrario enfrentar el desarrollo de una revolución, la revolución del 33.El cerco del Departamento de Estado sobre Machado había llegado a un punto en que las salidas a la tensa situación iban a ser precipitadas y desordenadas. Las discusiones en torno a la reforma constitucional habían llegado al punto donde la propia mediación se hacía obsoleta: la solicitud de la renuncia de Machado.

En los últimos mensajes de Welles estuvo presente el objetivo de derribar a Machado de la silla presidencial por medio de “un compromiso individual”. La mediación, como vehículo utilizado para interferir en los asuntos cubanos y ajustar los cambios internos a los requerimientos del New Deal a escala mundial, había llegado a un punto donde era preciso descabezar al régimen.

Las conversaciones de gobierno y oposición en un clima de garantías generales eran un contrasentido con la situación desesperada del país. Welles comprendió que en medio de la huelga general y con las amenazas de una intensificación de las protestas obreras, su lugar debía ser otro. A partir de ese momento sólo eran posibles salidas de urgencia a la crisis. Ya no se trataba de discusiones doctas acerca del derecho burgués sino de correcciones drásticas para enfrentar los peligros más inmediatos al régimen de consenso capitalista: las revoluciones radicales o las medidas represivas excepcionales que en el caso cubano podían conducir a la ocupación militar del país por una potencia extranjera.

Presupuestos generales de la mediación de  los años 50

Hacia noviembre de 1952 tuvo lugar la reestructuración de la Sociedad de Amigos de la República (SAR) asumiendo la presidencia Don Cosme de la Torriente quien se había ganado el respaldo de los partidos tradicionales para mediar en el conflicto político cubano con una fórmula que aliviase la tensión pública y la crisis institucional. El gobierno desoyó estas propuestas iniciales de solución pacífica y el primer estallido revolucionario se produjo el 26 de Julio de 1953. Jóvenes ajenos a los partidos tradicionales abrieron paso a la vía insurreccional con un claro programa revolucionario  que más tarde se daría a conocer en “La Historia me Absolverá”.

En lo sucesivo los partidos tradicionales mantuvieron una postura abstencionista ante la convocatoria de unas elecciones diseñadas por el dictador Fulgencio Batista quien aspiraba al poder desde el poder y limitaba las libertadas de expresión a sus contrincantes. Las fórmulas de la SAR serían acogidas con sumo beneplácito por los partidos de oposición que además se manifestaron a favor de la amnistía de los presos políticos y el retorno de los exiliados.

Después de consumada la farsa electoral del 1ro.de Noviembre de 1954, Batista consideró oportuno ofrecer algunas concesiones para paliar las dificultades que le causaba la falta de consenso al régimen. El clima político imperante estaba caldeado sobre todo porque la oposición oficial le había dado las espaldas a las maniobras electoreras del régimen y al propio tiempo se habían consolidado tendencias revolucionarias entre la juventud. Fue así que la dictadura acordó la restauración de la Constitución de 1940 y la amnistía de los presos políticos. En esas circunstancias la SAR y los partidos tradicionales entendieron que si Batista deseaba continuar gobernando el país bajo los presupuestos de la constitución de 1940 y con los revolucionarios libres, no le quedaría otra opción que continuar cediendo posiciones hasta aceptar la fórmula de elecciones generales.

En aquella coyuntura la SAR dio a conocer sus manifiestos del 3 de Junio y el 20 de Julio al que se adhirieron todos los partidos tradicionales de oposición reclamando la celebración de unas elecciones generales inmediatas en el plazo más breve posible. El régimen castrense con toda contumacia se negó a entenderse con la oposición, y a la demanda de elecciones generales respondió dando a conocer el Plan Vento de elecciones parciales con hipertrofia de la Cámara de Representantes. Los manifiestos habían alertado a los políticos de la neocolonia sobre el peligro que entrañaba para sus intereses de más largo alcance la crisis política y económica en curso y la existencia de fuertes tendencias revolucionarias en las masas lo que podía conducir a profundas convulsiones sociales. Pero esas advertencias tampoco encontraron eco en las esferas del gobierno, Batista pretendía neutralizar a la oposición oficial, ganar tiempo y  reprimir por la fuerza cualquier nueva revuelta revolucionaria. Se había escenificado una burda comedia para cubrir las apariencias y dotar de ropaje democrático al régimen castrense, huérfano de legitimidad alguna.

Los personeros más connotados de la dictadura se negaron a entrar en contacto con la oposición pretextando que la SAR no era una agrupación cívica neutral y que no contaba con suficiente apoyo de los partidos tradicionales. Ante esta maniobra, Cosme de la Torriente respondió convocando un gran acto público de dimensiones nacionales donde pudiesen hablar todos los líderes de los partidos políticos de la oposición. El acto se convocó para el 19 de Noviembre de 1955 en la plazoleta del Muelle de Luz y constituyó una demostración de rechazo a la dictadura y a sus fórmulas electorales, no sólo de parte de los miembros de la oposición oficial sino también de un nutrido grupo de jóvenes rebeldes que enarboló su consigna de: “¡Revolución!” y que tuvo en la tribuna una representación digna en José Antonio Echeverría, presidente de la FEU. Sin embargo,  la actitud de la dictadura fue de rechazo a los pronunciamientos vertidos en el Muelle de Luz, el mitin fue condenado como subversivo por el Senado.

En diciembre de 1955 un amplio movimiento de protestas populares sacudió al país de un extremo a otro. La huelga por el pago del diferencial azucarero lanzó a obreros y estudiantes a las calles en franco repudio a la dictadura. A partir de entonces el gobierno abrió un dilatado período de contactos con la oposición para desviar la atención de la opinión pública de los acontecimientos violentos que estaban produciéndose.

Como resultado de las entrevistas que tuvieron lugar a comienzos de 1956 entre Cosme de la Torriente y Fulgencio Batista se llegó, tras vencer agudas dificultades, al Diálogo Cívico el 5 de marzo de 1956. En las negociaciones que mantuvieron Oposición y Gobierno bajo los auspicios de la SAR, la primera mantuvo su tesis de producir una convocatoria de elecciones inmediatas mientras que la dictadura planteó una nueva alternativa: llamar a elecciones para una Asamblea Constituyente para solucionar la crisis política cubana. Esta última fórmula en realidad constituyó una maniobra engañosa y dilatoria del régimen castrense que confiaba en la represión y en sus rejuegos políticos para contener el desorden social y mantenerse en el poder a toda costa.

La SAR y los partidos adheridos a su gestión propendían a remover el clima político cubano, si aceptaban la fórmula del gobierno, su hegemonía se comprometía considerablemente pues se reducía su capacidad de maniobra ante futuras coyunturas históricas que reclamasen de nuevas ofertas políticas. Cualquier salida con Batista en el poder no aseguraba el objetivo político de la oposición oficial de conjurar el desarrollo de una revolución social. En el Diálogo Cívico no se concertó la ansiada conciliación de Gobierno y Oposición, quedó abierto el sendero para que las organizaciones revolucionarias emergentes impusieran su solución al dilema cubano. El pueblo esperaba por acciones más radicales.

Mientras la opción reformista representada en la SAR tuvo su más rotundo fracaso en el Diálogo Cívico, desde Washington no se movió un dedo por presionar a Batista a que aceptase los términos de una nueva avenencia con los partidos de oposición entonces integrados en un Frente Único. Aunque concordamos con el autor norteamericano Morris H. Marley en que Estados Unidos puso poco interés en trazar una orientación coherente hacia la lucha política interna en Cuba , pensamos que la política norteamericana hacia el gobierno de Batista estuvo más interesada en que la casta militar batistiana respaldase ampliamente sus intereses económicos. Apostaron al poder real, concreto y visible de un ejército golpista que aplastó las libertades democráticas y ofreció amplia cobertura a los capitales norteamericanos. La sociedad civil fue menospreciada por Washington que llegó a tener con el régimen castrense un compromiso ilimitado, al menos hasta el cambio de embajadores el 15 de Julio de 1957.

En el trimestre decisivo de comienzos de 1958, en medio de los trajines de los partidos tradicionales, una nueva alternativa reformista cobró fuerza. De nuevo, ante el cuadro desolador que ofrecían los partidos políticos, las Instituciones Cívicas se erigían en soporte de propuestas algo más realistas. Defensoras en última instancia de los intereses de la burguesía y pequeña burguesía estaban conscientes de que los partidos tradicionales habían dejado de constituir canales efectivos para promover soluciones a la crisis política nacional. En un manifiesto que dirigieron al país el 17 de febrero de 1958 plantearon:
“Los problemas que conturban a la ciudadanía no son ya asuntos de gobierno y oposición que pueden resolverse por los medios usuales y normales de la política. Están en juego cuestiones fundamentales, que afectan a la integridad de la nación e interesan por igual a todas las clases del país, reclamando la unión de todas ellas para arribar a soluciones que restauren la paz y el imperio pleno de la Constitución y las leyes”.

Sabían que la República enfrentaba el desafío de cambios traumáticos para lo que no tenía respuestas suficientes. Esas presuntas amenazas provenían lo mismo de una prolongada contienda civil, de un estado de represión generalizada, de un eventual desplome del gobierno y por último, del posible establecimiento de un gobierno de tendencia radical conformado por jóvenes sin una trayectoria que los vinculase a las instituciones constitutivas de la República dependiente cubana. La sociedad civil había entrado a salvaguardar el orden republicano, la propuesta no era celebrar comicios sino restablecer la paz ciudadana como paso previo a cualquier solución política.

De nuevo, como en los tiempos buenos de la SAR, las Instituciones Cívicas hacían un llamado a la juventud revolucionaria para que contuviese su ímpetu rebelde que podía atentar contra los pilares de la República nacida en 1902. Es que en realidad, aunque pudiese resultar duro a los diseñadores de alternativas reformistas de las Instituciones Cívicas, para salir de la larga noche de la dictadura era necesario plantearse una lucha sin tregua apelando a la violencia revolucionaria.

La SAR por su parte, aunque había dejado de jugar el rol protagónico de mediados de los años 50, produjo otras declaraciones dirigidas a reforzar la tesis de las instituciones cívicas: “A la proposición de ‘elecciones para ir a la paz’ oponemos la de ‘lograr la paz para concurrir a las elecciones’ y dar comienzo a la gran tarea de reestructurar la vida democrática de la nación”. . En otras declaraciones de la SAR, se planteaba: “La situación de violencia que vive la nación no resulta congruente con la convocatoria a elecciones”.

No obstante, atendiendo al clamor de paz del conjunto de sectores políticos y sociales, el líder del Movimiento 26 de Julio, Fidel Castro Ruz, dio a conocer unas declaraciones públicas por medio de una carta que dirigió a José Pardo Llada el 28 de febrero de 1958. El jefe rebelde, preocupado siempre por dejar bien establecido que la guerra es el último recurso lícito al que se debe apelar, tal y como lo hizo también Martí, propuso una fórmula oportuna:
“Nuestra primera condición de paz es que se permita a los periodistas cubanos venir a la Sierra Maestra. La paz debe ir precedida de la verdad; el derecho de la prensa a informarla y el derecho del pueblo a conocerla. (...). La dictadura tiene la palabra.”.

Fidel había retado al gobierno a demostrar si el restablecimiento de las garantías constitucionales y el levantamiento de la censura de prensa formaban parte de un proceso dirigido a consolidar una paz duradera para todos los cubanos o eran tan solo medidas encaminadas a posibilitar otra maniobra para dilatar la solución a la crisis nacional, ganar tiempo y favorecer solo a aquellos que lo acompañasen en su farsa electoral. De nuevo la dictadura quedó al desnudo; no hubo respuestas para la propuesta de Fidel Castro. La tiranía lo había apostado todo a barrer con la oposición que se negara a transigir con sus fórmulas fraudulentas y mezquinas.

Algunos partidos de la oposición electoralista asistieron a las elecciones de noviembre de 1958 a la espera de que,  ante un posible triunfo rebelde, el régimen rindiera  sus armas. En realidad Batista nunca tuvo intenciones de utilizar a los partidos electoralistas como tablilla de salvación para propiciar una transición política. El dictador quería obtener el aval de Washington para continuar dirigiendo los destinos de Cuba. El proceso electoral fue todo una farsa debido a los fraudes escandalosos a que recurrió la dictadura para imponer su candidato. Los comicios se habían convocado sin que el ejército y policía del régimen hubieran podido liquidar la resistencia insurreccional y por ello no se cumplieron ninguna de las garantías prometidas por Batista. En ese momento el único sustento de la dictadura era la represión generalizada.

La diplomacia norteamericana ante las crisis cubanas, ocho puntos de comparación en los casos de las dictaduras de Gerardo Machado y Fulgencio Batista (VER: Power Point)

I)    Orígenes de la disidencia interna:

Años 30:

El contexto histórico de crisis económica general estuvo precedido por una farsa electoral que condujo a la aprobación de la constitución de 1928 y a  la prórroga de poderes. De esa manera se conformó un cuadro general de rechazo al régimen al propio tiempo que se constituyó un grupo disidente activo de caciques políticos desplazados del poder.

En ese contexto, la posición de las administraciones de los  Estados Unidos presididas por Coolidge y Hoover fue de respaldo a la dictadura machadista. Todo ello a pesar de que Enoch Crowder, embajador norteamericano en Cuba en el momento de dictarse la prórroga de poderes, advirtió que esa medida podía trastornar la estabilidad de la isla.

Años 50:

  • La ejecución del golpe de Estado por Fulgencio Batista tuvo lugar en vísperas de unas elecciones generales.
  • Con el cuartelazo se incumplieron las disposiciones de la Constitución de 1940, tanto de carácter político como las de las esferas económico y social. De hecho se derogó dicha constitución.
  • La dictadura batistiana llevó a efecto una política de restricción azucarera, reducción de salarios, desempleo creciente, compulsión al “intensivismo” laboral y otros problemas sociales.
  • La crisis institucional aunque  se agravó con el golpe de Estado ya estaba instalada en el país por los gobiernos auténticos que además reprimieron al movimiento obrero unitario e instalaron un alza indiscriminada de los precios a los productos básicos de la población.
  • Ante esta circunstancia crítica los Estados Unidos ofrecieron el reconocimiento oficial pleno al régimen golpista de Fulgencio Batista.

II)    Coyuntura histórica en que se inician los cambios en la diplomacia norteamericana.

Años 30:

La Política del Buen Vecino que inauguró Teodro Roosevelt se auxilió de medidas diplomáticas que a la caída del Machadato estaban en estudio. Debemos reconocer que para entonces aún estaba vigente la enmienda Platt que era parte de la doctrina anterior de “Gran Garrote”.

La enmienda Platt: Había consenso en Washington de que Machado aseguraba la protección de los inversionistas norteamericanos y que por ello no era preciso aplicar el artículo tercero de la enmienda Platt aunque así lo demandaran los líderes de la posición en el exilio. La mediación fue hija directa de la enmienda Platt aunque así lo demandaran los líderes de la oposición en el exilio.

La mediación fue hija directa de la enmienda Platt porque era un mecanismo de padrinazgo directo cerca del gobierno de Machado para precisamente no tener que ordenar una ocupación militar en la isla.

Años 50:

La coyuntura de crisis política motivada por el golpe de Estado del 10 de marzo se  agudizó hacia el año 1957 lo cual produjo cambios en la diplomacia norteamericana hacia Cuba debido al deterioro de la situación política, la consolidación del foco guerrillero y la resistencia popular. En ese sentido se debe considerar que  la opinión pública norteamericana así como algunos congresistas rechazaron activamente los crímenes de la dictadura. En el Departamento de Estado se temía que el apoyo a un régimen dictatorial desprestigiado como el de Batista podía comprometer la ayuda a otras dictaduras latinoamericanas que mantenían un control efectivo.

III) Instrucciones iniciales a los nuevos embajadores estadounidenses.

Años 30:

Instrucciones del gobierno norteamericano dadas a Welles para enfrentar el caso cubano:

  1. Negociar un nuevo tratado de reciprocidad comercial.
  2. Convocar unas elecciones en el otoño de 1934
  3. Iniciar conversaciones inmediatas que dieran paso a una mediación política
  4. Amenazar con hacer uso de lo dispuesto por el artículo III de la enmienda Platt.

Welles cumplió con las instrucciones 1 y 2 y se desentendió de los puntos 3 y 4. El embajador estadounidense procuró hacerle entender a Machado que era posible un arreglo inmediato de tipo económico; pensaba que era posible una transición política ordenada en el mediano y largo plazo.

Años 50:

  • Fueron relevantes los intercambios del nuevo embajador designado Earl  Smith con ejecutivos del  Departamento de Estado y el periodista Hebert Mathews. El plenipotenciario estadounidense entendía que Mathews había influido más de lo deseado en el personal subalterno del Departamento de Estado. Smith, en cambio, había llegado a un entendimiento con el Secretario de Estado, John Foster Dulles quien persistía en apoyar en todo lo posible a Batista.
  • Smith inaugura la política de neutralidad aparente que intentaba tomar distancia formal con el régimen de manera que cambiara el criterio en la opinión pública de que la embajada estadounidense intervenía siempre a favor del gobierno cubano. En la práctica el embajador norteamericano terminaría cediendo a las presiones del régimen batistiano y lo apoyaría en toda la línea aún cuando tuviera discrepancias con el Departamento de Estado.

IV) Falsas expectativas en los momentos cruciales:

Años 30:

Las falsas expectativas respecto a los remedios que se podían aplicar a la crisis de gobernabilidad estuvieron presentes en el  proyecto de solución nacional de Welles.

Ello se patentizó en las posibilidades estudiadas de darle un respiro al Machadato mediante un posible arreglo de tipo económico.

Las discusiones iniciales para un anteproyecto de Tratado de Reciprocidad Comercial así como las propuestas de la delegación cubana a la Conferencia económica de Londres y  a la Comisión Arancelaria de Washington son demostraciones de esas intenciones iniciales.

Años 50:

  • En los años 50 las falsas expectativas de Smith en las elecciones convocadas por Batista fueron el punto de partida para mantener el compromiso con la dictadura y dejar transcurrir el tiempo a la espera de una posible rectificación formal de la dictadura que la consolidara en el poder.
  • La política de “Zanahoria envenenada”, esto es concesiones de armas a cambio de elecciones, consolidó la falsa creencia en los Estados Unidos de que los batistianos retomarían el control de la situación interna. Esta política farisaica quedó demostrada en la conducta indiferente de los Estados Unidos ante el fraude electoral que fraguó la maquinaria política de la dictadura desde 1957.

V) Cambio de circunstancias en el proceso de la mediación:

Años 30:

Hacia mayo de 1933 tuvo lugar un aumento en los sabotajes del ABC que motivaron el  inicio de la mediación. Otro vuelco relevante en la táctica llevada a cabo por los agentes del imperialismo se manifestó en las  instrucciones del Secretario de Estado norteamericano Cordell Hull respecto a promesas económicas: “La perspectiva de un incremento de las ventajas económicas es una golosina que no debe ser otorgada (..) hasta que el gobierno cubano haya adoptado pasos positivos y satisfactorios para acabar con el desasosiego presente” . En ese sentido se puso en evidencia que Washington comprendió que era preciso adelantar las negociaciones políticas para entrar luego en las económicas. El mensaje inicial de Roosevelt a la mediación fue un espaldarazo a esta nueva táctica: “Estoy convencido de que la restauración de la paz política es un paso preliminar y esencial para el establecimiento económico cubano”  La posición del Machado al respecto fue la de utilizar las conversaciones como  una pantalla ante la opinión pública para ganar tiempo mientras intentaba adelantar las negociaciones económicas en Londres y Washington. Welles en ese momento procuraba ponerse por encima del gobierno y de la oposición para manejar directamente los hilos  del reordenamiento institucional.

Años 50: Desde fines de 1957, durante el período de suspensión de las garantías constitucionales, el régimen del 10 de Marzo preparó las condiciones de la farsa electoral prevista para junio del siguiente año. Batista, presionado por el Departamento de Estado norteamericano, se propuso conformar un simulacro de consulta popular para que la casta político-militar que lo apoyaba pudiese conjurar tanto los peligros de la Revolución en marcha como los de una apertura democrática burguesa. El gobierno, teniendo el dominio de la componenda que se fraguó y ante las presiones del Departamento de Estado norteamericano, decidió restaurar las garantías constitucionales. Estas garantías formales se habilitaron en el país el 25 de enero de 1958, con excepción de la provincia de Oriente. La dictadura confió en que la jugada le saldría bien, creía que de esa manera podía neutralizar al foco guerrillero que se mantenía en la Sierra Maestra y monopolizar los resultados de una consulta electoral amañada. Las elecciones se habían diseñado para demostrarle a las altas instancias de Washington que la alternativa de una apertura democrática burguesa era posible.

Surgen así las propuestas de solución negociada de las instituciones cívicas y de la Iglesia católica. Una alternativa reformista constructiva tendría que plantearse la problemática cubana concediendo un espacio importante a las organizaciones revolucionarias para poder lograr consenso dentro de la sociedad cubana. Pero Batista no podría admitir una solución bajo esos supuestos pues el régimen de facto sólo se mantenía a base de la fuerza, la menor consulta abierta a las masas populares lo pondría en desventaja.

Una vez que el Movimiento 26 de Julio convocó  a la huelga general de abril, Batista comprendió que no tenía margen para entretener a la opinión pública con maniobras políticas. Mediante decreto suspendió las garantías constitucionales y la censura de prensa. La diplomacia norteamericana había caído en la trampa urdida por Batista. El dictador tuvo el apoyo del embajador Smith que no daba cuenta al Departamento de Estado de la situación real en Cuba. Pero aquí es donde surgen los puntos de discrepancia entre el Departamento de Estado y la embajada norteamericana. Esta última propiciaba que Batista, con el escudo de las elecciones, pudiera utilizar todo el armamento en sus manos para liquidar la revolución. En tanto el Departamento de Estado, presionado por el rechazo de la opinión pública norteamericana a los crímenes de la dictadura, pretendió contener de alguna forma  las fuerzas represivas de Batista. A partir de entonces se establece el embargo formal en la venta de amas de los Estados Unidos al gobierno cubano, esta medida permitía a Washington continuar brindando asistencia militar a las demás dictaduras latinoamericanas que mantenían un dominio estable, proteger sus propiedades en Cuba y presionar a Batista para que lograra un mínimo de consenso público.
VI) Estrategias de las dictaduras en momentos cruciales

Años 30:

La estrategia central de Machado en las negociaciones de la mediación se dirigió a desacreditar a sus oponentes, demostrar su poder efectivo y dilatar las conversaciones para negociar un nuevo arreglo económico internacional. En ese sentido, sus propuestas se centraron en las siguientes medidas:

  • No otorgar garantías constitucionales hasta el último momento.
  • Dilatar las negociaciones
  • Aprobar medidas que afectasen el crédito de la oposición: Leyes para regular la libertad de prensa, el uso de explosivos y ley de amnistía general.

Años  50:

Batista nunca quiso negociar una verdadera apertura democrática en Cuba lo cual quedó demostrado en su contumaz rechazo a las distintas fórmulas de arreglo negociado que propuso la oposición en distintos momentos de su mandato. Los fracasos de las primeras propuestas a raíz del golpe de Estado y los que continuaron durante las gestiones encabezadas por la SAR, las instituciones cívicas y la iglesia católica lo demuestran fehacientemente.

A principios de 1958 Batista pretendía engañar al Departamento de Estado acerca de la naturaleza de las conversaciones solicitadas por las instituciones cívicas y la iglesia católica. Batista gobernaba sin consenso y no podía aceptar otra solución que las elecciones en la forma prevista por el régimen castrense. Su objetivo era captar armas, aún bajo las condiciones del embargo norteamericano, y orientar la represión en gran escala para luego conceder unas elecciones donde la casta que comandaba se pudiera perpetuar en el poder. En última instancia, la oposición que aceptara sus condiciones debía negociar desde posiciones de fuerza cuando se hubiera liquidado la rebelión.

VII) Cambios en la política norteamericana:

Años 30:

A partir del 19 de julio Welles se pronuncia por la salida de Machado. Tienen lugar cambios de las posturas del embajador norteamericano que establece una estrecha alianza con la oposición y propone un arreglo en el corto plazo. Welles estaba presionado por las siguientes causas:

  1. El deterioro de la situación política interna por el incremento de la resistencia popular.
  2. El fracaso de las Conferencia de Londres y de la Comisión de Washington.

Años 50:

La política del Departamento de Estado aunque sufrió variaciones nunca abandonó el apoyo básico al régimen castrense. Se temía que se generara un eventual vacío de poder que pudiera ser aprovechado por las organizaciones revolucionarias para acceder al gobierno. En ese sentido el embargo de armas fue un punto de partida para hacer recapacitar a la dictadura. Esa medida, que nunca se aplicó con todo rigor, se adoptó por una serie de los factores que Washington no podía desconocer:

  • Oposición creciente en el congreso.
  • Oposición de la opinión pública norteamericana.
  • Riesgo para el éxito de la política exterior norteamericana en el continente y sus compromisos con otras dictaduras latinoamericanas.
  • Riesgo para las propiedades norteamericanas.

VIII) Las salidas de emergencia:

Años 30:

En los días previos a la caída del Machadato, las maquinaciones de Welles estuvieron dirigidas a crear una alarma generalizada con la divulgación de una nota donde se anunciaba la intervención militar norteamericana. En el caso cubano la recién inaugurada Política del Buen Vecino se auxiliaba de los remanentes  del Gran Garrote aún vigentes de la enmienda Platt. Welles tenía el dominio del arma psicológica de la intervención más que la pretensión de aplicarla. Por otro lado, el embajador empleó con suficiente éxito su táctica de dividir a los partidos oficiales para enfrentarlos al Presidente Machado. Finalmente Welles encontró en el propio ejército un aliado en sus maniobras dirigidas a controlar la situación política, en la práctica las fuerzas armadas tenían ante sí alternativas trágicas y optaron por darle un golpe a Machado. Las presiones, cabildeos y salidas de emergencia aunque generaron gran caos e inestabilidad social, fueron finalmente efectivas.

Años 50:

No fueron efectivas  las múltiples salidas de emergencia a la crisis cubana tales como la gestión personal de William Pawley, las gestiones alrededor de la Santa Sede y la OEA  Su fracaso se explica, básicamente, porque no había agrupaciones políticas ni ejército que pudieran acceder al poder con un mínimo de consenso público. El conflicto se llegó a polarizar a un punto que se borraron los espacios a las alternativas que pretendían darle continuidad al régimen neocolonial. Aunque se estudiaron y propusieron complots dentro del ejército, dicho cuerpo armado no estaba habilitado para ejercer dominio de la situación interna debido a sus aparatosos fracasos en el combate al ejército rebelde. Por último, los resultados de las elecciones de noviembre de 1958 demostraron la renuencia del régimen a todo tipo de transacción política.

Bibliografía:

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