Discurso de recepción del doctor Jorge Renato Ibarra Guitart en la Academia de la Historia de Cuba
Estimados colegas,
Doctor Ibarra Guitart,
Compañeros y compañeras,
Señoras y Señores,
Me cabe la honra de pronunciar las palabras de bienvenida a esta institución de quien es quizás el más joven de todos sus integrantes y, seguramente, sin el quizás. Fue acertado comenzar a incorporar a jóvenes historiadores con obras acreditadas a este cuerpo, pues casi la totalidad, aunque en algunos casos no queda a la vista, peinamos canas a veces más de las que quisiéramos.
Por eso, al traer a nuestras tareas al joven Jorge Renato Ibarra Guitart, hijo de uno de los más ilustres historiadores de la nación, Jorge Ibarra, comenzamos a poner las bases del futuro de esta institución. Incluso, más nombres desearía yo que hubiéramos incorporado, pero no ha sido así.
Del joven Ibarra puedo decir que es no solo doctor en Ciencias Históricas, sino que también ostenta la condición de Investigador Titular. Se graduó en la licenciatura de historia en 1986, con título de oro. Ejerció hasta 1993, como profesor de Historia de la Revolución cubana, en el Instituto de Cultura Física Manuel Fajardo. Después pasó hasta la actualidad al Instituto de Historia de Cuba. De su obra me sorprendió, un día, encontrar en una librería o en una feria del libro, ya no recuerdo, años atrás, una biografía, Premio del Concurso 26 de Julio, de un cercano familiar suyo, Renato Guitart, de quien lleva no solo uno de sus nombres, sino también ostenta su apellido.
Este volumen titulado Todo Valor, fue un signo no solo de su amor filial, sino ante todo de su devoción por las figuras que han construido la historia más reciente de nuestro país. Todos sabemos que el santiaguero Renato Guitart, fue figura esencial de los trabajos para lograr el asalto al cuartel Moncada. Como nos narra Jorge, el fue quien alquiló la Granjita Siboney, de donde partieron los asaltantes, la madrugada de la Santa Ana. Él fue uno de los asaltantes y cayó prisionero en aquella acción que pagó heroicamente con su vida. En las páginas del libro que confieso, a pesar de conocer la historia, leí con sumo interés Ibarra, con prosa tersa, pulida, nos dejó testimonio de aquella vida, que no se perdió sino que se sembró en el altar de Cuba, para levantar el futuro, porque Renato Guitart es de aquellos que han quedado registrados en las páginas de los patricios que con su sangre forjaron el destino de la nación cubana.
Luego, el doctor Ibarra Guitart nos entregó las páginas de su ensayo sobre el tratado de comercio y navegación frustrado con Inglaterra, que fue una de las páginas que demostró el lacayismo de Tomás Estrada Palma. Debo confesar que mi obra Cuba, República de Corcho, le debió no pocas referencias a este libro, en cuanto al tratado con Inglaterra. Nos narrra Ibarra que, con vista a la firma de un tratado con Gran Bretaña, el secretario de Estado, Carlos de Zaldo, había estado negociando con Lionel Carden, ministro de Inglaterra en La Habana. También, que había empleado para ese propósito a Rafael Montoro, el ministro cubano en Gran Bretaña. Ese convenio se había mantenido en aparente secreto para evitar la oposición estadounidense. Temían que esto lo conocieran en Washington, porque las autoridades cubanas habían sospechado que una de las bases de la creación de la enmienda Platt había sido, detener la posible intrusión británica en Cuba. Sin embargo, el secreto ya no era tal, pues el ministro estadounidense, Herberrt Squiers, estaba perfectamente al tanto de lo que se cocinaba en la cancillería de la isla. No solo esto, se atrevería a llamar la atención de Estrada Palma sobre las negociaciones con Gran Bretaña y Alemania, de las cuales gracias a sus espías en palacio y en el propio gabinete, en este caso a cuenta del secretario de Obras Públicas, Manuel Luciano Díaz, hombre de los ferrocarrileros estadounidenses, estaba al tanto de todo. En abril, Squiers se atrevió a solicitar a De Zaldo le entregase copia del tratado de comercio en vías de negociación y para más –ahora Ibarra nos dice- le envió al departamento de Estado copia de las instrucciones que el secretario cubano de Estado le había enviado a Montoro, en relación con el tratado. Con esto demostraba la eficiencia de su servicio de espionaje, pues la copia era resultado de un robo.
A la sazón, el mercado inglés se había vuelto sumamente atractivo para Cuba. Quedaba abierto por la supresión de las primas y la abolición de derechos sobre las mieles y, por otra parte, la importación de mercancías desde Estados Unidos que excedía los 29 millones de pesos en 1899 y 1900, bajaron a 28 en 1901 y a 26 en 1902, mientras que las de Europa de 25 millones en 1899 subieron a 26 en 1902. A pesar de que el arancel había sido elaborado por un oficial estadounidense, en favor de su país, por el momento no había servido de mucho a los intereses de la potencia del Norte. La revista El Economista, de Luis V. de Abad, en un recuento sobre la actividad comercial durante la ocupación declaró que la tarifa del mayor Bliss –nos vuelve a decir Ibarra Guitart- había sido adversa a Estados Unidos. Si España había perdido dos tercios del mercado cubano no había sido esencialmente en beneficio de Estados Unidos sino de Alemania, Inglaterra y Francia, pues Cuba, que en 1895 compraba a los cuatro países europeos 35 millones de pesos y les vendía 13 millones de pesos, les había comprado con un arancel elaborado por estadounidenses 26 millones de pesos y les había vendido 12 millones de pesos. Mientras, a Estados Unidos le había comprado 26 millones de pesos y le había vendido 50 millones de pesos.
Estrada Palma tenía importantes presiones para querer firmar el tratado con Gran Bretaña. Su secretario de Estado y Justicia, De Zaldo, era parte de una empresa familiar con fuertes vínculos con la importante casa comercial inglesa de Avelling & Porter. Además, Montoro, su ministro en Londres –reitera Ibarra Guitart- había combinado su misión diplomática con la de agente de varios monopolios británicos, que le pagaban suculentas comisiones por sus gestiones en La Habana. Además, en 1902, se había aposentado en La Habana una poderosa casa bancaria, el Royal Bank of Canada.
A la sazón la Liga Agraria, un sector importante de la opinión pública y la familia De Zaldo, que tenía buenos negocios en Gran Bretaña, se mostraron a favor de firmar el convenio comercial con esa potencia, pero el senado cubano con el asentimiento de Estados Unidos no ratificarían el convenio. En realidad cómo podría ese país tragárselo si, además, ya ni un kilogramo de productos cubanos o ingleses viajarían en sus barcos. Todavía peor, eran capaces los británicos de competir transportando productos cubanos a puertos de Estados Unidos y productos estadounidenses de puertos estadounidenses hacia los cubanos.
En 1903 habían transportado importaciones a Cuba por valor 1 millón 300 000 pesos y en 1904 esta cifra sería de casi 1millón 800 000 pesos. En cuanto a la exportación de los productos de la isla había sido peor, pues en 1903 habían navegado en sus buques al pie de 4 millones 400 000 pesos y en 1904 ya la cifra era de casi 5 millones 300 000 pesos. La flota estadounidense había transportado mercancías a la isla en el primero de esos años por un valor de 5 millones de pesos y 6 millones de pesos en el segundo. En cuanto a las exportaciones habían sido de 6 millones 200 000 pesos en 1903 y de 6 millones 600 000 pesos en el segundo. Como se ve en el caso de las exportaciones cubanas, los ingleses estaban transportando en sus buques cada vez en mayor cuantía los productos a la Gran Bretaña y Europa. Los británicos tenían una flota mercante envidiable y, aunque la de Estados Unidos crecía raudamente, todavía no podía parangonarse con la "reina de los mares". Squiers trabajó duramente para sabotear el acuerdo con Inglaterra. No solo golpeó ruidosamente a la puerta del palacio de gobierno para que se oyera su desaprobación, sino que llamó a los poderosos comerciantes, Placé, Gamba, y otros viejos anexionistas a favor de Estados Unidos, para pedir su apoyo. Sin embargo, en aquel año Estados Unidos aceptaría se firmara y sería ratificado el convenio comercial con Italia. Pero claro, no era lo mismo para Estados Unidos tenérselas que ver con un competidor del calibre de la Gran Bretaña, que con Italia, el "imperio andrajoso". En este caso no opuso reparos. Las cifras para entonces permitirían decir que Cuba hubiese ganado de tener buenas relaciones comerciales con Europa.
El proceso fue largo, hubo mentiras y retractaciones por la parte cubana. Estrada Palma le decía a Squiers que no aprobaba el tratado y por detrás lo aprobaba. El 4 de mayo de 1905 –señala nuestro acogido- había sido firmado por el secretario de Estado cubano y el ministro de Gran Bretaña en Cuba, el tratado de comercio navegación y relaciones generales, entre los dos países que había sido propuesto al gobierno cubano por el inglés desde 1902. El 20 de mayo –nos dice Jorge- Squiers le escribió a Hay y le adjuntó versiones del tratado en inglés y español. Squiers aprovechó un diferendo sobre protocolo diplomático con De Zaldo, para pedir su sustitución. Estrada Palma traicionó a De Zaldo al desautorizarlo, porque este le había querido imponer a Squiers, que solicitara las audiencias con el presidente a la secretaría, de acuerdo con lo establecido. Estrada Palma le pidió la dimisión al secretario. Entretanto, el tratado pasó al senado para su ratificación. Llegó un mensaje en que Washington se oponía a determinadas cláusulas y pedía se añadiera otra al convenio. Según Ibarra Cuesta el 18 de julio de 1905 Estrada Palma hizo que los senadores conservadores presentaran en la comisión de relaciones exteriores del senado una enmienda que introducía cambios capitales en el tratado de comercio y navegación con Gran Bretaña. Inglaterra no aceptó el cambio y rechazó el proyecto y adujo que Cuba no era un país libre capaz de concertar por su propia decisión un tratado comercial.
Incluso, se eliminaron ventajas que Inglaterra había pensado obtener del tratado comercial; entre ellas, la cláusula de nación más favorecida, Las autoridades cubanas sabían que de incluir tal disposición se hubieran ganado un veto de Estados Unidos y, para contrariedad de Gran Bretaña, habían dejado fuera la concesión. Como resultado el ministro Carden amenazó con cerrar la legación de Gran Bretaña en La Habana. Aquel proceso había sido humillante, bochornoso. Cuba no era libre realmente.
A pesar de todo, se lograría finalmente que Inglaterra aceptara los cambios. Para empeorar el convenio el senado volvió a incorporar enmiendas, solicitadas por la secretaría de Estado de Washington. Nos dice Ibarra Guitart, que el asunto volvió al senado cubano en 1906. Finalmente el 30 de mayo se pasaría a su consideración. Votaron a favor de las enmiendas al tratado 11 senadores, Antonio Sánchez de Bustamante, Alfredo Zayas, Antonio González Beltrán, Carlos Párraga, Martín Morúa Delgado, Francisco Carrillo, Carlos Fonts Sterling, Francisco Duque de Estrada, Federico Rey, Tomás A. Recio y José A. Frías y cuatro votaron que no: Manuel Sanguily, Pedro Betancourt, Juan M. Galdós y Diego Tamayo.
Se hacía claro lo que decía La Discusión: al senado añadirle enmiendas se haría volver el tratado a Londres y ya Inglaterra no podría admitirlo. Carden diría que lamentaba que sus esfuerzos por obtener la ratificación del tratado antes de dejar Cuba no se hubiesen concretado a causa de circunstancias que el gobierno cubano no había podido controlar. Sanguily se declaró perplejo ante la actitud de los moderados. Que votaran a favor de las enmiendas los liberales los colocaba en posición dudosa, pero que lo hicieran los partidarios del gobierno que había presentado el proyecto de tratado, parecía absurdo. Significaría el descrédito para el gobierno a los ojos de Gran Bretaña y del mundo.
Llamo la atención de otra obra de Ibarra Guitart, que para mi resultó del mayor interés. En 1993, ganó el concurso de los Pinos Nuevos con La SAR: Dictadura, Mediación y Revolución, (1952-1955), de Ciencias Sociales, editada en 1994, que dejó en claro el papel lamentable que encabezado por el conservador Cosme de la Torriente, gestión que trató de buscar una solución negociada y una salida pacífica al gobierno de facto, espurio, de Fulgencio Batista, hijo del golpe de Estado del 10 de marzo y para tratar de poner fin al empuje revolucionario comenzado en el Moncada, que continuaría en la Sierra Maestra. Los jóvenes del 26 de Julio y de la FEU con sus gritos de Revolución, Revolución, en la Plazoleta de Agua Dulce le colocarían una lápida a aquella lamentable farsa a la que Batista había dado cuerda para ganar tiempo y llegar a la bufonada de otras elecciones trucadas.
El doctor Ibarra abordó también en La Mediación del 33. Ocaso del machadato, de la editora Política, 1999, otra obra de sumo interés a la que también he acudido en mis investigaciones y con cuyos punto de vista coincido en no poca medida. En 1933 el presidente Franklin D. Roosevelt había decidido enviar a la isla a un representante especial, que buscara una solución a la crisis nacional e impidiera el triunfo de una revolución frente a la tiranía de Gerardo Machado. Para ese cometido envió a Benjamin Sumner Welles, su antiguo condiscípulo de Harvard. Después, asegura Ibarra Guitart, dejó en sus manos el proceso, dado lo absorto que lo tenía el resto de los conflictos que enfrentaba su país. Welles trató de encabezar una mediación entre el gobierno y la oposición. Los directorios estudiantiles, la organización de Guiteras, el Ala Izquierda Estudiantil y los comunistas, se opusieron a tal maniobra.
Sumner Welles, nos narra Ibarra Guitart, debía actuar sin apresurados manejos. Amén de las instrucciones recibidas en el documento que le entregara Cordell Hull, solo unas pocas cuestiones estaban claras en su mente. Como correspondía a su ideología y su sicología, partía del principio de que el inconstitucional e ilegal régimen de Machado debía proseguir su marcha como si no lo fuera y cumplir el mandato que se le había conferido hasta el desarrollo de un proceso electoral institucional y ordenado en que fuera designado su reemplazo. Quería crear una balsa de aceite en medio de un mar encrespado. Por eso, lo veríamos aferrarse porfiadamente a esta posición legalista hasta el final. Ante todo ofreció un cambio en las condiciones comerciales de su país con Cuba, para sacar de la miseria en que estaba el pueblo cubano. Según Ibarra Guitart, si solucionaba el problema económico se abriría una vía de solución a la cuestión política. Pero pronto comprendería su error. El asunto era a la inversa. El otro principio que asumía era que su autoridad y la de la potencia que representaba podía prácticamente permitirle ordenar el cese al fuego entre las facciones en pugna en la isla, casi tan pronto como lo deseara. En cuanto a la oposición, solo consideraba por tal a los viejos partidos políticos y a sus caporales. A ellos les daría plena beligerancia y a cualquier otra fuerza emergente que se le plegara. El pueblo no contaba casi no existía para él ni los comunistas, ni los obreros, ni Guiteras, ni el A la izquierda, ni los estudiantes del D.E.U. y los demás directorios. Al D.E.U., en algún momento, lo tomaría en cuenta. Cuando no respondiera de la forma esperada, lo olvidaría. Sobre este tenía la plácida visión de los campus universitarios estadounidenses donde la política siempre había salido sobrando. No se percataba que la universidad latinoamericana hacía ya rato (por suerte) había devenido centro de la mayor agitación en la vida nacional.
La reacción que produjo el anuncio de su designación y su llegada fue diversa. Las filas gubernamentales no podían tomarse en bloque. La cúpula de Palacio, perpleja al principio, quedó recelosa en el fondo, pero ni modo de ponerle mala cara al yanqui. Intuía que quería sacarla del juego. El dictador con su soberbia epiléptica, sicopática, se guardaba su ira babeante, pero no aceptaría que el muy mequetrefe le viniese decir lo que tenía que hacer. La conversación privada que su embajador en Washington, Oscar B. Cintas, había sostenido con Roosevelt –dice Ibarra Guitart- le daba una pista de por donde venía la bola. Por eso, hasta se adelantó antes de que le hiciera el planteamiento de cesar todo lo posible la represión y comenzó espasmódicamente a liberar prisioneros. También, se preparó a levantar o al menos suavizar la censura de prensa. Otros miembros más lúcidos del establishment, sobre todo parte de los congresistas, olfatearon que el asunto pintaba mal, pero tratándose del "americano" estaban dispuestos a bajar la cerviz como un mahometano en un rezo en dirección a la Meca. La oposición presentaba también un cuadro heteróclitico. Los pilares que representaban a la facción burgués latifundista en la llamada Junta de Oposición no vaciló un instante en plegarse. El gringo parecía para ellos significar el dogma de una religión cristiana: era el camino de la verdad y la vida. Pero no todos sus integrantes iban a aceptar la mediación. Los del Directorio Estudiantil Universitario y algunos profesores universitarios casi a título propio, rechazarían el intervencionismo encubierto. Mientras, los jefes de los partidos tradicionales y los que nacieron ya envejecidos, como Unión Nacionalista Mendieta-, con sus compinches, como Cosme de la Torriente y Miguel Mariano Gómez, y los liberales oposicionistas, pujaban por ser más papistas que el Papa, junto al alto y atildado embajador. Pero sería, sobre todo, Don Cosme el títere más propicio para el enjuague. Para que no tuviese dificultades, él podría conversar con este en inglés (e incluso era posible también, que el exconservador intentara pensar en el mismo idioma). García Menocal, arrogante, orgulloso y hasta malcriado, esperaba en su dorado exilio ser llamado por el embajador, por el secretario de Estado ¿y por qué no? por el propio Roosevelt para consultas, pero no acudiría dentro de una manada. Debía recibir un tratamiento adecuado a su alta jerarquía. Además, se consideraba el único con méritos y prestigio para volver a la Primera Magistratura de la Nación, por esto habría que ir pensando con Esopo, que las uvas "están verdes".
De las nuevas fuerzas emergentes, la cúpula del A.B.C. tenía una postura preelaborada. Dice Jorge Renato con toda razón, que era domesticable. Estaba dispuesta a cualquier manoseo conscupicente con el embajador yanqui, pero debían vigilar sus bases que podían no estar muy de acuerdo con esto. Una organización de bolsillo, la O.C.R.R. (Organización Celular Radical Revolucionaria), remedo del A.B.C. y propiedad particular de unos minifarsantes, estaban en la misma postura de su original. El D.E.U., según todo parecía indicar, se opondría a entrar en tratos con el representante del Norte.
En esto sería curioso que por razones opuestas Heraldo de Cuba, el periódico guataca de Machado, y Alma Mater, del D.E.U., el primero con cuidado y lentamente, y el segundo de inmediato atacaron a Welles. El Directorio del Instituto de Segunda Enseñanza de la Habana era intransigentemente opuesto a la mediación. La respuesta que le dieron al embajador en una entrevista que tuvieron con este fue ruda. Otros directorios de provincia y de diferentes enseñanzas, lo mismo. Pero, muchos de sus profesores no pensaban de igual manera.
De Guiteras y sus huestes nada había que agregar. Fueron de los primeros en decir que la mediación, mejor se la guardara en el bolsillo, porque de eso nada y de lo otro cero. Y en cuanto al Ala Izquierda y al Partido Comunista eran acérrimos enemigos de la mediación. Es más alertaban, desde los instantes iniciales, al pueblo de que se iniciaba una maniobra a sus espaldas para mantener el machadato sin Machado. Todo consistía en un mero cambio de collar. Las ilusiones no valían. Los yanquis nada tenían que ver con sus auténticos intereses. En el hombre de la calle, las opiniones fluctuaban. Curiosos y expectantes, muchos habían acomodado su mente a pensar en los «rubios» como les llamaban a los yanquis, serían los salvadores de sus problemas. No les gustaban demasiado, pero «qué se le iba a hacer». Además, si Welles les quitaba de encima al Monstruo de Manajanabo «bienvenido fuese». La forma no importaba demasiado. Su incultura política era grande. Juzgaba por los resultados. Sin embargo, mientras para otros el gringo era un mesías redivivo, otros más, nos dice Jorge Renato, llegaban a la conclusión de que “la esfinge” solo buscaba la solución al problema cubano que más le conviniese a Estados Unidos. Su problema solo estribaría en recobrar el maltrecho y descendido mercado cubano. Al final dejaría instalado en el poder a otro sumiso cualquiera y nada se resolvería.
Dos rondas de sesiones se llevaron a cabo -relata Ibarra Guitart- sin resultados tangibles y aclara que altos funcionarios del departamento de Estado juraban hasta por su virtud, que la gestión mediadora no implicaba una intromisión estadounidense en los asuntos cubanos. A todas estas, Machado había tenido que ir aflojando la represión. En eso, una pequeña huelga organizada a fines de julio de 1933 en una línea de ómnibus de La Habana, comenzó a extenderse. Aquella huelga, bajo la dirección de Rubén Martínez Villena y los comunistas, se convirtió en huelga general. El 7 de agosto en el Prado, frente al capitolio, se produjo una masacre cuando se corrió la noticia de que Machado había renunciado y la policía había ametrallado a la multitud. Martínez Villena, con un pensamiento de laboratorio, cometió el error de aceptar pactar el desescalamiento de la huelga a cambio de que Machado reconociera la legalidad de la CNOC y del partido Comunista. La tesis era que resultaba preferible un Machado desgastado, que un tirano nuevo. Los obreros con otra visión del problema dijeron que no retornarían al trabajo, si Machado no se iba. Martínez Villena tuvo que ordenar darle marcha atrás a la orden de retorno al trabajo. A poco, oficiales del batallón 1 de artillería de la Cabaña, Máximo Gómez, que estaba dislocado en una guarnición situada debajo de la secretaría de Agricultura, frente al malecón se sublevaron. Al mismo tiempo otros oficiales le plantearon a Machado que ya no estaban dispuestos a respaldarlo. La noche del 11 de agosto de 1933, mientras Machado descansaba en su finca, Nenita, en Rancho Boyeros, conoció que el general Alberto Herrera, su secretario de Guerra, de acuerdo con el secretario de Estado, Ferrara, había asumido la presidencia. De inmediato corrió a palacio a buscar una pequeña fortuna en oro que había dejado allí. Finalizó nuestro académico, narrando cómo el 12 de agosto terminó la pesadilla del pueblo cubano, pero todavía quedaría Welles entrometiéndose en los asuntos cubanos.
En 1999 nuestro novísimo integrante, ganó el premio del 26 de Julio con El fracaso de los moderados en Cuba. Las alternativas reformistas en 1957 y 1958, donde demuestra su tino al examinar de nuevo el torvo camino para los destinos de Cuba, de tomar la senda errónea del reformismo, que nunca hubieran solucionado los males inmensos acumulados en la república. Este trabajo apareció en el 2000. Por último, volveremos a hablar de títulos más recientes, como la versión ampliada de su exitosa obra sobre la SAR. Esta se titularía Sociedad de Amigos de la República. Historia de una mediación, premiada por el Centro de Estudios Juan Marinello y publicada por Ciencias Sociales en 2003. Allí, Guitart afirma que: “Las condiciones predominantes hacia mediados de 1955 determinaban que la SAR desempeñase un papel relevante en la vida nacional, como protagonista central de la actividad política de los partidos tradicionales”.
El doctor Ibarra Guitart ha publicado Rescate de Honor, en la Editorial Oriente en 2002, sobre la recuperación de los restos de los combatientes del Moncada, por parte de René Guitart Rodríguez, y en el 2008 la reedición ampliada de El tratado anglo-cubano de 1905. Estados Unidos contra Europa, de la Editorial de Ciencias Sociales. Esta obra fue premio de la crítica científico técnica en el 2006, así como premio del 2007 de la Academia de Ciencias. Ha publicado, también, un breve ensayo de historia de Cuba con el título A brief historical perspective, en Editorial Continuum, de Nueva York. Ha participado en cuatro libros más en colaboración y ha publicado casi 20 artículos en revistas especializadas en temas de historia. También ha publicado otros artículos en formato digital. Ha impartido múltiples conferencias en instituciones docentes e investigativas en Cuba y el exterior.
Ha asistido a varios eventos internacionales en Cuba y el extranjero. Le ha sido otorgada la Distinción por la Cultura Nacional y pertenece a varias instituciones culturales y académicas. Solo puedo agregar ¡Bienvenido Jorge Renato a nuestra Academia de la Historia de Cuba!
Muchas gracias
13 de diciembre de 2011
Rolando Rodríguez García
Académico de Número
Bibliografía
(1) Herminio Portell Vilá, op. cit., p. 381.
(2) Jorge Ibarra Guitart, El tratado anglo-cubano de 1905, Editorial de Ciencias Sociales. La Habana, 2006,p. 28
(3) Jorge Ibarra Cuesta, op. cit., p. 231.
(4) Oscar Zanetti, op. cit., p. 84.
(5) Jorge Renato Ibarra, op. cit., p. 46.
(6) Oscar Zanetti, op cit., p. 84.
(7) Ibíd., p. 83.
(8) Jorge Ibarra Cuesta, op. cit., p. 243.
(9) Herminio Portell Vilá, Historia de Cuba…, op. cit., t. IV, p. 381.
(10) Jorge Renato Ibarra, op. cit., p. 256.
(11) La Discusión, 26 de mayo de 1906.
(12) Jorge Renato Ibarra, op. cit., p. 243.
(13) Ibíd., p. 245.