El estallido del decoro: 24 de febrero de 1895

Yoel Cordoví Núñez 

“Los tiempos grandes requieren grandes sacrificios”- le escribía José Martí a Máximo Gómez el 13 de septiembre de 1892. En esa carta el Delegado del Partido Revolucionario Cubano (PRC), luego de ofrecer al guerrero dominicano la jefatura del ramo de la guerra, apenas le pedía que dejara a su compañera e hijos; al dulce hogar creado en tierra de Quisqueya, para ayudar a Cuba a conquistar su independencia.

La indispensable y compleja unidad revolucionaria, que había tenido en la fundación del PRC su máxima posibilidad de instrumentarse, se afianzaba con la decisión inquebrantable del general Gómez de aceptar la encomienda martiana. Días antes del histórico encuentro Gómez-Martí en República Dominicana, el General en Jefe, electo mayoritariamente entre los veteranos del antiguo Ejército Libertador, reafirmaba su voluntad de apoyo a la liberación de Cuba: “Porque Martí y yo somos dos átomos ante la grande idea de la redención de un pueblo”.

Acababa de sellarse un compromiso político trascendental, pero el empeño organizativo de la revolución cubana, en el contexto histórico finisecular en que se fraguaba, exigía del cumplimiento de tareas que rebasaban la mera voluntad de enfrentar el colonialismo español hasta arrancarlo de tierra cubana. En rigor, la independencia de Cuba y Puerto Rico, en modo alguno habría de asumirse al margen de la emergencia del imperialismo en el colosal vecino estadounidense y del consecuente desborde de sus capitales hacia las empobrecidas y dependientes naciones de “nuestra América”. Evitar a tiempo esa expansión imperial sería una de las claves de la acción política martiana.

El Delegado trabajaría sin descanso en concientizar sobre la trascendental obra libertadora, al mismo tiempo que aunaba voluntades, dentro y fuera de Cuba, limaba asperezas, enfrentaba las campañas de las fuerzas opositoras a la independencia y concertaba las acciones estratégicas en medio de un sofisticado dispositivo de espionaje español en contubernio con las autoridades de Estados Unidos. Como resultado de ese maridaje, y de la impericia -o tal vez de la traición- se frustró el denominado Plan de Fernandina, con la incautación, el 6 de enero de 1895, del Amadís, Lagonda y Baracoa, los tres barcos que conducirían a la Isla a los principales jefes militares residentes en el extranjero y que apoyarían con su presencia, así como con los recursos bélicos, el alzamiento interno que debía efectuarse de manera simultánea.

A pesar del fracaso del plan original, los revolucionarios en Cuba demandaban la orden de alzamiento y Martí planteó su decisión de zarpar “en una cáscara de nuez, o en un Leviatán” hacia costas cubanas. Para ello enviaría a su delegado en la Isla, Juan Gualberto Gómez, un documento firmado junto con José María Rodríguez- delegado del general Máximo Gómez- y Enrique Collazo –representante de la Junta Revolucionaria de La Habana- en el que autorizaba el levantamiento armado para la segunda mitad del mes de febrero. A excepción de Camagüey, los emisarios enviados desde La Habana al resto de las provincias reafirmaron la disposición existente entre los conspiradores para secundar de inmediato el movimiento, al mismo tiempo que se fijaba la fecha definitiva: 24 de febrero.

Pero las dificultades no solo fueron de índole externa. El alzamiento tampoco se produjo con la mayor simultaneidad posible en las regiones comprometidas, tal como lo ordenara Martí. En Occidente y Las Villas los principales líderes –los generales Julio Sanguily y Francisco Carrillo, respectivamente - fueron sorprendidos y capturados el mismo día del levantamiento. Ello no implicó, sin embargo, que dejaran de producirse pronunciamientos y acciones armadas aisladas en lugares de Matanzas como Ibarra y Jagüey Grande, así como en  Los Charcones en Aguada de Pasajeros, provincia de Las Villas. Juan Gualberto Gómez, Antonio López Coloma, Martín Marrero, Joaquín Pedroso, José Álvarez Ortega -conocido por Matagás- se encontraban entre los complotados que acudieron al cumplimiento de la orden de alzamiento.

Otra sería la realidad del levantamiento armado del 24 de febrero en la región oriental. Días antes de la fecha acordada sus principales jefes ya estaban internados en los montes. Guillermo Moncada, Pedro A. Pérez, Bartolomé Masó, Florencio Salcedo, Saturnino Lora, Jesús Sablón Moreno -conocido como Jesús Rabí- tomaron las medidas indispensables en sus respectivas localidades con vista a garantizar la efectividad del alzamiento.  No obstante la precariedad de las fuerzas libertadoras sobre las armas y de la pertinaz propaganda autonomista contraria al movimiento armado, el estallido y sostenimiento de la guerra en Santiago de Cuba, Guantánamo, Jiguaní- Baire, Manzanillo, Bayamo y Holguín, facilitaron el desembarco de los principales jefes de la revolución y la consecuente consolidación de la lucha armada en la Isla.