Maestro de los historiadores cubanos: Julio Le Riverend Brusone
A 15 años de la desaparición de Julio le Riverend
Dr. Rolando García Blanco
Investigador Titular y Profesor Titular,
Miembro Concurrente de la Academia de la Historia de Cuba
Hijo de María Magdalena Clara Brusone, de nacionalidad francesa, y de Luis Le Riverend Marrero, natural de La Habana, nació en La Coruña, España, el 22 de diciembre de 1912, donde su padre se desempeñaba en aquellos momentos como primer cónsul de la República de Cuba.
El inicio de sus estudios los llevaría a cabo en diferentes colegios de la capital de la Mayor de las Antillas, y en 1925 matriculó en el Instituto No 1 de Segunda Enseñanza de La Habana, donde se graduó de bachiller en Letras y Ciencias, 5 años más tarde, tras resultar acreedor a una decena de premios en asignaturas tales como Historia Universal, Geometría, Trigonometría, Física, Lógica y Literatura.
Formó parte del Ala Izquierda Estudiantil, así como del Grupo Maiakovski, e intervino de forma decidida en el enfrentamiento a la dictadura de Gerardo Machado, producto de lo cual resultó detenido por las fuerzas represivas y se vio obligado a exiliarse, tomando como destino a París, donde ingresaría en la Unión Latinoamericana de Estudiantes, cuya Secretaría General llegó a desempeñar, así como en el Partido Comunista de Francia, al cual perteneció hasta su regreso a Cuba, en 1934.
Ingresó en la Universidad de La Habana, en 1937, hasta alcanzar los títulos de doctor en Derecho Civil y en Ciencias Políticas, Sociales y Económicas. Ya desde el propio año de su incorporación a las aulas universitarias, le fue conferido el Premio Especial de Historia de Cuba, por su trabajo: “Expulsión de los diputados cubanos a las Cortes Españolas”, publicado en la revista Índice; de igual forma, se desempeñó como alumno ayudante en la Cátedra de Historia de Cuba.
Tras concluir sus estudios ocupó una plaza de abogado en la Audiencia de Santiago de Cuba hasta 1943, a la vez que se condujo como profesor en la Escuela Profesional de Comercio de dicha ciudad. Asimismo, formó parte de la Sociedad Hispanoamericana de Cultura, así como de la Sociedad Cubana de Estudios Históricos e Internacionales, encabezada por la personalidad de Emilio Roig de Leuchsenring, y donde desempeñó un laborioso papel en los Congresos Nacionales de Historia, que tuvieron lugar a partir de 1942. Un año más tarde resultó nominado como consultor del Instituto Internacional de Estudios Afroamericanos, y por espacio de casi dos décadas colaboró con la Revista de Historia de América, del Instituto Panamericano de Geografía e Historia.
Recomendado por la figura imperecedera de Fernando Ortiz obtuvo una beca del Colegio de México, y a partir de 1943 pasó a residir en el Distrito Federal, donde bajo el asesoramiento de destacadas personalidades, logró acopiar una amplia información que utilizaría en sus obras futuras, así como obtuvo el título de historiador, por la Escuela Nacional de Antropología e Historia de México, en diciembre de 1946. Ya en Cuba, durante el transcurso de la década de 1950 participó activamente en las labores de la Sociedad Económica de Amigos del País, y en 1952 ocupó la Dirección de Patrimonio Nacional del Tribunal de Cuentas hasta que, como resultado de su participación en acciones contra la dictadura de Fulgencio Batista, hubo de retomar el camino del exilio, asentándose nuevamente en territorio mexicano.
Después del triunfo de la Revolución retornó a la Isla, en 1959, y reasumiría su labor docente en la Universidad Central de Las Villas, donde impartió la asignatura de Economía, simultaneándola con su trabajo en el Banco Nacional de Cuba. Formó parte de la Comisión Organizadora de la Academia de Ciencias de Cuba, en 1962, y ocupó sucesivamente los cargos de director del Archivo Nacional de Cuba y del Instituto de Historia. Diez años más tarde resultó promovido a viceministro de Educación General y Especial del Ministerio de Educación. En 1974 fue designado como representante permanente de Cuba ante la UNESCO, y tres años más tarde pasó a dirigir la Biblioteca Nacional “José Martí”, función que desempeñaría hasta 1988. Fue presidente fundador de la Unión Nacional de Historiadores de Cuba, en 1981, y ocupó dicha responsabilidad por espacio de 14 años.
Tras el llamado del Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz a promover los estudios sobre nuestro pasado patrio, formulado en su discurso del 10 de octubre de 1968, con motivo de conmemorarse el centenario del alzamiento de Carlos Manuel de Céspedes, contribuyó activamente al asesoramiento del Movimiento de Activistas de Historia, que bajo la dirección del Partido, y a través de la UJC y de las Organizaciones de Masas, llevaría a cabo numerosas tareas de investigación y divulgación histórica a lo largo de todo el país, entre ellas, la convocatoria anual del Concurso de Historia “1º de Enero”, entre 1971 y 1986, de cuyo jurado nacional formó parte en reiteradas ocasiones.
A lo largo de su existencia intervino en numerosos eventos científicos, tanto en Cuba como en el extranjero. Asimismo, obtuvo importantes reconocimientos oficiales, entre las que pudieran mencionarse los siguientes: Orden de la República Española (1960); Doctor Honoris Causa en Ciencias Históricas, del Instituto de América Latina de la Academia de Ciencias de la URSS (1973); Medalla Conmemorativa XX Aniversario (1976); Medalla al Mérito Cultural de la República Popular de Polonia (1980); Distinción por la Cultura Cubana
(1981); Orden Félix Varela de 1er grado (1982); Distinción Raúl Gómez García (1982); Distinción Félix Elmuza (1983); XXV Años de la Academia de Ciencias (1987); Orden Carlos J. Finlay (1993) y Orden Juan Marinello (1996).
Las valiosas obras de Julio Le Riverend han aportado significativamente a la historiografía nacional. Así, entre otras, merecen destacarse: la Historia Económica de Cuba, que resultaría publicada en 1952, así como reeditada en varios idiomas; La Habana. Biografía de una Provincia (1960), la cual constituye un modelo metodológico, para todos aquellos que irrumpan en los estudios regionales; y La República. Dependencia y Revolución (1966), que continúa siendo un texto de obligatoria referencia, para quienes se acerquen al contexto de la Isla, en el transcurso de las seis primeras décadas del pasado siglo.
Formador de generaciones de historiadores cubanos, quien consagró su labor profesional a la impartición de cursos y conferencias magistrales, así como a la realización de importantes estudios sobre el pasado nacional, trabajaría sin descanso hasta su desaparición física ocurrida en La Habana, el 12 de mayo de 1998. Por eso hoy, al recordar a tan relevante figura de nuestra historiografía, evocamos al apasionado investigador y al científico de alto nivel académico, pero a la vez, al hombre sincero y al amigo de mano franca, cuyo recuerdo forma parte imperecedera de quienes tuvimos el privilegio de conocerlo personalmente.