La Conspiración de los iguales; La Protesta de los Independientes de Color en 1912

Rolando Rodríguez

Uno de los pasajes más bochornosos para la historia de Cuba, resulta la llamada guerrita de los Independientes de Color de 1912. Ese bochorno radica en la represión inmisericorde que sufrieron estos cubanos, muchos de los cuales habían sido pilares de la revolución de 1895. ¿A qué se debió aquel equivocado alzamiento y su despiadada represión?

En la época se dijo que era una guerra racista y también que había sido promovida por los anexionistas, que intentaban con ella lograr una nueva ocupación del país por los imperialistas estadounidenses y, luego de ella, la anexión. Pero no creo que esa efímera contienda se haya debido al racismo ni al impulso de los anexionistas, aunque en verdad se movieron los anexionistas a favor de cualquier disturbio que estremeciera la sociedad cubana, por ejemplo, Antonio San Miguel, director de La Lucha, y Frank Steinhart, presidente de la Havana Central Co.,  hicieron todo cuanto pudieron por incitar una conmoción que aplastara la república, mediante el ingreso en la isla de los marines yanquis. Resulta importante que los cubanos de hoy sepan qué sucedió en 1912, porque como dijo Santayana resulta indispensable conocer la historia para no tener que repetirla. El racismo en Cuba, desinencia de la esclavitud que por fin había sido eliminada en 1886; a no dudarlo, se había adelgazado a partir de 1895, gracias a la extraordinaria participación de los negros en la guerra de Independencia y la sangre que virtieron, pero había retornado, gracias a la presencia de los estadounidenses en Cuba a partir de 1899, y con el gobierno plattista de Estrada Palma. Si bien la ocupación de Washington  impidió que los negros ingresaran en la función pública y en no poca medida en las fuerzas armadas y la policía, el gobierno de Estrada Palma mantuvo la segregación lo mismo en los parques que en las cárceles y no se pudo encontrar un negro prácticamente en la administración del Estado y solo en número restringido en la guardia rural o la artillería. Por supuesto, en ningún caso como oficial. De manera, que los negros empezaron a pensar en que con toda razón resultaban discriminados. Como para ingresar en un cargo del Estado era necesario mostrar una afiliación al partido de gobierno, no pocos negros se unieron al partido Moderado. Pero en la guerrita de agosto de 1906 los negros, aburridos de esperar, configuraron en buena medida las fuerzas liberales que se enfrentaron al gobierno del hombrecito de Central Valley, que había impuesto su reelección.

Con el triunfo de los liberales, propiciado por el secretario de la Guerra Taft y el gobernador provisional, Magoon, los negros aspiraron a ser situados en proporción a su porciento en la población en los cargos gubernamentales. Pero al llegar la hora del reparto del botín, los negros fueron preteridos de nuevo. Acudir a Estados Unidos para que dirimiera problemas internos de la isla ya se había empleado en 1906, pero no sin que hubiese causado en el pueblo un repudio y un resentimiento contra quienes lo hicieron. Entre los negros este acercamiento tenía antecedentes. En agosto de 1907 antiguos mambises negros, Ricardo Batrell y Alejandro Neninger,  en busca de apoyo para su causa, habían dirigido un manifiesto "Al Secretario de Guerra de Estados Unidos", Taft, y "al pueblo de Cuba y a la raza de color" y lo  publicaron en La Discusión. Su tono era francamente amenazante: “Si no se nos da lo que nos corresponde lo sabremos tomar por la fuerza”.[1] Batrell y Neninger, basados en una creencia ingenua en la virtud de la racista sociedad estadounidense, con olvido de que cada día asesinaban a un negro en el sur de ese país, y el tenebroso Ku Klux Klan cabalgaba de noche en campos no solo para encender cruces de fuego sino con vistas a ahorcar negros y a volverlos antorchas humanas, le escribían nada menos que al secretario de Guerra, el mismo que había ocupado la isla poco antes, para suplicarle que solucionase “la injusticia” perpetrada por los cubanos blancos “contra la raza negra”. Agravaban los cubanos su pecado al rebajar “la honorabilidad de esa culta nación” cuando afirmaban que actuaban con la aprobación de Estados Unidos.[2] Era de presumir las carcajadas de Taft, al leer estas palabras. Sin dudas, fueron ingenuos aquellos cubanos.

El pueblo cubano, blancos y negros, difícilmente podía apoyar a estos hombres ni perdonar que buscaran a los estadounidenses como sus aliados, cuando recordaban la imposición hecha de la enmienda Platt, y lo más terrible era que no les faltaba razón a su causa y que detrás de todo lo que se les negaba estaba la ambición de los partidos políticos. Pero, desde luego, nada habían obtenido con sus súplicas.

 Ya en 1907 y 1908 los negros buscaron soluciones a su arrinconamiento. Pensaron en un alzamiento y hasta en la creación de un nuevo directorio central de sociedades negras. Pero contra la vieja tesis del demiurgo negro de Cuba, Juan Gualberto Gómez, que rechazaba la constitución de un partido político, porque temía que este fomentara la división de blancos y negros y ahora más, ya que se enfrentaban a la maquina trituradora de la amenaza de una última ocupación que demolería la república cubana y traería la anexión, triunfó la idea de la creación de un partido político de los negros. Este juicio, por igual, fue resultado de la derrota de los candidatos negros en las listas de los partidos Liberal y Conservador en las elecciones de agosto de 1908. Presentado el proyecto de agrupación política, pocos días después, por el pequeño contratista de obras Evaristo Estenoz y el periodista Gregorio Surín, ante el segundo gobierno de ocupación, posiblemente por el temor a un alzamiento, fue aprobado por el gobernador Magoon y su asesor jurídico el coronel Crowder. Tómese en cuenta que hubo la posibilidad de crear un poderoso frente antinjerencista y socialmente avanzado en 1908, cuando la dirección de la Junta Patriótica: Salvador Cisneros Betancourt (que no Gaspar Cisneros, que era un anexionista camagüeyano, como erróneamente llama un escritor a este personaje), Manuel Sanguily y Carlos García Vélez, visitaron a Estenoz, un teniente procedente del mambisado, que había sido líder de la huelga de los albañiles, cuando la primera ocupación, en 1899, quien detenido por los sucesos, se presentó en el balcón de la estación de policía, escoltado por los militares estadounidenses, y solicitó a los huelguistas que cesaran el paro. Aquella comisión encabezada por Cisneros le venía a proponer una unión de las fuerzas de dicha junta y las que integraban en ese momento la Agrupación Independiente de Color –aún no habían tomado el nombre de PIC-, pero al final no se llegó a nada.[3] La Junta Patriótica era un grupo político que propugnaba la lucha contra la ocupación de la Isla y la enmienda Platt y había sido fundada por Salvador Cisneros Betancourt. Serafín Portuondo Linares –hijo de uno de los integrantes del PIC sobreviviente de aquella masacre- en su profunda investigación Los independientes de color, dijo: “Si su objetivo principal era la integración de un partido en el que estuviesen garantizados la lucha contra la discriminación racial, y por la plenitud de derechos para la población negra, así como los derechos electorales, una vez aprobada la enmienda Morúa, y declarado el Partido fuera de la ley, debieron no de centrar la lucha por la derogación de la enmienda [Morúa], sino juntar sus fuerzas políticas y electorales con otros núcleos progresistas de la población cubana, sin tener en cuenta su raza o color; y haber creado un partido popular con otro nombre y un programa más ampliado. Esto le hubiera permitido lograr sus objetivos programáticos y electorales, así como enfrentarse ventajosamente a sus enemigos y a los partidos Liberal y Conservador. Se aferraron al nombre de su partido y al derecho electoral inmediato, que les concedía el código regulador de esa materia vigente”.[4]

Obviamente, al aprobar la constitución del partido, Magoon y Crowder pretendían apaciguar a los negros y mulatos belicosos, porque bien sabían la gran participación que habían tenido en la guerra del 95 y en la insurrección del 06. También que, según los informes de la Military Information Division, habían estado conspirando para provocar un alzamiento. En la formación de la Agrupación Independiente de Color, como le llamaron a la congregación, cooperaron líderes negros de limpia conducta que no ambicionaban un cargo, sino a lograr la igualdad racial, pero también hubo otros, que al parecer sus ambiciones los llevaban ante todo a ganar una curul en el parlamento cubano. Estos, sin dudas, se sintieron primero negros y después cubanos.

En noviembre de 1908 el bisoño partido presentó candidaturas en solo dos provincias, donde había podido organizar apresuradamente fuerzas, Las Villas y Oriente. Pero solo lograron menos de 2 000 votos. En enero de 1909 se retiraron las fuerzas ocupantes, luego de la elección de un nuevo gobierno cubano, comandado por el general José Miguel Gómez. Pero, los bastardos intereses liberales, trataron de eliminar ya al nuevo partido, que había cambiado por este su nombre de Agrupación. Evidentemente, los liberales temieron que la entidad les robase un gran caudal de votos en las elecciones. Por el contrario los conservadores empujaron para que el  partido navegara con buen viento, con vistas a triunfar en los comicios.

El gobierno comenzó su ofensiva contra el partido, a través del poder judicial, encarcelando a una gran cantidad de sus líderes e imponiéndoles elevadas fianzas. Mientras, los liberales mediante un senador negro, fiel aliado de José Miguel Gómez, Martín Morúa Delgado, presentaron en febrero de 1910 una enmienda a una ley, que prohibía la formación de partidos de una sola raza. Los Independientes de Color se dispusieron a luchar. Al fin, cuando ya el senado había aprobado la ley salieron de la cárcel los que todavía permanecían en ella. Unos temieron que desapareciera el instrumento para luchar contra la discriminación racial y no estuvieron dispuestos a ver liquidar el partido. Otros creyeron que eliminaba su posibilidad de ganar un escaño en el congreso A partir de entonces, los más firmes militantes lucharon, primero porque no se aprobara la ley en la cámara de representantes, y cuando no se logró, enristraron la lanza para combatir porque se  derogara la “ley Morúa” y se les permitiera volver a participar en las elecciones. Proclamaban que aquel no era un partido de una sola raza y que en él se incluían negros y blancos. Pero al parecer se negaban a cambiarle al partido el apelativo “de Color”.

Después de un tira y afloja que duró hasta el 20 de mayo de 1912, aquel partido integrado por una dirección que en buena medida estaba formada por una pequeña burguesía negra y que buscaría su apoyo básicamente en el campesinado pobre, escogió lanzarse a lo que llamó una protesta armada. Pero ese era un error crítico. Lanzarse a una lucha armada podía titularse como se quisiera, pero era un remedo de lo que habían hecho los liberales en 1906, con una diferencia: tendrían en contra la opinión popular mayoritariamente blanca del país y buena parte de la negra, embaucada por el cuento de que en Cuba había igualdad racial. Tendrían, por igual, en contra la opinión de la prensa que se lanzaría contra ellos invocando el racismo cuando ella resultaba, ciertamente, la  racista. Recuérdese que se hablaba del vertimiento de sangre por los ñañigos, de la antropofagia de los negros brujos, del tabú creado de la violación de las blancas por los negros. Ese sería el fundamento racista de los ataques que se le haría a los Independientes de Color. Pero los Independientes de Color se olvidaban que la discriminación racial era sobre todo cuestión de ideas y sentimientos, y estos no se cambiaban mediante el uso de las armas. Además, los Independientes de Color habían apostado por Washington. Al igual que en 1906 los líderes negros pensaban que  vendrían los navíos  estadounidenses y el desembarco de las botas de los marines les traerían la razón y se derogaría la “ley Morúa”. Eso era lo peor que podían haber concebido. En primer lugar, una buena cantidad de aquellos líderes negros olvidaban que los yanquis eran furibundos racistas, que no querían otra Haití a sus puertas, como pensaban que sucedería si los negros triunfaban. En segundo lugar, ya Theodore Roosevelt había proclamado que Cuba no podía seguir en el juego de las insurrecciones, porque si se producía otra, ellos tenían el deber de ocupar la isla y ya no bajarían más su bandera del mástil del Morro de La Habana. Tercero, el pueblo cubano amaba su república aunque fuera renqueante y tuerta, porque esa república les había costado tres décadas de lucha y cientos de miles de muertos y le temía más a la ocupación estadounidense que haría se perdiera, que a un levantamiento negro. Cuarto, la ocupación de la isla por los estadounidenses llevaría a una guerra inevitable y atroz que causaría de nuevo miles y miles de víctimas cubanas Quinto, si la nueva insurrección podía traer la pérdida de la república, había que liquidar ese alzamiento como fuera. Sexto, los líderes de los Independientes de Color habían estado en manoseos con los diplomáticos estadounidenses en la isla, a los cuales recurrían para presentar sus quejas, y eso había aparecido en la prensa. Séptimo, los líderes negros habían evocado la enmienda Platt para que se les hiciera “justicia”, en sus planteamientos de derogar la enmienda Morúa, y si había algo que odiaban los cubanos, blancos y negros, era la oprobiosa enmienda que le habían impuesto al pueblo cubano. Octavo, los líderes del partido Independiente de Color ensalzaban en sus escritos a los dirigentes políticos de Estados Unidos y a la Gran Nación, mientras solapadamente no pocos cubanos echaban pestes sobre ellos.

Por otra parte, Martí y Maceo, uno blanco y el otro negro, los dos más grandes próceres de la Independencia cubana habían luchado contra la diferenciación racial y habían condenado que se fuera a producir algún roce entre las razas que poblaban la isla. Era cierto, que había un racismo larvado en muchos habitantes de la isla, pero las ideas de estos hombres habían penetrado hasta el tuétano de los huesos de no pocos cubanos. Por suerte, en Cuba a diferencia, por ejemplo, de Estados Unidos no había angloamericanos, afroamericanos, italoamericanos, hispanos, solo cubanos y esto permitiría cuando lo permitieran los circunstancias que el pueblo se mezclara y no hubiera distancias raciales entre unos y otros. Solo como diría Nicolás Guillén, el color cubano. Esto demoró, pero es algo de lo que ha traído la Revolución a Cuba. De manera que aquí no puede hablarse en términos raciales de afrocubanos, hispanocubanos o chinocubanos. 

Por fin el 20 de mayo de 1912 los Independientes de Color tomaron las armas, en una reyerta que amenazaba con fraccionar al pueblo cubano. A partir de ese momento comenzó una lucha cruel entre un ejército bien armado y unos pobres campesinos casi desarmados. Por su parte, Washington comenzó a amenazar con que intervendría (ocuparía) la isla si no terminaba pronto aquel zafarrancho de combate. A la vez las empresas extranjeras, básicamente estadounidenses comenzaron a pedir protección para sus propiedades, y de nuevo el gobierno de Estados Unidos amenazó con ocupar la isla si no se protegían las vidas y propiedades extranjeras, desde luego, básicamente de sus nacionales. El gobierno tuvo que frenar las operaciones militares y emplear muchas tropas en cuidar esas vidas y bienes con tal de evitar el desembarco de los marines.

La confianza en el gobierno de Washington se puso de manifiesto en que el 29 de mayo de 1912, el ministro de Estados Unidos hizo llegar a su gobierno una carta que le había enviado el general Pedro Ivonnet, dirigida a él y al presidente Taft, en la que declaraba que la guerra no era racista. Manifestaba: “…Señor Presidente de la República y Sr. Ministro Plenipotenciario de los Estados Unidos de Norte América; queremos hacerle constar al mundo Civilizado que al defender nuestros derechos, con las armas en las manos, no lo hacemos por odio á los blancos y sí porque sentimos toda la desgracia que contra nosotros se ha acumulado, hace más de trescientos años.// No venimos á vengar ofensas ni á remover odios y sí á defender derechos, y á darle cumplida satisfacción al honor que exige y á la dignidad que manda Antes que nada somos hombres civilizados esclavos de nuestros deberes y concientes de nuestros derechos.// Por eso la guerra no es de raza, porque sabemos que todos los cubanos somos hermanos...” .[5]

Ya esa confianza en Washington se había puesto en claro cuando el 18 de octubre de 1910, Francisco Caballero Tejera e  Isidoro Santos Carrero y Zamora, presidente y secretario, respectivamente, del comité ejecutivo provincial, de Santiago de Cuba, del Partido Independiente de Color enviaron al presidente Taft  una comunicación en que expresaban: “El  Partido Independiente de Color, colectividad política que surgió a la vida pública durante el gobierno provisional de vuestro ilustre conciudadano, el Sr. Magoon, es un partido el cual tenía existencia legal, una copia literal de cuya declaración le estamos enviando de manera adjunta. Al leer el documento, enviado de forma adjunta Ud. quedará impuesto fehacientemente de los hechos y podrá deducir que se ha cometido una injusticia indescriptible con el Partido Independiente de Color, que constituye más del 50 % del electorado de la PROVINCIA de Oriente y más del 33 % de los habitantes de la REPÚBLICA. Ud., HONORABLE SEÑOR que guía los destinos de la nación cuyo pueblo merece el glorioso nombre de PUEBLO MODELO sabrá aquilatar la magnitud de la afrenta cometida contra nuestro Partido, que se verá privado de uno de los más grandes privilegios de las instituciones  republicanas: EL DERECHO AL SUFRAFIO. (…) Más tarde en 1906, el ciudadano que rige hoy este país llevó al pueblo a una REVOLUCIÓN para restablecer los derechos constitucionales de conformidad con nuestra constitución los cuales se creía pisoteados, los trajo a ustedes aquí otra vez para restablecer la paz y los estatutos de legalidad que habían sido alterados a conciencia de la visionaria medida introducida por su prudente Gobierno en nuestra Constitución: LA ENMIENDA PLATT. // Si en dos convulsas situaciones anteriores, la intervención de vuestro gobierno fue necesaria para la salvación de los sagrados ideales de independencia, libertad y justicia del pueblo cubano, sería mucho más justificado, grandioso y noble que Ud. mediante sus buenos oficios evite que se consume la iniquidad  que se proponen, de arrebatar a un pueblo libre el más precioso derecho de su soberanía: EL DEREECHO AL VOTO.// Y eso es lo  que reclamamos y solicitamos a Ud. HON. SR; eso es lo que le pide un nutrido grupo de hombres que contribuyeron con su sangre y su valentía a la sagrada causa de la independencia de la Patria, eso esperamos de Ud., quien nunca se privará de satisfacer los derechos conquistados con esfuerzos inauditos y determinado a preservarlos.// Por favor, HON. SR., dele toda su atención a nuestra justa petición; y por favor también dele al HON. PRESIDENTE  de la REPÚBLICA de CUBA un amistoso alerta de que no sería prudente celebrar las elecciones del PRIMERO de NOVIEMEBRE próximo, hasta que el derecho al sufragio sea concedido igualmente y garantizados a todos los CIUDADANOS CUBANOS”. [6]

Por supuesto, el gobierno de Estados Unidos no le hizo el menor caso a aquellas cartas de “negros”. Eso sí, Washington informó que desembarcaría sus marines en Cuba. La alarma del pueblo cubano resultó enorme. Se consideraba que la patria se perdería. En medio del sobresalto el presidente Gómez cursó un telegrama al  presidente Taft, donde de forma muy digna y firme le censuraba que se tomara la medida de enviar tropas a la isla. El telegrama había sido escrito con una pluma mojada en los tinteros de Manuel Sanguily, el secretario de Estado. Pero Taft respondió que de todas formas mandaría las tropas, las que tomarían tierra sin aviso previo, pero no debía temerse que fueran a ocupar la isla. Durante más de un mes la espada de Damocles de Taft pendió sobre la cabeza del pueblo cubano, que temió continuamente desembarcaran los marines para iniciar la ocupación. El peligro era cierto. En Washington, en el departamento de Guerra, el general Leonard Wood, jefe del estado mayor, tenía perfectamente perfilado el plan de ocupación de Cuba y solo faltaba la orden del presidente para ejecutarla. Mills, el jefe de la War College Division, le había informado el 29 de mayo al jefe de estado mayor, de Washington,  Wood,  que el plan de desembarco en Cuba, elaborado el 2 de enero de ese año, que suponía una primera irrupción de 5 000 hombres, había sido preparado con cierta premura y se había encontrado que podía ser simplificado, aclarado y corregido.[7] Así que la amenaza no era pura fantasía del pueblo cubano sino una posibilidad real y palpable.

Por suerte para Cuba era un año de elecciones y Taft pretendía reelegirse, pero la suya era la mano que había dirigido la invasión de 1906 y sabía que ahora un conflicto en Cuba podía provocarle la pérdida de la presidencia en los nuevos comicios. Por tanto, se veía obligado a frenar a sus huestes.

Poco a poco el gobierno cubano fue llenando Oriente, donde se había concentrado el conflicto bélico, de tropas y voluntarios, reclutados en los pueblos y ciudades. Decía el jefe del ejército, general Monteagudo que aquella era una guerra de capitanes y tenientes y pronto sería de sargentos y cabos, porque cubriría la espesura del monte de guerrillas que sellarían todo espacio hasta atrapar al último rebelde. Los insurgentes provocaron algunos incendios como el de La Maya. Pero poco a poco fueron divididos. Estenoz le había enviado un mensaje al cónsul en Santiago de  Cuba, Holaday, con Wheeler y Collister, dos estadounidenses a quienes se había creído prisioneros de los insurrectos, para que lo trasmitiera al departamento de Estado: “Solo luchamos contra los cubanos y el gobierno de Cuba por nuestros derechos como cubanos y ciudadanos de este país…” y más adelante declaraba de forma deplorable: “…deseo declarar que antes que ser gobernados por los cubanos como en el pasado, sería mucho más preferible ser gobernados por extraños.” También manifestaba Estenoz: “Según he sabido, las compañías mineras estadounidenses han armado a sus peones gallegos y he recomendado que no permitiesen que esos hombres participaran en el conflicto contra nosotros, pues de lo contrario responderíamos matando a todo gallego que cayera en nuestras manos…” Resulta, además, sorprendente cómo Evaristo Estenoz, que en 1905 había visitado Estados Unidos en compañía del escritor Rafael Serra, para estudiar la situación de los negros en aquel país,[8] escribiera tales palabras. Estenoz finalizó ese mismo mensaje de una manera deplorable al mostrarse partidario de la intervención; es decir, ocupación del gobierno de los Estados Unidos en la Isla: “esperamos que el pueblo de los Estados Unidos comprenda nuestra posición y estudie el asunto exhaustivamente antes de convencerse de la necesidad de la intervención”.[9] Coincidía plenamente con los deseos del secretario de Guerra Knox, el ministro de Estados Unidos en Cuba Arthur Beaupré y el cónsul en Santiago de Cuba, Holaday, furibundos partidarios de la ocupación y anexionistas. La diferencia era que Knox y los otros diplomáticos deseaban la ocupación sin negros. Es posible que en Previsión, que había sido órgano del PIC, algún redactor haya hablado contra la intromisión estadounidense en Cuba, pero lo dicho en un diario no borra lo escrito en un documento.

Los días 7 y 8 estallaran en Regla, La Habana y Sagua la Grande, enfrentamientos raciales. Los incidentes en Regla, tuvieron su origen, según narraba descomedidamente la prensa, en que unos negros al ver pasar unos voluntarios habían exclamado: "¡Ya es hora de que los negros ganemos! ¡Vivan los negros!, ¡Mueran los blancos!", y los voluntarios dispararon contra los negros e hirieron a tres de estos. Entonces había comenzado una cacería por toda la población, en los tranvías, en los cafés y en las viviendas, en busca de partidarios de los Independientes de color o de los que se presumía lo fueran. A la mañana siguiente un negro, al que le imputaban relaciones con los alzados, fue sacado de su casa por una turba y asesinado.[10] Por la noche los disturbios se extendieron a La Habana y hubo agresiones de blancos a jóvenes negros y mulatos en la Acera del Louvre, Galiano, San Rafael, Campanario y se extendió a Vives y a los barrios de Luyanó y El Pilar, en los que pereció un negro[11] y un blanco resultó herido. En Sagua la Grande colgaron carteles por la ciudad en los que se leía "Fuera los negros", “Abajo los salvajes”. El 7 cuatro negros fueron baleados, mientras paseaban por el parque. La autopsia reveló que habían recibido entre 60 y 80 disparos. Era una carnicería sin nombre.[12] De inmediato Gómez lanzó una nueva alocución pidiendo que terminaran las provocaciones y volviera la normalidad, pero no pudo impedir los cintillos espectaculares y desmesurados, como los de La Lucha, que colocaba el relato de los hechos bajo un titular tipo catástrofe que decía "Colisiones sangrientas en La Habana".[13]

El intrigante Beaupré aprovechó entonces para enviar un despacho a Washington, en que se mostraba tremendamente alarmado por la situación. Decía que desde poco antes, los disturbios nocturnos ocurridos en  La Habana y sus suburbios habían adquirido carácter de guerra racial. La noche anterior había tenido lugar una enorme manifestación contra los negros, en el centro de la ciudad. Habían muerto varios negros y muchos habían resultado heridos. Los negros eran incitados a la violencia, y la represalia podía acarrear desastrosas consecuencias. Las autoridades se mostraban débiles. Los estadounidenses, otros extranjeros y muchos cubanos, clamaban por un buque de guerra. Aunque la situación no podía empeorar más, creía que debía enviarse de inmediato un buque de guerra para que brindara apoyo moral y atenuar los temores generalizados.[14] Evidentemente, Beaupré consideraba que ya estaba a un paso de lograr la ocupación. Ese mismo día, en respuesta a Beaupré el secretario de Estado le anunció que se había ordenado que, de inmediato, dos buques de guerra partieran a todo vapor hacia la capital cubana.[15] Era evidente que Taft, incluso contra la opinión de Knox, y a pesar de todas las presiones internas para provocar la ocupación y la actuación de Beaupré, con sus informaciones alarmistas, se mostraba moderado y hacía todo lo posible por no decretar la ocupación total, pues aunque con la renuencia expresada por un telegrama de Gómez, redactado por Manuel Sanguily, ya había ordenado el desembarco de marines. Sabía que guardaba un esqueleto en el escaparate: había sido el hombre que había estado en las negociaciones de 1906 cuando ya se jugaba su aspiración a la presidencia de Estados Unidos, se había visto obligado a dictar la ocupación y, al igual que entonces, un paso en falso hubiera podido resultarle costosísimo en cuanto a su reelección. Paradójicamente, de nuevo el cuban mess lo ponía en la misma disyuntiva de un sexenio atrás y,  sabía que si armaba un nuevo conflicto en la isla, su oponente demócrata tendría en las manos un arma deliciosa para volverle pedregoso volver a tomar el camino a la Casa Blanca. No fue casual que tan pronto los acorazados Rhode Island y Washington, llegaron a la rada habanera el contralmirante, jefe de la flota del Atlántico, Osterhaus, y los capitanes de los buques visitaran al presidente para asegurarle que su presencia no constituía necesariamente el prólogo de la “intervención” total, y que la legación de Estados Unidos declarara que los marines no desembarcarían en la capital de no hacerlo imprescindible una emergencia causada por los desórdenes, porque el envío de los buques solo respondía a la "política preventiva".[16] Si bien reconozco  la prosa firme de Sanguily al rechazar la injerencia yanqui, lo censuro severamente cuando en una de sus misivas injuria a los negros cubanos alzados al hablar de la explosión de barbarie de aquella insurrección de hombres que, aunque de forma equivocada, solo habían acudido a la insurrección para reclamar derechos que les habían sido conculcados por ambiciones de políticos blancos. ¿Por qué se olvidaba que la tozuda obstinación de mantener la enmienda Morúa había provocado la insurrección de los Independientes de Color? Incluso, injustificadamente, con dejos racistas, el secretario de Estado llegaba a afirmar que los negros habían sentido “rencor de la raza hacia sus compatriotas blancos, que tanto y tan imprevisora como afectuosamente los habían halagado y enaltecido”. Sanguily desconocía que los negros no tenían apenas derechos a ocupar puestos honrosos en la administración y, por ejemplo, en el mismo servicio exterior que manejaba su secretaría no había prácticamente negros, si no era en puestos subalternos? ¿Era esa la forma en que se halagaba y enaltecía a los ciudadanos negros?20 Entretanto, la persecución de los Independientes de Color se iba haciendo terrible. Cientos de cadáveres de negros iban apareciendo regados en los caminos y serventías de Oriente. En las ciudades comenzaba a manifestarse el odio racial. Se contarían según unos en 3 000 los ciudadanos de piel negra asesinados en la contienda. Las fuerzas del ejército no llegaron a unas pocas decenas. Solo hay una manera de llamar a lo sucedido: fue una masacre de cubanos.

Claudio García, en Santa Clara, tenía un tabaquero, Agapito, que le torcía un mazo de tabacos diario, de las hojas de las vegas que él escogía. Agapito tocó uno de aquellos días a su puerta y le pidió lo escondiera. Agapito era negro y temía lo mataran. Allí, en la casa de la calle del Santo Espíritu (Juan Bruno Zayas) y Santa Bárbara, residiría Agapito por semanas. Muchas veces he tenido que escuchar que Santa Clara era muy racista. Tengo para mi que no era ni más ni menos que otras ciudades de Cuba. Solo que los dos paseos del parque Vidal le daban ese toque de racismo extremo al hacer –al igual que las divisiones en los parques de Cienfuegos y Camagüey- que los blancos caminaran  por dentro y los negros por fuera. De todas formas, era racista y debo decir que lo valedero hubiera sido que ningún rincón de Cuba lo hubiera sido. Me alegró cuando poco después del triunfo de la Revolución, un buldózer levantó el piso de parque Vidal, diz que “para echarlo de granito”, y eliminó los  parterres que dividían de manera vergonzante la zona de los blancos de la zona de los negros. Ahora dicen que el parque es más feo. Diría que es más bonito porque ya mis amigos negros y yo no tendríamos para conversar, que ponernos en medio de los parterres. 

Volvamos al relato. Estenoz pediría que Estados Unidos enviara un representante para que viera las tropelías que causaban las fuerzas del gobierno. Pero el cerco se estrechaba Prácticamente el lamentable final de aquella insurrección equivocada se produjo el 27 de junio de 1912 cuando acompañado de unos pocos hombres, batiéndose dignamente hasta sus últimas consecuencias, en un lugar conocido por Biajaca o Bella Bellaca, en la zona de Alto Songo, murió posiblemente fusilado Evaristo Estenoz. Su cadáver llegó a Santiago en la madrugada siguiente. Tan evidente se hizo que todo había terminado que dos días más tarde Estados Unidos ordenó al contralmirante de la flota del Atlántico, que el Rhode Island y el Washington abandonaran el puerto de La Habana, y pocas horas después órdenes iguales les llegarían a los anclados en la bahía de Guantánamo. Quedaron una cañonera y algunos marines.[17] Sólo quedaba esperar la caída de Ivonnet, del cual se dijo que andaba errante entre Joturo y Manacal.[18] Realmente pocos apostarían porque fuese a llegar vivo a alguna población.

En efecto, el 18 de julio apareció en La Discusión, un cintillo con que se ponía punto final al movimiento: Ivonnet, el mambí que había combatido junto a Maceo, había sido capturado. Después agregaba prudentemente "No se sabe si vivo o muerto". Formada ya esa plana, en páginas interiores aclaraba: Ivonnet había muerto en una emboscada en el cafetal Nueva Escocia. No había que escudriñar mucho en el relato del suceso para descubrir la verdad: Ivonnet herido en un muslo en Mícara, luego de vagar por los montes había sido capturado. Lo conducían a Santiago al pelo y atado sobre un caballo cuando según se decía en Altos del Rodeo se había sentido un tiroteo, y él y uno de sus ayudantes habían saltado de los caballos e intentaron huir. Ivonnet, al escapar, había muerto curiosamente de un tiro en la frente. La falta de imaginación del ejército no daba para más. Un oscuro teniente que en 1905 había recibido un indulto de Estrada Palma por los delitos de alzamiento armado, homicidio, robo y estafa, a causa de haberse rebelado contra el gobierno en los lomeríos orientales para reclamar el pago de sus haberes en el Ejército Libertador, el mulato Arsenio Ortiz,[19] se había anotado un tanto en su carrera hacía una fama cuyas páginas criminales más siniestras estaban todavía por escribir.

A todas estas un suceso permite en cierta manera comprender las enormes confusiones que parecían encerrarse en el movimiento insurreccional. Ricardo Batrell, aquel que había firmado en 1907, junto con Alejandro Neninger un manifiesto "Al Secretario de Guerra de Estados Unidos y al pueblo de Cuba y a la raza de color" y lo  publicaron en La Discusión, le escribía desde la cárcel de La Habana al ministro Beaupré para inquirir si era posible que un nativo cubano pudiera acogerse a la ciudadanía “de esa gran nación amparadora de los derechos individuales que las leyes garantizan”.[20] Aunque Batrell quería justificar su decisión de hacerse ciudadano estadounidense con el hecho de que había sido sacado enfermo de su casa, bajo un aguacero, para conducirlo a la cárcel, nada podría explicar la decisión de abjurar de su ciudadanía para acogerse a la de un país extraño y menos a la del que avasallaba al suyo, y menos todavía, si en aquel se le sometía a brutal aplastamiento a los hombres de su color. Era terrible Batrell resultaba anexionista.

Nunca debió haberse producido aquella guerrita que habría dividido a los cubanos, algo que hubiera despedazado para siempre no solo a la república sino a la patria. Desde luego, no había sido justo prohibir el Partido Independiente de Color y comenzada la guerra debió haberse buscado una salida pacífica entre hermanos. Pero tampoco los Independientes de Color debieron haber tomado un fusil para reclamar sus derechos. Después de todo sería una guerra fratricida.

En cuanto a la apuesta que los Independientes de Color hicieron por el racista Estados Unidos para que les sacara las castañas del fuego, hay que recordar una palabras del poeta Nicolás Guillén, en 1952, durante una visita ocasional a ese país, un cuarto de siglo después: “No hay otro país donde el negro extranjero llegue con mayor aprensión como los Estados Unidos. `La gran democracia norteamericana’, según llaman al fascismo yanqui algunos idiotas, es siempre una interrogación inquietante para la gente de piel oscura, que discriminada y todo en su lugar de origen, sabe que la mayor discriminación, la más bárbara y abierta, es la que se practica en las tierras `libres’, de Lynch y de Jim Crow”.[21] Esas palabras parecían ser dichas para los oídos de Estenoz, Ivonnet, Batrell, Caballero Tejera y Santos Carrero, y cuantos creyeron que de allí vendría la solución para la igualdad de los negros cubanos, cuando esta solo podía ser hija de la propia Cuba.  

Habría que recordar que en cuanto al problema político este no podría resolverse con las armas en la mano, pues el gobierno era más fuerte que quienes llevaran adelante una protesta armada y, en este caso sin que la evidencia permita prueba en contra, Estados Unidos estaría con el gobierno por odio ancestral a los negros. Pero además, si se combatía el racismo, este se hallaba en la cabeza de los hombres, y tampoco cabía eliminarla con las armas en la mano. Pues las armas sirven para reventar las cabezas de los seres humanos, pero no para cambiar sus ideas. Las ideas solo pueden ser  vencidas por las ideas.

Acaso podemos olvidar que nuestro padre Martí dijo: “Todo lo que divide a los hombres, todo lo que los especifica, aparta o acorrala, es un pecado contra la humanidad (…) Insistir en las divisiones de raza, en las diferencias de raza, de un pueblo naturalmente dividido, es dificultar la ventura pública, y la individual, que están en el mayor acercamiento de los factores que han de vivir en común (…) En Cuba no hay temor  alguno a la guerra de razas. Hombre es más que blanco, más que mulato, más que negro. Cubano es más que blanco, más que mulato, más que negro (…) En Cuba no habrá nunca una guerra de razas. La República no se puede volver atrás; y la República, desde el día único de la redención del negro en Cuba, desde la primera constitución de la independencia el 10 de abril en Guáimaro, no habló nunca de blancos ni de negros…”[22]

Era que acaso se podía olvidar lo dicho por nuestro padre Maceo: “Jamás me he hallado afiliado a partido alguno. Siempre he sido soldado de la libertad nacional que para Cuba deseo, y nada rechazo con tanta indignación como la pretendida idea de una guerra de raza. Siempre, como hasta ahora,  estaré al lado de los intereses sagrados del pueblo todo e indivisible sobre los mezquinos de partido y nunca se manchará mi espada en guerras intestinas que harían traición de la unidad interior de mi Patria, como jamás se han manchado mis ideas en cuestiones pequeñas…”[23]

Hay que postular para siempre que nada de  lo que divida a la sociedad cubana, y menos por el odio y la sangre, podrá ser aceptable para un pueblo cuya única consigna válida si quiere ser libre e independiente y no ser vasallo del imperialismo yanqui debe ser la unidad:. la primera de todas la de negros y blancos.   

Hubo quien llamó a mi libro un “libro equivocado”. Pero Serafín Portuondo llamó al alzamiento un alzamiento equivocado y dice Jorge Ibarra en la Historia de Cuba, del Ministerio de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, en 1966, en un capítulo titulado Un crimen horrendo que  cometían un error los Independientes de Color al creer que lograrían sus fines por medio de la amenaza de un desorden público  y  añade que “adoptó una táctica equivocada, en cuya raíz hallamos una necesidad totalmente justificada: luchar contra el acoso de que eran víctimas en aquella sociedad negros y mulatos”.[24] Quién es el equivocado mi libro o su impugnador. Por cierto, tengo para mi orgullo, que Claudio García, aquel hombre de la calle del Espíritu Santo que escondió a Agapito, el que le torcía el mazo de tabacos, era mi abuelo, y la historia se la escuché muchas veces a mi madre.

[1]. Aline Helg, Lo que nos corresponde; la lucha de los negros y mulatos por la igualdad en Cuba, 1886-1912. Ediciones Imagen Contemporánea. La Habana, 2000, p. 15.

[2]. Ibíd., p. 196.

[3] Rolando Rodríguez, República de Corcho, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2010, tomo 1, pp.666-667.

[4] Serafín Portuondo Linares, Los independientes de color”, Ed.Caminos, La Habana, 2002, p.213.

[5]. Incluida en el despacho 278, de 29 de mayo de 1912, “de Beaupré a Knox”, National Archives, Record Service (en lo adelante NA/RS), microcopy 488, rollo 6.  

[6] “De Francisco Caballero y Isidoro Santos Carrero a Taft”, 18 de octubre de 1910. NA/RS, microcopy 488, rollo 5.

[7]. De Mills a Wood”, 29 de mayo de 1912. United States, National Archives, Record Group 135 (en lo adelante US/NA, RG), War Collage Division, 6388-27, caja 105.

[8] Rafael Fermoselle: Política y color en Cuba; la guerrita de 1912. Editorial Colibrí, Madrid, 1998, p..94.

[9]. “De Holaday al secretario de Estado”, 6 de junio de 1912. NA/RS, microcopy 488, rollo 6. 

[10]. Serafín Portuondo, op. cit., p. 203. 

[11]. Silvio Castro, op. cit. p. 41. 

[12]. Ibíd., p. 158.

[13]. La Lucha, 9 de junio de 1912.

[14] “De Beaupré a Knox”, 9 de junio de 1912. NA/RS, microcopy 488, rollo 6.

[15] “De Knox a Beaupré”, 9 de junio de 1912. NA/RS, microcopy 488, rollo 6.

[16]. La Discusión, 11 de junio de 1912.

[17]. “Del memorandum de Guggenheim sobre la enmienda Platt”, 17 de octubre de 1930. US/NA, RG.59, carpeta711.37-142, caja 3994.  

[18]. La Discusión, 3 de julio de 1912.  

[19]. República de Cuba: Libros de Actas del Consejo de Secretarios, t. 2. "Acta del 30 de enero de 1905"

[20]. Rafael Fermoselle: Política y color en Cuba; la guerrita de 1912. Editorial Colibrí, Madrid, 2000,  p. 160.

[21]. Nicolás Guillén: ¡Aquí estamos! Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2008, p. 199.  

[22]. José Martí, op. cit., t. II, p. 298. 

[23]. José Antonio Portuondo: El pensamiento vivo de Maceo. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1971, p. 59.

[24]. MINFAR: Historia de Cuba, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1981, pp. 563 y 566.