Visión sobre el alzamiento reivindicador del negro en Santiago de Cuba

Lic. Joel Nicolás Mourlot Mercaderes

El racismo blanco fue culpable de aquella mortandad horrible, estúpida e injustificable; pero no pueden eximirse de responsabilidad histórica los directivos del PIC, por la descabellada decisión del alzamiento, precedida por declaraciones muy provocadoras y siniestras, con los cuales dieron alimento suficiente al fanatismo criminal de los blancos racistas.

Saldo de sublevaciones, de cimarronaje y de otras formas de luchas propias, así como también de variados y muy influyentes acontecimientos externos; fruto de muchos factores; de hito en hito, con logros ora espectaculares, ora modestos; frente a grandes y múltiples oposiciones, la población negra en la jurisdicción santiaguera había conquistado en no poca medida, hacia mediados del s. XIX, no sólo gran reconocimiento de su condición humana, sino también una elevada autoestima, de su valer como gente y como raza, comprendida, en este punto, buena parte de quienes aún permanecían en la esclavitud…

Con su concurso –que no sólo fue por la nueva visión económica de la clase propietaria-, el bando abolicionista se fue ampliando de modo apreciable por esos años, con numerosos hacendados y profesionales, otrora esclavistas, y/o defensores de ese infame modo de explotación humana; tanto que abolición e independencia devinieron, cada vez más, causas comunes, en las cuales tuvieron que comulgar tanto blancos como negros y pardos, libres y esclavos.

Siglos de fastos y aflicciones, de triunfos y de derrotas, de esperanzas y desilusiones, de incalculable cuota de sangre, sudor y lágrimas, tuvo que pagar el llamado elemento de color para llegar a tal situación, que hoy se nos pudiera antojar tan normal.

Lo cierto es que el movimiento reivindicador negro –muy tempranamente en la jurisdicción santiaguera- encontró en la revolución separatista el cauce natural por el que debía fluir la lucha por su libertad y por sus derechos naturales, sociales y políticos.

Son reveladores los ejemplos de la conspiración del neogranadino José Eulalio Godoy y de los complots de 1841 a 1852 en la ciudad, con participación de negros y mulatos en esas células compuestas mayormente por blancos, e, igualmente, la integración de blancos en las conspiraciones de negros y mulatos (libres y esclavos) descubiertas en 1864 y 1867, en la jurisdicción santiaguera.

Se puede entender, entonces, por qué la Revolución del 68 en el territorio contó desde sus preparativos y liminares de la guerra con la presencia numerosa de negros y pardos, libres y esclavos, quienes vieron en la contienda la oportunidad ideal de alcanzar libertad y derechos, y se dieron con mucha vehemencia a conquistarlos.

La trascendencia de aquel cataclismo bélico para el hombre negro -y especialmente en Santiago de Cuba- fue inmensa; pero cuyas huellas son harto perceptibles.

En primer lugar: la esclavitud –criminal y económicamente inservible-, y que venía extinguiéndose lenta aunque progresivamente, sufrió un golpe mortal con la afirmación a los esclavos mambises como hombres libres.

Por otra parte, el llamado elemento de color conquistó un reconocimiento extraordinario, por ser mayor número de la plantilla del Ejército Libertador, por tener buena parte de la jefatura subalterna, la oficialidad y de la cúpula de ese cuerpo armado; por su extraordinario protagonismo en la campaña, durante la cual demostró, además de bravura impresionante, gran talento, afanes de elevación cultural y apego a la civilidad, alto nivel de convivencia social, un grande amor por Cuba y profesar los más altos ideales humanos.

Hasta personajes del régimen colonial se vieron estimulados a legitimar oficialmente ese aprecio en los casos de no pocos de los líderes mambises negros, el cual tuvo expresión concreta –tras el Pacto de Sierra Pelada- en el desempeño de puestos públicos de relativa importancia y ascenso a posiciones directivas visibles en asociaciones sociales y política en Santiago de Cuba.

Mas, justo en ese momento de cierto auge del negro en la jurisdicción, también rebrotaron con fuerza inusitada los prejuicios, el odio y las tesis racistas contra el hombre de color, promovidos por los elementos más retrógrados de la sociedad cubana de entonces, y manipulado todo por las autoridades españolas, encabezadas por el general Camilo Polavieja, quien desde los recovecos de su alma torcida y temerosa, dio riendas sueltas a sus más aviesas intenciones: retrotraer al negro a la situación anterior al 68, resembrar el miedo a este, y no sólo dividir, sino enfrentar a blancos y negros e, incluso, a morenos y mestizos, con absurdos y deletéreos pretextos, que le sirvieron, además, para aplicar una cruel política de asesinato, presiones y deportaciones contra los negros, sin que ninguna voz señalada se opusiera a tanta sevicia.

Es más: aunque hubo muchos exponentes de ambas razas que continuaron enarbolando el estandarte de la unidad social; tras las dos primeras campañas mambisas, destacados separatistas blancos –no sólo aquellos que en la manigua lo manifestaron comúnmente- comulgaron con esos prejuicios raciales, con funestas consecuencias.

No hablemos ya del teniente coronel Ángel Pérez o del Lic. Ignacio B. Pérez; hasta el Dr. Félix Figueredo Díaz y el coronel Manuel Sanguily, que tan estrechas relaciones tuvieron con el general Maceo, concomitaron con esas ideas. El primero llegó a expresar, en 1882: “Yo estoy de acuerdo que se haga al negro libre, pero no que lo hagan ‘señores’, porque entonces vendrán los problemas […].” El segundo, a su vez, dijo en 1893 que el negro no debía ser ciudadano.

Parece acertado afirmar que, desde aquellos años inmediatamente después de las dos citadas guerras, al menos los principales líderes del movimiento reivindicador del negro en Santiago de Cuba –como probablemente en otros punto de Cuba- se percataron de que la batalla por la plena libertad y el goce de todos los derechos del hombre negro, iba mucho más allá de la lucha por la independencia del país; esto es: también contra el racismo y la discriminación racial.

Imbuidos por la razón que les asistía, por la cuota de sacrificio aportado a la causa patriótica común (más después de la Guerra del 95) y por contar con la pertenencia –o la simpatía- de los principales líderes del separatismo y de la futura república, así como también por el gran número de jefes y oficiales negros en el Ejército Libertador-, esos especies de gurúes de la raza negra y sus seguidores, tenían la absoluta convicción de que merecían esa libertad y todos esos derechos, y que si se les privaba de ellos, los debían reclamar –y aun conquistar- por la fuerza.

No muy grande era entonces, sin embargo, el número de quienes se dieron cuenta de que, en el entramado de la sociedad cubana, el enfrentamiento racial -aunque le asistiese toda la razón a una de las partes- iba a ser el peor de los males para la nación, para la república que se quería instaurar, y para sus habitantes todos; que los blancos no debían intentar someter al negro, ni podían eliminarlo de la faz del país; y que ni los negros más locos o aviesos podían siquiera pensar en una “Cuba negra”, o donde tuviera preponderancia el negro, y que, incluso, la “clase de color” –lo mismo por carencia de recursos que de preparación, así como por otras circunstancias nada despreciables- no estaba en condiciones de forzar a la clase dirigente del futuro país a otorgar y garantizar el ejercicio de todos los derechos del negro.

Mínimo, pues, el número que pudo prever que la verdadera batalla de la raza, no era ya sólo por la independencia y por el rechazo al racismo y la discriminación racial, sino que, igual habría que librarla dentro de la propia clase de color: con la elevación del hombre negro, por medio, principalmente, de su propia y múltiple superación, ganándole al racismo espacio tras espacio, en la sociedad cubana.

Así pues, el movimiento reivindicador del negro se vio en el territorio santiaguero –en otros sitios, también, por supuesto- abocado ante dos tendencias, dos corrientes: la moderada y la radical. La primera multiplicó el número de sus seguidores y posesionó a muchos de estos en profesiones y cargos públicos importantes; la segunda, por su parte, se apreció más activa y masiva, con una fuerza en apariencia muy notable.

Un factor que favoreció la prelación por la corriente más tajante fue el fin de la Guerra de 1895-1898, en cuya epopeya –conjuntamente con muchos héroes blancos- llegaron al pináculo de la gloria muchos representantes de la raza negra, mártires y sobrevivientes, y que justificó la creencia de que Cuba libre, soberana, republicana y democrática haría justicia a la raza negra, favoreciéndola con el ejercicio de todos sus derechos.

No fue así: se alcanzaron unos; muchos otros, no; algunos negros llegaron más alto y más lejos; otros quedaron en el subsuelo y hasta retrocedieron; como fueron los casos de centenares de mambises –“de color”, en su inmensa mayoría-, quienes beneficiados en 1878-79, cuando la “mensura que hizo Guillermón”, y por otras entregas, usufructuarios de algunas parcelas, padecieron desalojos y retaliaciones de geófagos y del gobierno.

De modo que, persuadida por varias razones, refugiada en la épica del rol de los negros durante las tres guerras separatistas y de los merecimientos consecuentes, sobreestimando en mucho su propia fuerza, e inspirada, a no dudar, por el “Movimiento Niágara” de los negros norteamericanos (inicios y estructuración 1905-1908), que postulaba y promovía un activismo que validaba hasta la violencia en el reclamo de los derechos; por todo eso y más, una gran masa de los reivindicadores negros en Santiago de Cuba, optó por la línea radical en los reclamos y/o conquista de derechos, ante los grandes abusos y abrumadores olvidos a inicios de la república.

Militaron o concomitaron con esa tendencia, muchos mambises surorientales, entre ellos algunos ilustres representantes del mambisado, que integraron el Partido de los Independientes del Color (PIC), nacido el 7 de agosto de 1908; que si bien no contó ni con la mayoría de los negros y mulatos del Ejército Libertador ni -dentro de estos, con los que alcanzaron las más altas graduaciones en esa institución armada -a excepción de los coroneles Pedro Ivonet y Enrique Fournier- llegó a jactarse de tener a miles de veteranos en sus filas.

El teniente (EL) Evaristo Estenoz Coromina, máximo promotor y fundador de la Agrupación de los Independientes de Color (AIC), en 1907 y del PIC, fue el líder indiscutible de dicho movimiento; creador, además, de su órgano de difusión, el periódico Previsión, y autor principal del Programa de dicho partido, cuyo contenido, tan progresista como demasiado abarcador y pretencioso, resultaba inviable para su época; algo así como una carta de intención, no una hoja de ruta.

Fue él, también, ante las numerosas calumnias de la propaganda oficial y oficiosa –tan sucia y venenosa como cuando las campañas de Polavieja-, quien, al denunciar la negativa de los dueños de un hotel capitalino de servir a un negro, escribió en Previsión: “Todo hombre de color que no mate instantáneamente al cobarde que lo veje en un establecimiento público, es un miserable indigno de ser hombre, que deshonra a su patria y a su raza.”

Fue un desatino exagerado y peligroso, un craso error que alejó demasiado de su causa a los reivindicadores moderados, que dio justificación al gobierno de José Miguel Gómez para clausurar, confiscar el periódico y arrestar al propio Estenoz; así como también para alentar mayores odios al negro, insuflado por “nuevas”, “sorprendentes” y “apodícticas” revelaciones, repeticiones condensadas de viejos y falsos estereotipos.

No menos erróneo –ya como cálculo político, ya por la herida que iba a infligir- fue llevar al PIC a un alzamiento, so pretexto de que se habían cerrado todas las demás vías, y no obstante las declaraciones de sus principales líderes de que no era una guerra contra los blancos. No importa si fue más como factor de presión que como guerra en sí; o si se hizo para provocar -quizás- un estado de cosas tal, que condujese a una nueva intervención norteamericana, con la esperanza –tal vez- de que esta suprimiese la Enmienda Morúa, toda vez que fue el gobierno interventor de Charles Magoon el que reconoció al PIC. Serían rasgos de puro infantilismo creer que, en medio de aquella aberrante propaganda, el alzamiento se quedaría en una mera algarada y ya, o que los Estados Unidos, salido de una reciente intervención en la Isla, la acometerían de nuevo, sin alentar antes al gobierno nacional la más ruda, masiva y eficaz represión contra el movimiento insurgente negro.

Estas consideraciones nos llevan a juzgar la guerra declarada por el Partido Independiente de Color, el 17 mayo de 1912, como un sin sentido; mucho más, si se toma en cuenta que tan sólo eran cientos de negros provistos de pocas y obsoletas armas, sin municiones casi, con la oposición –o la indiferencia, en el menor de los casos- de la mayor parte de los de su raza, y frente a un ejército y milicias más numerosos, disciplinados, mejor armados (comprendidas artillería pesada y modernas ametralladoras) y municionados; todo lo cual trajo como consecuencia la derrota, y una retaliación carnicera.

Decir que tan horripilante masacre no tuvo razón de ser, que se pudo debelar la asonada con la fuerza, sin llegar al extremo de asesinar entre 3 000 y 5 000 negros, de apresar a cientos de inocentes y reconcentrar a miles de pobladores, es señalar algo tan razonable como alejado de los presupuestos políticos de aquella brutal represión, porque –no importa cuán inhumano resultara, al cabo- el objetivo era ese precisamente: la matanza que aterrorizara a los hombres de color, y los desalentara de cualquier aspiración de exigencia.

A tan dolorosa interpretación apuntan las palabras del general Pino Guerra, cuando dijo al Dr. Alfredo Zayas, que si este hubiera sido el presidente y él el jefe de las Fuerzas Armadas, hubieran suspendido las garantías constitucionales en todo el país y “hubiéramos resuelto radicalmente, en poco tiempo, el odioso problema de los negros, maldita herencia que nos legaron los españoles.”

Y si, a favor de una duda razonable, se admitiera que la meta no hubiese sido tal, es innegable que las pasiones desenfrenadas por la propaganda gubernamental y de todos los racistas blancos liberaron de todo escrúpulo los más bajos instintos, entronizaron los rencores, y –habidas cuentas- los odios, en general, y los sociales en particular, nunca son racionales, y suelen concluir en orgías de sangre.

El racismo blanco fue culpable de aquella mortandad horrible, estúpida e injustificable; pero no pueden eximirse de responsabilidad histórica los directivos del PIC, por la descabellada decisión del alzamiento, precedida por declaraciones muy provocadoras y siniestras, con los cuales dieron alimento suficiente al fanatismo criminal de los blancos racistas. Tampoco se pueden exceptuar –aunque en menor grado, claro está- los centenares de miles de negros –comprendidos muchos moderados- que, en su correcto distanciamiento de la insurgencia racial, fueron, a la vez, demasiado indiferentes ante la terrible matanza.

Y aunque reconozco que no hubiera sido sencillo enfrentar aquella ebriedad racista sin comprometer la posición moderada, y aun la vida, tampoco hubiera sido fácil desestimar su potencial, pues no sólo eran un monto grande de personas, sino que tenían, asimismo, representantes de grandes glorias en las guerras libertarias, así como el peso de algunos cargos públicos importantes, al igual que personajes civiles de grandes cualidades, estimación y mucho arraigo.

Pero, al margen de todas estas reflexiones, parece oportuno decir que –a pesar de tanto evocarlo, cual soporte de todas las acciones que acometieron antes y durante 1912- el movimiento reivindicador del negro olvidó el ideario, el apostolado de Antonio Maceo, que –a mi modesto juicio- le hubiera dado la mejor brújula para guiarse en las buenas y peores circunstancias.

Maceo, que no vio obstáculo alguno en expresar abiertamente el orgullo de ser negro, y que al respecto dijo, en 1876: “Y como el exponente pertenece a la clase de color, sin que por ello se considere valer menos que los otros hombres […]”,  y también, 14 años después: “El día en que los negros –porque en realidad no tienen otro color- no se pongan bravos porque les digan negros, ese día […] quedará salvada la raza”, pero que defendió, a la vez, la integración y unidad de las razas con máximas como esta: “La unión cordial, franca y sincera de todos los hijos de Cuba […] el ideal de mi espíritu y el objetivo de mis esfuerzos”.

Maceo, que a los blancos decía:

  • Ved lo que los hombres de la raza negra hacemos a vuestro lado: ayudaros con esta obra de abnegación y patriotismo, para la conquista de la libertad y los beneficios de la democracia--.

Y que a los negros, a sus congéneres de raza, señalaba:

  • Vais a crecer y os vais a desarrollar con la libertad, pero por vuestro propio esfuerzo y merecimiento; tenéis que conquistar la admiración de vuestros hermanos, para que os den, después de esa admiración, el cariño, y así es como se establecerá entre vosotros el imperio de la confraternidad—.”

Y, también: “No pidan nada por el color de su piel; todo es preciso obtenerlo por imperio de las virtudes”.

Maceo, quien igualmente dijo a Martí en otra ocasión: “[…] condenaré […] todo paso que se pretenda dar fuera de la órbita de las leyes, que estamos todos en el deber de respetar y hacer cumplir. Protestaré asimismo, y me opondré hasta donde me sea posible, a toda usurpación de los derechos de una raza sobre otra”. Pero que, asimismo, dejó estas sentencias para la posteridad:

“En cuando a mí, amo a todas las cosas y a todos los hombres, porque miro más a la esencia que al accidente de la vida; y por eso tengo sobre el interés de raza, cualquiera que ella sea, el interés de la Humanidad, que es en resumen el bien que deseo para mi patria querida”, y: “[…] nunca se manchará mi espada en guerras intestinas que harían traición a la unidad interior de mi Patria.”

Martin Luther King, líder de los derechos civiles de los negros norteamericanos, en la década de 1960, no sólo fue un defensor del negro preterido y ultrajado en ese país, sino de la fraternidad entre blancos y negros en esa nación. Nelson Mandela, el gran adalid sudafricano y admiración del mundo, dijo a sus hermanos de raza: "Tomen las armas en sus manos, cojan su ira almacenada en sus corazones, y aviéntenlas al mar", y, les dijo más, alentándolos así: "Les probaremos [a los blancos] que no somos los que ellos temían que nos convirtiéramos. Tenemos que sorprenderlos con la compasión, con auto-restricciones y generosidad.”

Maceo, verdadero inspirador -junto a Juan Gualberto Gómez y, por qué no, a Martín Morúa Delgado- del movimiento reivindicador del negro en Cuba, tuvo ese sueño, muchos decenios antes que Martin Luther King y que Nelson Mandela…