Leyes y reglamentos
Reglamento de 1911
En febrero de 1911 el Secretario de Instrucción Pública y Bellas Artes remitió a los 30 numerarios copias del proyecto de reglamento, presentado por Lendián a cuya discusión se dedicaron cinco sesiones. Finalmente, el 9 de octubre del mismo año se aprobaron los Estatutos y Reglamento de la Academia de la Historia, con la firma de Fernando Figueredo, Presidente de la Mesa de Edad y de dos secretarios.
Reglamentos 1924
El reglamento de 1924 rebajó el tope a 25 y en cambio eliminó el de 30 para los correspondientes. Sin embargo, en marzo de 1926 los nuevos académicos Lufríu y Santovenia propusieron reducir a 15 los académicos de número, bajo el criterio de que eran escasos los cultivadores de la historia de Cuba y que entre estos “no todos poseen las condiciones intelectuales, cívicas y morales para que su ingreso signifique utilidad y prestigio para la corporación”.
Reconocimiento de la Academia como corporación oficial
Conforme a lo tratado en relación con la necesidad de legalizar la vida de la Academia, el 2 de julio de 1914 el Presidente de la República Mario García Menocal, sancionó la ley del Congreso que reconocía a la Academia de la Historia de Cuba y a la Academia Nacional de Artes y Letras carácter oficial y autónomo. De acuerdo al texto de la ley, ambas academias tendrían personalidad jurídica propia y plena capacidad civil para todos los efectos legales, así como vida autónoma, con arreglo a sus estatutos y reglamentos.
Decreto de creación de la Academia de la Historia de Cuba
Secretaría de Instrucción Pública y Bellas Artes, Decreto No 772. Creación de la Academia de la Historia de Cuba a los veinte días del mes de Agosto de 1910.
Desde el primer tercio del siglo pasado hasta los primeros años del presente se han practicado gestiones encaminadas a salvar para la Historia de Cuba todos aquellos informes, noticias, documentos, objetos, etc., que tuviesen alguna relación con cualesquiera manifestaciones de nuestra civilización, si bien todos esos patrióticos y meritísimos empeños no llegaron a culminar en el éxito que con ellos se perseguía.