La Habana en el crucial año de 1808
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El reconocimiento que a favor de Fernando VII realizó el cabildo de La Habana, el 20 de abril de 1808, lo convirtió en el primero en llevar a efecto este pronunciamiento en América, luego de que la familia real fuera apresada por Napoleón Bonaparte, y una vez que el pueblo español asumiera, por su propia iniciativa, el proceso de independencia nacional.
Aún cuando Arango disfrutaba en 1808 de un liderazgo indiscutible en dos de las principales instituciones de la colonia – el Real Consulado y Junta de Fomento, y el Cabildo -, y contaba con el apoyo del Capitán General, Marqués de Someruelos; la gravedad de los sucesos metropolitanos ponían en peligro la continuidad de los beneficios esperados por el pacto colonial. Al riesgo de la situación en la metrópoli, se unían el embargo comercial que desde 1807 aplicaba el recién estrenado presidente de la Unión americana, Thomas Jefferson, al comercio con la Isla; y los efectos desfavorables de la Revolución Haitiana que, a los beneficios iniciales de poder suplantar al Guarico en el abastecimiento del mercado mundial y la inmigración de una parte de sus plantadores blancos, unía ahora las consecuencias de la extensión a su territorio del accionar y ejemplo revolucionario de los antiguos esclavos, con el levantamiento en Bayamo del mulato Nicolás Morales, la sublevación de un cabildo negro en La Habana, y el envío por su emperador, Jean Jacques Dessalines, de emisarios para lograr la liberación de los esclavos de las posesiones europeas colindantes.
La sola interrupción del comercio con los actuales Estados Unidos había provocado en la Isla que una exportación de 13 millones en 1806, se viera reducida a 6 millones 685 mil pesos en 1808-1809. El peligro real de afectación por deterioro del azúcar acumulado en los almacenes, y la tendencia ya manifiesta a una baja considerable de sus precios, en momentos en que se debía comenzar la nueva cosecha, convirtió a estos años en unos de los más difíciles por los que debió transitar la Isla. Cuba no podía esperar beneficios –como Buenos Aires y otros territorios americanos- del nuevo alineamiento político de España con Inglaterra; en lo tocante a su comercio, Gran Bretaña padecía una situación similar a la cubana en sus colonias del Caribe, por lo que las potencialidades inglesas eran para los criollos más que una esperanza, un motivo de preocupación.
La crisis de autoridad que para América significó el no poder contar con la figura del monarca, en su condición de base de sustentación casi única de la soberanía española, alcanzó en la Isla, debido a las dificultades excepcionales ya apuntadas, connotaciones de gran complejidad. El grado de movilidad y protagonismo de sus diferentes componentes sociales, a la hora de apreciarse por los historiadores, se presenta mediada por la visión interpuesta por Arango y Parreño, de que el tránsito entre la Sociedad Criolla a la esclavista se realizó de forma aséptica, desconociendo, por citar un solo caso, el que vegueros y cosecheros radicados en Güines y la zona sur de La Habana, fueran desplazados de sus respectivas tierras, para su perjuicio, por parte de los plantadores empeñados en la generalización de sus cultivos.
Este es el concierto en que debemos intentar reconstruir los acontecimientos que se despliegan en La Habana, con el reconocimiento desde el 20 de julio de 1808 de Fernando VII, y la recogida de firmas que a partir del 25 del mismo mes se comienzan a practicar para la posible organización de una Junta de Notables. Las principales versiones de los protagonistas de los hechos, la debemos, en lo fundamental, al marqués de Someruelos, en sus cartas a la Suprema Junta de Sevilla de 28 de julio, 3 de agosto y 1º de noviembre; y a Arango y Parreño, en el “Manifiesto a la Suprema Junta Central de Sevilla antes de recibir de oficio la noticia de instalación”, de 21 de octubre de 1808.
Someruelos es el que más información brinda sobre la creación de la Junta de Gobierno. Empieza por reconocer que él, en lo personal, era partidario de su organización, en la misma medida que en su condición de responsable máximo de la tranquilidad del territorio y conociendo las graves dudas que podrían ocurrir en muchos casos, era lo más conforme a las necesidades del momento. Y seguidamente, da su apreciación de las causas que entorpecieron su instalación. El hecho de que la nueva convocatoria hubiera implicado que instituciones como la Comandancia de Marina, la Real Hacienda y la Factoría de Tabacos, serían objeto de reformas debido a los grandes gastos existentes en cada una de ellas. De instituirse la nueva dependencia, cada uno de los jefes de los ramos citados tendrían a su cuidado lo corriente y lo trivial, ya que las decisiones corresponderían a la Junta de Gobierno .
Entiende que le es forzoso explicar su proceder hasta esa fecha (1º de noviembre), dado que el comisionado enviado por la Suprema Junta de Sevilla, el brigadier de la Real Armada Rafael Villavicencio, asumido como imparcial por parte de la Suprema Junta, era el hermano del jefe del apostadero de Marina, Juan de Villavicencio, enemigo suyo. “Estos dos sujetos, y algunos otros pocos, que no pasaran de seis, que son de su séquito por fines particulares, serán los únicos que hablarán contra mí”. Personajes que la han emprendido contra el teniente gobernador de La Habana y asesor general, José de Ilincheta, así como contra Francisco de Arango y Parreño, asesor del Tribunal de Alzadas y síndico del consulado, que lo asesora en los referidos ramos. Los que debieron hacer contra la conducta del anterior intendente, Luís de Viguri, hechura del Príncipe de la Paz, y al que Gómez Roubaud, jefe de la Factoría de Tabacos, pretendía hacer pasar por íntegro.
La interrupción el 27 de julio del proceso de firmas para el establecimiento de una Junta de Notables, iniciado dos días antes, se asumió al considerarse que acopiadas solo 73 eran insuficientes para asumir una decisión para la cual hubiera sido necesaria el respaldo de al menos doscientas, según criterios que se le atribuyeron a Francisco de Arango y Parreño (14) . Resultado, que según el historiador cubano Francisco Ponte Domínguez, provocó una etapa de pasividad en el referido político insular. No obstante, algunos de los fundamentos explicativos de por qué no se insistió en la convocatoria de la Junta, se relacionan con las gestiones que referentes a la crisis comercial por la que atravesaba la Isla, se hacían en las reuniones del Cabildo y del Real Consulado, llevadas a efecto con la activa participación de Arango, en su condición de Síndico del Consulado y Alférez Mayor del Cabido, y de Someruelos, en sus funciones de presidente de ambas instituciones.
El protagonismo de Arango en todo el proceso, deberá rastrearse al menos desde la reunión del Cabildo de 22 de julio, cuando sobre las ideas de socorrer a la península planteadas por Someruelos, pinta con vivos colores los males de la precipitación – se recoge así en el acta-, señala la importancia de conservar la paz interior, y lograr la salvación del vecindario del peligro exterior, manteniéndolo en sus fueros y derechos, y tomándose tiempo para la decisión de los apoyos a la península. Los que sí asumió de su peculio personal, y el cabildo los gestionó como iniciativa propia, individual, de los concurrentes a la reunión.
Debe continuarse el 5 de agosto, en la reunión inmediata del Consulado donde se plantea la necesidad de solicitar al gobierno el socorro que convenga acerca del comercio –preces es la palabra de connotación bíblica utilizada-, con el fin de favorecer la extracción de los frutos estancados. Fue a Someruelos a quien le correspondió, en la ocasión, explicar que debido al armisticio firmado con Inglaterra, la Isla no se encontraba en ese momento en estado de guerra, por lo cual, al entenderse libres los mares a las naves de nuestro pabellón, se debía cerrar el puerto a todo navío que no fuera nacional o aliado, lo cual se constreñía a Inglaterra. La junta, ante la gravedad de los hechos planteados, se pronunció porque antes de tomar una decisión era necesario conocer la opinión del comercio de esta plaza, la que debería ser tanteada por los Consiliarios y traída a la próxima reunión.
Posiciones que son objeto de mayores precisiones por parte de Arango en la reunión del Consulado de 5 de octubre, fecha para la cual los acontecimientos en la península habían variado con la victoria alcanzada en Bailén sobre los francesas, el 19 de septiembre. En las nuevas condiciones, las juntas locales españolas conformaron con sus diputados la Junta Central Gubernativa del Reino, derogando, de hecho, las funciones que se había erogado la de Sevilla. Al tiempo, que la solicitud por los diputados hispanos del apoyo inglés se materializó, con el arribo al territorio del futuro Lord Wellington (Arthur Wellesley). Al discurrir el Síndico sobre si en las presentes circunstancias debería abrirse el puerto al comercio inglés, rebate que la introducción por su intermedio de víveres de todas clases, podrían ser los móviles para la extracción de las producciones acumuladas existentes en este suelo; principio, que defendido por algunos, descansa –según Arango- en una base falsa .
Primero, - plantea enfáticamente- habría de preguntarse “si en las nuevas condiciones ¿pueden o no navegar los buques españoles con seguridad por parte de los ingleses? Si se dice que no, tampoco debemos admitirlos en ningún puerto; pero si se responde que sí, es preciso convenir que tanto los buques españoles que vengan de la Metrópoli como los de América nos traerán víveres necesarios, y sacarán al mismo tiempo los frutos que con exceso a la cantidad que pueden llevarse los extranjeros con utilidad mutua de la Metrópoli y las colonias”. Por lo que es partidario de suspender toda deliberación, dejando las cosas como están, con la referida admisión del comercio con todo buque que se presenten con alimentos de primera necesidad, hasta tanto no sepamos si el comercio de Nuestra Madre Patria está imposibilitado de podernos socorrer.
Las consideraciones más amplias, con inclusión de las políticas, solo las realizó Arango en la sesión del cabildo del 21 de octubre. Al existir una Junta Central en España, reconocida por las locales, Arango entendió que había llegado el momento de que los ayuntamientos dieran cuenta de la conducta y principios que siguieron en esta espantosa crisis. Momento que aprovecha para consignar que el de la capital insular, fue el primero en reconocer a Fernando VII, demostrando, siempre, su profunda sumisión al rey y a las autoridades que tienen derecho a ellas .
A favor del cabildo habanero destaca que no se detuvo a impedir los socorros que se pudieran enviar a los afligidos hermanos de la península, aún cuando después del violento despojo que de propia autoridad les hizo la Comandancia de Marina, en 1806, de la inmemorial y pingüe renta de la bahía, apenas se cubren sus debidas atenciones. Y tampoco le arredró –añade-, la general e increíble estrechez a que los ha reducido la estagnación de los frutos, causada por tanta guerra y acabada de consumar por la falta del comercio de neutrales. El cabildo de sus rentas –concluye- da más de lo que puede dar. En tales circunstancias, tiene mayor mérito la prontitud de su respuesta en el debido reconocimiento absoluto de la Junta Suprema de Sevilla, aún cuando de una segunda lectura de sus papeles no se descubrió la razón o fundamento que aquella acatable Junta había podido tener para tomar los títulos de central .
A diferencia de Someruelos, Arango no define la posición asumida por él sobre la convocatoria de la Junta de Notables. Reconoce, no obstante, la existencia en muchos de la idea de crear Juntas que gobernasen la Isla, del modo que gobernaban en las provincias de España. Los que así procedieron, entiende, tenían la consideración de que siendo tan delicada e incierta la situación era necesario precaverse de la fatal trascendencia de los riesgos exteriores y del peligroso contacto de sus convulsiones internas, las que pudieran ser en el país más temibles que en ninguna otra parte. Incluye, asimismo, el parecer de muchas personas honradas, resistidas a mudar sus primeras impresiones sobre la supremacía de la Junta de Sevilla, cerraron sus fieles oídos a todo razonamiento. Para por último, dar crédito a que un gran número de vecinos respetables que temían malas consecuencias de cualquier novedad, y en vez de creer que la Junta sirviese para sofocar en el país divisiones y partidos, pensaban, por el contrario, que pudiesen fomentarlos .
A diferencia de lo considerado por muchos historiadores, que le atribuyen a Arango el rol protagónico en el inicio de la recogida de firmas, su posición parece afiliarse con los que se pronunciaron por el juicioso partido –así los califica en este Manifiesto- de seguir sin novedad con los mismos Magistrados, esperando la probable y próxima organización de un gobierno nacional, el que solo surge, como ya se ha apuntado, después de los sucesos de Bailén, con la Junta Central Gubernativa del Reino de España e Indias. Situación que aprovecha para pronunciarse por la justa y anunciada reforma del sistema mercantil imperante en la Isla .
Llama la atención que el historiador liberal (moderado) español Jacobo de la Pezuela haya atribuido principalmente a la influencia de Arango la convocatoria de la Junta de Notables, llegada a calificarse, pese a no constituirse, de Tiránica e Independiente. Tal apreciación no parece desprenderse de los propios papeles elaborados por Arango. Es más, cuando en 1812, aparece públicamente, por primera vez esa acusación, bajo el subterfugio de su ambición de mando, responde “entre las injusticias que se (le) hacen al Marqués de Someruelos, la mayor es suponerle capaz de ser dominado por otro (...) No he conocido hombre alguno más celoso de su autoridad y dictamen, ni más temeroso de que pudiera creérsele en dependencia de otro”.
Aún cuando para la mayor parte de los territorios iberoamericanos el proceso juntista recién comienza en 1808, en La Habana esta convocatoria tiene la singularidad de fracasar, como también ocurrió en Caracas y la Nueva España, pero sin siquiera llegarse a constituir la referida Junta, y sin que en ningún otro momento del proceso de la primera independencia la misma volviera intentarse establecer.