Respuesta a las sinrazones

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  1. Respuesta a las sinrazones
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Amores Carradano – El reducido alcance del trabajo “Canarias- La Habana y la Cuenca del Caribe…” queda justificado porque se trata sólo de una comunicación en un Congreso de Historia regional…

La consulta de 1576 expedientes de los protocolos notariales y su sistematización en cuanto a los canarios residentes en La Habana durante la segunda mitad del XVI y los primeros años del XVII, especificados por su lugar de procedencia en las islas de la Palma, Tenerife y Gran Canaria, así como en su condición de comerciantes-empresarios, mercaderes, pilotos, maestres, dueños de navíos, marineros y escribanos de las embarcaciones, le merece a Amores la consideración de que se trata de una reconstrucción histórica de “reducido alcance”, justificada solamente por tratarse de una comunicación para un congreso de historia regional, giro con el que trata de minimizar los eventos internacionales que cada dos años convoca la Casa de Colón en la Gran Canaria, con la participación de algunos de los más destacados historiadores de una buena parte del mundo.

La apreciación se contradice con la importancia que resulta del comercio canario-americano. Según Francisco Morales Padrón este tráfico debía enmarcarse dentro del gobierno intercolonial, por tratarse de una unidad más de la economía americana. Desde que en 1953 este historiador alertara sobre su importancia, se han sucedido trabajos que destacan el rol que este comercio tuvo en vino, jarcia y brea intercambiada por cueros y palo de Campeche, entre otros artículos entre los que aparece consignados algunas perlas; a los que se suma, en investigaciones recientes, el de esclavos traídos desde las islas de Cabo Verde, por los canarios, en una opción en la que no puede esperarse, por su carácter, algún tipo de registro.  (p. 143)

Una variante importante de este comercio, se muestra como consecuencia del estudio de los protocolos habaneros. Habida cuenta de que los residentes canarios en La Habana repetían en sus transacciones los mismos moldes. Se vinculaban con cultivadores de vino de sus respectivas islas  de procedencia –La Palma, Tenerife y Gran Canaria-, quienes se encargaban de consignar los envíos del producto a La Habana, por intermedio de pilotos o maestres de las embarcaciones, para ser recibidos por sus comerciantes-empresarios en la rada habanera. Estos aludidos comerciantes se encargaban de intercambiarlos por cueros ya fuera en la capital insular o en cualquiera de las villas del interior; para su posterior envío a Europa a través de Sevilla. Una vez materializada la venta de los cueros y otros artículos en la ciudad del Guadalquivir, volvían a reiniciar el ciclo. Red que tuvo sus ramificaciones no solo en las villas del interior de Cuba, sino que se extendieron hacia Campeche y Veracruz en México –obtenían el mundialmente famoso palo de Campeche-, o hacia Santo Domingo, en la isla La Española. (p. 154)

En la documentación, por si fuera poco, se hace evidente la existencia en este comercio de diferencias sustanciales con las fórmulas vigentes en la comenda para la práctica del comercio desde tiempos ancestrales. El hecho de estar radicado en La Habana el comerciante empresario, y no en el territorio de origen ya fuera España o las Canarias, abre perspectivas nuevas en esta problemática, en lo propio a las variantes del intercambio, o como en una opción de enriquecimiento, de la que se podría desprender un beneficio para los propios territorios americanos. (p. 154)

Amores Carradano – Cuando se atreve a escribir sobre la Nueva España se suceden los errores, o, simplemente, las afirmaciones peregrinas… poco se habla, en realidad, de historia de Cuba: solo referencias generales y a menudo poco acertadas… quiere ver una supuesta relación entre la zona navarro-guipuzcoana y la fundación de la Real Compañía de Comercio de La Habana… (p. 119)

La falta de una visión de conjunto de la colonización española en lo pertinente a las diferentes posesiones hispanas en esta parte del mundo y, en particular a lo ocurrido en Cuba, no le permite a Amores alcanzar uno de los fundamentos esenciales de la ciencia histórica, el de entender para explicar o, en su caso, para llevar a efecto un ejercicio de crítica historiográfica. Lo que se expresa en su aseveración de que “se habla poco de la historia de Cuba”, como si fuera posible realizar la reconstrucción deseada sin contemplar la cambiante estrategia ultramarina hispana y las modificaciones introducidas con el surgimiento de un nuevo prototipo de posesión colonial, en las colonias de plantación; que implantadas por Inglaterra y Francia, desde mediados del XVII, les permitió a esas potencias propiciar un comercio triangular y un desarrollo de sus manufacturas, del que careció España y que influiría decisivamente en los territorios de la América hispana.

Tema, por demás, nada baladí; en la medida que una de las causas del atraso hispano, tuvo que ver, en parte, con no haber participado de este sistema de explotación y no haber propiciado un comercio de esclavos, considerado eje fundamental del proceso de acumulación originaria con el que Francia e Inglaterra alcanzaron el Capitalismo industrial. Temática presente en un libro clásico, “Capitalismo y Esclavitud” del trinitario Eric Williams, debidamente citado en mi libro, y al cual no hace el menor caso Juan Amores.

A diferencia de la historiografía española, la inglesa ha considerado desde hace bastante tiempo la importancia que para la evolución y formación de su propio estado ha tenido la evolución y cambios de su política colonial. El mismo rey, Jorge III, argüía desde 1779 que “nuestras islas [de las Indias Occidentales] deben ser defendidas incluso arriesgando una invasión de esta isla [Inglaterra]. Si perdemos nuestras islas del azúcar, será imposible recaudar el dinero necesario para proseguir la guerra”. Tesis defendida, desde el punto de vista historiográfico, por el inglés Richard Pares, quien en su obra War and trade in the West Indies 1739-1763 (1936), consideró necesario aclarar, para un lector del siglo XX, la importancia de las Indias Occidentales para el desarrollo del viejo imperio inglés en el XVIII.

La perspectiva de una historia problema se asume desde el mismo primer párrafo de mi artículo La Habana y la Nueva España…, al señalarse las potencialidades multiplicadoras que significó para el Mediterráneo Americano el surgimiento de la referida política colonial, que dio lugar a un verdadero cambio en el mapa de América, al expandirse la explotación de los géneros tropicales a espacios hasta ese momento casi “irrelevantes” en la antigua concepción colonial dirigida a privilegiar la explotación de los metales preciosos. Transformación de cuyo ejemplo no pudo evadirse ni la propia España, al estar presente en la articulación de una política de reformas hacia América. Intención que relaciono –en el trabajo- con la interrogante  de si estos cambios en la administración metropolitana generaron un verdadero proceso modernizador –para nada contemplado por Juan Amores- y, de existir, si obedeció, en lo fundamental, a la obra/gestión de la metrópoli, o a las propias fuerzas internas que se habían venido generando en la colonia (p.p. 221-222).

La incorporación de nuevos territorios se extendió de forma decisiva a la costa sur de los actuales EEUU en el Golfo de México, con enclaves en la bahía de Matagorda, Texas (1687), Pensacola, Alabama (1698), y en la parte baja del río Mississippi, mediante la fundación, por los franceses, en 1721, de Nueva Orleans. Proceso que además de priorizar el Golfo de México, con respecto al Mar Caribe, fue resultado de una tendencia que llevó, en opinión de Pierre Chaunu, a un nuevo modo de vida: la de la economía de plantaciones, que se adelantaba a las necesidades españolas (p. 227).

Entre las modificaciones que el referido proceso tuvo en la administración borbónica -objetivo puntualizado en el mismo título de mi trabajo La Habana y Nueva España, el Mediterráneo americano, y la administración española en el siglo XVIII-, se privilegia la dinámica de la diferente “calidad” y rango de los nombrados para ocupar la Capitanía General de Cuba y del Virreinato Novo Hispano; y la de quienes fueron elegidos para ejercer el aparato burocrático en estos destinos. (p. 230).

La elección de los funcionarios destinados a ocupar el Virreinato Novo Hispano, estuvo vinculada, desde el inicio de la administración borbónica (1702), con la preponderancia estratégica por este alcanzada con respecto al del Perú. Preeminencia que no se limitó al área territorial inmediata, sino que se extendió a todo el circuito estratégico y comercial de la cuenca del Golfo de México, con especial destaque para la Capitanía General de la isla de Cuba. La administración prefirió mantener tanto en Cuba como en Nueva España a militares de carrera: con la gradación de que mientras en La Habana predominaron los mariscales de campo, en Nueva España lo hicieron los tenientes generales de los Reales Ejércitos, superiores en rango a los de la capital insular. Por si fuera poco, en las nuevas circunstancias los capitanes generales que se distinguieron en sus funciones en la capital antillana, fueron promovidos al ejercicio del gobierno mexicano (pp. 237-238).

El ejercicio de las designaciones estuvo relacionado con la puesta en práctica de una cierta descentralización, que afectó a territorios hasta ese momento jerarquizados como centros regionales administrativos, y que estaba llamada a promover nuevas actividades económicas en zonas hasta ese momento insuficientemente incorporadas a la economía metropolitana. La elección de los funcionarios capaces de cumplir tales directrices, estuvo influida por dos grupos de poder. Uno vasco-navarro que tuvo su influencia en la primera mitad del XVIII, y otro, vinculado al conde de Aranda, al cual se nuclearon una buena parte de los militares que bajo su mando participaron en la campaña portuguesa de 1761 a 1762. Y un posible tercer grupo de centro derecha, al cual estuvo vinculado el malagueño José de Gálvez y su familia, y del cual se desprenderá una influencia nada desdeñable para la Nueva España (pp. 242-243).

La presencia de tales grupos y su diversa influencia en los territorios americanos, resultaron de vital importancia para entender la singularidad de este proceso en Cuba, sobre todo después de la toma de La Habana por los ingleses en 1762, cuando se generó un nuevo pacto colonial como alternativa ante la capacidad de los ingleses de dar el primer golpe en América, dado su dominio marítimo y sus nuevas conquistas territoriales, lo que obligaba –en opinión de uno de los integrantes del grupo arandista- incorporar a la guerra a los habitantes americanos (pp. 243-244).

La importancia del grupo vasco navarro en Cuba parece desconocerse por Amores Carradano, quien niega que tuvieran relación alguna con la fundación de la Real Compañía de Comercio de La Habana. Además de entender que aunque cito genéricamente a pie de página la obra de la historiadora Monserrat Garate Ojanguren, lamentablemente no la he leído según desprende (página 119 de su referida crítica) de mi afirmación de que se la obligó a construir navíos para la Carrera de Indias.

En lo respectivo a la relación de los navarros-guipuzcoanos con la Compañía de La Habana, prefiero que sea la misma Garate Ojanguren quien le dé respuesta, en la página 16 de su libro, en el que plantea su fuerte presencia entre los promotores y prestamistas de ella durante los primeros años de su historia. A lo que la autora añade en la página 23, por si existiera alguna duda: ya en 1739 era el navarro Iturralde quien extendía el asiento de tabacos (anteriormente en poder del gaditano marqués de Casa Madrid) a favor del también navarro, Martín Aróstegui Larrea. El referido Iturralde –añade nuestra autora- pertenecía a ese grupo de navarros procedentes en gran parte de la villa de Batzán, que sentaron plaza en la villa y Corte. Y añade otro personaje guipuzcoano: Miguel Antonio de Zuaznávar, quien parece apoyó incondicionalmente a Aróstegui en sus propósitos, tanto del negocio del tabaco como de la consecución de la Compañía de La Habana.

En lo tocante a la obligación de la construcción de navíos de La Habana, no era exactamente lo que contemplaba la obligación, aunque si incluía la conducción en las naves de la Compañía, desde el puerto gaditano a la isla: de lonas, hierro y jarcias, además de cañones, balas etc., para la construcción de bajeles para S.M; a lo que en otro acápite se añadía, el transporte a la metrópoli, debidamente equipados de los bajeles que se fabricaran en La Habana.

El balance de los resultados y carencias de la política de reformas llevadas por España en el siglo XVIII, incluida la falta de una política colonial definida, permite señalar que la falta de una burguesía que rigiera los destinos de España y dirigiera una política de explotación de los territorios americanos, explica la alianza que logró articularse entre determinados sectores criollos y el rey, en la medida que el despotismo propiciaba un dominio político y no económico. Lo que se expresa en la opinión del ideólogo del grupo plantacionista habanero, Francisco de Arango y Parreño, al considerar muy superior al pacto colonial propuesto por la monarquía española, a las opciones reales que una potencia como Inglaterra le hubiera podido ofrecer. Para Arango: Gracias a la casa de Anjou que (alienta el avance de la agricultura y que en prueba de ello) nos ha quitado de encima los galeones y las flotas, que estableció los correos marítimos; que abrió la comunicación entre los reinos de América; que subdividió los gobiernos en aquellas  vastas regiones; que facilitó la entrada en todas las provincias de España a las embarcaciones que vienen de nuestras posesiones ultramarinas; y que, por último, trata de animar por todos los medios la industria de la nación, adoptando con prudencia los sólidos principios (de alentar la agricultura y no solo la minería) pp. 251-252.

Tal podría desprenderse de esta sin razón, que corresponde a Juan Amores y no a mí el establecer los objetivos que como resultado de la investigación realizada debería tener en cuenta para la monografía; aún cuando estos objetivos están contemplados desde el mismo título del trabajo.

Baste, por ahora, con estas consideraciones sobre las sinrazones del profesor de la Universidad del País Vasco.

Dr. Arturo Sorhegui D’Mares
Universidad de La Habana

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