Primera época de la Academia, 1910 - 1962
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En octubre de 2010, el Consejo de Estado de la República de Cuba acordó el restablecimiento de la Academia de la Historia de Cuba (AHC), una institución que en su anterior existencia llegó a tener 52 años desde su creación en 1910. Reaparece pues al cumplirse el centenario de su fundación y luego de casi medio siglo desde el momento en que será, a partir de ahora, el fin de su primera época.
Para aquilatar los logros y limitaciones de la antigua Academia, lo primero que llama la atención es el escaso conocimiento de su trayectoria. No se cuenta con un trabajo específico dedicado a explorar el devenir de su relativamente larga existencia y las evaluaciones existentes se limitan a alguna de sus etapas o a temáticas específicas dentro de su quehacer, mientras que los estudios historiográficos sólo señalan algunas líneas generales sobre un tema que se desdibujó con el tiempo. En especial, contrasta la imagen positiva de los propios académicos u otros intelectuales de la época, con independencia de opiniones más críticas, con el posterior olvido de la labor realizada por aquella luego de su cese en 1962, extremos que merecen una nueva mirada.
Autor
Dr. Reinaldo Funes Monzote
Coordinador del Programa de Investigación Geohistórica de la Fundación Antonio Núñez Jiménez de la Naturaleza y el Hombre
Profesor Adjunto, Universidad de La Habana
El presente texto se propone exponer a grandes rasgos la labor desempeñada por la primera AHC durante más de cinco décadas, los propósitos de su creación, sus diferentes etapas, las características de su funcionamiento interno, sus protagonistas y algunos de sus resultados concretos. Por su intención introductoria y general, este acercamiento no será todo lo exhaustivo que requiere y varias aristas serán soslayadas por el momento. Entre éstas se pueden mencionar el estudio de las temáticas y géneros de las publicaciones de la Academia y su lugar en la historiografía cubana y latinoamericana de la primera mitad del siglo XX, las relaciones con el gobierno e instituciones nacionales y extranjeras, la intervención en monumentos públicos y el vínculo, casi siempre indirecto, con los principales acontecimientos político sociales de su tiempo.
La fuente principal para esta indagación son las actas de las sesiones, aunque es necesario señalar su inexistencia para algunos años del período inicial y al menos que se conozca hasta ahora, para los años de 1959 a 1962. Como complemento, se cuenta con otros materiales originados en la propia corporación, como las memorias de la vida académica, publicadas entre 1924 y 1933, y los anuarios de la década de 1950, así como la variada documentación institucional existente en el fondo Academia de la Historia del Archivo Nacional de Cuba. De acuerdo con el objetivo de estas páginas, se opta por no consignar aquí las referencias bibliográficas generales acerca del contexto socio económico y político, ni tampoco las de carácter historiográfico o las específicas sobre la primera AHC en su momento o en evaluaciones posteriores.
Rehabilitación de la Academia
El Consejo de Estado de la República de Cuba acordó el restablecimiento de la Academia de la Historia de Cuba (AHC)
La creación de la Academia de Historia de Cuba fue dispuesta por el presidente de la República José Miguel Gómez mediante el decreto 772 del 20 de Agosto de 1910, de acuerdo con la sugerencia de Mario García Kohly, entonces Secretario de Instrucción Pública y Bellas Artes. Poco tiempo después, por el Decreto 1 004 del 31 de octubre de 1910, sería fundada la Academia Nacional de Artes y Letras, con la que se mantuvieron estrechas relaciones en lo adelante, incluyendo la coincidencia de varios académicos de número en ambas corporaciones. Más tarde, en 1926, fue instituida la Academia Cubana de la Lengua, como correspondiente de la Real Academia Española de la Lengua.
La Academia
La creación de la Academia de Historia de Cuba fue dispuesta por el presidente de la República José Miguel Gómez mediante el decreto 772 del 20 de Agosto de 1910
Según el decreto presidencial, la AHC se creó como corporación independiente adscrita a la Secretaría de Instrucción Pública y Bellas Artes, con la misión de investigar, adquirir, coleccionar, clasificar, redactar y presentar a dicha Secretaría para su publicación los documentos que contribuyeran al enriquecimiento de la historia nacional. Se le encargaba, asimismo, salvar todo lo que constituyera un recuerdo histórico. Para el cumplimiento de esos fines, fueron nombrados un total de 30 Académicos de número, con residencia en la Habana, quienes debían seleccionar otros 30 Académicos correspondientes en el resto del país o el extranjero. Este cargo, para el que fueron señalados ciertos requisitos y que en lo adelante sería electivo, se confería de modo vitalicio, aunque con algunas condiciones, como la de no renunciar a la nacionalidad cubana.
A los fundadores se les encomendó la elección de un Presidente y la redacción de un reglamento para la corporación, y se les daba la facultad de intervenir, en solitario o junto a sus colegas y con el apoyo oficial, para impedir la desaparición parcial o absoluta de algún objeto histórico. Aunque se puede discutir los verdaderos merecimientos caso por caso, la lista de seleccionados reunió a 30 reconocidas personalidades de la época, con un promedio de edad de 46 años; el más veterano era Fernando Figueredo, de 64 años, y el más joven Fernando Ortiz, de 29 años.
La idea de fundar una institución de este tipo no era nueva. La referencia más antigua parece ser la intención expresada por Domingo del Monte en una carta desde París en 1845 de formar a su regreso una academia o sociedad de anticuarios en La Habana. En medio del auge asociativo posterior a 1878, fue establecida en 1885 una sociedad con el nombre de Academia de Historia de La Habana (tuvo como presidentes honorarios a dos de los futuros académicos de número fundadores de la AHC: Evelio Rodríguez Lendián y Rafael Fernández de Castro). Sin embargo, la propia condición colonial determinaba que de manera oficial la historia de Cuba estuviera subordinada a la de su metrópoli, que ya contaba desde 1735 con la Real Academia de la Historia de España. Acerca de sus actividades solían salir noticias o reseñas en la prensa periódica habanera o de otras localidades cubanas.
El decreto de fundación de la AHC no pasó por alto la labor de indagación histórica desarrollada durante el período colonial, considerada como precursora de la nueva etapa. Los primeros párrafos rememoraron las gestiones desde el primer tercio del siglo XIX, encaminadas a salvar para la Historia de Cuba informes, noticias, documentos y objetos. Se destacó, en particular, a la Sección de Historia de la Sociedad Económica de Amigos del País de La Habana, que llegó a obtener del Rey Fernando VII el acceso a los archivos de España, así como al papel desempeñado en su seno por eruditos como Domingo del Monte, Bachiller y Morales, Tranquilino S. de Noda, José María de la Torre, José Antonio Echeverría, Jesús Quintiliano García y Felipe Poey.
Al finalizar la dominación española aparecieron de inmediato diferentes propuestas para dotar a la Isla de una serie de instituciones inexistentes hasta ese momento, como la creación de una Academia Cubana de la Lengua, una sociedad para los estudios geográficos y en específico una dedicada a la Historia. Por ejemplo, la Revista de Ciencias se hizo eco en febrero de 1902 de la propuesta de crear una Sociedad de Historia, para lo cual se celebró una reunión en el Archivo Nacional, donde se encargó a Vidal Morales y Bellido de Luna la redacción de sus bases.
Esos proyectos no llegaron a concretarse tan pronto como el caso de la Biblioteca Nacional, pero todos se convirtieron en realidad, tras menor o mayor espera, durante las primeras décadas republicanas. Lo cierto es que el fin de la colonia representó una esperanza para que esas viejas aspiraciones de la intelectualidad criolla se llevaran a la práctica. Al mismo tiempo, su necesidad era mayor que nunca, ante el nacimiento del nuevo Estado-Nación al que debían prestar sus servicios, como lo hacían desde el siglo anterior academias o sociedades similares en las Repúblicas hispanoamericanas.
Es lógico presuponer que la creación de una Academia de la Historia fuera vista por sus proponentes como un acto de reafirmación nacional, en medio del nuevo estatus político económico marcado por la tutela e influencia de los Estados Unidos. La propia fecha de la sesión inaugural, el 10 de octubre de 1910, a un año de la restauración de la República tras la segunda intervención norteamericana, resulta reveladora al respecto. Ese día se cumplía el aniversario 42 del inicio de la Guerra de los Diez Años, momento inaugural de la gesta independentista del pueblo cubano.
Según Enrique José Varona, el primero en gestionar la fundación de una Academia de Historia después de la independencia fue Francisco de Paula Coronado, secundado por Vidal Morales y Néstor Ponce de León. Pero el fallecimiento de éste último dejó la gestión en suspenso. La idea se mantuvo de una forma u otra hasta que Mario García Kohly le brindó su apoyo. Para esto consultó a Domingo Figarola Caneda, cuyo informe fue fundamental para la elaboración del decreto presidencial e incluyó una propuesta inicial de estatutos. Entre otros aspectos, lamentaba la destrucción de valiosas muestras de la civilización e historia de Cuba. Edificios de gran valor arquitectónico, escudos, emblemas, estatuas, lápidas, retratos y otros testimonios iconográficos, al igual que importantes documentos personales, corrían el riesgo de perderse por la falta de un organismo oficial encargado de conservarlos.
El decreto del 20 de agosto de 1910 tuvo en cuenta la existencia de este tipo de corporaciones en otros países, al afirmar que “lo que aconseja la experiencia y justifica la necesidad es organizar una Academia Nacional de Historia”. La acción común de un personal “respetable e idóneo”, debería consagrarse a hacer las investigaciones, estudios e informes más eficaces para la conservación de los recuerdos históricos nacionales y constituir una especie de órgano consultivo.
La ruptura tardía del vínculo colonial con España, puede inducir a pensar que en Cuba la Academia de la Historia apareció de manera tardía en el contexto regional y por tanto cuando comenzaba a ser cuestionada la eficacia de este tipo de institución dentro del campo historiográfico. Sin embargo, la realidad indica lo contrario, pues sólo cuatro países de la región le antecedieron. La Academia Nacional de Historia de Venezuela, de 1888, fue la pionera en América Latina; en Argentina se estableció en 1893, bajo la inspiración de Bartolomé Mitre, una llamada Junta Numismática Americana, luego Junta de Historia y Numismática Americana; en Colombia apareció en 1902, con sede en Bogotá, la Academia de Historia y Antigüedades Colombianas; y en Perú fue establecida en 1905 la Academia Nacional de Historia.
Con anterioridad, surgieron otras entidades con características similares. Se pueden destacar casos como el Instituto Histórico y Geográfico Brasileiro, fundado en Rio de Janeiro en 1838 y el Instituto Histórico y Geográfico del Uruguay, de 1843. En Estados Unidos apareció en 1885 la American Historical Association, lo que marcó el inicio en ese país de una nueva época para los estudios históricos, coincidiendo con los comienzos de los “estudios graduados” y por tanto de la profesionalización de la disciplina. No se puede olvidar, desde luego, la fuente de inspiración que representaba la Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales de La Habana, fundada desde 1861.
La constitución en Latinoamérica de la mayor parte de las academias de Historia se produjo en la segunda y tercera década del siglo XX. En 1919 se creó la Academia Mexicana de la Historia, como correspondiente de la Real Academia de la Historia de España. Con posterioridad surgieron, entre otras, la Academia Panameña de la Historia (1921); la Academia Nacional de Historia y Geografía, también en México (1925); la Academia Salvadoreña de la Historia (1925); la Academia Nacional de la Historia de Bolivia (1929); la Academia Costarricense de Geografía e Historia ( 1930); la Academia Dominicana de la Historia ( 1931); la Academia Puertorriqueña de la Historia (1932); la Academia de Geografía e Historia de Nicaragua (1934); y la Academia de la Historia Chilena (1940). Como se puede apreciar, lejos de aparecer a la zaga, el surgimiento en Cuba de una Academia de Historia estuvo en la vanguardia de la generalización de este tipo de corporaciones por el subcontinente.